Prólogo

Marth miró hacia ambos lados aparentando cierta indiferencia, queriendo esconder lo nervioso que se sentía en realidad.

Soltó su maleta y dirigió su mano hacia su cabello para arreglar con elegancia algunos flequillos de éste, más por costumbre que por otra cosa, y recién entonces se percató de que estaba sudando.

Frunció el ceño.

Tranquilízate.

Respiró profundo, cogió su maleta y volvió a mirar hacia ambos lados.

Al no divisar ningún vehículo, se decidió a cruzar la calle, un tanto apresurado, pero sin perder aquella elegancia que lo caracterizaba al caminar.

Una vez hubo cruzado, levantó la mirada para contemplar el lugar.

Se lo había imaginado más grande, más bonito. La verdad es que eso lo frustró un poco y pensó que talvez se había equivocado de establecimiento.

Talvez le dije la dirección equivocada al taxista.

Sacó del bolsillo de su abrigo celeste, que ahora formaba parte de su nuevo uniforme, un papel pequeño doblado en cuatro, y lo abrió con la mano que no tenía ocupada con su equipaje.

Leyó detenidamente y levantó la mirada.

No. Es lo mismo que dice en el papel.

Sin deshacerse de esa arruga en el entrecejo, caminó hacia la puerta.

- Marth, ya sabes que tu padre no hace esto para molestarte – le había dicho su madre esa mañana, mientras le arreglaba la corbata que ya llevaba puesta. Era algo que hacía siempre, aún cuando Marth se asegurase minutos antes de lucirla perfecta sobre su camisa.

El joven miró pensativo hacia sus zapatos, preguntándose si realmente no había sido esa la intención de su padre.

- Sólo serán seis meses – prosiguió su madre.

- No es poco – respondió.

- Ya verás cómo vuela el tiempo – le sonrió con dulzura.

Marth la miró sin devolverle la expresión.

- Ya tienes diecisiete años, puedes cuidarte solo – habló su hermana, sentada en la gran mesa del comedor, sujetando con ambas manos una taza, que seguramente llevaba café dentro. Desde que había ingresado a la universidad que sólo tomaba café por las mañanas.

Y desde entonces el único tema de conversación que parecía realmente importarle a sus padres era ese: Los estudios de su hermana, sus calificaciones, y las becas.

- Entonces, ¿por qué no puedo quedarme aquí? – Preguntó.

- Porque no estaremos ni tu padre, ni yo ni tu hermana – contestó su madre – no hagas caso a Ellice, aún no tienes edad para quedarte sólo en casa por tanto tiempo.

- Pero, ¿por qué tienen que ir ustedes también? La beca se la ganó ella, no ustedes – replicó.

- Porque tenemos que darle todo nuestro apoyo. Por favor, Marth, no seas celoso.

- No es cuestión de celos. No quiero irme a un internado mientras ustedes se van al extranjero para "apoyar" a Ellice.

- Tú tienes que seguir estudiando – dijo su hermana – son sólo seis meses, Marth.

Marth puso los ojos en blanco. No quería seguir con esa conversación. Ninguno de ellos entendería lo difícil que era para él aceptar esa decisión, a la que ni siquiera había podido oponerse.

- Ya - dijo, saliendo de la habitación para buscar su maleta.

Entró.

Se encontró dentro de una sala de paredes celestes, iluminada por dos ventanales que se ubicaban a cada lado del lugar. Frente a él se extendía un largo corredor.

Al extremo izquierdo se encontraba un hombre de mirada severa, vestido con una camiseta deportiva de color oscuro y sobre ella una chaqueta de cuero, también oscura, sentado en una mesa con un cigarrillo en la boca.

- Esto… - titubeó Marth, acercándose, sin saber muy bien qué decir, o si debía decir algo en primer lugar – yo… vengo por unos meses-

- Ya lo sé – le interrumpió el hombre con brusquedad - con esa maleta que llevas no creo que vengas a visitarnos por el día, ¿cierto? – Agregó con una mirada un tanto intimidante.

Marth tragó saliva y no contestó, produciéndose un silencio incómodo.

Debe pensar que soy un imbécil. Este tipo me da miedo.

- Nombre.

"¿Cuál es tu nombre?", tradujo en su mente el joven peliazul con el ceño fruncido, comenzando a molestarse por la actitud de aquel individuo.

- Marth Lowell.

Cuando dijo su apellido recordó el rostro inmutable de su padre aquella mañana, desde el otro lado de la ventana del taxi. Siempre era así. A Marth le hubiese gustado verlo un poco más amable esta vez, como pidiendo disculpas por estarlo enviando a otro lugar en contra de su voluntad, o algo así.

- Lowell – murmuró el hombre, abriendo uno de los cuadernos que tenía sobre la mesa, comenzando a dar vuelta a las páginas de éste.

Marth Lowell, corrigió en su mente. No le gustaba que lo llamaran por el apellido.

Mientras el hombre buscaba entre las páginas, Marth se dedicó a observar con detenimiento su rostro. Llegó a la conclusión de que debía de andar por los cuarenta años. Su rostro se mostraba inmutable, serio, severo, más incluso que el de su padre. Aunque quizás le pareció así porque a ese hombre ni lo conocía, mientras que a su padre lo había visto sonreír unas cuantas veces.

Llevaba barba y su cabello castaño oscuro estaba algo desgreñado.

En opinión de Marth, no se veía como alguien a quien quisiera tener demasiado cerca.

- 32 – dijo de pronto el hombre, abriendo un cajón lleno de llaves y sacando una que llevaba marcado aquel número, para entregársela.

- ¿Disculpe?

- Habitación 32 – repitió de mala gana, dirigiéndole otra de esas miradas intimidantes.

Dios, qué carácter.

- Ah, gracias – fue lo único que atinó a decir el joven, cogiendo la llave, queriendo desaparecer de su vista tan rápido como se lo permitieran sus pies.

Sujetó firmemente su maleta y comenzó a caminar hacia el corredor, sin darse el tiempo siquiera de preguntar indicaciones.

- Evita causar problemas, a menos que quieras volver a verme – oyó decir al hombre antes de que desapareciera de su campo de visión.

Bonitas palabras de bienvenida.

Caminó por el corredor, pasando junto a dos puertas cerradas a cada lado de éste, hasta que vio la puerta que indicaba el cuarto de baños.

Pasar a mojarse la cara y quitarse el sudor de ésta no le pareció mala idea, después de todo, no tenía prisa. Quizás hasta se quedaría ahí un rato, matando el tiempo.

Lo primero que oyó al abrir la puerta fue algo parecido a un grito ahogado, que en primera instancia lo asustó un poco. Miró hacia el frente y ante a él, un joven peliazul, seguramente cercano a su edad, le devolvía la mirada algo sobresaltado.

Llevaba su camisa blanca fuera del pantalón y las mangas arremangadas hasta el codo, algo que, en opinión de Marth, se veía bastante mal. Al menos llevaba puesta la corbata, aunque muy desarreglada.

- No vuelvas a hacer eso – pidió el joven desconocido, dando un suspiro que Marth interpreto como de alivio.

- L-lo siento… - titubeó con algo de incertidumbre en su tono de voz, sintiendo un desagradable olor a humo de cigarro en el aire.

- Está bien, no te preocupes – le dijo el otro, para luego llevar a su boca el cigarrillo que tenía en una de sus manos.

- Qué desagradable – masculló Marth, mirando con desdén al joven. Si había algo que el peliazul odiaba era el olor a cigarro. Pero si había algo que odiaba aún más que eso, era a la gente que fumaba. Aborrecía ese mal hábito, y más aún a quienes lo tenían.

- ¿Mm?

No puedo creer que esté fumando dentro del recinto.

- Eh… nada.

El peliazul se encogió de hombros mientras exhalaba aquel humo que tanto desagradaba a Marth. No pudo evitar toser.

- No te había visto por aquí antes, ¿eres nuevo?

No soporto este olor. Si mi padre viera a donde me trajo…

- Si. Vengo de intercambio por unos meses…

- ¿Y qué te parece el lugar?

Tengo que salir de aquí.

- Bueno… la verdad es que acabo de llegar, y aún tengo que pasar por mi habitación para dejar mis cosas, así que, si me disculpas… - contestó Marth, sin muchas ganas de continuar con esa conversación.

- Espera.

Para sorpresa y desagrado de Marth, el joven lo retuvo del brazo.

– No tengo nada que hacer, deja que te ayude con esa maleta – le sonrió.

No me toques.

- Eh… claro, gracias – forzó una sonrisa, desasiendo su brazo de las manos del desconocido.

- Por cierto, soy Ike – se presentó, apagando el cigarrillo contra la pared del baño, y arrojándolo luego al bote de basura.

- Marth Lowell – dijo, mirando con disimulada repulsión aquel acto.

- Qué formal – se burló, cogiendo la maleta de Marth.

O es que tú eres demasiado descuidado.

- Tendremos que hablar en voz baja, ¿eh? – dijo Ike, deteniéndose en la puerta.

- ¿Puedo preguntar…? - se interrumpió a sí mismo, arrepintiéndose de haber abierto la boca. La verdad es que no le interesaba saber la razón.

- No quiero que me descubran saltando las clases – contestó.

Lo que faltaba: fuma y se salta las clases. Si el resto de los alumnos son como este idiota me voy a casa.

- Ah – contestó. Ambos salieron del baño, y Ike comenzó a caminar por el pasillo, con Marth siguiéndolo detrás. No se sentía muy cómodo a su lado, principalmente por que llevaba impregnado en su ropa el olor a cigarro, por lo que prefería guardar su distancia.

- Hm… no eres de hablar mucho, ¿eh? – comentó en un susurro.

- Puedo hacerlo si quieres. No me molesta conversar – contestó en el mismo tono.

- Qué bueno – aprobó Ike, con fingido entusiasmo.

Marth puso los ojos en blanco.

- ¿Cuál es tu habitación? – le preguntó Ike.

Marth miró la llave que aún sujetaba en su mano.

- La 32.

- ¿De veras?

- Si.

- ¡Esa es la mía también! – le sonrió.

Tiene que ser una broma.

La fachada inmutable de Marth se descompuso de momento y se mostró un tanto desconcertado, haciendo reír a Ike.

- Sólo bromeaba. Las habitaciones no son compartidas.

- Ah.

Dios, qué gracioso. Creí que las cosas no podrían empeorar.

Ambos siguieron caminando en silencio por un par de minutos, hasta que sonó la campana. Marth se detuvo, pero Ike siguió como si nada.

- Cambio de clases – dijo Ike.

- ¿No deberías volver? – le preguntó Marth.

Ike dejó de caminar y volteó a mirarlo.

- No lo sé, si me voy te vas a perder – rió.

Idiota.

- No si me dices cómo llegar a mi habitación.

Se hizo un breve silencio.

- No quiero volver a clases. Odio la clase de castellano.

Marth habría vuelto a poner sus ojos en blanco de no ser porque la mirada de Ike estaba posada sobre la suya.

- ¿Entonces?

- Entonces te acompaño – sonrió Ike.

Marth no dijo nada, sólo se encogió de hombros y aparentó indiferencia que, claramente, no sentía.

- ¿Te molesta? – preguntó Ike, percibiendo algo de hostilidad en aquella fachada.

- No – respondió Marth de manera casi mecánica – no – repitió, esta vez más cortante.

Estaba mintiendo pero, ¿por qué? Si desde que había visto a Ike en el baño con ese inmundo cigarrillo en la mano, no había hecho más que detestarlo. Marth se convenció de que se había compadecido de ese pobre inútil, y que, en parte, lo había dicho para no tener que cargar él con su propia maleta. Después de todo, lo que Ike parecía carecer en su cerebro, lo ganaba en fuerza, y eso podía notarlo en los marcados músculos de sus brazos, que dejaba al descubierto con esa camisa arremangada.

- Entonces démonos prisa. Los profesores se cambian de sala.

Marth se limitó a asentir con la cabeza, y luego sólo le siguió el paso.

Caminaron a prisa hasta que salieron del corredor y llegaron a una sala mucho más grande que la principal.

- Aquí hay que subir – dijo Ike, apuntando hacia unas escaleras.

Sin esperar una respuesta, siguió avanzando.

Esto es bueno. No tendré que subir la maleta.

Comenzaron a subir, Ike levantando la maleta para que no topara con los escalones, y Marth tras él, con una casi imperceptible sonrisa de satisfacción en su rostro.

- ¿Cuántos años tienes? – Preguntó Ike, mientras subían.

- Diecisiete – contestó. ¿Por qué preguntaba tan de pronto? Talvez ya se le habían acabado los temas de conversación. - ¿Y tú? – inquirió, más por cortesía que por interés.

- Dieciocho – respondió – creí que estaríamos en la misma clase.

Afortunadamente, no.

Finalmente llegaron al segundo piso, donde otro largo pasillo los esperaba.

- Otro piso más arriba – dijo el mayor, señalando otra escalera.

Volvieron a subir, aunque esta vez sin intercambiar palabra alguna. Al parecer, Ike ya había notado que a Marth no le interesaba mucho la conversa.

Al llegar al tercer piso, de inmediato Ike apoyó la maleta en el suelo, y comenzó a caminar hacia otro corredor. Marth lo siguió, procurando no quedarse atrás.

Pasaron junto a varias puertas que llevaban distintos números.

Veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos.

Ambos se detuvieron ante esa puerta, y Marth se acercó al cerrojo con la llave.

La abrió.

- Bienvenido – dijo Ike sonriente, haciendo ademán con las manos como queriendo decir "después de usted."

Marth entró y lo primero que hizo fue acercarse hacia las cortinas para abrirlas.

Luego, contempló con cierto recelo su nueva habitación.

No era tan pequeña como se la había imaginado. Es más, hasta le agradaba. Por supuesto que no se podía comparar con el cuarto que tenía para él en su casa, pero no estaba mal.

Tenía las cuatro paredes pintadas de una tonalidad celeste, la cama pegada a la pared bajo la ventana, y un gran ropero junto a la puerta de entrada. Entre las paredes de la puerta y la ventana, había otra puerta más que Marth supuso, era el baño.

- ¿Qué tal? – Preguntó el mayor - ¿te gusta?

- Si, está bien.

- Qué bueno – sonrió, entregándole la maleta.

- Gracias.

- ¿Ahora qué hacemos? – Preguntó, apoyando su espalda contra el marco de la puerta que permanecía abierta.

¿Que qué hacemos? Pues tú te vas.

- ¿Quieres uno? – le ofreció un cigarrillo.

Dios, ¡no me digas que este idiota piensa en ponerse a fumar en mi cuarto!

- No fumo – contestó – y te pediría que no lo hicieras tú aquí – pidió con cierta timidez en su voz.

- Ah, claro. Lo siento – se disculpó, guardando el cigarro en la cajetilla.

Ambos guardaron silencio.

Vete. Ya llegué a mi habitación. No necesito que estés aquí, ¿entiendes?

- Luego de la clase de castellano viene el descanso. Si quieres puedo presentarte a unos amigos – se ofreció Ike.

¿Amigos tuyos? No, gracias.

- Claro – accedió.

- ¿De dónde vienes?

- ¿Qué?

- De qué ciudad – se explicó – hay algo distinto en tu forma de hablar, y en cómo miras las cosas.

Para ser un idiota es bastante observador.

- Altea.

- ¡Vaya! – Exclamó sorprendido - ¿esto no es un poco distinto a lo que estás acostumbrado? He oído que en Altea hay familias bastante acomodadas.

Marth desvió la mirada con el ceño fruncido, sintiendo el calor invadir sus mejillas. No le gustaba que hablaran de su familia de esa forma.

- No sé.

- ¿Que no sabes?

- No.

Idiota entrometido.

- ¿Porqué te enviaron tus padres a un internado?

Porque no querían que fuese con ellos. Porque Ellice se fue con ellos. Porque no les importo. Porque quieren deshacerse de mí. Por eso me dejaron aquí, en este lugar horrible.

Los pensamientos de Marth iban dejando en él una angustia y un rencor profundos. Sabía que no eran esas las verdaderas razones por las cuales estaba ahí, pero así se sentía: abandonado, solo. Odiaba a sus padres por haberlo dejado allí, odiaba a Ellice por haberse ganado esa estúpida beca.

- No sé.

- No creo que les hayas causado problemas, ¿o si?

- No.

- Ya lo creía. Te ves demasiado educado y correcto para eso.

Marth no sabía si tomárselo como un elogio o como una burla.

- Yo soy de Crimea. Nada parecido a Altea, claro.

- Ah.

- ¿Tienes hermanos?

Ya deja de acosarme con tus preguntas.

- Si.

Ahora lo que menos quería era pensar en Ellice.

- Qué bien, yo también.

No me interesa.

- Hm.

Ike dejó de mirarlo y se quedó en silencio, pensativo, hasta que sonó la campana, otra vez.

- Bueno, bajemos – dijo Ike, frotándose las manos – de seguro quieres conocer al resto.

Si, cómo no.

Marth asintió con expresión ausente y lo siguió a lo largo del corredor, para luego volver a bajar esos dos pisos. Treinta y dos escalones, contó en total. Comenzó a sentirse nervioso, incluso más que cuando había cruzado la puerta de entrada esa mañana. No le gustaban los grupos grandes, de hecho, prefería estar sólo.

Pero ya qué.

Llegaron a la sala por la cual habían subido anteriormente, y Ike se encaminó hacia una gran puerta. Se encontraron de pronto en un enorme patio, donde Marth notó, había mucha gente.

No pudo evitar sentirse cohibido ante tantos estudiantes.

Algunos estaban sentados sobre el césped, riendo, conversando; otros jugaban al baloncesto -los más grandes-, y el resto sólo estaba allí.

- Vamos – le dijo Ike, tomándolo del brazo con una de sus manos.

Suéltame.

Marth se soltó del agarre con brusquedad. Era una persona arisca, y quería hacerlo notar.

Ike lo miró confundido.

- ¿Qué pasa? – preguntó.

- No es… nada.

- No seas tímido. Mientras estés conmigo no te harán nada – le sonrió.

¿Que no me harán nada? ¿Acaso me harían algo si estuviese sólo? Esos tipos que juegan baloncesto se ven terribles… y yo que creía que Ike daba miedo.

- Hey, Ike – lo llamó alguien por detrás de Marth, quien volteó inseguro.

Un joven rubio se acercaba hacia ellos con una sonrisa en el rostro.

Llevaba su camisa igual que Ike: fuera del pantalón y con las mangas arremangadas, aunque no se veía tan mal. Talvez porque le pareció más amigable y menos intimidante que el primero.

- Link, qué tal – lo saludó Ike, chocando la palma de la mano con la del rubio.

- Hombre, ¿estuviste fumando? – le preguntó al mayor, tosiendo.

- Sólo un poco. Ya sabes, lo de siempre – se encogió de hombros.

"Lo de siempre". ¿Será que siempre se encierra en el baño a fumar quién sabe cuántos cigarrillos? Al menos no soy el único al que le desagrada ese olor.

- Él es Marth – lo presentó Ike, al notar que Link miraba a su acompañante con cierta de curiosidad – viene de intercambio.

- Hola, yo soy Link – lo saludó el rubio, tendiéndole la mano, con una amigable sonrisa en el semblante. Marth accedió a dársela.

- Hola – dijo. Ahora que lo miraba más de cerca, notó que llevaba un aro en su oreja izquierda.

¿Será que aquí no hay nadie decente? Dios, ¿Qué estoy haciendo yo aquí?

- Viene de Altea – agregó Ike.

Gracias. No necesito que des todos mis datos, idiota.

- ¡Altea! – Exclamó Link sorprendido – esto puede parecerte un poco diferente.

- Le dije lo mismo – habló Ike – aunque no pareció importarle mucho. La verdad es que no le gusta conversar.

No necesito que hables por mí.

- Bueno, no esperes que hable de inmediato. Cambiarse de escuela no es algo fácil, Ike – replicó Link.

Al fin alguien con sentido común.

- Puedes estar con nosotros – le dijo el rubio a Marth.

¿Era esta una invitación a unirse a su grupo? Imaginándose las cosas que tendría que hacer si se juntaba con ellos dos –fumar, perforarse las orejas, y otras cosas que su padre jamás le permitiría-, se estremeció.

Paso.

De pronto, sonó la campana. Marth ya estaba empezando a cansarse de ese sonido.

- De vuelta a clases – dijo Ike. Y luego, dirigiéndose a Marth agregó – tú ve con Link, van en la misma clase.

El peliazul sintió algo parecido al alivio, al no verse tan sólo en ese salón desconocido, lleno de gente desconocida. Ike pareció notarlo y sonrió.

- Vamos, entonces – dijo Link – nos vemos al almuerzo – se despidió de Ike, caminando hacia la puerta con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

Marth le dirigió una última mirada fugaz al lugar, y volteó, procurando no volver a mirar a Ike.

- Adiós, Marth – se despidió el más grande, al ver que su nuevo amigo se alejaba tras Link, sin decir palabra alguna. El menor no quiso mirarlo, sabía que tenía esa estúpida sonrisa burlona en su cara, y haberla visto sólo lo habría fastidiado más de lo que ya estaba.

Entró junto con Link al recinto, y ambos caminaron hasta el salón, sin intercambiar más palabras.

"Son sólo seis meses, Marth", ¿cómo pudo Ellice decirme eso? ¿Cómo pudieron mis padres traerme a este lugar? Ya me gustaría verlos aquí, a ver qué tan rápido se les pasa el tiempo. ¿Podré soportar tanto tiempo lejos de casa? La verdad es que ni siquiera me dan ganas de pensarlo.

Fin del prólogo

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Y... finalmente me digné a subir otro fanfic :D

Bueno, como ya se habrán dado cuenta, sí, todo esto ocurre en un universo alterno y vendrán más capítulos, claro… aunque no diré fechas xD

Gracias por leer! Comentarios, bienvenidos sean!