"En la mas profunda oscuridad, yace una fuerte luz. Nadie podrá apagarla jamás, ya que sin ella no puede existir la oscuridad. Ambas son lados de una misma moneda, que gira y gira durante toda la eternidad. Tu objetivo es que esa moneda caiga de canto, restaurar el equilibrio perdido. Ahora levántate, princesa, y gobiérnalas con tu amor."
Desde hace tiempo escucho esas palabras en mis sueños. No entiendo qué me pasa, últimamente no hago más que presentir cosas malas. Ademas, está ese lugar en el que oigo todo eso... esa playa. Tan triste, desolada, gris. Con un cielo tan oscuro como si alguien bloquease la luz del sol. Abrí lentamente los ojos, observando como los primeros rayos de sol atravesaban mi ventana, iluminando apenas mi habitación. Aunque no quería, tenía que dejar a un lado mis ganas de dormir más, y asistir a la escuela.
Durante el desayuno, el estúpido de mi hermano mayor volvió a hacerme rabiar. Cada día se estaba ganando unas cuantas palizas de mi parte, sobre todo cuando se le ocurría mencionar mis "amores platónicos" (según él) delante de nuestros padres. Adam siempre fue así, inmaduro. Aunque cuando la situacion lo requiere, se vuelve tan serio que da miedo. A veces me siento como si fuera la mayor...
Adam: De verdad, Vir. ¿Si tanto te gusta, por qué no se lo dices directamente a la cara?
Madre: Anda, ¿mi querida hijita está enamorada? ¡Cuéntanos!
Vir: No... -respondió, mientras empezaba a notarse una vena en su sien.
Adam: Pero es que no puedes seguir asi toda la vida... Los hombres somos así, no nos damos cuenta de las señales que nos dejan las chicas. Por eso... ¡Tienes que decírselo!
Vir: Es cierto, no os dais cuenta de muchas cosas. Por ejemplo de QUE DEBERÍAS CALLARTE.
Adam: Ohh la gatita saca las uñas... Pero siempre y cuando mami esté presente no me podrás hacer nada. -dijo, totalmente sonriente, mientras se abrazaba a su madre-.
Vir: Estás muerto... No llegarás vivo a clase.
Madre: Venga Vir, que tampoco es para tanto... Solo queremos lo mejor para ti.
Vir: Me voy. -respondió levantándose de la silla de golpe- Llegaré tarde a clase como siga haciéndole caso a este NIÑATO -dijo enfatizando esa última palabra, con claras intenciones de querer herir a su hermano-.
Adam: ¡Eh! ¡Espera! ¡Gran hermano tiene que protegerte!
Cada día era así en mi casa. Papá siempre estaba ausente, aunque le queríamos mucho. Así, mi hermano aprovechaba para compincharse con mamá e intentar averiguar mi vida privada. Aún así, sabía que dentro de unos años estos recuerdos serían lo más preciado para mí. En cierto modo, tenía una vida perfecta de adolescente, no podía quejarme de nada. Vivíamos en una urbanización bonita, a las afueras de la gran ciudad. Siempre íbamos a la escuela en autobús, en una estúpida rutina de la cual nadie podía escaparse. Pensé que este día sería igual que los anteriores, pero me equivoqué. Por culpa de cierto parásito que se apegaba a mí, como queriendo chuparme la sangre, perdimos el autobús. Así que no quedó más remedio que ir a pié.
De todas maneras, no era tan malo llegar tarde a clase. Tenía sus cosas buenas, como faltar a primera hora, mientras hacíamos el tonto por ahí. Pasábamos por parques hermosos, llenos de flores, árboles y estanques con patos y cisnes. Además, para compensar el error, Adam siempre me compraba un helado de chocolate cuando pasábamos por el quiosco del mismo parque. Un buen gesto, que siempre conseguía evitar que acabase tirándole de comida para los patos, literalmente.
Cuando llegamos a la escuela, como de costumbre, no había nadie en los patios. Supusimos que todos estaban dentro, así que nos quedamos esperando a que sonase el timbre, que marcaba el fin de la primera hora de clase. Así, podríamos colarnos en la segunda hora, y nadie salvo nuestros compañeros habrían notado nuestra ausencia. Pero algo extraño ocurría. Por más que esperásemos, no sonaba el timbre. ¿Habríamos llegado más temprano de lo normal? Ninguno de los dos llevábamos reloj, así que entramos directamente al edificio, por si daba la casualidad de que se les había estropeado el timbre. Las disculpas vendrían después.
Caminamos por los pasillos, totalmente silenciosos. No había nadie, ni tan siquiera un ruido procedente de ninguna clase. Todo estaba desierto. Nos quedamos complétamente extrañados por aquello. Y entonces, detrás nuestra, al otro lado del pasillo, alguien hizo acto de presencia. Apenas se podía ver sus rasgos, ya que se cubría con una capa negra. Pero parecía ser un adulto, bastante alto, y de complexión normal.
Desconocido: No encontraréis a nadie por aquí. Nunca más.
Adam: ¿Quién eres? ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó, poniéndose delante de Vir, al sentir un aura peligrosa procedente de ese individuo.
Desconocido: Han sido absorbidos, por la oscuridad. Y muy pronto, os tocará a vosotros.
En ese momento extendió su brazo derecho, mostrando la palma de su mano hacia nosotros. De él empezó a salir una bruma oscura, que rápidamente se extendió por todo el lugar, envolviéndonos completamente. Por instinto, agarré de la mano a mi hermano. Llegó un momento en el que apenas podía verle, a pesar de estar a su lado. Entonces, todo se quedó a oscuras, y ya no pude sentirla. Parecía como si todos mis sentidos se hubiesen apagado, pero seguía totalmente consciente. De repente, una pequeña luz apareció delante de mí, y esta empezó a moverse. A partir de ahí, podía mover mi cuerpo de nuevo, y poco a poco mi visión y oido iban regresando.
Mientras caminaba siguiendo aquella luz, a mi alrededor la oscuridad desaparecía, dejando lugar a cristaleras extrañas, típicas de iglesias o santuarios. En ellas se podían ver personas, aparentemente santos, que luchaban contra demonios oscuros, blandiendo un arma extraña. Parecía ser una espada con forma de llave. La luz se detuvo, y desapareció delante de una de esta vidrieras, en la cual se podía ver a una mujer adulta, sosteniendo una de esas llaves-espada en lo alto. El arma era especial, diferente a las del resto de "santos". Era dorada, y encima de ella había sido dibujado un corazón. Los demás se arrodillaban ante ella, como jurándole lealtad. En esa mujer había algo especial, y además, me recordaba a mí físicamente.
A mi izquierda entonces apareció alguien. Más bien "algo". Era uno de esos demonios de las cristaleras, una sombra con forma humanoide, que poco a poco iba creciendo de tamaño, hasta llegar a ser inmenso. Me miraba, con unos luminosos y amenazantes. En ese momento sentí miedo. Grité, llamando a mi hermano, pidiendo ayuda, pero nadie respondía. Delante de mí, apareció la luz de antes. Poco a poco fue aumentando su intensidad y tamaño, lo cual parecía dañar al monstruo que tenía delante. A los pocos segundos, la luz se disipó, dejando ver un objeto que reconocí al instante: La llave espada dorada. En mi cabeza, de repente, escuché una voz. La misma que surgía en mis sueños.
Voz: Acepta tu destino. Solo entonces podrás salvar a aquellos que más quieres. Blande la llave, y abre la puerta a la luz, en medio de esta oscuridad.
No entendí qué quería decir. Ni siquiera entendía qué estaba pasando. ¿Se supone que yo debo convertirme en esa heroína? ¿Cómo, si le tengo miedo a aquel ser que tengo delante? Agarré la espada, porque al fin y al cabo necesitaría la necesitaría para defenderme. Y entonces en mi cabeza aparecieron imágenes. Más bien recuerdos, de aquellas personas que blandieron el mismo arma antes que yo. Noté su valentía, honor y coraje, para poder enfrentarse y vivir una vida destinada a la lucha. Yo no quería eso. Simplemente deseaba ser una estudiante normal, con mis antojos de juventud y errores típicos de esta época. Pero... ¿Qué otra opción tenía?
La bestia negra lanzó su brazo hacia mí, intentando aplastarme. Alcé mi llave espada, y para mi asombro, conseguí detenerle, e incluso hacerle daño, ya que escuché un grito gutural cuando su mano golpeó mi arma. Entonces pensé, que tal vez no era tan difícil combatirlos. Cuando apartó su mano dolorida, salté para golpear una de sus piernas con fuerza. Y no solo la golpeé, sino que instintivamente comencé a realizar golpes sin detenerme, atacando cualquier zona que tenía a mano. Sentía, que con cada ataque, su energía disminuía, así que no me detuve. Durante todo el rato, solo tenía en mi mente a mi hermano, deseando fervientemente volver a sentir su mano protectora. Y cuando quise darme cuenta, la bestia empezaba a "deshacerse", su cuerpo se desintegraba lentamente. Y con él, la oscuridad que me rodeaba.
Volví a encontrarme en el pasillo de mi instituto, y delante de mí estaba mi hermano, inconsciente. Le agité, nerviosa, para que despertase de una vez. Yo no era una persona fuerte. Aunque en parte me cayese mal, mi hermano era un pilar muy importante en mi vida, me animaba a seguir adelante. Entonces abrió sus ojos, completamente aturdido.
Adam: Vir... ¡Ay!. -se puso la mano en la frente mientras lo decía, en señal de que le dolía la cabeza.
Vir: ¿Te encuentras bien? Me tenías asustada...
Adam: Lo último que recuerdo, es que entramos al edificio. Después... nada. ¿Estás bien tú? ¿Qué pasó?
En ese momento dudé qué decirle. Si le contase la verdad, tal vez pensaría que estaba loca. Así que opté por la vía fácil.
Vir: Resbalaste y te diste un buen golpe... Ten más cuidado, ¿vale? Eres un gilipollas, pero no quiero perderte.
Adam: Je... Siento haberte preocupado. -le dijo a Vir mientras se levantaba del suelo-. ¿No hay nadie aquí?
Vir: No... Tal vez cerrasen el instituto por cualquier motivo.
Adam: Pero vimos el autobús cargado de gente... ¿A dónde irían?
Vir: Vayamos afuera, y sigamos el recorrido del autobús. Tal vez encontremos algo.
Adam: Buena idea, se ve que adoptamos una niña inteligente. -respondió bromeando sarcásticamente.
Ignoré aquello, tras golpearle en el hombro, y salimos afuera del instituto.
