Pareja: SpaBel (España x Bélgica)

Advertencias: Dramón, cosa rara, mención de intentos de suicidio y depresión y una Bélgica algo puta.

Disclaimer: Hetalia no me pertenece, su legitimo creador es Hidekaz Himaruya.


La joven belga se acurruco en una esquina de su cama. Su mochila reposaba en el suelo, seguida por un rastro de húmeda ropa que guiaba hasta su cama. Otro día más, igual que el anterior, había dejado que un chico la camelara con palabras que eran dulces como la miel, otro día más, este chico se había marchado después de usar su cuerpo como mejor le parecía para conseguir su tan ansiado placer.

Otro día más, se habían marchado sin cerrar la puerta, por lo que alguien entraba sin hacer mucho ruido, cerraba la puerta con cuidado y se dirigía al dormitorio con una expresión amarga y un amago de sonrisa, aunque era obvio que sonreír no era su deseo pero, quería reconfortarla.

Aquella persona siempre se sentaba en su cama, la abrazaba con ternura y cariño y besaba sus mejillas para secar sus lágrimas. Luego le traía algo de ropa limpia y, como buen caballero, se retiraba fuera de la habitación para prepararle algo de comer y no verla vestirse. Entonces Emma rompía a llorar y se preguntaba porque su cuerpo solo era considerado carne que se vendía en un expositor aunque la respuesta era obvia, ella era siempre cegada por el brillo de aquellas palabras y se entregaba a las promesas de un futuro juntos, de una vida felices, de no dejarla nunca y de protegerla de aquellos chicos que solo buscaban su cuerpo.

Al principio, con esos pensamientos, se quedaba dormida y su amigo se limitaba a dejarle la cena en la nevera para que luego la calentara en el microondas. Más adelante, cuando su cuerpo se acostumbro a la frenética actividad, se limitaba a romper cosas, a gritar, a maldecir, más de una vez acabo dañando a aquel que tanto cariño y comprensión le daba. Últimamente, lo único que quería hacer era dañarse, cada día un corte más, cada día uno más profundo, solo deseando cerrar los ojos y dejarse llevar por la frialdad de la muerte.

Obviamente, esos cortes no se les escapan al joven español pero, se hace el tonto, trata de ignorar que el amor de su vida se está haciendo daño y trata de moverse despacio. En silencio. Trata de ser solo un fantasma en su vida, algo a lo que ella pueda agarrarse durante el tiempo que estaba a solas. Trata de ignorar sus impulsos. Aquellos que le dicen que la proteja y la cubra de las palabras dulces que merece, esos que le dicen que la haga suya, total, uno chico más en su cama o uno menos dará igual, también ignora los que le dicen que golpee a todos los que se acercan a ella para poder enredarse en sus sabanas, aquellos que la hacen sufrir, que les enseñe el camino de vuelta a casa.

Podría hacer todas esas cosas pero, no lo hace.

Porque la quiere.

Porque quiere seguir siendo parte de su vida.

Porque quiere abrazarla cuando llora.

Porque quiere que algún día ella se de la vuelta y vea que él siempre estuvo allí.

Aunque, antes de que ese día llegue, quiere disfrutar de darle está pequeña felicidad, de prepararle sus platos favoritos después de cada disgusto y ver como muestra esa sonrisa gatuna que tanto le gusta cada vez que se da cuenta de lo que hay para cenar.