LEYENDO EL HIJO DE NEPTUNO

Prólogo

El aire que se respiraba en el Olimpo era taciturno. La Segunda Guerra Mundial había acabado con numerosas vidas de semidioses que no podrían volver a ver la luz del día -al menos en la Tierra de los Vivos-. Esos vástagos de los dioses que habían muerto por culpa de ellos, sus padres, se aseguraron su existencia en los Campos Elíseos como los héroes que eran.

El Consejo Olímpico se hallaba reunido en el Salón de los Tronos. El aire entre los doce dioses olímpicos -y Hades- era tenso. El Oráculo de Delfos acababa de escupir la última gran profecía: la profecía de los Tres Grandes. Un hijo de Hades, Poseidón o Zeus salvaría o acabaría con el mundo. Ningún tipo de presión para el pobre niño que ni siquiera había nacido aún y ya le habían predeterminado la vida.

— ¿Sabéis porqué va a pasar esto, no? —.Recriminó Hera, reina del Olimpo.

—No empieces, hermana —.Le dijo Deméter, diosa de la agricultura —. No es momento. Acabamos de terminar la guerra, no empieces otra.

— ¡No! —la señalo—Sí, claro que sí que es momento. Va a comenzar otra guerra solo porque estos zopencos —miro a sus hermanos y marido — no van a saber quedarse dentro de sus pantalones.

Apolo levantó la mano tímidamente y señaló:

—Realmente no llevamos pantalones sino túnicas.

A su lado Artemisa, diosa de la Luna y la virginidad -todo lo contrario a su hermano mellizo- se apretó el puente de la nariz.

—Cállate —. Siseó.

— ¿Qué? —murmuró —. Solo intentaba aliviar la tensión. Me está matando, y eso para un dios inmortal es bastante grave.

Poseidón, dios de los Mares, rió divertido.

—Buen intento, sobrino —se estiró en su trono y puso las manos tras la cabeza entrelazando los dedos — ¿Y qué haremos?

—Creo que la respuesta es bastante evidente —obvió Atenea, diosa de la Sabiduría —. No podéis tener hijos.

Apolo, Hermes, dios de los Ladrones, y Ares, dios de la Guerra, hicieron una mueca.

— ¡Qué horror! —se disgustó Afrodita, diosa del Amor —. Se os harán los milenios eternos a partir de ahora. Os compadezco.

—No todo en esta vida tiene que ver con el sexo.

—Y no todo con el odio hacia los hombres.

Ares rodó los ojos.

—Dejando de lado vuestra eterna e irritante discusión… ¡La profecía se cumplirá! Los hombres tenemos necesidades.

—Como las mujeres —. Apostilló Afrodita.

—No van a durar más de una década sin tener hijos —. Continuó.

—Nunca dije que no pudieran tener relaciones sexuales, solo que no pueden tener hijos. Al menos con mortales.

—Entonces la cosa esta clara —dijo Dionisos, dios del Vino, aburrido —: No podéis tener amoríos con ninguna mortal. Listo ¿Me puedo ir ya? Tengo cosas más importantes que hacer.

— ¿Cómo beber vino? —Picó Hefesto, dios de la Fragua, arreglando un cachivache que tenía en el regazo.

—Ojalá fuera así, hermano —. No notó la burla —. Estar en abstinencia me pone de mal humor y me dan ganas de matar a semidioses.

Los dioses con hijos en el Campamento Mestizo lo miraron mal.

—Tú tócales un solo pelo a mis hijos e hijas de sus lindas cabecitas y te tragas los viñedos, Dionisos —. Amenazó Deméter.

Zeus, Rey del Olimpo, cansado de tanta discusión pegó con el pie en el suelo creando un estruendo que llamo la atención de todos.

—Nos estamos desviando del tema principal: la profecía.

—Padre —habló Atenea —, creo que lo más sensato sería hacer un pacto. Así nos aseguraríamos de que no engendrareis ningún vástago.

—Secundo la moción —levantó la mano Artemis —. Los hombres sois débiles por naturaleza. Veis un par de senos bamboleantes y una retaguardia respingona y se os nubla el juicio. No vale solo con una promesa oral sin valor, tiene que ser una sagrada. Una promesa jurada por el río Estigio.

—Siento el amor de nuestra hermana —. Le comentó Apolo a Hermes.

—A ramalazos.

—Cuidado con esa boca, hija —. Advirtió Zeus.

—No la regañes —salto increíblemente en defensa de Artemisa, Hera —. Tiene toda la razón al fin y al cabo.

—Por todos los dioses menores…

— ¡No murmures entre dientes! Tenéis que hacer el juramento. No pienso pasar por más dolores de cabeza ni guerras.

—Y tampoco querrás que mueran más de nuestros hijos —. Dijo Afrodita, arreglándose las uñas.

Hera hizo una mueca de disgusto.

—Por supuesto.

—Aunque hagamos el dichoso juramento —intervino por primera vez Hades, dios del Inframundo, sentado en su propio trono traído desde las más profundas tinieblas —, la profecía se acabara cumpliendo. Nadie puede evitar el destino. Y los dioses tampoco.

—Tienes razón, hermano —corroboró Poseidón poniéndole un mano en el hombro —. Recordad a Edipo. Después de tanto empeño por no matar a su padre y no casarse con su madre ¿Cómo termino?

—En muerte, casamiento y con hijos —. Respondió Atenea.

—Exacto. Aunque intentemos evitar con todas nuestras fuerzas algo que no queremos que suceda, algo que ya está predestinado; los destinos encontraran la manera de llevarlo a cabo. Básicamente es su trabajo.

Atenea miró asombrada a Poseidón.

—Creo que es la primera vez que te oigo decir algo racional y con sentido después de tantos milenio.

El dios del Mar sonrió socarrón.

—Yo que tú me andaría con ojo, sobrinita, o me hare cargo de tu puesto.

—Ya quisieras tener al menos una décima parte de mis conocimientos, Barbapercebe.

— ¿Y estar por el resto de la eternidad amargado? No, gracias. Muy considerable de tú parte, pero no.

Apolo y Hermes disimularon la risa mediante la tos. Atenea entrecerró los ojos en dirección al dios y agarro su lanza con dedos tensos. Ares se inclinó en su asiento apoyando los codos en las rodillas esperando ver un poco de acción familiar. El día se estaba volviendo aburrido una vez que finalizó La Segunda Guerra Mundial.

Desde un tiempo considerable, en el centro de la sala, había tres mujeres tapadas de pies a cabeza por unas túnicas blancas sentadas cada una en una mecedora. Solo eran visibles sus rostros jóvenes y níveos. Enfrente suyo tenían una rueca de hilar de tantos hilos como vidas había en el mundo. Cloto, la hilandera, se encontraba en el medio de las hermanas hilando las hebras de las vidas en la rueca. Laquesis, la que echa a suertes, medía con escudriño los hilos observando la longitud de las vidas, y por último Átropos, la inexorable, era la que decía en qué momento y cómo la vida había llegado a su fin con un solo chasquido de sus tijeras sobre el hilo.

— ¿Tenéis una buena vida? —dijo Cloto, hilando el hilo en la rueca utilizando el huso. Su voz fue una especie de eco espectral que heló el icor de los dioses, acabando con el barullo — ¿Sois felices? ¿Estáis complacidos?

—Las Moiras —murmuró temeroso Zeus.

Desde hace eones, era de sabiduría popular que Zeus estaba sujeto a sus designios. Y si las Moiras se presentaban ante este, las cosas se iban a poner feas. Los Destinos eran temidas y respetadas por todos los dioses. Lastimosamente, auguraban mala suerte e infortunios terribles.

—Contesten a las preguntas —Intervino Laquesis, cogiendo entre sus dedos el hilo —. No hay tiempo, no hay tiempo.

—P-por su-upuest-to —tartamudeó Zeus. Las Moiras, aparte de su madre Rea y de su esposa Hera cabreada, eran las únicas que le infundían miedo y respeto.

—No hay tiempo —aceptó Átropos, negando con la cabeza. Los dioses se fijaron en la rueca y el huso que tensaban el hilo y como poco a poco acercaba la tijera para cortarlo. Se miraron entre sí y todos compartieron la misma pregunta: ¿Era uno de ellos el poseedor de aquel hilo del destino? Cortó el hilo y todos los olímpicos contuvieron el aliento pero al haber que no sucedió nada dejaron soltar el aire aliviados —. Se terminó su estadía en el Mundo de los Vivos.

—Que su alma sea recogida por el Hades y tenga una piadosa travesía —. Cantaron las tres simultáneamente.

Átropos salió de su trance, al igual que sus hermanas que siguieron con sus tareas, y clavo la mirada en los dioses, estudiándolos lo que les puso nerviosos haciéndoles removerse incómodos en sus asientos.

—Eso esperamos —asintió La Moira, aprobando la respuesta de Zeus —. No todos tienen la misma suerte.

—Desde luego, desde luego —. Mediaron sus hermanas —Mucho peor.

—Mucho peor —volvió a decir Átropos. Bajo la mirada al hilo y quedo con la vista fijada, sin pestañear.

El salón se quedó en silencio con un ambiente tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Atenea infló el pecho tomando una gran bocanada intentando reunir valor para hacer su pregunta y la que todos estaban pensando: ¿Qué hacían Las Moiras aquí? ¿Tenía que ver con La Profecía de los Tres Grandes?

—Mis…Mis señoras —carraspeó —, podría preguntar ¿a que se debería su honorable presencia?

Cloto levantó la mirada y la miro con ojos apenados.

—Tan joven. Terrible destino. Sufrimiento —Negó con la cabeza con pesadumbre como sus hermanas, como si estuvieran evitando algo que no quisiesen hacer —. No cortar, no…cortar —Volvió a clavar la vista en la diosa — Tan parecidas. La condenaste.

— ¿A quién? —. Quiso saber. Sus ansias de conocimiento eran superiores al respeto que debía mostrarlas.

—Tan frágil —terció Laquesis, tocando ligeramente por encima del hilo —. Vida, pero muy frágil.

Átropos raspó con la hoja de las tijeras un poco el hilo y pasó la lengua a lo largo de esta. Saboreando.

—Poco tiempo —sentenció.

— ¿Para quién mis señoras? —Preguntó suavemente Poseidón, como el vaivén de las olas del mar en una mañana tranquila — ¿A quién no quieren cortar el hilo?

Cloto cogió otro hilo, de un verde azulado y lo entrelazo con el que tenían en la rueca. Miró a Poseidón y le dio la misma mirada que le dio a Atenea.

—Un héroe. Una heroína. Dolor. Terrible destino. No podemos…—le temblaron las manos mientras seguía entrelazando.

—Pero debemos —. Rasgo con las uñas ambos hilos trenzados.

—Pero no queremos —. Guardo, Átropos, la tijera bajo la túnica.

—Pero el destino no se puede cambiar —. Dijeron las tres —. Y no lo haremos. Escribirán su propio camino. Merecen el mayor regalo de todos.

— ¿La divinidad? —Preguntó Apolo.

Los dioses estaban realmente confusos ¿Estas dos personas eran realmente tan importantes y poderosas que Las Moiras habían decidido dejar su destino a su suerte, sin intervenir en él, y otorgarles la divinidad?

—La vida —. Corrigieron —. La divinidad no es un regalo, es una maldición. Os enamoráis de los mortales porque ansiáis lo que ellos tienen. Luego mueren y aunque seáis dioses no podéis hacer nada para cambiarlo. La vida termina pero continúa existiendo. La divinidad si llegara a el caso de morir se convierte en polvo, no hay más, es un simple recuerdo. No existiréis más.

—Entonces, ¿porqué no cortar el hilo? —Cuestionó Deméter —. En la historia han existido miles de héroes.

—Porque son diferentes, merecen ser felices. Al menos en esta vida. Y solo lo conseguirán el uno con el otro.

— ¿Están enamorados? —Se interesó Afrodita.

—El más puro que hemos visto en siglos. Más fuerte que el de Helena y Paris.

—Pero eso no es posible. Incluso comenzaron una guerra porque no podían permanecer separados —protestó Afrodita defendiendo su mayor logro.

— ¿Y cómo termino esa historia, Afrodita? —Le preguntó Átropos. Cogió sus tijeras: abrió y cerró —. Miles de muertes. Y solo por el egoísmo, porqué solo pensaron en su bienestar y en el de nadie más. Solo para acabar en tragedia.

Afrodita se mantuvo callada, avergonzada por lo que había causado. Había creado la historia de Helena y Paris porque se aburría y no pensó en las consecuencias de sus actos.

—Como han dicho ustedes mis señoras: La vida continúa después de la muerte. Les quedarían todavía los Campos Elíseos.

—Hades, tú mejor que nadie deberías saber que en los Campos Elíseos no se avanza, se mantienen constantes. Ellos quieren experimentar las fases de la vida en toda su plenitud. Quieren casarse, tener hijos, envejecer… ¡Desean vivir!

—Por eso hemos decidido que tenéis una vida bastante cómoda —terció Laquesis —. Vuestros hijos mueren a vuestro caprichoso y vais a leer el libro del, posiblemente, el mejor héroe de la historia. Tal vez mientras leáis entréis un poco en conciencia de vuestros actos egoístas. No hay acto sin castigo.

— ¿Leeremos a Hércules? —Preguntó Zeus, orgulloso.

— ¿Quién ha mencionado a Hércules?

—Pero ustedes han dicho…

—Sabemos lo que hemos dicho, Zeus —retumbó un trueno en el salón —Tu hijo no se le puede comparar. En ningún aspecto. Este joven héroe…es un héroe de corazón. Un héroe verdadero.

Cloto chascó los dedos y encima del regazo de Apolo apareció un paquete envuelto.

—Ábrelo.

Con dedos temblorosos rasgo el papel para ver un libro. Un libro con muchas páginas a su parecer.

—Que pone.

Apolo se aclaró la garganta leyéndolo mentalmente y miró nervioso a su padre y después a su tío Poseidón.

—El hijo de Neptuno.

Zeus miró a su hermano mayor que boqueaba como un pez buscando oxígeno. Le apuntó con el perno.

— ¿Tienes un hijo?

— ¡Por supuesto que no! Y baja eso. Vas a sacar a alguien un ojo.

— ¡Zeus! —Rugieron Las Moiras —. Es un libro que trata del futuro. Más o menos unos sesenta años en el futuro.

— ¡Has roto el juramento!

—Técnicamente no hemos jurado nada, aún. Y técnicamente no he hecho nada. Además, pone hijo de Neptuno, no de Poseidón.

—Yo ya dije que no iba a funcionar —dijo despreocupado Hades.

—Zeus, tu hermano no fue el único en romper el juramento.

— ¡¿Ves?! —Gritó Hera — ¡No son capaces de mantener el pajarito guardado dentro de los pantalones ni cinco minutos!

—Leeréis una parte de su vida, no toda. Y como para este héroe es importante la familia, lo leeréis con ella. Aunque algunos vendrán de distintos tiempos. Y debe de estar presente Hestia.

—Pero mis Señoras, si leemos lo que va a pasar en un futuro tendremos la opción de cambiarlo —. Dedujo Atenea.

—Te equivocas —Atenea frunció el ceño, contrariada —, una vez halláis terminado con la lectura vuestros recuerdos serán borrados. Pero os quedaran una especie de residuos en vuestras mentes.

— ¿Residuos? —Inquirió Hefesto.

—Quieren decir que cuando estemos viviendo los momentos que vamos a leer, nosotros tendremos una vaga sensación de deja vù, pero no sabremos a que se debe. Puede que recordamos algunos sucesos con claridad pero al momento se esfumaran.

—Exactamente.

Las Moiras se evaporaron en una espesa neblina que cubrió el salón por completo, dificultando la visión. Zeus levantó la mano y las ráfagas de viento despejaron la sala dejando a cientos de semidioses y legados confusos en medio de ésta. Se dividían en dos grupos: camisetas naranjas y camisetas moradas. El Campamento Mestizo y el Campamento de Júpiter. Los dioses tragaron nerviosos. No querían empezar de nuevo una guerra, la última había terminado apenas unos días y había sido desastrosa. Los romanos, doscientos de ellos, fueron los primeros en reaccionar ante los griegos y pusieron en posición de batalla, atentos. Los griegos, extrañados, levantaron las armas en defensa. Clarisse, al estar en cabeza del grupo griego, se percató del color de las camisetas y habló:

— ¿Campamento Júpiter?

—Graecus —siseó Octavian con asco. Avanzo amenazadoramente con un cuchillo. Clarisse levantó la espada, cubriéndose por un posible ataque —. Acabaremos con todos ustedes.

Reyna le agarro del cuello de la camisa y le tiró tras suyo, evitando una masacre. Aunque les superaran en número.

—Detente —Octavian protestó —. No queremos iniciar una guerra. Menos cuando uno de tus pretores es griego.

—El no es mi pretor.

Reyna lo fulmino con la mirada y el augur se retiro hacia atrás dejándola las presentaciones. Avanzó hacia el lado griego, quienes miraban desconfiados, y extendió la mano esperando que se la estrecharan uno de ellos.

—Soy Reyna Ávila Ramírez-Arellano, pretora de la Duocémina Legión del Campamento Júpiter e hija de Belona, diosa de la Guerra.

Clarisse miró a su alrededor esperando a que algunos de los otros consejeros de las cabañas se adelantaran y se presentara pero todos ellos la miraban a ella. Suspiró resignada y avanzó estrechándola la mano con fuerza, no dejando ver ningún tipo de debilidad.

—Clarisse La Rue, hija de Ares, dios de la Guerra —el mencionado la miro con interés. No solía tener muchas hijas. —. Y supongo que de momento soy la líder del Campamento Mestizo ¿Habéis dicho que vuestro pretor es un griego?

—Sí. Su nombre es Percy Jackson.

—Este chico es increíble —rió divertida —. Siempre tiene que ser el centro de atención y meterse en problemas. Aunque no lo quiera.

—Sí —sonrío —, pero al menos sabe sobrellevarlo y solucionarlos. Recibimos vuestro pergamino-vídeo avisando que vendrías a Nueva Roma.

—Ya veo —miró a Octavian —. Ni los monstruos nos recibirían tan cálidamente como aquí nuestro amigo el espantapájaros.

— ¡Ey! —protestó.

Reyna rodo los ojos.

—Ignóralo y disculpadle, por favor. Recibimos vuestro aviso apenas unas horas creímos que tardaríais más en llegar.

—Mmmm…Realmente el barco acaba de zarpar. Nosotros no deberíamos conocernos hasta que se hayan firmado los tratados de paz.

— ¿Entonces…?

Una garganta carraspeó, sobresaltando a los semidioses.

— ¡Oye! —Saludó con la mano Hermes, intentando hacerles sentir bienvenidos y acogidos como el buen dios de los viajeros que era — ¿Qué hay?

Las tropas romanas se arrodillaron tan rápido ante los dioses que casi hundieron la rondilla en sus rostros. Los griegos, por otra parte, se quedaron mirándolos irritados sin intención de mostrar respeto ante ellos.

— ¡Pero será posible! —protestó Zeus, indignado —. Estos semidioses de hoy en día…

—Son del futuro, padre —corrigió Apolo.

—Del futuro —gruñó —. Son unos maleducados ¡Somos los dioses!

—Sí, y los mismos que nos han estado ignorando durante tanto tiempo —protestó Will, ante la mirada airada del Rey del Olimpo.

—Espera, espera un momento —dijo Malcom colocando una mano en el hombro de Will — ¿Ha dicho…del futuro, Señor Zeus?

—Has escuchado bien —respondió Hermes —. Las Moiras os han enviado aquí para que leáis con nosotros la aventura de un joven que según nos han dicho Los Destinos sois familia. El libro se llama ´´El hijo de Neptuno´´.

— ¿´´El hijo de Neptuno´´? —preguntó Katie, entre el gentío —. Un libro sobre Percy. Lo que me faltaba por oír en esta vida. Cuando se lo cuente a Annabeth no se lo va poder creer.

—Un momento —habló Poseidón—. Ese tal Percy, ¿es mi hijo? —Tanto el Campamento Mestizo como el de Júpiter contestaron con un coro de Síes —. Y…un hijo mío ha llegado a ser pretor en Nueva Roma —Otro coro de Síes — ¿Un hijo de Neptuno? Vaya, un hijo mío pretor. Increíble —sonrío orgulloso.

—En realidad es un hijo de Poseidón —aclaró Travis —, pero Hera intercambió a Percy por Jason, un hijo de Júpiter —Hera bufó cruzándose de brazos ante las infidelidades de su marido —para poder unir ambos campamentos.

— ¿Y tú para que quieres unir ambos campamentos? —le preguntó Hades.

—Y yo que sé ¿Me ves haciendo viajes en el tiempo? —señaló a los dioses con desdén —. Que te contesten ellos.

—Podríamos decir…que se avecina un marrón de los grandes.

Katie le metió un zape a Connor en la nuca.

—Habla con un poquito más de propiedad. Estamos ante los dioses y aunque sean del pasado te pueden pulverizar.

—Por fin una chica sensata —dijo Zeus, suspirando —. Está tiene pintar de ser tuya, Demeter.

— ¿Es así? —le preguntó la diosa a la chica.

—Sí, madre.

—Seguro que come mucha verdura y fruta. Por eso tiene pinta de ser tan sensata y responsable.

—Por todas las almas en pena, Deméter, no empieces.

—No estoy hablando contigo, roba hijas ¿o es que también quieres secuestrarme a esta?

Katie se escondió disimuladamente tras Travis. Hades vio como la chica se escondía tras el muchacho e intento tranquilizarla.

—No te voy a secuestrar. No hagas caso a tu madre, está como una regadera.

—Ni siquiera respires en dirección de mi hija.

— ¿Los muertos acaso puedes respirar? —Le preguntó Hermes a Apolo.

—Los muertos no, pero ¡los zombies, sí! ¿Eres un zombie, tío H?

—No me llames tío H. Para ti soy Hades, dios supremo de los Muertos y el terrorífico Inframundo.

Hermes hizo un ademán con la mano.

—Lo que te ayude a dormir, tío H.

— ¡Esto es culpa tuya, Barbapercebe!

Una lanza paso volando por toda la sala para clavarse en el trono de Poseidón, justo donde debería ir la cabeza.

— ¡Wouw! Buen lanzamiento, sobrinita ¿Y cómo esto —señaló la lanza— es culpa mía?

— ¡Eso no! El desastre que ocurrirá en el futuro. Habrá que tomar medidas dástricas.

—Como qué —. Preguntó receloso.

—Como la castración.

Todos los dioses y unos cuantos semidioses barones se cubrieron la entrepierna.

—Siento interrumpir la eh…discusión. Por mucho que me gusten las peleas. Pero, ¿se refieren a la Profecía de los Tres Grandes?

—Sí, guerrera —respondió Artemisa.

—No se preocupen por esa batalla, en nuestro tiempo ya la libramos y salimos airosos de ella —respondió un hijo de Atenea.

—Entonces a que problema os vais a enfrentar —Inquirió Ares.

—Si me permiten responderles, mis señores, a uno bastante grave. Pero si de lo que trata el libro es lo que creo que es, sabrán la respuesta muy pronto —Les indicó Reyna.

Otro banco de nubes volvió a ocupar la sala y tan rápido como vino se disolvió. Esta vez había dos grupos: Las cazadoras y los navegantes del Argo II. Al parecer, Las Moiras, habían pillado a las Cazadoras en plena caza ya que una de ellas disparo y le dio en plena espinilla a Apolo.

— ¡Au! —Se tapó la herida con las manos y entre los dedos empezó a chorrear icor, la sangre de los dioses — ¡¿Por qué a mí?! ¿Es por ser tan perfecto y condenadamente bello?

—No —contestó su melliza a su lado, riéndose —, es porque eres insufrible y estúpido —se fijo en la cazadora —. Buen tiro.

—Gracias, mi señora —Infló el pecho de orgullo por recibir el halago de su patrona —Pero, ¿qué hacemos aquí? ¿Ya nos vuelven a hablar?

— ¡Jason! —Interrumpió Thalia a una de sus cazadoras.

— ¡Thalia!

Los hermanos Grace se fundieron en un abrazo. La hija de Zeus le cogió la cara entre las manos y vio que tenía lágrimas en sus mejillas.

— ¿Qué ha pasado? ¿Encontrasteis a Percy? ¿Y dónde está Annabeth? ¿Por qué no está con vosotros? ¿Está bien?

—Más despacio, Thalia, por favor.

—Vale, vale… ¿Qué ha pasado?

—Verás, ellos han… —Y se quedó sin voz intentando contar los que había ocurrido hace apenas unas horas — ¿Qué ocurre? ¿Y por qué estamos en el Olimpo? Debería estar cerrado.

—Estas en el pasado, muchacho —Contestó Zeus.

Jason se arrodilló ante él.

—Padre —se reincorporó, irguiéndose como un buen romano — ¿Cómo que en el pasado?

— ¡¿Padre?! —Le gritó Hera —Anda, vamos. Responde a tú hijo. Respóndele.

—Yo sé de uno que va a dormir con su perno en la bañera —le susurró Poseidón a Hades y este rió.

—Realmente no se para que nos vamos a molestar en hacer un juramento —. En ese momento el dios de los Muertos repaso al nuevo grupo y vio lo inesperado: a su hija fallecida Hazel y a su hijo, Nico —. No puede ser —. Susurró.

—Pues veras…, hijo…

—Hijos —Apuntó Thalia.

—Estupendo —fulmino Hera a su marido con la mirada —. Solo falta que sea con la misma mortal —. La diosa apretó la mandíbula ante la mirada que intercambiaron los hermanos — ¿Es la misma, no? —Los hijos de su marido asintieron torpemente —. Vas a estar tan jodido.

— ¿Ves, Atenea? Tal vez no sea yo quién fastidie todo por romper el juramento.

—Mmm…Yo soy romano.

—Y yo me quedaré con quince durante el resto de la eternidad hasta que me llegue la hora. Soy la teniente de Artemisa.

— ¿Porqué eres mi teniente? ¿Dónde está Zoe?

—Ella murió, mi señora. Ahora está en las estrellas.

Artemisa se secó la lágrima que bajaba rápidamente por su mejilla. Apolo la miró preocupada y le cogió de la mano, dándole su apoyo y Artemisa se lo agradeció sinceramente.

—Al menos sé que está en un lugar que adora.

—Sí, mi señora.

—Bueno, siguiendo con la explicación ya que todos osan interrumpirme —refunfuñó Zeus como un niño pequeño —, estáis aquí para leer con nosotros un libro de un héroe que al parecer conocen. Se llama: ´´El hijo de Neptuno´´.

— ¡¿Percy?! —saltaron Piper y Hazel, mirando de reojo a los romanos. La última vez que se habían visto no habían acabado muy bien. Volar Nueva Roma, aunque fuera por un accidente de tipo espectral, no era buena forma para firmar la paz. Pero los romanos se encontraban bastante tranquilos cuchicheando sobre su expretor Jason, que después de ochos meses estaba ahí, enfrente de ellos con una supuesta hermana griega.

—Jason…—Reyna se hizo de oír por encima del barullo de su Legión, sobreexcitados por la aparición de Jason —. Me alegro de volver a verte.

—Oh, dioses, Reyna —se acercó con cuidado a ella, precavido. La pretora lo miró contrariado, un poco dolida ante su reacción después de ocho meses —. Te lo podemos explicar. Todo fue culpa de mpmmpkp… —se volvió a quedar sin voz. Se tocó la garganta — ¿Qué pasa?

—Tal vez como Piper tiene el embrujhabla nos quita parte de nuestra voz para que ella pueda utilizar su poder de hechizo —. La aludida le pellizcó un brazo, molesta.

Nico miró a Leo como si fuera un bicho raro y negó con la cabeza dándole por perdido.

—Hombrecito, ese poder no funciona de esa manera, así que no culpes a mi bella hija de que el chico se quede sin palabras ante su presencia.

Piper se llevó la mano a la cara, avergonzada.

—No creo que sea eso, Afrodita —dijo Atenea, cogiendo una nota de dentro del libro — Aquí dice: ´´Tripulantes del Argo II absteneos de divulgar información de vuestro presente a los Campamentos, sois de un futuro muy próximo al suyo y por eso no tenemos la capacidad de borrarles las mentes -por si contáis algo, en el momento exacto, os dejaremos sin voz- cuando finalice la lectura. Al haberos traído a 1945 hemos utilizado mucho de nuestro poder pero aún les tenemos una pequeña sorpresa más´´.

—Entonces, ustedes, ¿de qué presente sois? —Dijo Frank con voz segura. Los romanos se sorprendieron ante su nueva actitud confiada y determinada. Desde luego era diferente al Frank de su tiempo.

—Estamos esperando la llegada de los griegos, Zhang —Dijo Reyna de la misma forma.

—Entonces es antes…

—Sí.

—Menos mal, no quería morir acribillado por quinientas mil lanzas en estos mismos momentos —. Suspiró aliviado Leo.

—Y porqué tendríamos que hacer eso, ¿Graecus? —Dijo Octavian, mirándolo desconfiado —. Aunque es una opción de lo más agradable para mí.

—Oh…por nada. Ya sabes…cosas futuristas de… ¿qué? ¿Una semana? —Rió nerviosamente.

—Realmente me alegro de todo este reencuentro tan emotivo que me produce sarpullido —dijo Ares, mirando un poco decepcionado de que ni se hubieran chocado dos espadas —, pero de ¿qué va a ir el dichoso libro por el que voy a perder mi preciado tiempo divino en el que podría gastar entrenando, mutilando, torturando o en mujeres? Espero que valga la pena.

—Conociendo a Percy seguro que sí —dijo Chris Rodriguez.

—Leamos la sinopsis —. Decidió Atenea, dándole la vuelta al libro.

—Sinoqué —Preguntó confundido el dios de la Guerra y sus hijos suspiraron avergonzados. Solo le interesaba todo lo que tratara con la guerra y el sexo, todo lo demás, era un mundo nuevo.

—Pues a mi suena a: Haz esto si quieres sino psss —dijo Poseidón divertido por irritar a Atenea.

—No puedo con ellos —lamentó —. Sinopsis, patanes. Una sinopsis es un resumen muy breve y general de una cosa, especialmente una novela, película u obra teatral.

—Oh. Pues léela a que esperas. Cuánto antes acabemos mejor.

—Estoy esperando a tu inteligencia, cerebro de granada. Bien, aquí pone:

TRES AMIGOS.
UNA MISIÓN DE LOCOS.
Y UN ENEMIGO CON PODERES SOBREHUMANOS.

¿A qué juegan los dioses del Olimpo? Gea, la madre Tierra, está despertando a un ejército de monstruos para acabar con la humanidad... y ellos se entretienen mareando a los semidioses, los únicos que pueden derrotar sus perversos planes.

Ahora han mandado a Percy al campamento Júpiter casi sin recuerdos y con la inquietante sensación de que él, el griego, es el enemigo. Por suerte, contará con el apoyo de Hazel, una chica nacida hace más de ochenta años, y de Frank, un muchacho que todavía no sabe muy bien cuáles son sus poderes (ni si los tiene).

Juntos deberán emprender una peligrosa expedición para liberar a Tánatos, el dios de la muerte, de las garras de un gigante...´´

Los Dioses se quedaron mudos de la preocupación. Gea estaba de vuelta y eso solo significaba problemas, como acababan de leer ¿Cómo iban, tres jóvenes semidioses, a salvar el mundo ante tal poderosa Gigante? ¿Y qué le había pasado a Tánatos?

—Supongo que este es del ´´´marrón´´ del que hablaban —rompió el silencio Hefesto, dejando a un lado, por primera vez en siglos, su invención.

—Al menos estará interesante —Concluyó Ares, recibiendo una mala mirada de Atenea — ¿Qué? —soltó brusco.

—Lo de Gea y demás es preocupante pero…a mi me llama mucho lo de la chica ¿Quién es Hazel? —La nombrada levantó tímidamente la mano, ruborizada ante la mirada incrédula de la mayor parte de la gente —. Te conservas muy bien para tener ochenta años ¿Cenamos esta noche? —le guiñó un ojo. Frank, de manera posesiva y protectora la ocultó tras su enorme cuerpo y Hermes levantó las manos en signo de rendición —. Vale, vale —río —. Entiendo, esta cogida y prometo no hacer nada que ella no quiera.

Frank gruño y Hazel le acarició el brazo, calmándolo. La Legión romana se quedó sorprendía, notablemente ¿Qué habían hecho con Zhang?

—No te acerques a ella, Hermes —Advirtió Hades —. No me quieras ver enfadado.

— ¿Porqué?

—Es mi hija. Y…moriste —todo el mundo notó el dolor en su voz, cosa que sorprendió a todos considerando que era el dios de los Muertos e Inframundo lo que evitó que Deméter abriera la boca y dijera que encima de secuestrar a su hija le era infiel —. Pero supongo que con la desaparición de Tánatos…

—Sí, padre.

Hades sonrió con suavidad.

—Me alegro de que tengas una segunda oportunidad para vivir.

—Y yo —Ronroneó Hermes, ganándose una mirada iracunda por parte de Hermes y otra por parte del hijo de Marte — ¡Vaya! Tranquilo muchacho, relaja esa mirada. Te pareces a tú padre —señaló a Ares que afilaba un cuchillo —. Prometo no hacer nada.

—Tan lindos e inocentes —Arrulló Afrodita.

— ¿De que otra sorpresa hablaban Las Moiras? —Preguntó curiosa Deméter, y nada más decirlo les cegó una luz brillante dejando a unos niños de alrededor de doce años, uno apoyado contra la pared mirando a la otra figura que estaba echada, apoyando la cabeza sobre una mochila.

—Porque eres mi amigo, sesos de alga ¿Alguna otra pregunta idiota?

Percy miro a su alrededor aturdido y un tanto incómodo por las cientos de bocas abiertas y ojos como platos que los miraban sorprendidos.

—Sí, una…Bueno, dos ¿Dónde estamos y quién es esta gente?

— ¿Qué? ¿De qué estas habl… —se sentó y observó a todo el mundo que los miraban pasmados. Se dio cuenta de los que vestían de camisetas naranja y se sombró de ver que eran sus compañeros del Campamento Mestizo pero con unos cuantos años de más encima —. Mmm…

— ¿Me estas jodiendo?

— ¿Así eran Percy y Annabeth de pequeños?

—Creo que es la primera vez que veo a Annabeth sin palabras.

— ¿Ese es nuestro pretor?

—Qué lindos eran.

—Perdona, pero Percy está como un quesito. No lo digas como si fuera ahora un adefesio.

— ¡Y Annabeth también está muy buena! Parece una modelo de Victoria Secret.

—Le voy a decir a Percy en cuanto vuelva lo que has dicho.

— ¡No!

Percy miro a Annabeth con una ceja alzada.

— ¿De qué están hablando? Y porqué… ¿están…tan grandes?

—Ehh… —Y ahí fue el momento en el que se percató que estaban ante la presencia de los dioses y se arrodilló. Percy la miró extrañado y Annabeth farfulló ante su ignorancia agarrándole de la camisa y tirando hacia abajo junto a ella —. Más respeto. Son los dioses.

— ¿Los dioses? —Levantó la cabeza revisando a cada uno de ellos — ¿Tú eres Zeus? —Le señaló. Annabeth se quedó pasmada ante la actitud de Percy a la hora de dirigirse ni más ni menos que al Rey del Olimpo. Por otra parte, sus amigos del Campamento Mestizo lo vieron divertido, ya desde tan canijo era un osado irrespetuoso y, por otra, los romanos temían que pulverizase a su nuevo y valeroso pretor.

Zeus le miró ofendido. No tendría ni que preguntar.

—Por supuesto que sí.

— ¡Percy! —Le regañó Annabeth — .Se puede saber que pretendes.

— ¿No lo ves, listilla? —Apuntó al dios. Este miró confundido a los niños. Tal vez la chiquilla necesitara gafas —. Tiene el perno de la mano.

El dios lo sujeto con fuerza contra su pecho, desconfiado.

—No puede ser…Pe-pero entonces la misión… ¡No tiene sentido!

Poseidón miró al chico detenidamente y pudo distinguir rasgos suyos en el joven. Pero también pudo ver rasgos de Atenea en la niña que acompañaba a su hijo. Ambos tenían auras poderosas, darían que hablar en el futuro. Y nunca mejor dicho.

— ¿Tú eres Percy?

—Si…, esto…mmmm, ¿Señor? —miró Annabeth para confirmar que había hecho lo correcto. Asintió con la cabeza desde el suelo, todavía arrodillada —. Señor —. Reafirmó seguro.

Poseidón sonrío ante él con cariño. Como un padre que ve a su hijo dar sus primeros pasos o llevándole a su primer día de escuela. Se podía ver reflejado en él. Igual de imprudente, irrespetuoso y movido. Pero eso a él no le podían echar la culpa, a el mar no le gustaba ser contenido.

— ¡Oh, por el amor a los tacones! —gritó Afrodita, tapándose la boca —. Es una copia exacta. Es un mini-Poseidón.

—Como sea igual en todos los aspectos más vale que estemos preparados. Con lo travieso que ha sido desde siempre —. Dijo Hestia, diosa del Hogar, entrando por las grandes puertas del Salón acompañada de un bastón. Según fue pasando entre los semidioses, los griegos, se arrodillaron ante ella con todo el respeto, admiración y cariño del mundo. Sin ella, prácticamente hubieran perdido la guerra contra Cronos. Le había dado a Percy la esperanza que creía perdida para continuar y llevarlos a la victoria con él. Los romanos, no sabiendo muy bien que hacían los del Campamento contrario imitaron sus acciones torpemente. No tenían la costumbre de arrodillarse ante dioses menores.

Los dioses se sorprendieron ante la actitud de sus hijos al arrodillarse ante su hermana y tía. Normalmente era una diosa tranquila que pasaba desapercibida. Pero no solo para los semidioses sino para los propios dioses en general y al ver a su familiares mortales arrodillados y mostrándoles sonrisas cálidas y hogareñas, sintieron vergüenza. Hestia seguía siendo una de los dioses primarios.

La diosa llegó ante Zeus con ayuda del bastón y arrastrando sus cansados e hinchados pies. Estaba estupefacta ante el ejército de semidioses que la mostraban respeto. Con dolor, agarró fuertemente el bastón intentando hincar la rodilla en el suelo pero unos brazos le asieron de los codos devolviéndola a su posición erguida, al menos todo lo que le dejaba su chepa.

—No, no, no. Se puede hacer daño, señora.

Hestia miro al muchacho y alargo su mano envejecida y llena de manchas por la edad, posándosela en la mejilla.

—Tienes razón, Afrodita. Es un pequeño Poseidón.

— ¿Será igual de rompecorazones que su padre?

Annabeth bufó, pensando que no era tan guapo como para llegar a ese punto y bastantes chicas de ambos Campamento se rieron nerviosamente intentando no mirar a su pequeño líder y pretor.

—Yo no rompo corazones —protestó el aludido. Se giró hacia el dios de los Mares — ¿Tú eres mi padre? ¿Eres Poseidón? —apretó los puños a los costados —. Devuélvemela.

—Uh…el que, hijo.

— ¡No me llames así y devuélvemela! ¡Tráela de regreso!

Poseidón se levantó de un saltó de su trono preocupado por la reacción de Percy, estaba muy alterado. Nunca pensó que el primer encuentro con cualquiera de sus hijos pudiera resultar de esta manera. El dios del Mar empequeñeció hasta su forma humana y se acercó a su hijo pero este destapó contracorriente y le apuntó al pecho con la punta de la espada.

—Que giro más dramático de los acontecimientos —se mofó Zeus —. Pensaba que te llevabas divinamente con tus hijos, hermano.

—Cállate —siseó —. Hijo, cálmate y baja el arma —. Pero Percy solo la sujeto más fuerte subiéndola hasta la altura de la garganta.

—El chico tiene pelotas —dio unas palmadas Ares, emocionado por una inminente pelea.

—Puede que si odie tanto al padre como lo hago yo, tal vez me caiga bien y pueda soportar esta lectura.

—Qué pena que no tengamos una grabadora —le susurró Katie a Clarisse —. Seguro que no lo volverá a decir en la vida.

Clarisse asintió pero no le prestó mucha atención. Estaba más atenta en Percy y su padre por sí tenía que saltar a defender al mocoso alborotador irrespetuoso.

Annabeth, al lado de su mejor amigo, gritó histérica.

— ¡Percy, baja la espada ya!

— ¡No! —rugió, con ojos iracanudos obligando a Annabeth a retroceder, asustada. No solo ella sino también los Campamentos. No era agradable verle cabreado —. Eres un mentiroso. Le rompiste el corazón a mi madre. No puede hablar de ti sin ponerse triste. Y ella ha sacrificado tanto por mi…tanto…—dijo recordando todos los años que estuvo casada con su padrastro.

—Percy, hijo, yo…Mira. Esto te va a sonar un poco raro pero no he conocido a tú madre. Todavía.

Percy, confundido, bajo levemente la espada y Annabeth, aprovechando su desconcierto le cogió de la muñeca para así evitar algún movimiento inoportuno contra el dios.

— ¿Cómo? N-no…lo entiendo. Tú eres mi padre.

—Así es.

—Tal vez sea un poco estúpido —Clarisse resopló y Percy le mando una mirada que claramente decía ''Cierra el pico'' a la versión más mayor de la hija del dios de la Guerra que él conocía. Estupendo, las cosas en un futuro serían igual entre ellos dos —, pero hasta donde yo sé para tener un hijo, que en este caso soy yo, los padres, o sea usted y mi madre tuvieron que… —hizo aspavientos con su mano libro para indicar el punto. Tosió con las mejillas rojas —que hacer ciertas cosas.

—Awww —arrulló Afrodita, con las manos en el pecho —, adorable.

—El niño sabe de qué va la cosa —rió guasón Apolo, chocando los puños con Hermes.

—La cuestión es, Percy —Dijo Poseidón tan ruborizado como su hijo. Era de buen saber que el dios del Mar tenía sus aventuras fuera de los lazos del matrimonio pero eso no significaba que le gustara hablar de ellos con sus hijos, y menos de lo que había hecho con sus madres o de lo que hará —, que estas en el pasado. Concretamente, el 3 de septiembre de 1945.

— ¿Un día después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial? —Pregunto Annabeth asombrada, con los ojos abiertos de par en par —. Wow. A mi padre le encantaría estar en este tiempo —. Susurró. Negó con la cabeza saliendo de su ensoñación —. Pero esto es imposible. Si hubiéramos hecho un viaje temporal, ¿no existiría la posibilidad de que ocurriesen choques espacio-temporales? Eso es muy peligroso. Podría acabar con el mundo tal y como lo conocemos. Pero claro eso explicaría también porque el Señor Zeus tiene su perno.

Dionisio deslizo un poco más su trasero por el trono, cansado de todos en la sala y protestó.

—Ugh, otra cerebrito. Esta es tuya, Atenea. Para ser una diosa virginal tienes hijos como conejos —señalo a todos sus vastagos, que lo miraron mal. Al igual que su madre.

— ¿Veis? —Dijo Octavian a los romanos —. Hasta el señor Baco dice que lo que hace Minerva es antinatural. Hicimos bien en degradarla como diosa en nuestro campamento.

—Sera mejor que contengas tu lengua dentro de esa asquerosa boca, sucio romano —siseó Atenea, agarrando de tal manera la lanza que podría a llegar a partirse los dedos —. Recuerda que puedes desaparecer de mi vista en un chasquido de dedos.

Octavian, retrocedió temblando ligeramente pero no apartó su mirada de la diosa. Reyna le cogió de la toga y se lo acerco a la cara, advirtiéndole.

—No quiero ningún problema o me tomare la libertad de entregarte a Minerva como mascota —. Y le soltó. La Pretora se arrodilló frente a la diosa —. Discúlpenos, mi Señora, no volverá a ocurrir un incidente como este.

La diosa de la Sabiduría asintió no muy convencida. Tendría un ojo o cientos de lechuzas encima de ellos, vigilándoles. Se volvió hacia la pequeña y solo tuvo que dar un pequeño vistazo a sus orbes grises llenos de inteligencia para saber que sí, en efecto, aquella era su hija. Lo sentía en su Icor.

— ¿Y qué hacemos aquí? —Preguntó Percy, liberando un poco la tensión.

—Pues os han mandado aquí, a todos vosotros, para leer sobre un libro del futuro —le explico Apolo, librándole de la duda —. Para que, hmmm, supongo que hacernos conscientes de que las decisiones que tomamos nosotros, los dioses, muchas veces tienes unas repercusiones nefastas sobre vosotros, nuestros hijos.

—Vaya —se sorprendió Artemisa —, si puedes ser serio por una vez en tu vida.

—La concepción que tienes sobre mi persona a veces me hace replantearme cosas —. Y le saco la lengua, haciendo rodar los ojos de su hermana.

—Entonces leer estos libros podrían ayudarnos a cambiar las cosas del futuro —reflexionó Annabeth.

—Ahí te equivocas, pequeño ratón de biblioteca. En cuanto terminemos de leer este libro todos volverán a su tiempo y olvidaremos todo este estúpido asunto como si nada hubiera sucedido —dijo Ares, quitándose la mugre de las uñas con una pequeña navaja.

— ¿Entonces qué sentido tiene leerlos? —Preguntó Percy —. No servirá de nada. Se cometerán los mismos errores. Es una pérdida de tiempo. Y en nuestro tiempo, no sé en el vuestro, no es que precisamente nos sobre.

—Tranquilo, Cabeza de algas —dijo Thalia, junto a las Cazadoras de Artemisa —, tú madre está bien. Y de paso el perno.

A Annabeth se le atascó el aire en los pulmones, incapaz de soltar una sola palabra.

— ¿Mi madre? ¿La…la conoces? —Percy se atragantó. Esta chica venía del futuro. Y estaba con el campamento. Y los chicos del Campamento Mestizo eran mayores, por lo que obviamente también eran del futuro. ¿Qué tendrían? ¿16 o 17 años? Significaba que su madre…lo había conseguido —Ella, ¿está bien?

—Está bien, Percy —le respondió Katie, saliendo del grupo del campamento y acercándose despacio a él, viendo su conmoción —. Aunque en nuestro tiempo puede que le estés dando más de un dolor de cabeza.

— ¿Porqué?

Pero la hija de Deméter no pudo contestar ya que Annabeth reaccionó, soltando bruscamente la muñeca de Percy, casi tirándolo al suelo. Salió corriendo hacia Thalia, que la esperaba con los brazos abiertos. La pequeña sollozaba en su pecho y la hija de Zeus hacía lo posible para calmarla. Los campistas se quedaron anonadados. Nunca habías visto llorar tan libremente a la hija de Atenea. Ni cuando su novio desapareció. Si tenía que llorar siempre lo hacía en privado, donde nadie la viera u oyera. Normalmente en la cabina de Poseidón.

— ¿C-com-mo? —Sorbió por la nariz.

—Percy y tú me salvasteis. Y de cierta manera…, también Luke.

— ¿Luke y yo te salvamos? —Se le iluminó el rostro. Volverían a ser una familia. Ellos tres. Aunque tendría que averiguar cómo se unió a las Cazadoras y convencerla de lo contrario.

Pery carraspeó y se sobo la muñeca, adolorido.

—También ha dicho mi nombre. Pero… —se rascó la nuca incomodo —, ¿tú no estabas muerta? ¿Es que tenemos poderes de ultratumba o algo así? Eso sería bastante alucinante a decir verdad.

Thalia junto al Campamento Mestizo, soltaron una carcajada y la parte romana les frunció el ceño por reírse tan descaradamente de su Pretor.

—Prissy siempre será Prissy. Da igual en el tiempo en el que estemos —Dijo Chris, usando el mote con el que se refería su novia hacia el verdadero líder de los griegos, quitándose una lágrima del ojo.

—Todo esto…es muy emotivo. Y me está dando caries —Gruño Ares, enfadado —. Pero todos aquí tenemos cosas que hacer, mocosos impertinentes. Así que —chiscó los dedos y el libro que anteriormente estaba en el regazo de Apolo, paso a sus manos —empecemos de una maldita vez. Tengo ganas de asesinar a alguien. Capítulo 1.