Odiaba vivir en una ciudad tan grande. Mantenía apaciguado el sentimiento la mayor parte del tiempo, encontrando el lado bueno en tener siempre un supermercado abierto, estar siempre al tanto de las nuevas tecnologías y todo lo que consagra una metrópoli. Siendo un hombre de pueblo, sin embargo, a veces extrañaba la calma de no más de cinco mil habitantes, de no autos a las tres de la madrugada y la leche realmente sin conservadores, no como las carísimas mentiras que compraba en el " mercado orgánico" por su apartamento. Casi siempre se mantenía positivo, pero esa vez, al haber olvidado cambiar los neumáticos después de un pequeño accidente sobre cristales y con el tiempo justo para llegar a la universidad, debió optar por usar el metro. Si había algo como el infierno, debía parecerse a ese sitio, no era una coincidencia que estuviera bajo tierra, rumeaba mientras rogaba porque esa mancha que acababa de pisar fuera agua. El aire caliente le hacía imposible respirar con normalidad, apretujado en el mar de gente. Madrugadores y fiesteros por igual, las primeras horas de la mañana no discriminan. Suspiró ya para no ponerse a gritar cuando la mujer delante de él le clavó su codo en las costillas para entrar primero. Iría de punta a punta en la línea, así que debía juntar el coraje para no desmayarse por el contacto humano. Esa mano que roza su muslo buscando espacio es lo más cerca que ha estado de una cita en mucho tiempo, se consuela.
Craig creció con la firme decisión de estudiar el espacio. En los tiempos más deprimentes ( ya no había una guerra fría atizando los orgullos, después de todo) de la NASA y las otras agencias espaciales, sus sueños de ser astronauta murieron pero no así su interés. Se enamoró para siempre de la física y una vez que terminó su doctorado y ante la apabullante falta de motivación, accedió dar clases en la universidad de termodinámica. Ver esos rostros llenos de confusión y pasión le daban un motivo para no tirarse por las escaleras. Porque, siendo francos, haber sido una joven promesa de la cosmología y haber terminado su doctorado a los treinta años no le dejó tiempo para una vida social en forma. Sus amigos se reunían con él una vez al mes religiosamente y al menos una vez al año él volvía a su pueblo a visitar a su familia. Estaba casado con una dama muy celosa llamada " ciencia" y lo sabía, pero algunas veces, algunas noches cuando un paper no había sido publicado o algún alumno le había hecho perder la paciencia, deseaba tener a alguien acariciando su cabello.
Su expresión se relajó al ver que llegada una estación en específico, la gente disminuyó e incluso pudo tomar asiento. Se masajeó los nudos del estrés en la nuca, mirando cómo el convoy salía del túnel, hacia la parte elevada del metro. El día estaba más claro, principios de verano y una tregua de aire puro. Miró hacia la puerta del lado que no abrían, queriendo leer el cartel de las estaciones que le faltaban.
Tenía la cara y la ropa ( ¿Qué tenía la juventud por esas modas de romper la mezclilla?) Manchadas de pintura. Ladeaba la cabeza seguro al ritmo de la música que sonaba en sus audífonos, recargado contra la puerta, con un gesto distraído y ausente mientras mordía su rebanada de pizza barata que lo hacía lucir más niño, relajado. Pero sus ojos recorrían el paisaje fuera con una intensidad que parecía ajena a su propio cuerpo. Unos ojos tan azules como dorados. Podía ver que tarareaba mientras mordía y eso le hizo sonreír . Podía ser cualquiera de sus alumnos pero sabía que recordaría un rostro tan hermoso. Además su chaqueta tenía el estampado de una universidad especializada en artes. Un frenón en el metro, esos tan comunes le hicieron tirar la pizza para no caer. Su rostro desconsolado mirando su desayuno mezclarse con el pegajoso monstruo del suelo , buscando en sus bolsillos algo que no encontró le dieron un vuelco. Buscó en su portafolio y se aproximó, sobresaltándolo cuando le tocó el hombro. Se quitó los audífonos, pegándose más a la puerta.
-Estúpido metro, ayer me pasó exactamente lo mismo con mi soda, no te imaginas el desastre que fue limpiar la mancha- mintió, sujetando el tubo mientras le extendía una manzana. El rubio se sonrojó, abochornado, mordiéndose los labios e intentando rechazarla. Se lamió los labios, probando los restos de salsa de tomate y con la mano temblorosa, agachando la mirada la aceptó.
- Gracias- susurró- no es muy buen desayuno pero es barato- se excusó, mirándolo por entre los mechones de su cabello- tu traje se ve muy caro para ser usuario del metro- lo dijo con tanta naturalidad que aunque lo hubiera deseado,no se hubiera podido ofender. Menos al ver sus ojos relucir con alegría al morder la manzana.
- Es una imitación- volvió a mentir, sintiendo el corazón dolerle al ver la rapidez con que pasaban las estaciones. Llegaría a tiempo a clases, sin duda, pero...
-Es muy buena- se limpió la mano en su pantalón antes de pasar sus dedos por su saco- deberías decirme dónde lo compraste, mañana tengo una entrevista de trabajo y no me gustaría lucir como un pordiosero- rió, cubriéndose la boca al ver los pedacitos de manzana que sin querer escupió.
- Podría llevarte si quieres, los vende un amigo mío cerca de aquí y le puedo pedir un descuento especial- podía mentir todo el día sólo para ver un poquito más esa sonrisa manchada de pizza y manzana, esos ojos que parecían sonreír más.
- Sería bueno- buscó algo en su enorme mochila que , qué sorpresa, estaba manchada de pintura. Sacó un bolígrafo y una hoja, deteniéndose a medio garabato para mirarlo con duds- ¿No eres una clase de secuestrador o eso?-
-No te ofendas, amigo, pero si fuera a secuestrar a alguien, no sería a un niño que desayuna pizza barata- rieron y el chico volvió a sus garabatos, extendiéndole la nota con una letra extrañamente prolija- ¿Tweek?- asintió, mirando el letrero de la estación.
-Sí, llámame por la tarde, tengo clases hasta las dos. Nos vemos- se despidió, agitando su mano- gracias por la manzana-
Craig se quedó sin comprender muy bien lo que acababa de atreverse a hacer, pero, incluso cuando marcó el número y resultó pertenecerle a una tal Catherine que jamás había escuchado de un Tweek, sintió que el metro quizá no podía ser tan malo.
