La noche era fría en la mansión Kuchiki. El aire anunciaba un silencio absoluto, como si de las mismas paredes emanara la tristeza.
Kuchiki Byakuya descansaba en su habitación, vestido con una bata de algodón blanco y el cabello suelto. Su rutina era precisa, asearse para dormir, ordenar su ropa para la mañana siguiente, repasar los pendientes, cepillar su cabello y observar la fotografía de Hisana por unos cuantos segundos. Cada noche durante casi 50 años había hecho lo mismo. Pero esa noche sus ojos se clavaron más de lo habitual en la vieja fotografía, ella parecía sonreírle un poco; tal vez, esperaba encontrar consuelo en su recuerdo. El estoico hombre sufría, por segunda vez en su vida se sentía abandonado.
- Lo siento – susurró – ya no podre cuidar de tu hermana.
Alejó por fin los ojos de aquel fantasma, encontrándose con los propios frente al espejo. Respiro profundo, como quien quisiera exhalar su pena. Frente a todos se debía mantener ecuánime, más el miedo lo absorbía en esos momentos de soledad, frente a el mismo ¿qué tenía que ocultar? Observo su gesto romperse, su mano sobre su frente sintiendo las frías lágrimas, la mueca de dolor contenida mientras gajo por gajo el corazón se partía. En medio del silencio sus susurros rompían el aire. Y un ruido más. Golpes en su ventana. Byakuya reconoció el riatsu, secó sus lágrimas, acomodo su cabello y recuperó la compostura.
- ¿Qué quieres? – dijo sin abrir la ventana. No obtuvo respuesta.
Tomó la pequeña placa que estaba sobre su tocador. Camino hacia el balcón y corrió la cortina, mostrándola al hombre del otro lado del cristal.
Renji estaba de pie en el balcón de la habitación, reconoció el gesto burlón de Byakuya; ahí de pie con su expresión altanera y su mano mostrándole la placa de teniente del sexto escuadrón.
- Si vienes por esto ya puedes irte – pronunció el capitán con ira.
Renji negó con la cabeza. Mostrando a su vez una caja envuelta en papel de regalo y un moño.
Byakuya entrecerró los ojos, esperando leer algo en la expresión de Renji, pero este se mantenía serio, con un dolor notable en el rostro. Al fin, se acercó al balcón y abrió la puerta de vidrio. Renji entró, cerrando la puerta tras de él.
- No es correcto que entres en mi propiedad sin mi permiso.
- Quería darle esto Kuchiki sama – dijo Renji acercando el obsequio hacia Byakuya, cambiando su usual taicho, por el sama apropósito.
El capitán se sintió desfallecer, ¿era ese el mismo chico que le había renunciado esa tarde? Se veía más calmado, aunque enojos como esos no suelen pasársele a la gente; menos a la gente como Renji.
- No quiero volver si eso es lo que está pensando que trato de hacer.
Byakuya abrió el presente. Una botella de sake, ni siquiera sake fino; no, seguramente era lo mejor que Renji se podía permitir comprar.
- Tengo bodegas de licores finos Renji ¿O es que has envenado esta? – pregunto el ecuánime hombre.
- No – respondió el pelirojo, mostrando un tiemble en su voz – pero en mi experiencia lo mejor que puedes hacer cuando te abandonan es emborracharte con una botella de Sake barato.
- No me han abandonado, yo la corrí de esta casa – el aire tenso – avergonzó el apellido Kuchiki y me falló como hermana. Dale a ella esta botella, yo no tengo pena alguna que ahogar.
Aquel hombre se quebraba al hablar, sus ojos claros eran vidrio frágil y sus manos temblaban al alzar la botella hacia su ex teniente.
Renji bajó la cabeza, no podía mirarlo así. No podía permitirse destruir más la imagen del hombre que significaba tanto para él.
- Renuncie porque me sentí decepcionado.
- Yo no tengo por qué preocuparme por tu opinión sobre mí.
- Siempre eh sido consciente de que es mejor que yo – siguió el muchacho ignorando las frías palabras del hombre delante suyo - es más fuerte, más listo y tiene muchísima más clase que yo.
- Eso no es un merito.
- Por eso, por eso no podía enojarme con Rukia por preferirlo a usted – el agitado pecho subía y bajaba al tiempo que las lágrimas contenidas asomaban por las rosadas mejillas - Sabía que usted la protegería mejor de lo que yo lo hubiera podido hacer, le daría una mejor vida; ella sería más feliz.
- Le di todo lo que pude – interrumpió el noble – y mira lo que ella hizo.
- Prefirió a otro que es mejor que usted.
Byakuya arrojo la botella contra el piso, rompiéndola violentamente mientras su Riatsu se elevaba hasta el punto de hacer temblar a Renji.
- Jamás vuelvas a decir eso, no te atrevas si quiera a insinuarlo.
- Creí que usted estaba actuando por su estúpido orgullo de Kuchiki. Pero hoy, acompañe a Rukia al mundo humano y vi – Renji hacía un gran esfuerzo por mantenerse de pie – vi con mis propios ojos como con tan sólo pisar esa casa Rukia se sentía más cómoda que en cualquier otra parte. Usted la está dejando ir, para que ella sea más feliz.
El capitán del sexto escuadrón se giro, dándole la espalda al muchacho. Renji conocía bien ese gesto, cada vez que algo pasaba el capitán Kuchiki ocultaba su rostro, velaba la mirada del otro para protegerse a sí mismo.
- El clan nunca la hubiera dejado tener a ese bebé. La hubieran obligado a perderlo o peor.
- Pero podría ir y decírselo – clamo Renji con desesperación – Rukia se destroza cada vez que lo recuerda, si supiera de su misma boca sus verdaderos motivos…
- Yo no soy como tú – interrumpió Byakuya – yo no puedo ver al hombre que me quito a mi hermana sin tratar de matarlo. Era tan fácil que las cosas salieran bien. Si ellos hubieran sido más prudentes, si hubieran acatado los protocolos; incluso… pero no fue así. Ella prefirió darle la espalda a todo lo que esta familia significa y dejarse llevar.
- Kuchiki taicho.
- No me llames así.
Renji tragó su orgullo.
- Mentí, si quiero volver.
Byakuya giró para ver a Renji de frente, estiro su mano con la placa hacia él. Renji alzó su mano y antes de alcanzar el objeto Byakuya lo tiró al suelo con desdén.
Su capitán lo miraba con esa superioridad repugnante, esperando que él se agachara al suelo a recogiera las miserias de su compasión. ¿Por qué le hacía eso? En todo el Sertei no había absolutamente nadie que se preocupara por él como Renji lo hacía. Sólo él había ido hasta su casa en ese terrible momento de dolor, sólo él había atinado a ver detrás de sus intenciones. Renji había consolado a su hermana y la había ido a dejar en el hogar al que pertenecería a partir de ahora, en parte por la gran amistad que lo unía a ella; pero Byakuya sabía perfectamente que una parte de Renji había hecho todo eso por él.
- ¿Qué quiere de mí? – pregunto el muchacho desasiendo el nudo en la garganta y mostrando la herida en el fondo de su pecho.
El silencio mortal se ciño entre los dos.
Byakuya camino por la habitación, hasta quedar detrás de Renji, protegiéndose de nuevo.
- Juraste que me vencerías un día – dijo con su tono plano – la idea siempre me pareció absurda, alguien que esta tan alejado de mí nunca podrá vencerme. Sin embargo, te diste cuenta de algo importante.
- ¿Capitán? – pregunto el muchacho intrigado por la pausa.
- Si te acercas lo suficiente a mí el filo de Sembonzakura no puede cortarte.
- Disculpe, pero no entiendo.
- No es lo que yo quiera de ti. Es aquello que inevitablemente parece ocurrir y que yo no quiero que pase.
- ¿Qué cosa?
- Que te acerques lo suficiente.
Renji camino despacio, con titubeo, sin entender exactamente si lo que su mente había vislumbrado era verdad. Se acerco a la espalda que persiguió durante tanto tiempo, poso sus manos en los hombros blancos y apoyo su cabeza contra el cabello negro, llegando hasta él el olor de la colonia cara.
Un gesto tan simple.
Renji escucho los murmullos del llanto. Extendió sus manos y abrazó a el hombre que se quebraba. Byakuya giró, escondiendo su rostro y manos en el pecho del muchacho, temblando, murmurando maldiciones y tragándose el dolor. Si, su hermana se había ido y no podía volver. En esa casa había demasiadas reglas para ella, había demasiado silencio, demasiados fantasmas a su alrededor. Byakuya sintió las manos de Renji recorrer su espalda en caricias sinceras. Renji sintió los labios suaves recorrer su cuello. Una gota de sudor frío le recorrió la espalda y presintió asustado las desviaciones de la historia. Se separó del pálido cuerpo y esperó estupefacto la explicación que sabía que no iba a obtener.
Byakuya lo miro con impaciencia. Con tan sólo su mano en el tatuado pecho lo obligo a retroceder, lo arrojó a la lujosa cama y se posicionó sobre él. Ambas manos en sus hombros y sus ojos encontrados.
- Esta deprimido – musito Renji – no debería de… apresurarse de este modo.
- Y tú estás tan vulnerable…
- Capita… - los labios finos lo callaron, mientras la invasiva lengua lo hacía gemir.
