N/A: Tercer o cuarto drabble/viñeta/lo que sea que publico hoy, y lo peor de todo es que aún me quedan xD Fausto/Matty, la primera pareja que me salió en El Juego de los Papelitos (más información en mi perfil xD).

¡Los reviews son amor! ;)


Fausto terminó la última sutura y se volvió hacia Matty, su ayudante.

-¿Crees que así funcionará? –preguntó la joven, acercando unas gasas para limpiar la sangre supurante.

-Eso espero –respondió él.

Matty se dedicó a asear las heridas con las gasas, haciendo desaparecer la sangre medio coagulada y los restos de tierra que aún permanecían adheridos a la piel. Mientras, Fausto se limitó a observar el cadáver con una sonrisa.

Aquel no era el primer intento. Al menos una vez al mes, Fausto preparaba la mesa de operaciones. Sacaba todos sus bártulos de médico sin titulación –esos de los que Matty desconocía el nombre- y se dedicaba a remendar cuerpos sin vida con la esperanza de burlar a la muerte. Matty, lejos de intentar disuadirle, le ayudaba en cada cosa que podía. Solía colarse en el cementerio con una pala para buscar los ingredientes que Fausto consideraba defectuosos y así hacer un nuevo intento. Sin embargo, nunca había funcionado.

El fluorescente del techo hacía resplandecer el brillante pelo anaranjado de Matty, y arrancaba reflejos blanquecinos a la piel fría del cadáver. La carne estaba dura en aquellas partes del cuerpo que Fausto congelaba para conservar la figura original, pero estaba pudriéndose en las partes que Matty había desenterrado recientemente.

Fausto alzó una de sus huesudas manos y la puso sobre el hombro de su ayudante. Ella levantó la vista para mirar esos ojos ojerosos de hombre cansado, y la intensidad de su azul la abrumó.

-Ya está bastante limpia, Matty. Gracias.

Y sonrió. Fausto sonreía bastante a menudo, pero solía ser una sonrisa forzada, de cortesía. Únicamente en aquellos momentos, antes de que el experimento fracasara, Fausto sonreía de verdad.

Agachando la cabeza, Matty se alejó hacia un extremo de la pequeña habitación y sujetó la palanca que daba paso a la corriente eléctrica que sacudiría el cuerpo inerte. Fausto acarició el cadáver con sus largos dedos de médico y su cabello rubio relució fantasmagóricamente bajo el fluorescente. Suspiró, y luego, ocultando con la mano el orificio de la bala en el cráneo, le dio un beso en la frente a los restos de su amada Eliza.

Matty sintió una punzada de dolor en el pecho cuando Fausto le dio la señal, y ella, con los ojos cerrados, accionó la palanca. El cuerpo se sacudió en la mesa de operaciones, y el fluorescente del techo parpadeó.

La sonrisa de Fausto desaparecería en cuanto se diese cuenta, por enésima vez, de que no había funcionado y Eliza seguía muerta. Matty sabía que volvería la expresión taciturna, cansada; las salidas al cementerio y las suturas. Todo para tener apenas dos minutos de aquella sonrisa sincera, esperanzada, que iluminaba la habitación e incluso a ella misma.

En realidad, era triste vivir de ese modo, pasar por todo aquello una y otra vez. Y era triste, sobre todo, no preguntarse siquiera si merecía la pena.