1. Un relato para pasar la noche

Aunque ahora parece que los días de calma quedaran muy atrás, lo cierto es que hace apenas un mes estaba yo apaciblemente sentado en mi rincón de "observar y reflexionar" en la sala de estar del Poney Pisador.

En esa ocasión mis pensamientos se centraban en los preparativos para el viaje que me esperaba. Pero no estaba preocupado; era la intriga lo que me mantenía en vilo aquella noche. Noche que, por otra parte, se prometía apacible y relajada. La primavera ya había comenzado, pero aún helaba de madrugada, y dentro de la posada se formaba un ambiente hogareño gracias, entre otras cosas, al fuego y a la cerveza. Aunque el principal motivo que me hacía sentirme acogido en este lugar era haber hecho amigos allí. Mi estancia estaba durando más de lo acostumbrado y esto me había procurado algunas amistades que ahora reclamaban mi presencia en la barra.

-Vamos Metan, que estás muy serio hoy, ¡tómate otra pinta!

Acto seguido me levanté y me uní a los demás, que a esas horas empezaban a estar ya un poco pasados de copas.

-Pues está la noche para contar historias, ¿no os parece?

Quien decía esto era un tipo delgado, moreno y alto, de mirada penetrante y que, por lo que pude escuchar en la posada, se dedicaba a vigilar el río Baranduin, y así la gente lo conocía igual que al río, él era Baranduin. Era un personaje misterioso, y estoy seguro de que más importante que lo que mostraba ser, sin embargo no me había preocupado por desvelar sus secretos y me contenté con disfrutar de su amistad.

-Pues no seré yo el que lo haga; no esta noche al menos.

Tildoir era el que había respondido. Era un gondoriano bastante joven pero lo suficientemente duro como para abandonar su casa por motivos familiares que no quiso contarnos y viajar cientos de millas sólo. Era buen chaval, con algunos prontos delicados, pero digno de confianza, ¡y con el humor más ácido del oeste de la tierra media!.

-¿Queréis escuchar algo curioso?- dije de repente, decidido a confesar mis inquietudes ante los allí presentes, que empezaban a volver su mirada hacia mí con curiosidad- Escuchad entonces, porque lo que me ha sucedido esta tarde me ha dejado atónito.

Tomé un largo trago de mi jarra de cerveza, dando lugar a un aumento de la curiosidad de mis acompañantes, que ya no me quitaban el ojo de encima. Entonces comencé mi relato.

-Me levanté temprano esta mañana y el buen tiempo y la llegada de la primavera despertaron en mí las ganas de salir al campo para quizás cazar algo. Así pues, estuve hasta la hora del almuerzo preparando mis enseres para salir por la tarde. Y como no podía ser menos, preparé mi arco, mis botas y mi abrigo, objetos que siempre me acompañan en estos casos, y a los que tengo bastante aprecio, ya que es el legado más directo que tengo de mi difunto padre –agaché la cabeza al decir esto-. Entonces, cuando las sombras empezaban a alargarse, me puse en camino hacia el bosque de Chet. No llevaría más de dos horas de camino cuando me pareció observar movimiento cerca de mi posición. Me quedé quieto y ciertamente pude escuchar algo. Una serie de movimientos sigilosos me llevaron a tomar posición tras unos arbustos y entonces lo divisé: era un ejemplar muy hermoso de ciervo. Preparé mi arco y echando mano del carcaj saqué una flecha que no dudé en colocar –esto fue acompañado de gestos como de estar tensando un arco-. Todo hacía indicar que esos eran los últimos instantes de vida del animal, y en verdad lo fueron... ¡Porque un lobo le saltó encima!. A éste le siguieron dos más, y yo desde mi posición pude observar como lo devoraban, tan callado que juraría que estuve sin respirar el tiempo que duró el festín.

-¿Lobos en Chet?, Es una noticia inquietante –interrumpió Rodamit, que se había unido a los espectadores. Este era un hombre del lugar, con fama de tener asuntos poco honrados entre manos, pero que pasaba las noches a menudo con los huéspedes del Poney.

-Pues si te inquieta la noticia, imagina lo que me inquietaba a mi la situación –repliqué enérgicamente-. No habían advertido mi presencia, pero no podía estar eternamente en aquella posición, que además no me daba ninguna garantía de que no hubiera más lobos merodeando el lugar. Además el viento soplaba en dirección a los lobos y no tardarían en descubrir mi escondrijo.

Tras una pequeña pausa para coger aire, mientras recreaba la escena, continué relatando lo ocurrido.

-Pensé que si lograba escabullirme unos metros ya podría correr con libertad –expliqué- así que comencé mi escapada de rodillas, aunque con mi espada bien agarrada, con tan mala fortuna que a los pocos metros se me enganchó el abrigo en una rama de un matorral. Yo continúe mi camino sin darme cuenta del percance y, claro, aquello se empezó a estirar de tal forma que cuando me quise enterar la rama cedió y ¡crack!.

-¡Jajajaja! No sé por qué no me extraña –dijo con una amplia sonrisa Helyem, otro habitual en el poney, del que no había notado su presencia hasta aquel momento- solo a ti se te ocurre meterte en semejante lío.

-Pues no me hizo mucha gracia en ese instante –reproché a Helyem, lanzándole una mirada amenazadora-. Sobre todo cuando todo quedó en silencio.

En la sala se hizo un silencio igual al de la historia, lo que me hizo darme cuenta que ya no había ni una persona que no me estuviera escuchando. Sonreí levemente, mientras dejaba pasar los segundos para dejar en vilo a los oyentes.

-Llevado por la intuición salté justo en el momento en que un gran lobo se abalanzaba sobre mí. Salí corriendo hacia el linde del bosque. Los lobos igualmete echaron a correr, pensando tal vez que tendrían un nuevo plato en su banquete. Y evidentemente no iba a ser yo más rápido que un animal que usa sus cuatro patas, así que al llegar a un claro decidí hacer frente a mis perseguidores. Ellos fueron apareciendo poco a poco de detrás del telón de árboles como actores de una macabra función. Parecían estudiarme mientras se posicionaban lentamente. Finalmente pude apreciar que eran cuatro y que uno de ellos, quizás el cabecilla de la manada, era mayor en proporcion a los demás.

Casi sin darme cuenta me había colocado de pie en el centro del salón y contaba con más dedicación la historia, utilizando movimientos y gestos para cada momento del relato.

-Decidido a repeler el inminente ataque, empecé a balancear mi espada, pero aquellos ejemplares lobunos no parecían acobardarse ante mi manejo del arma. Muy al contrario, comenzaron su carrera hacia mí. Mi respuesta fue saltar hacia delante igualmete e intentar alcanzar a alguno de los lobos. Mi maniobra tuvo éxito y sorprendí a uno al que propiné un golpe mortal. Tras esto me incorporé y me encontré de zopetón con dos de los animales rodeándome.

En ese instante mostré a los allí presente las vendas que cubrían mi pierna y parte de mi pecho.

-Este es el resultado de mi pelea con ambos animales, pero puedo asegurar que ellos salieron peor parados que yo ¡jajaja! –y esta era una risa de orgullo-, pero es justo reconocer que eran lobos inexpertos y yo me he enfrentado a cosas mucho peores; ¡Era una pelea desigual!

-Deja de fardar y continúa que, si no he entendido mal, aún quedaba el lobo grande vivo –apuntó Tildoir.

-Ciertamente maese Tildoir, ciertamente –asentí antes de retomar la pelea-. Y yo no me había olvidado de él, sin embargo sí que lo había perdido de vista. Era un animal muy inteligante sin duda, pero si había aprovechado la situación para conseguir una posición ventajosa, no podía estar en otra parte que...

-Tras de ti –intervino Rilwen, que había estado igualmente detrás de mí todo el tiempo y que ahora me sonreía como sólo las elfas saben hacerlo.

-¡Efectivamente! –aprobé el cometario con emoción-. Entonces me di cuenta de ello y me volteé blandiendo mi espada, la cual encontró al poderoso animal en pleno salto, incrústandose en su pecho. El resultado fue que caí de espaldas con el animal ya muerto, con la espada clavada hasta el puño, cubriéndome completamente. Y justo cuando me lo quité de encima comenzó a llover.

La gente entusiasmada empezó a aplaudir y a reir. Yo, llevado por la euforia, me deshice en reverencias, y por un momento olvidé el verdadero fin de mi historia.

-No vayan a pensar que acaba aquí el relato –advertí a los presentes- pues ya les había avisado que me había ocurrido algo que me dejó atónito, y una simple pelea no tiene ese efecto sobre mí.

Todos de nuevo se giraron sorprendidos. Se callaron al instante, pues el anterior monólogo les había dejado un buen sabor de boca y no se iban a privar de su continuación.

-Salí rápidamente del bosque –continué- ya que no me iba a arriesgar a un segundo ataque. Además tenía heridas de cierta consideración y, por si fuera poco, la lluvia me empapaba ya hasta los huesos. De esta forma me refugié en una posada de Archet hasta que dejó de llover. En la posada recibí las primeras curaciones, de manos de una camarera que se portó muy bien conmigo, todo hay que decirlo, y un plato de sopa que me ayudó a entrar en calor. Les conté lo sucedido y fue suficiente pago para ellos, así que regresé a Bree más reconfortado.

-Perdona que te interrumpa, amigo, pero esto no tiene por el momento nada de interesante –dijo Helyem de nuevo.

-¡Que alguien le dé una cerveza por Eru! –exclamé ante la impaciencia de mi compañero- toda historia tiene su momento de calma; no todo van a ser peleas y misterios, ¿no crees?.

Levantó la cerveza complacido y se volvió a sentar. El resto de la gente había reído los comentarios y parecían estar ociosos ante el desarrollo de los acontecimientos en aquella noche primaveral.

-Pues el caso es que yo ya había notado que, a parte de las heridas, me había llevado como recuerdo el abrigo desgajado –me llevé las manos a la cabeza- ¡Aih!¡Mi pobre abrigo!. Pero no me había fijado en un detalle que ahora, al tener el abrigo en mis manos, veía claramente: había unas letras impresas en él. "¿Y de dónde sale esto?" me pregunté, ya que llevaba muchos años llevando este abrigo y jamás observé nada igual en él. Resulta que mi abrigo tiene un doble forro, que siempre me había ayudado abrigándome más, pero que nunca pensé que pudiera albergar un secreto en su interior. Estaba claro que lo habían puesto para leerlo, así que aunque me dio bastante pena, terminé de separar las capas dejando al descubierto en su totalidad la parte interior de la piel del abrigo.

Mientras tomaba otro trago de mi jarra, que ya estaba en las últimas, nadie dudaba ya del interés de los acontecimientos y el silencio era la señal de la atención que estaban prestando.

-La inscripción decía así: "Yo, Silderon hijo de Alderon, Capitán de Gondor, habiendo sido recogido por los elfos de Imladris, escribo ahora lo acontecido por mi compañía en las lejanas tierras de Dorwinion, a orillas del Mar de Rhûn, en el año 2.776 de la tercera edad. El senescal me mandó al frente de cien hombres a caballo para explorar las tierras al este de Ithilien, pues largo tiempo pasamos sin tener noticias de más hallá de los Argonath. Eran tiempos de relativa calma tras conseguir abatir a los haradrim al sur y a los orcos al norte. Subimos por Rohan, permitiéndonos los rohirrim el paso, cruzamos el Anduin, y ahí comenzó nuestro verdadero camino. Durante muchas jornadas no ocurrió nada destacable hasta que mientras transcurríamos por un terreno boscoso entre montes una orda de orcos cayó sobre nosotros. Ante nuestro asombro no pudimos con ellos y nos vimos obligados a retroceder. Algún mal actuaba en mis hombres y en mi mismo; había algo sobrenatural que nos impidió luchar como bien sabíamos. El resultado fue una masacre. Los que sobrevivimos fuimos perseguidos. Algunos más cayeron por las flechas hasta que por fin ocultándonos entre la maleza conseguimos librarnos de los perseguidores, que ya parecían darse por satisfechos. Tan solo 5 quedamos en pie y si no nos volvimos locos intentando escondernos en aquel paraje maldito fue gracias a las ganas de volver y contar lo sucedido. Para colmo la lluvia nos acompañó en los dos días que estuvimos vagando sin rumbo. Por fin una mañana, desde lo alto de una loma divisamos una gran masa de agua en apariencia tranquila y cuyo final se perdía ante nuestras vistas: el mar de Rhûn."

Dejé de leer el gran trozo de tela que tenía entre manos y levantando la vista me dirigí a los presentes.

-Ahora hay una parte ilegible. Debe de ser a causa de los años y el desgaste; he llevado este abrigo en muchas aventuras, y mi padre lo hizo antes que yo.

-¿Entonces ese tal Silderon es tu padre? –preguntó Helyem.

-Sí, y aunque vosotros me llamais Metan, y algunos ni siquiera saben nada de mí, yo soy Silon, hijo de Silderon, nacido en Rivendel, criado por elfos, ¡pero mortal como vosotros! –y al decir esto me sentí sin embargo más élfico que nunca, aunque nadie por esas tierras (o casi nadie) había estado en Rivendel, y poco sabían de las antiguas tradiciones.

-Continuad pues, maese Silon, y sacadnos de dudas sobre lo ocurrido a su padre –dijo educadamente Baranduin desde el fondo de la sala.

-Pues no sé bien cómo, pero algo volvió a amenazarlos –expliqué- y tuvieron que volver a buscar refugio.

-Es posible que la costa estuviera vigilada –opinó Tildoir-, esas gentes del este nunca fueron leasles a Gondor

-Y nunca lo serán –repuse- pero recuerda que eran orcos los que les atacaron, y posiblemente estarían huyendo de algo similar en esta ocasión. En cualqier caso la escritura sigue así:

"...nada podía evitar que nos descubrieran si seguíamos huyendo, nuestras opciones de escapar pasaban por ocultarnos en una de las cavernas de las formaciones rocosas que nos habían servido de refugio esos días. Entonces fue cuando dimos con el escondrijo perfecto: una cueva al pie de una gran formación rocosa cubierta de maleza y tapada por rocas de menor tamaño. Fue una casualidad, ya que Alfamir calló entre la maleza de forma involuntaria. Nos adentramos mientras escuchamos el rumor de una hueste que subía por la loma. El lugar era oscuro y se iba haciendo más y más estrecho conforme descendía hacia las entrañas de la tierra. Cuando nos sentimos seguros dejamos de avanzar..."

-De nuevo se interrumpe –apunté- para retomarlo en otro momento distinto:

"...este nuevo pasadizo era mucho más abrupto y sinuoso, pero al menos ya no se estrechaba. Nuestro andar encorbado y apresurado por los ruidos que nos llegaban de atrás se estaba convirtiendo en un suplicio; desesperábamos ante la idea de habernos metido en la boca del lobo. Pero al fin el camino parecía desembocar en una amplia sala; y esto lo supimos a pesar de estar a oscuras, pues le sensación de amplitud nos embargó nada más cruzar el supuesto umbral. Entonces todos nos fijamos en un hilo de luz que se colaba de algún lugar del techo, y que culminaba en un leve resplandor. Nuestro último arquero, Firis, apuntó al lugar como llevado por una intuición. En la oscuridad se escuchó el vuelo de la flecha y el momento en el que impactó en el misterioso brillo, que comenzó a girar, hasta que se estabilizó de forma que, siendo un espejo, emitía la luz a otros espejos colocados estrategicamente en lo que ahora descubrieron como una amplia bóveda, quedando el lugar iluminado. Todos nos miramos y la esperanza renació en nosotros, pero no menos que la curiosidad sobre el lugar que acabábamos de descubrir. Ya casi habíamos olvidado lo que parecía seguirnos llos pasos, pero inmediatamente comprendimos que no no nos seguía a nosotros, sino que iba al encuentro del lugar, por lo que ¡no sabían que estábamos allí!. Era una oportunidad que no podíamos desaprovechar, sin embargo nuestra atención se centraba más a esas alturas en descubrir el secreto del lugar. Una sala excavada en la roca, de forma semiesférica, sin excesivos adornos en sus paredes, pero con un exquisito tratamiento en sus suelos, que parecían contener grafos en lengua desconocidas y antiguas. Todo preparado para ensalzar el altar cúbico de su centro. Y allí encima estaba lo que de buen seguro habían venido a buscar sus perseguidores. Y la razón me hizo tratar de sacarlo de aquel lugar, pues no debía caer en manos de los orcos..."

Lentamente levanté la cabeza y todos comprendieron que ya no había más que leer, y desesperaron, pues la historia los había dejado con el sabor de quien pone la miel en los labios para luego retirarla. Mostré a todos que la tela estaba rota y que allí no estaba el desenlace.

-No nos puedes dejar así –protestó Helyem, y en verdad hablaba por todos al decir eso- dinos al menos qué le ocurrió a tu padre.

-¿Qué demonios era ese artefacto y qué querían de él los orcos? –dijo Tildoir, como pensando en voz alta.

No me hizo falta contestarle para que comprendiera que eso era lo que yo me preguntaba. Baranduin reía al fondo, y era el único que no parecía frustrado por la interrupción del relato. Nadie quería moverse de su lugar, al menos no hasta que supieran algo más sobre cómo acabó mi padre y su acompañantes.

-Está bien, os diré lo que sé –aseguré a los espectadores- aunque no sea gran cosa. Mi padre, aunque ignoro cómo, logró escapar. Y sólo otros dos sobrevivieron a la experiencia. Si llevaron cosigo algo, y qué era, lo ignoro. Sé también que fue encontrado por los elfos en las tierras que hay entre las montañas nubladas y el bosque negro, herido y sólo, y fue llevado a Rivendel. Vivió desde entonces allí, pues los elfos vieron su bondad. Encontró el amor en una doncella elfa, la que sería mi madre, y al cabo del tiempo nací yo. En vida nunca me contó sobre esa aventura, tan solo me había dicho que fue encontrado por los elfos tras una batalla. Y ahora aquí tengo el legado de esos años, y no me cabe duda que si quiso hacérmelo saber de esta forma tuvo sus razones. Ahora entiendo las palabras que me dijo al entregarme el abrigo: "sé que verás grandes cosas, que andarás largos caminos, que mudarás de ropa, incluso de armas, pero no te desprendas de este abrigo, pues es parte de mi historia, y será parte de la tuya".

Entonces ya nadie me volvió a preguntar. Muchos de los allí presente habían conocido en esa noche más de mí de lo que mucha gente conocería en toda su vida, y desde ese instante parece que me gané el respeto de la mayoría, y no sólo como narrador de historias. Me retiré a mi habitación entre las conversaciones de la gente, que hacía conjeturas sobre lo que habían escuhado. Desde mi habitación pude oir como poco a poco iba bajando la expectación y todos se iban retirando. Entonces llegó el silencio, y con él el sueño me venció una vez más. Y la noche pasó melancólica anhelando la luz del sol que me diera respuestas.