El sol brillaba sobre la ciudad de Namimori. No había ni una nube en el cielo, el viento soplaba, creando un agradable clima. Un hermoso día, el día de la graduación en la secundaria Namimori.
Una joven de cabellos rojos como la sangre se encontraba guardando los últimos materiales que habían quedado en el aula. Después de eso ya se podía ir a casa.
Ella era italiana, pero debido al trabajo de su familiar, tuvo que ir a Japón a estudiar el último año de preparatoria. Afortunadamente había conseguido una beca en una universidad en América por lo que ese verano sería el último en Japón.
Habían pasado muchas cosas ese último año, cosas que nunca pensó que le pasarían. Había encontrado buenos amigos y eso era genial, pero también… también se enamoró. Y de quien menos esperaba. Hibari Kyoya. El llamado demonio de Namimori había sido su primer amor. No sabía a ciencia cierta el por qué se enamoró de él, pero él le gustaba. Su corazón latía como loco al verle y un rubor aparecía en sus mejillas casi automáticamente.
Por eso ya había decidido. Ese día era uno muy bueno para declarársele al prefecto, así no se arrepentiría de no haberlo hecho.
Termino de guardar sus cosas. Tomando aire para darse valor, comenzó a caminar hasta el salón del comité disciplinario.
Llego al aula, toco suavemente anunciando que pasaría; sabía que el prefecto nunca le daría pase.
Y ahí estaba, Hibari Kyoya sentado tras el escritorio, mirándola, como escudriñándola. El sol entraba por la ventana tras de sí, haciéndole ver más intimidante y atractivo.
-Me gustas- dijo sin vacilar ni un solo momento, no mostro timidez ni nervosismo. Sabía que esas cosas no le gustaban a él. A sabiendas que no obtendría respuesta, dio media vuelta para salir del aula.
Pero siquiera antes de abrir la puerta, sintió un fuerte agarre en su brazo y en menos de un segundo su espalda estaba contra la pared.
Él la beso.
Ella correspondió.
Ese beso era como él. Salvaje, sin compasión y violento. Pero también tenía algo de ella: misterio, pasión y sinceridad.
Ella sabía, que él no correspondía a sus sentimientos, que tal vez, solo satisfacía sus deseos carnales en ella; pero aun así, no se sentía mal al respecto.
Él puso su mano en la nuca de ella, profundizando el beso; adentrando su lengua en la cavidad contraria. Ella le correspondía sin problemas dándole guerra, guerra en la que parecían estar iguales.
De un momento a otro el bajo al cuello de ella. Pasando su lengua por la yugular hasta la clavícula, dando una fuerte mordida que dejaría una marca que tardaría en desaparecer. Eso provoco un gemido en ella.
El deslizo una de sus manos por la pierna izquierda de ella, subiendo lentamente por el muslo.
Pareciera que si habría algo más, pero justo en ese momento se escuchó el himno de Namimori, alias el timbre del celular de Hibari.
Él se alejó sin más, yendo a contestar el teléfono; ella salió de la sala y todo termino con Hibari viendo como ella se iba.
