Hola.

Heme aquí con un nuevo fanfic, basado en el manga "Boys next door" de Yuki Kaori. Traté de apegarme al manga, pero incorporé elementos nuevos y adapté varias cosas, así que si hay alguien que haya leído el manga, de seguro notará las diferencias. Si no lo han leído, se los recomiendo, pero les digo desde ya que el fic las spoilerá y, viceversa xD

Estoy un tanto nerviosa respecto a este nuevo proyecto, pero espero que les agrade y que me dejen sus comentarios.

¡Qué esten bien!


Blind man: Capítulo I

En un lugar apartado de Los Ángeles, en un suburbio marginal en donde los proxenetas y sus prostitutas abundan, un terrible asesino en serie causa temor en los callejones, en la ciudad y en el país entero.

Todas las semanas es descubierto un nuevo y espantoso crimen cerca de los burdeles, cuya autoría material, debido al tipo de víctimas y a cómo son encontradas, es atribuible a este enigmático asesino. Le llaman "The Blind Man", porque todas y cada uno de sus víctimas aparecen con los ojos vendados.

Con cada crimen, la prensa se retuerce en su despreciable morbo hablando sin tapujos sobre los detalles de la nueva vida que "el ciego" ha quitado, y el FBI trabaja día y noche, incansablemente, en los peritajes pertinentes para descubrir al criminal, pues el caso se le escapó de las manos a la policía local y se vieron obligados a pedirle ayuda a los federales. Hasta ahora, no hay rastros del asesino, nadie lo ha visto y su paradero es un completo misterio. Sólo cuentan con una pista, más bien, una de las tantas características de The Blind Man: sus víctimas son principalmente prostitutas y prostitutos, aunque también se le atribuyen entre otras muertes, la de una actriz porno y la de una stripper. En total, van 13 muertes, más de dos meses de investigaciones y, hasta ahora, nada ha dado resultados para dar con él. La población vive atemorizada; más que nada porque temen que "el ciego" se canse de matar putas y empiece a atacar a gente común y corriente. Por suerte nada de eso ha sucedido aún, pero las autoridades siguen alerta a sus movimientos…

Un hermoso muchacho iba caminando apresurado por un oscuro callejón rumbo al burdel en donde prestaba sus servicios, aunque en realidad, lo obligaban a hacerlo, pues el dueño del lugar era su medio hermano y, si no cumplía con sus requerimientos, corría el riesgo de ser duramente castigado. Ese burdel era su hogar, así que de una u otra manera debía llegar ahí.

Sus pasos largos y sonoros, hacían eco en las paredes de la calle. Su cabello, de un extraño color rosado y que le llegaba hasta las orejas, se movía al compás del viento dándole un toque de sensualidad indescriptible, el cual junto a su juvenil figura, cautivaría a cualquiera. Su mirada intranquila recorría cada espacio del oscuro lugar, temiendo por la posibilidad de encontrarse cara a cara con el misterioso asesino del que hablaban en las noticias. Se sentía perseguido y su corazón latía rápidamente, apurando el ritmo de sus pasos para llegar pronto al burdel. Allí, estaría a salvo del asesino, ¿verdad?

De pronto, sus pasos se detuvieron al igual que su respiración producto de un espantoso grito de dolor que le alertó y erizó sus cabellos. Volteó su mirada hacia el lugar de donde provenía el ruido y cuando lo identificó, se acercó lentamente a mirar qué sucedía. Con suma cautela, con los ojos llorosos y una mirada aterrorizada, observó una negra silueta abalanzándose sobre uno de sus compañeros, empuñando un enorme cuchillo que era enterrado una y otra vez en el ya inerte cuerpo del joven.

—No, no puede ser…— susurró trastornado, contemplando petrificado la espantosa escena que parecía sacada de una mala película de terror.

Sintió ganas de correr y alejarse de allí lo antes posible sin ser descubierto, pero para cuando intentó escapar ya era demasiado tarde: el asesino ya se había percatado de su presencia.

Con el puñal en alto, el extraño hombre le dirigió una mirada fulminante a su único espectador. Unos bellos ojos dorados resplandecieron como el oro, mientras la silueta se acercaba lentamente de manera sigilosa hacia el aterrado joven que deseaba con todas sus fuerzas escapar de las garras de ese cruel asesino.

—¡¿Quién anda ahí?—se escuchó de pronto una voz grave y seria, acompañada de unos pasos ruidosos, los que indicaban que el sujeto venía corriendo.

Mientras tanto, presa y depredador se miraban enmudecidos, uno buscando el momento para arrancar y, el otro, buscando la manera de atacar. Sin embargo, los pasos del hombre y los haces de luz de una linterna, alertaron al victimario, quien se vio obligado a escapar como rata escurridiza. Así, para cuando el otro hombre llegó, sólo se encontró con un chico muerto y otro estupefacto.

—¡Shuichi! ¡¿Qué pasó aquí?—exclamó alarmado, intentando sacar del estupor al joven muchacho que contemplaba a su fallecido compañero.

—No…sé…—susurró para luego dirigir una mirada afligida a quien había sido su salvador: el guardaespaldas de su medio hermano, Mr. K, un hombre alto, de cabellos largos y rubios, ojos azul profundo y una enfermiza obsesión por las armas de fuego.

—¡Maldición! ¡Ése maldito asesino hizo de las suyas otra vez! —El rubio se acercó al cadáver con lentitud, alumbrándolo ligeramente, para luego dejar ver una mueca de asco al descubrir el estado del cuerpo—. Vámonos de aquí, hay que avisarle a Tohma y llamar a la policía. —Su voz imponente y en tono imperativo, despertó al muchacho de su ensoñación, tras cogerlo de un brazo y obligarlo a caminar.

Sin embargo, antes que Shuichi pudiera dar un paso, su hermosa mirada se topó con un objeto brillante en el suelo. Así, sin que el rubio se percatara, el menor fue hasta donde estaba el objeto y lo recogió ágilmente, para luego alcanzar con rapidez al mayor. Guardó la cosa en un bolsillo sin siquiera mirarla y, así caminaron hasta el burdel. Shuichi quería alejarse de ese lugar lo antes posible.

—Ve a tu habitación, yo hablaré con tu hermano—le ordenó al muchacho una vez que llegaron. Shuichi asintió mudo, aún mostrándose afligido debido a lo que presenció; de hecho, su rostro se sumía en la consternación, la cual hacía estragos en su salud mental, formándole una suerte de trauma.

Sus lánguidos pasos lo llevaron a través de una escalera hacia un horrible cuartucho en el que sólo había una cama deshecha y un mueble roído por las termitas, en el cual guardaba uno que otro juguetito sexual y aceites aromáticos para los encuentros con sus clientes.

Shuichi en sí, no era un prostituto como sus demás compañeros, más bien, se dedicaba a hacer stripteases durante la noche y a veces ejercía labores de compañía, además de que su especialidad eran los masajes eróticos. De más está decir que más de algún cliente había intentado sobrepasarse con él, pero se mantenía fiel a su convicción de mantenerse virginal para su persona especial, pues siempre había tenido la esperanza de que algún día abandonaría por fin esa horrible vida que llevaba. Por supuesto, el hecho de ser el hermanastro del dueño constituía una gran ventaja para él, ya que se podía decir que él era una especie de segundo dueño y que, por lo tanto, podía hacer lo que se le viniera en gana y, como no le gustaba eso de prostituirse, prefería dejar que sus clientes soñaran con tocar su suave piel, porque él jamás dejaría que alguien lo hiciera.

Recostado sobre la cama intentando borrar los horribles recuerdos de lo sucedido recientemente, cerró los ojos y de forma inconsciente, llegó a su cabeza la nítida imagen de aquellos ojos dorados que le habían robado el aliento. Era la primera vez que se encontraba con alguien que poseyera unas ojos tan hipnotizantes y enigmáticos, hambrientos de sangre. Esas bellas joyas que había descubierto daban miedo, se mostraban vacías, sin sentimientos, llenas de una frialdad inefable que congelarían a cualquiera: eran los ojos dignos de una asesino en serie como The Blind Man, pero que por alguna razón que el chico desconocía, aquellas negras pupilas se hundían en un horroroso sufrimiento.

—¿Por qué será un asesino?—se preguntó, divagando entre sus pensamientos, mientras miraba el techo del cuarto—. Sus ojos eran hermosos… pero… me transmitían mucha tristeza…—reflexionaba en voz alta—. ¿Será que se arrepiente de matar?

Un sonoro suspiro salió de sus labios, dejando que con él se fueran todos los pensamientos que llegaban a su mente. En ese momento no tenía ganas de nada, sólo quería hundirse en su detestable realidad… ¡Cuánto deseaba poder escapar de ahí! ¿Cuántas veces lo había intentado y siempre terminaba volviendo? Si tan sólo pudiera escapar de las garras de su hermano, tal vez todo sería diferente. Tal vez, la muerte era la única posibilidad que tenía para escapar de allí…

—¡Lo olvidaba!— exclamó de repente, sentándose en la cama de golpe, para luego, meter su mano al bolsillo y así sacar el objeto que había recogido en la escena del crimen—. ¿Qué es esto?— se preguntó, abriendo su mano para contemplar el collar que yacía en ella.

Era una joya bastante curiosa, parecía un collar para mascota. Shuichi cogió el collar desde la cadena y lo alzó para contemplarlo mejor. El objeto se componía de una correa delgada de color rojo y de la hebilla colgaba una figurilla de metal con forma de pez. Definitivamente eso tenía que pertenecer a una mascota, porque dudaba que alguien en su sano juicio fuera capaz de usar algo como eso en el cuello o en una muñeca.

—¿Será de un gato?— se preguntó, mirando detenidamente el pececito que colgaba del broche—. Tiene un grabado…— se dijo tomando la figura con sus dedos para voltearla y leer lo que en él estaba escrito.

Azrael

E 59th St. 1170 N° 6

Un claro signo de interrogación apareció en el rostro del muchacho, pues allí, delante de sus ojos estaba la dirección de una casa o tal vez, un departamento, pero… ¿De quién sería? ¿Cabía la posibilidad de que esa dirección fuera la del asesino?

Su corazón se aceleró en señal del creciente temor que le invadía y su puño se cerró con fuerza alrededor del pececito, llegando a lastimarse.

—Shuichi—dijo una voz grave, detrás de la puerta—, tienes un cliente.

—¡Ya voy!—exclamó un tanto desanimado, pues esperaba que tras el trauma sufrido, le dejaran descansar un poco.

Así, se incorporó y ordenó un poco la cama. Encendió un incienso y un par de velas y apagó la luz, sin antes rociar un poco de perfume para amainar el mal olor que había en la habitación.

—Adelante—dijo dejando a pasar a su cliente, un hombre de edad mediana y de ojos y cabellos negros—. Pensé que hoy no vendría, señor Sakano— saludó cortésmente, mientras el hombre se adentraba al lugar hasta terminar sentado a la orilla de la cama.

—No iba venir, pero he tenido tantos problemas esta semana que necesito relajarme un poco—le comentó con una suave sonrisa.

—Entonces, comencemos. ¡Quítate la ropa!—le ordenó, aunque su cliente conocía de antemano el procedimiento, pues el hombre era uno de sus pocos clientes habituales, quien aquejado por un trabajo estresante y una esposa insoportable, llegaba hasta sus brazos para desahogarse y relajar tensiones.

Una vez que estuvo desnudo, quedando sólo en calzoncillos, Sakano se recostó sobre la cama mientras Shuichi embadurnaba sus manos con un aceite especial para masajes con olor a naranja. Así, comenzó a masajear la espalda del hombre con firmeza, mientras se sentaba sobre su trasero y de esa forma restregaba su entrepierna en él. Las manos del menor toquetearon cada lugar de la ancha espalda, poniendo énfasis en los puntos clave en los que se acumulaba la tensión.

—Hoy tuve un día horrible—comenzó a hablar—. Mi esposa ahora salió con que tengo una amante y que por eso la tengo media abandonada.

—Entiendo, pero si no le dieras motivos para que piense ello, no debería haber problemas—le recomendó

—Pero si no he hecho nada. Lo único que hago es trabajar todo el día para que a ella no le falte nada—se quejó, soltando un leve suspiro cuando las manos del muchacho comenzaron a masajear su trasero.

—Ya no pienses en ella. Este momento es para que te relajes y te olvides de todo— le dijo con voz seductora—. Cierra los ojos y siente mis manos sobre tu cuerpo. Deja todos tus pensamientos de lado y verás como tu mente se despeja. Deja que tus sentidos se vuelvan más sensibles de lo normal, siente como el calor invade nuestros cuerpos… —La voz del pequeño se volvía cada vez más sensual, mientras sus manos masajeaban los mulos del moreno y pasaba a llevar la entrepierna de éste de forma premeditada.

—¡Ah! Shu-i-chi…—susurró sintiéndose excitado gracias a las ágiles manos del menor.

—Ponte de espaldas—ordenó, mientras él se ponía de pie junto a la cama para untar un poco más de aceite en sus manos.

Shuichi se deshizo de su playera y una vez que el hombre se acomodó, el pequeño se subió sobre él y apoyó su trasero en la cintura del moreno. Así, sus manos viajaron suavemente por el pálido pecho de su cliente, masajeando a la altura de los hombros, mientras que sus dedos pulgares acariciaban la prominente clavícula, todo esto, bajo la estimulante fricción que provocaba el joven de adrede en la parte baja del mayor.

Sus finas caderas se movían de adelante hacia atrás de forma lenta y agonizante, pasando a llevar nuevamente y, de vez en cuanto, el miembro de Sakano, el cual yacía semierguido bajo la tela de su ropa interior.

—Ah…—suspiró al sentir las manos de Shuichi sobre sus pezones, siendo éstos estirados y torcidos sin contemplación, para luego ser masajeados con suavidad.

—¿Te gusta?—preguntó en tono lascivo, lamiéndose los labios.

Sin embargo, antes de que el hombre le pudiera responder, fueron interrumpidos por Mr. K, quien abrió la puerta de golpe sin siquiera avisar.

—Deja lo que estás haciendo y ven conmigo ahora—dijo en tono autoritario—. El señor Seguchi quiere hablar contigo, la policía ya está aquí.

—Ya voy— respondió sin muchos ánimos, más que nada porque odiaba tener que ir a la oficina de su hermanastro, pues siempre estaba llena de depravados que le tiraban besos y agarrones varios, sin contar las frases subidas de tono que le dirigían—. Lo siento, señor Sakano, tendrá que venir otro día.

—Descuida, comprendo. ¿Pasó algo grave?— preguntó con curiosidad, pues se le hacía raro que la policía anduviera patrullando por esos lugares.

—Sí… The Blind Man mató a un compañero… hace unas horas…—comunicó con cierto dejo de tristeza. El hombre se sorprendió.

—Vaya… No me lo esperaba…

—Es terrible… Este lugar ya no es seguro con ese asesino suelto…

Shuichi le sonrió de forma lastimera, para luego despedirse de él e ir tras Mr. K, hacia la oficina de su hermanastro. Bajaron las escaleras y llegaron al salón, caminaron por un pasillo largo y estrecho y, así, llegaron frente a una enorme puerta de terciopelo rojo, la que fue abierta lentamente por el guardia.

Un horrible y fuerte aroma a todo lo que uno se pueda imaginar golpeó el rostro del menor causándole desagrado. Ese lugar olía a sexo, alcohol, tabaco, drogas, sudor y muchas otras cosas más… La oficina era vasta y, en su camino hacia el mesón tras el cual estaba el proxeneta, había mujeres y hombres con poca ropa, algunos teniendo sexo como si nada, haciendo muecas obscenas y disfrutando del placer carnal.

La presencia de Shuichi llamó la atención de algunos, quienes de forma inevitable se voltearon a mirarle, le lanzaron besos y más de alguno le agarró el trasero de forma descarada. El menor agradeció estar pronto frente a su hermano, porque así se aseguraba de que esos depravados no le molestaran.

—Estaba esperándote, Shuichi— le saludó con una falsa sonrisa.

—¿Para qué me necesitas?— preguntó de forma seca y fría. Odiaba tener que hacer tratos con su hermanastro.

Ese hombre frente a él era un maldito, literalmente un hijo de perra, capaz de vender su alma al diablo si fuese necesario, aunque existía la posibilidad de que ya lo hubiese hecho. Tohma Seguchi era un hombre alto, rubio de pelo corto y ojos color esmeralda, una persona fría y sin corazón.

Por su buen porte, elegancia, actitud y educación, podía ser fácilmente confundido con una persona de la alta sociedad, aunque bastaba indagar un poco en su turbia vida, como para enterarse que de probo no tenía ni el alma. Era el más grande proxeneta de la zona y gracias a ello, vivía como rey, pues aunque la gente no lo creyera, la prostitución le reportaba exorbitantes ganancias. Sin embargo, de más está decir que aquello no era lo único a lo que se dedicaba, sino que también estaba metido en el negocio de trata de blancas, tráfico de drogas y blanqueo de capitales.

Él, siempre con una sonrisa en los labios, movía sus negocios de forma maestra, sin dejar rastros de sus andanzas, por lo que la policía aún no podía dar con él, ya que sólo unos pocos privilegiados conocían su rostro, especial y únicamente, las prostitutas bajo su mando. Por lo mismo, sus negocios los llevaba de forma indirecta a través de conejillos de indias, sobornados de tal manera, que de caer alguno de ellos, Tohma tenía plena seguridad de que jamás abrirían la boca.

—Mr. K me contó que viste al asesino. La policía acaba de llegar y están investigando la escena del crimen.

—Ya veo… ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?— preguntó el muchacho tratando de descifrar las intenciones del rubio.

—Ni se te ocurra abrir la boca y contarle a la policía que presenciaste todo ¿Estamos?— ordenó en tono autoritario—. Tú no viste nada, ¿verdad?

—¿Por qué debería ocultarlo? ¿Qué gano con eso?—preguntó confundido.

—Lo haces porque yo lo digo, Shuichi. Y si llegas a decir algo… te castigaré—sentenció.

—¿Eso es todo? ¿Puede irme ya?— El hombre asintió suavemente.

Shuichi se volvió sobre sus pies y así, caminó de regreso hacia su habitación sin entender del todo el porqué su hermano tenía miedo de que la policía se enterara que había un testigo de aquel crimen macabro. Tal vez, pensaba Shuichi, Tohma no quería verse implicado en todo ese lío porque quizás podría afectar su esplendoroso negocio y, si había algo que el rubio odiara, era que sus contratos se vieran perjudicados.

Si lo pensaba detenidamente, tenía sentido. Él era una más de las persona que trabajaba bajo el mando de Tohma Seguchi y, si la policía se enteraba de que había presenciado el asesinato, lo tomarían como testigo, lo investigarían, saldría en la televisión y quizás encontrarían a su hermanastro, descubrirían sus negocios delictuales y lo tomarían preso. Sin duda, Tohma no podía correr el riesgo de que la policía se enterara de que Shuichi era un testigo clave de lo sucedido.

Ya había amanecido y todos los medios de comunicación, sin excepción alguna, hablaban del nuevo asesinato cometido por The Blind Man. Cada periódico anunciaba en su portada el nuevo y horroroso crimen, mientras el noticiero se regocijaba dando los detalles de lo sucedido. La muchedumbre, espantada, cuchicheaba por las calles de la ciudad y, nuevamente, la policía se exprimía los sesos tratando de encontrar algún rastro del cruento asesino. El crimen perfecto no existía y, tarde o temprano, The Blind Man tenía que caer…

A eso de las siete de la mañana, un joven rubio de ojos dorados, corría velozmente para llegar a la estación de metro. Vestía un terno gris con una camisa blanca sin corbata, dándole un aspecto medio avejentado, por lo que, a simple vista, el joven demostraba unas 30 primaveras, pero a decir verdad, sólo tenía 25 años. Llevaba un maletín de color café y con su brazo sostenía una carpeta, de la cual sobresalían un sin fin de papeles.

—Con permiso—dijo abriéndose paso entre la multitud para poder adentrarse al vagón. Con impaciencia, miró la hora, calculando cuánto demoraría en llegar a la escuela.

—Parece que hoy llegarás tarde—dijo una voz detrás de él.

—¿Ryuichi?—preguntó volteándose para observar a su compañero. Se trataba de un hombre unos años mayor que él, de ojos azules y cabellos verdosos.

—Hola—saludó agitando la mano suavemente—. No esperaba encontrarte aquí.

—Ni yo. Y por lo visto, también llegarás atrasado

—Lo sé, pero yo no doy clases a la primera hora. Sólo me voy temprano porque tengo unos asuntos que tratar con el director—contó el de pelo verde.

—Ni lo menciones. Si sigo llegando tarde, el viejo ese, me va a despedir. —Ryuichi rió ante el comentario.

Después de un largo viaje, ambos hombres se bajaron del vagón y salieron a la superficie rumbo a la escuela estatal en la que ambos impartían clases.

El primero, aquel rubio de ojos dorados, cuya nombre era Eiri Uesugi, ejercía como profesor de primaria. Amaba a los niños y su pasión era enseñar. En general, la gente lo describía como un gran profesional y una gran persona. Solía ser muy amable y atento con todos, siempre dejaba una buena impresión y, por supuesto, por ser dueño de una belleza cautivadora e innata, las mujeres se morían por él.

Sus amigos no le conocían familiares, siempre estaba solo y aunque era muy sociable, no gustaba del trato cercano con otras personas. Era muy inteligente y reflexivo, una persona innovadora y dinámica, con vocación de servicio. Sus alumnos lo adoraban y, gracias a él, eran los mejores de la escuela.

Nadie en su vida, sería capaz de imaginar que detrás de aquella bella sonrisa, que detrás de esos hipnotizadores ojos dorados se escondía un demonio sediento de sangre…

El segundo, Ryuichi Sakuma, también ejercía como profesor, pero a diferencia de Eiri, no le agradaban los niños, por lo que impartía clases a cursos mayores, generalmente a alumnos de secundaria. Su pasión era la música, siempre soñó con ser cantante, pero como era una persona muy aterrizada a la realidad, decidió estudiar algo que le sirviera para sobrellevar una vida acomodada. Por ello, decidió unir su gusto por la música con la enseñanza.

Ryuichi era una persona versátil, de personalidad extravagante y extrovertida, por lo que su carácter, en ocasiones aniñado, causaba risa entre sus alumnos, quienes, por lo demás, le estimaban mucho.

Ryuichi y Eiri no eran amigos, por lo menos, para el rubio sólo era un compañero de trabajo con el cual solía hablar algunas veces en el salón de profesores. Sin embargo, para el frustrado músico, Eiri era lo más cercano a un amigo, a pesar de que el rubio siempre guardaba distancias.

Tras caminar varias cuadras, el rubio profesor se despidió del otro en la entrada a la escuela y luego, corrió raudo hacia el salón de clases del curso 4-A, el cual se encontraba en el segundo piso del edificio. Eiri era el profesor titular de la clase. Amaba a sus niños y ellos a él, aunque, muy a menudo, sacaban de quicio al docente.

Se trataba de un curso de treinta niños, cuyas edades iban entre los nueve y diez años, salvo por un chiquillo que tenía once años debido a que había repetido un curso.

Cuando hubo entrado en el salón, el educador fue testigo de una dantesca batalla campal. Bolas de papel iban y venían, el griterío de los niños se escuchaba hasta en la oficina del director y la sala de clases se sumía en un caos terrorífico.

—Buenos días, niños— saludo de forma natural, haciendo caso omiso a lo que sucedía. Fue ignorado—. ¡SILENCIO!—gritó a todo pulmón, consiguiendo que los mocosos le pusieran atención, sentándose rápidamente en sus pupitres como si nada hubiese pasado.

—Buenos días, profesor— respondieron al unísono.

—Saquen sus cuadernos de matemáticas, mientras paso lista—ordenó de forma autoritaria, mientras abría el libro de clases.

Nombró a todos los alumnos escritos en la nómina y, tras comprobar que estaban todos, se giró hacia el pizarrón y con ayuda de un plumón, comenzó a escribir una lista de ejercicios para desarrollar. Los niños se quejaron en señal de descontento y así, a regañadientes, empezaron a traspasar los ejercicios a sus cuadernos, aunque el descontento se hizo mayor cuando el rubio terminó de escribir y los alumnos cayeron en cuenta que la pizarra estaba llena de complicados ejercicios matemáticos de punta a punta. Al parecer, el profesor estaba de mal humor y, por ende, se desquitaría con ellos.

A media tarde y, tras batallar con los guardias para que le dejaran salir, Shuichi se escapó del burdel con el único objetivo en mente de encontrar al dueño del dichoso collar. Estaba ansioso de conocer a esa persona, pero a la vez tenía miedo, miedo de descubrir que se trataba del famoso asesino. Si lo pensaba detenidamente, el pequeño ni siquiera había previsto esa posibilidad, como tampoco había pensado en qué diría una vez que tuviese al dueño del collar frente a sí.

Independiente de ello y, tratando de no darle muchas vueltas al asunto, el chico salió del callejón y tomó un taxi, pidiéndole al chofer que le llevara hasta la dirección indicada. El hombre le miró con lujuria al ver que el niño llevaba puesto un short ajustado de color azul que cubría escasamente su trasero, mientras que su pecho era sólo cubierto por una sudadera blanca. Shuichi le dirigió una mirada fulminante, suficiente para que el tipo no tuviera más opción que concentrarse en el camino.

—Aquí es—anunció el chofer después de darse varias vueltas por la ciudad, hasta llegar a la calle que indicaba el pececito de metal.

—Gracias—dijo metiéndose la mano al bolsillo para extenderle al hombre unos cuantos billetes—. Quédese con el cambio.

Sin decir más, bajó del automóvil y caminó hasta un edificio de departamentos. Sacó el collar de su bolsillo y contempló el pececito, mirando luego, el número del edificio.

Con nerviosismo, evidenciado en el suave temblor de sus manos, se adentró en la recepción esperando pasar desapercibido y poder subir directamente hasta el apartamento N° 6, sin contar que el conserje del edificio estaba atento a no dejar pasar a cualquier persona.

—¿A dónde va, jovencito?—preguntó al notar que el muchacho no era residente del edificio.

—Eh… Busco al dueño del departamento N° 6…—respondió con una sutil sonrisa, disimulando precariamente su nerviosismo.

—El señor Eiri no se encuentra. ¿Quién le busca?

—Soy su hermano menor— mintió, regañándose mentalmente por no inventar algo mejor, rezando mentalmente para que los dioses le ayudaran a convencer al conserje.

—Vaya, no sabía que el joven Eiri tenía un hermano—reflexionó como si previera que el muchacho le estaba mintiendo.

—Es que… hace mucho tiempo que no nos vemos.

—Oh, ya veo. El señor ya debe estar por llegar, si gustas puedes esperarlo.

—OK, gracias. —Shuichi sonrió satisfecho, agradeciendo que el hombre hubiese creído su mentira. Ahora, sólo le quedaba esperar a su supuesto "hermano".

Sin mucho ánimo, tomó asiento en unas sillas que estaban frente al mesón del conserje y, allí, se quedó esperando a que el hombre llegara. Sus pies se movían con impaciencia y, a cada tanto, suspiraba con fastidio, sintiendo que el nerviosismo le carcomía las entrañas.

No pasó mucho tiempo cuando unas voces alertaron al muchacho, seguido de una ráfaga de viento que meció sus rosados cabellos debido a que la puerta del edificio había sido abierta. El joven volvió su mirada hacia la entrada y lo que vio le dejó paralizado. Ahí estaban los mismos ojos dorados de la noche anterior, pero no se mostraban hambrientos de sangre, sino que más bien irradiaban cierto dejo de alegría y amabilidad. Debía tratarse de una extraña coincidencia—pensó el muchacho—, pues aquellos ojos bondadosos no eran los mismos que había visto. Aquel hombre frente a él no podía ser ese cruento asesino.

El recién llegado venía hablando cariñosamente con un niño moreno de unos 10 años, por lo que no se percató de la presencia del otro muchacho, hasta que el hombre tras el mostrador le llamó.

—Joven Eiri, su hermano le está esperando—dijo el hombre amablemente, indicándole al rubio a la persona que estaba trás él.

—¿Qué? Pero… —Eiri trató de negar la existencia de un hermano, pero el conserje continuó.

—Está esperándole, llegó hace un rato. —Eiri volteó el rostro para mirar al jovencito que se encontraba sentado mirando hacia el techo, haciéndose el desentendido de lo que sucedía.

—¿Eres hermano del profesor?—le preguntó el niño que iba junto a Eiri.

—Así, es pequeñito. Soy Shuichi, ¿cómo te llamas?

—Tatsuha, soy el mejor alumno del profesor. No sabía que él tuviera hermanos— dijo el niño sentándose a un lado de Shuichi, quien sólo le sonrió, para luego dirigir su violácea mirada hacia un confundido rubio.

"No puede ser", pensó Eiri al contemplar a su supuesto hermano. "¿Quién es este niño? Lo he visto en algún lado", se preguntaba intranquilo. "Será que… No puede ser, si es así, estoy acabado", pensaba mientras su rostro comenzaba a desfigurarse de horror. "Estoy acabado", repitió de forma fatalista, imaginándose lo peor.

—Hola, hermano Eiri. Hace tiempo que no nos vemos—saludó Shuichi poniéndose de pie, para luego acercarse al rubio y abrazarlo con plena confianza—. Tengo tantas cosas que contarte—continuó—. ¡Ven! Subamos a tu departamento. —Como si nada, Shuichi cogió de un brazo a un paralizado, confundido y aterrado rubio, y lo arrastró hacia el ascensor—. Tu y yo tenemos mucho de qué hablar…

Continuará…