¡Hola! Esta es una historia que llevo un tiempo trabajando. No me había dado a la tarea de subirla porque no la sentía lista. Espero de verdad que la disfruten, es la primer historia larga que haré así que de verdad apreciaría sus comentarios. Los personajes (como es obvio) no me pertenecen, la historia es original.

Roots - Texto normal en presente

Roots - Recuerdo/Flashback

- Roots - Voz interior

Roots - Indicación de POV/Inicio-Fin de Flashback

-.-.-.-.-.-.- - Cambio de tiempo


- No lo notes… no lo notes… no lo notes… por favor Dios, que no note que voy tarde… – Rogaba al tiempo que corría a todo lo que daban mis piernas desde la parada del bus hasta mi casa. ¡Genial! Por si no fuera poco lo que acababa de hacer, se me hacía tarde para llegar a casa. En todo caso, si notaba mi nueva adquisición en el rostro y el hecho de que voy tarde, puedo ir separando mi lugar en el cementerio. Tal vez no debí quedarme tanto tiempo mirándome en ese espejo después de que el hombre del salón terminara con mi perforación.

Si, ahora tenía un piercing en mi ceja derecha. Es que… ¡Se veía tan perfecto! Era lo único que me faltaba. Después de que hace casi siete meses me hice algunos mechones negros en el flequillo pensé que era todo lo que necesitaba para matar los restos de la niña "ángel" que siempre he parecido con mi cabello rosa claro y mis ojos verdes. No es que odie mis ojos, pero en combinación con mi color original de cabello me daba un aspecto muy… tierno. Y yo era ruda, con mi aspecto anterior yo era algo así como un perrito de esos que pueden atacar a cualquiera, pero a los que nadie toma en cuenta porque son demasiado tiernos.

Por supuesto tampoco quiero que piensen que ataco a cualquiera a diestra y siniestra, pero cuando tenga que defenderme o defender a los míos ahora si me tomarán más enserio, y más aún, lo pensarán dos veces antes de hablar mal de mí. ¡Ja! ¡A un lado mundo, que la nueva Sakura está aquí!

- ¡Y la nueva Sakura tendrá muchos problemas si se atrasa más! – Me recordó mi voz interior mientras aceleraba aún más el paso.

Llegué finalmente a la puerta de mi casa, donde seguramente mi tía ya estaría con cualquier cosa en mano para arrojarme por descuidada. Aunque ahora que lo notaba, todo se veía apagado. Quizás mi tía no estaba y era mi día de suerte. Inspeccioné el bolso frontal de mi mochila y… mis llaves no estaban ahí. ¡Demonios! Y ahora ¿en dónde las había metido?

Verifiqué también los bolsos laterales y nada, mis pantalones, los bolsillos de mi hoodie. Cero. Mierda, mierda, mierda… Me veía obligada a picar el timbre. Respiré profundo… bien… ¡Vamos Sakura! ¿Qué tan malo puede ser? Bien, bien, actúa natural. Uno… dos… tres…

- ¿Sakura? ¿Eres tú? – Era ella, al parecer si estaba en casa. En este momento no sabría si decir "Bien" porque no tendré que esperar afuera en el frío, o "Mierda" porque seguramente estoy más que frita.

- Si tía… abre por favor – Pedí desde el otro lado de la puerta con la voz más dulce que pude hacer.

Escuché el ruido de las llaves desde el otro lado y finalmente la puerta se abrió, encontrándome de frente a mi tía en su delantal de flores que le hice cuando estaba aún en el jardín de niños, ¡Y no tenía sus anteojos! Aunque mi tía Tsunade era relativamente joven (Cincuenta y siete años no era para tanto), estaba más ciega que un topo.

- ¡Hola tía! ¡Qué guapa! Estoy un poco cansada, así que creo que iré directo a mi cama. ¡Te quiero! – Le dije tan rápido que al terminar la frase ya iba a mitad de la escalera.

- ¡Espera Sakura! – Oh no, oh no, no puede haberlo notado… ¿O sí?

- ¿Q-qué ocurre t-tía? – Pregunté un poco trabada sin voltear la cabeza.

- Primero que nada, ¿por qué llegas tan tarde? Estaba preocupada.

- Eh… es que… tenía pregunta sobre un trabajo y… le pedí ayuda a una compañera así que… tú sabes – Le contesté un poco floja para que me creyera.

- Hmm… Haré como que te creo solo porque tenemos que hablar de algo importante – Sentí un escalofrío recorrer toda mi espina dorsal. Algo no estaba bien aquí. "Tenemos que hablar de algo importante".

- ¿De verdad tiene que ser ahora? – Me quejé.

- Definitivamente si, ahora, a la cocina. Vamos – Se dirigió a la cocina y yo la seguí arrastrando los pies. ¡Mierda! En la cocina había suficiente luz. Estaba perdida.

Entré a la cocina y la luz me lastimó un poco los ojos. Mi tía ya se había sentado al otro lado de la mesa y me indicaba la silla a su izquierda para que yo me sentara. Tapé disimuladamente mi nuevo piercing lo mejor que pude y me senté sin hacer ningún ruido.

- Muy bien… – Comenzaba a ponerme nerviosa.

- ¿Qué sucede tía? – Pregunté en voz baja.

- Lo diré sin rodeos. – Oh oh… esto era malo – Lo siento Sakura pero nos mudaremos – Dijo y yo me quedé callada por alrededor de diez segundos. Mudarnos… ¡¿Mudarnos?!

- ¡¿Qué?! – Reaccioné finalmente. ¿De qué rayos me estaba hablando?

- Así es Sakura, regresaremos a Konoha.

- ¿Estás bromeando verdad? – Le dije con una risita nerviosa.

- No Sakura, no estoy bromeando, y quiero que te lo tomes de la mejor manera porque nos iremos… este viernes – Finalizó ahora mirándome fijamente, dándome a entender que era enserio.

- Pero tía… ¡si estamos muy bien aquí! ¿Por qué irnos? – Insistí. No, no, no. Yo no quería irme. Aquí tenía mi escuela, mis amigos. ¡La academia!

- Porque allá está la casa de mis padres, la casa en la que crecí… en la que crecimos tu madre y yo. Quiero regresar ahí, es justo para mí ¿no? Solamente nos mudamos aquí por ti, ¿recuerdas? Y lo hice con gusto porque en ese entonces lo deseabas. Ya eres una gran deportista, tienes talento mi amor, una ciudad no te impide seguir con lo que amas, allá también hay academia de patinaje, de seguro te trasladan al grupo de la región y…

- Pero tía… no quiero… por favor – La miraba suplicante y con mis manos juntas encima de la mesa.

- Ay, vamos Sakura… no seas egoísta conmigo, además ¿por qué no te gusta Konoha si tú también naciste y te criaste allá? Es mucho mejor que aquí, y yo creo que amaras volver a…

- ¡No! Es aburrido allá, además, yo ya estoy acostumbrada a vivir aquí. Tía, por favor… – Ya parecía una loca haciendo ademanes exagerados con mis brazos. Es que esto definitivamente no estaba bien… para mí.

- Sakura, no discutas. No te estoy preguntando, te lo estoy avisando. La decisión está hecha. Y no te preocupes por lo del patinaje, ya lo arreglé todo con tu entrenadora para que te trasladen – Dijo dando por finalizada nuestra discusión. Se levantó de la mesa y pasó directamente hacia la puerta, en donde se paró en seco. MIER-DA. – Sakura… – Me llamó con voz seria.

- ¿S-si… tía? – Respondí bajito casi escondiendo mi cabeza como una tortuga.

- ¡¿QUE ES ESA PORQUERÍA EN TU CEJA?!

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La guerra finalmente había terminado. Tardé en realidad en convencer a mi tía de que era un adorno muy bonito sobre mi ceja, además de que hicimos el trato de que no reprocharía más por mudarnos si me dejaba quedármelo. Al parecer había funcionado, aunque mi tía no se veía muy contenta con mi nuevo piercing. De igual manera, la había convencido y eso era lo importante… pero eso no quería decir que yo estuviera de acuerdo con la mudanza.

Llevábamos ya casi diez años desde que nos habíamos mudado a Tokio y yo ya estaba acostumbrada. No quería volver a Konoha, ni siquiera lo había extrañado desde que nos mudamos y no me importaba siquiera regresar ahí algún día.

Me volteé boca abajo sobre mi cama y estampé la cara contra la almohada.

- ¡AUUUUUCH! – Grité levantando la cabeza nuevamente. Mierda, había olvidado el piercing.

- ¡¿Está todo bien Sakura?! – Escuché a mi tía desde su habitación gritarme.

- ¡Todo bien! – Respondí aún adolorida.

Aún recordaba cuando nos habíamos mudado a Tokio. Tras ver un torneo de patinaje artístico en la televisión a mis cortos 4 años le insistí a mi tía para que me inscribiera a algún lugar en donde yo pudiera hacer lo mismo. Una semana después de eso pisé por primera vez una pista de hielo y no me pudieron sacar de ahí jamás. Al año mi profesora hablaba siempre con mi tía respecto a mi habilidad innata con el patinaje, de cuánto lo disfrutaba y de cómo podría tener grandes oportunidades si con lo joven que era me entrenaban en una academia en la ciudad de Tokio. Y no fue solo tarea de mi profesora crear esas ganas de mudarnos, yo también influí mucho en esa idea, al grado de que un día regresando de la escuela, mi tía ya tenía todo empacado y listo para irnos, lejos de nuestro natal Konoha.

Konoha, nuestro pequeño y viejo pueblo... al que ahora regresaremos porque a mi tía le entró nostalgia o algo. Sé que sueno muy egoísta, pero también hay que entender que yo he estado en Tokio la mayor parte de mi vida. Era muy pequeña aun cuando nos mudamos de Konoha, tanto que casi ni recuerdo mi estancia allá. Además, después de tanto tiempo de estar en otro lugar, volver al punto de inicio se me hacía una ridiculez. Era casi como si alguien fuera a morir pronto y quisiera revivir todo su pasado. Por supuesto, mi tía era diferente a todas las demás personas. Ella no iba a morir nunca porque eso implicaría dejarme completamente sola en el mundo, ya que yo no tenía a nadie más. Ella me había cuidado desde que yo era un bebé y estaba convencida de que si ella se iba, yo moría con ella. Y solo por eso (y por nuestro pequeño trato) había decidido que le daría el gusto de mudarnos sin replicar nada, aunque fuera un gusto que le di en parte obligada.

No tengo nada específico por lo cual odiar Konoha, o al menos eso creo, simplemente… estaba tan acostumbrada al movimiento excesivo de una ciudad y, conociéndome, no iba a ser sencillo volver a adaptarme. Y tal vez era eso lo que odiaba. La adaptación. Porque en Konoha, la casa de la abuela no quedaba cerca de la ciudad, o en el centro, sino que a las afueras. No eran casas sin servicios o con esos baños de caseta hechos a la antigua, pero era mucho más tranquilo y aburrido que donde vivimos desde hace diez años. Y a mí me gustaba lo acelerado, lleno de adrenalina y divertido.

Ahí es donde entra entonces lo que a veces la gente no entiende bien de mí. ¿Porque hacía patinaje artístico, siendo que era algo delicado y sutil? Pues, me gustaban los contrastes drásticos, y más que nada yo era patinadora porque me gustaba la actividad física, me entretenía y me hacía sentir bien, útil y con autoestima. Y porque por algún motivo extraño, no entiendo hasta el día de hoy cual era el motivo por el que amaba tanto ese deporte. No había sido solo un capricho o deseo de niñez como muchas personas suelen tener. No, yo era muy decidida, incluso de pequeña, y desde que tenía memoria, jamás me había dejado de gustar siquiera un poco, al contrario, con el tiempo, más me encantaba lo que hacía.

Teniendo quince años, mi "carrera" estaba en una de sus mejores etapas. Estaba en un punto en el que cada decisión que tomara, afectaría enormemente mi futuro y lo que llegaría a ser algún día. Y algo que debía atribuirle a Konoha era que, por lo menos, los años no habían pasado en vano. Como muchas de las pequeñas ciudades y pueblos del país, Konoha se había desarrollado mucho en comparación a años atrás. No podía poner de excusa mi pasión por el patinaje porque Konoha tenía ya una de las mejores academias conocidas en Tokio. Aunque de igual manera, significaría iniciar de nuevo para mí, otra vez.

En una noche fue que hice mis maletas, sin poder dejar de darle vueltas a mi cabeza con toda la información y los recuerdos que se agolpaban en mi mente. No lo hice con prisa, pues el tiempo sobraba. Casi se podía decir que me tomé el tiempo de practicar a lo Matilda eso de mover las cosas de su lugar con la mente. Había olvidado cuan aburrido y cansado podía ser eso de mudarse. La última vez, podría decirse que fue mi tía la que hizo todo el trabajo.

Alcancé a despedirme de mis maestras y mi entrenadora de la academia y algunos profesores de la escuela. Varios de mis compañeros de academia se despidieron de mí al enterarse (por la maestra) de mi partida. No es que no quisiera avisarles, era solo que no consideraba importante a nadie en mi vida realmente a estas alturas. Jamás había sido de las que crean lazos con las personas. Por alguna razón, desde que tengo memoria, había sido una niña muy retraída, que no se metía en asuntos de nadie y solo se ocupaba de los propios. Con las mujeres definitivamente nunca había tenido buena relación. Siempre buscaban lo malo de las personas para poder hablar a sus espaldas, y tan… Barbies. Siempre tan femeninas, hablando de moda o maquillaje. Yo no era precisamente de ese tipo, así que prefería mantenerme al margen. En cuanto a los hombres, eran iguales a las mujeres, omitiendo el tema de moda y maquillaje, pero agregándole que eran más bobos, más salvajes, brutos y poseían cero humanidad. Eran cobardes, estúpidos y… bien, se entendió mi punto. Pero todo lo que pienso de los amigos lo pienso con fundamentos. Había aprendido mi lección siendo pequeña… y no quería volver a pasar por lo mismo.

-Flash Back-

- Hola Sakura… - ¡¿Quién le había dado permiso a éste de estar aquí?!

- ¿Qué quieres? – Respondí agresiva a su saludo, mostrando claramente mi molestia porque viniera a interrumpir mi fiesta de té. Ya le había dicho a mi tía muchísimas veces que ese niño no me caía bien, y ella no solo lo invitaba a la casa, sino que lo dejaba pasar hasta MI cueva secreta en el jardín.

- No tienes que ser tan molesta… vengo en paz. – Dijo poniendo una de sus pequeñas manitas en su pecho y levantando la otra con el signo de paz. Se veía raro, serio. ¿Venía a jugarme una broma o algo?

- No te creo nada. Siempre que apareces me haces algo malo. – Y es que aún no olvidaba como había manchado mis colas de cabello con la pintura que usamos en clase. Mi tía me había reñido por descuidada y él no había hecho más que burlarse con los otros niños. – ¿Qué quieres? – Volví a preguntar al ver que él no hacía ademán de retirarse. Al contrario, se había sentado en el lugar de la coneja Nina, quien aún no regresaba de casa de sus abuelitos, pero que llegaría más tarde a la fiesta de té.

- Te tengo una propuesta. – Ese niño era rarísimo. Su sonrisa hacía que sus mejillas se abultaran aún más y que el espacio que tenía a falta de uno de sus dientes frontales se asomara. Sentí mi cara caliente, de alguna forma era lindo… pero era un niño cruel y tonto.

- ¿Qué clase de propuesta? – Lo miré con los ojos entrecerrados, como se miraban en las películas que veía con mi tía cuando no les gustaba la presencia de otra persona.

- Yo… no voy a volver a tratarte mal nunca. Lo prometo. – Y yo no entendía nada. Después de tratarme mal desde que entramos al jardín, de pronto ya no lo iba a hacer. – ¿Sakura? – Me llamó por mi nombre. Seguramente esperaba una respuesta.

- ¿Cómo sé que no mientes? – Pregunté aún incrédula. Ese niño no era de fiar… aunque se veía lindo con su cara llena de tierra. Seguro se había agarrado la cara después de arrastrarse para entrar a la cueva. Quería confiar en él.

- Lo juro por mi diente. Si te miento, que el hada no me traiga dinero por él. – Hizo gesto de juramento y después nos quedamos mirando fijamente. – ¿Quieres… quieres ser mi amiga? – Quedó sentado sobre sus pequeñas piernas y con sus manos apoyadas en sus rodillas. En esa posición nuestras narices quedaron muy cerca. – Yo… yo sí quiero ser tu amigo. – Desvió la mirada en ese momento. Se había sonrojado un poco y no pude hacer más que creerle. La verdad es que me ilusionaba mucho tener un amigo. Él sería mi primer amigo. ¡Al fin tendría alguien con quién jugar!

- ¿Quieres acompañarnos a tomar el té? –Le ofrecí a lo que él levantó la cabeza, sorprendido. Yo le devolví una de mis mejores sonrisas que al parecer lo contagió. Me entró un poco la risa al ver el espacio de su diente. Él inspeccionó la mesita, en la cual ya estaban sentados la princesa Bella, el oso Toto y el soldado Ron. Coloqué en su lugar a la coneja Nina pues consideré que ya venía siendo hora de que regresara así que mi nuevo amigo se sentaría junto a ella. No quería que se sentara cerca de la princesa Bella porque ella era muy bonita y Sasuke ahora era mi amigo, no de ella, mío.

- De acuerdo, tomemos el té. – Accedió mientras me extendía la pequeña tacita de juguete para que le sirviera "té" – Oye… – Me llamó mientras yo les servía té a los demás invitados. – ¿Te parece si después del té traigo algo? Estoy seguro de que te va a gustar. – Sus ojos brillaban de la emoción mientras me lo decía.

- ¿Qué es? – Tenía curiosidad.

- Será sorpresa. No te lo voy a decir. – Respondió haciéndose el interesante. Quise insistir pero quizás si lo hacía se enojaba y luego me quedaba sin la sorpresa.

Sasuke era muy divertido. Se portó como todo un caballero en la mesa y era gracioso. Después del té nos sentamos un rato cerca de la pequeña ventanita que daba hacia el jardín. Contamos historias de piratas y princesas, de tesoros ocultos y hasta contamos algunas adivinanzas. Hablamos de duendes, ogros y fantasmas. Yo era muy fanática de esas cosas y aparentemente él también.

- ¿Me mostrarás la sorpresa? – Le pregunté al recordarlo. Por estar jugando se nos pasó el tiempo y ya comenzaba a hacerse tarde.

- ¡Cierto! Lo había olvidado. – Se levantó con cuidado y volvió a arrastrarse para salir de la cueva. – Regreso en un momento. ¡No te vayas Sakura! –Me dijo por la ventanita y salió corriendo en dirección a su casa. Era muy veloz. Me gustaba ser amiga de él.

En cuanto desapareció de mi campo de visión comencé a acomodar los juguetes, si no mi tía me regañaría por desordenada y tal vez no me dejaría salir a jugar con mi nuevo amigo.

- ¡Hola Saku! – Di un brinquito al escuchar una voz diferente a la de Sasuke. No me esperaba a nadie más.

- Ho-hola… – Me di vuelta algo sorprendida. ¿Y él qué hacía aquí?

- ¿Me dejas entrar a tu casa? – No sé ni para qué preguntaba. Ya estaba adentro.

- Supongo… – Lo miré raro. Él nunca me había molestado pero… era raro.

- Estoy muy aburrido. – Comentó mientras se paseaba alrededor de mi cueva, como inspeccionándola. – ¿Qué haces? – Se giró a mirarme mientras se rascaba la cabeza y sonreía. Vestía una camiseta de algún superhéroe que no supe identificar junto con unos shorts de mezclilla. Me gustaba como se veía.

- Nada. Solo ordenaba un poco. Espero a Sasuke. – Dije segura mientras volvía a mi labor.

- ¿A mi hermano? – Noté algo de asombro en su voz.

- Si, estábamos jugando – Le respondí como si fuera lo más natural del mundo. – Ahora mismo fue a por una sorpresa. – Sonreí mientras acomodaba al oso Toto en su lugar. Él era el último.

- ¿Qué no ustedes se caían mal? – Preguntó rascándose nuevamente la cabeza. ¿Y si eso de que los niños tenían bichos era cierto? Tal vez solo tenía comezón.

- ¡Ahora somos amigos! – Dije orgullosa.

- Oh… pues que bien. – Dijo simplemente y se acercó a mí. – Yo también quiero ser tu amigo. – Me dijo sonriendo, pero su sonrisa me dio miedo. No era como la de Sasuke. La de Sasuke era linda y graciosa. Él era… raro. - ¿Y si jugamos en lo que regresa Sasuke? –No me gustaba la idea. Él no me gustaba, estaba muy cerca y me veía raro.

- E-está bien… – No estaba muy convencida de mi respuesta.

- Qué tal si jugamos a…

- Con Sasuke íbamos a jugar a los piratas y que yo sería la prince…

- Hmp… Sasuke es un aburrido. Yo tengo una mejor idea. – Se señaló a si mismo mientras inflaba el pecho.

- ¿Cuál?

- Juguemos a la familia. Yo seré el papá, tú serás la mamá y éstos – Señaló a mis peluches – serán nuestros hijos.

- Esto… – Yo iba a negarme. No quería jugar a la familia.

- Anda, no seas aburrida. Va a ser divertido. – Insistió tirando un poco de mi brazo.

- Está bien. Pero ¿cómo se juega? Digo…

- El papá y la mamá tienen que besarse. ¿Sabes besar? – Preguntó curioso.

- ¿Be-besar? – Hice cara de asco. Este niño estaba loco. ¿Besar no era eso que hacía la gente en las películas en donde juntaban sus bocas y… ¡NO! Definitivamente a este niño le faltaba un tornillo. ¿Cómo iba yo a saber besar?

- Si, besar. Ya sabes. Si no igual yo puedo enseñarte. – Me tenía acorralada. No podía escaparme, y en serio me estaba asustando. No sabía que Itachi era taaaan raro.

- No quiero jugar a eso. No quiero besarte. – Me negué tratando de empujarlo.

- Anda, no es difícil. Sólo es de juego. – Insistió – Además estoy seguro de que será más divertido de lo que puedes hacer con Sasuke. – Volvió a sonreír.

- Itachi, quítate. – Volví a negarme. – Ya te dije que no quiero… – Pero como él era más fuerte que yo no pude hacer nada cuando ese estúpido niño juntó su boca con la mía, aunque no alcancé a sentir nada porque…

- ¡SAKURA! – ¡Por Kami! ¡Qué susto!

- ¡Sasuke! – Pude gritar. No supe en qué momento Itachi había terminado justo al otro lado de la cueva. Me asustó que llegara tan de repente y haciendo mucho ruido cayeron al suelo unos crayones y un libro para colorear. Era de Disney. Qué lindo. Volví a mirar a Sasuke y su cara me asustó. Tenía los ojos gigantes y me miraba… no sé, pero no me gustó. Pronto su cara cambió a enojo. Su ceño se frunció tanto que unas pequeñas arrugas se le hicieron en la frente.

- Eres igual que todas las demás niñas. ¡Ya no quiero ser tu amigo! – Recogió rápidamente todas sus cosas y se acercó a mí. Su rostro estaba muy rojo. – No quiero volver a jugar contigo nunca más, y tampoco te voy a enseñar mi sorpresa. Vete a jugar con Itachi y besuquéense todo lo que quieran. Adiós. – No me dijo nada más y salió de la cueva.

- Pero Sasuke… – No me respondió y yo me arrastré por la entrada para intentar seguirlo pero él era muy rápido. – ¡Sasuke! – Volví a llamarle con los ojos inundados en lágrimas. Yo quería jugar a los piratas y a las princesas. Quería ver su sorpresa… yo si quería ser su amiga. No era justo. Me di vuelta y observé a Itachi. Él tenía sus ojos clavados en el piso sin decir nada. Era su culpa… él había echado todo a perder.

-Fin Flash Back-

Mientras somos niños la vida es más fácil. Si alguien te molesta pero enseguida te pide perdón y te dice "juguemos" olvidas de inmediato aquello que te molestó. Tristemente desde los años de mi infancia aprendí que en realidad los "amigos" no existen. Esas amistades que jurabas eternas se destruyen con el paso de unos pocos meses sin verse. Son frágiles, vagas. Solo se llenan la cabeza con palabras vacías para dejarte sola en el momento que en realidad los necesitas. Por eso desde pequeña hasta ahora me he rehusado a tenerlos. Conforme fui creciendo me di cuenta de que las cosas ya no eran tan sencillas como decir "perdóname, juguemos". Para encajar tenías que ponerte una máscara y actuar como alguien que no eras, y a mi simplemente no me gustaba la idea.

Di un largo suspiro y terminé de cerrar mi última maleta. Darle tantas vueltas a las cosas me hacía poner de malas. Esperaba que nos fuéramos pronto. Si la tía Tsunade me había apresurado tanto, más le valía que no me dejara esperando. Bajé las escaleras arrastrando todas mis cosas y justo cuando pensé que lo lograría, las maletas se cayeron de los últimos escalones, vaciando todo su contenido en el piso del recibidor. ¡FABULOSO!

- ¿Qué fue ese ruido? – Preguntó mi Tía saliendo apresurada de la cocina.

- Nada. – Le quité importancia desde el suelo, volviendo a meter todo a su lugar.

- Apresúrate Sakura, no tenemos todo el día…– Bla, bla, bla… Este día ya no podía ponerse peor.

- Ya voy tía, ya voy. – Me quejé en tono de aburrimiento. Escuché la puerta de la cocina cerrarse. Mi tía estaba tan fastidiada y nerviosa como yo. Quizá más.

Había contratado un camión de mudanzas para que se llevara los muebles, ella y yo nos iríamos en su auto. Me esperaba todo un viaje de aburrimiento, aunque mi tía era un chiste en la carretera. Ella era una de esas personas a las que todo el mundo le tocaba la bocina, muchos conductores bajaban el vidrio de sus autos muchas veces y la insultaban porque conducía como chiva loca. Posiblemente pronto tendría que aprender a conducir y sacarme una licencia si no quería terminar hecha puré en un accidente.

Era tarde ya cuando llegamos a Konoha, casi para la hora de la cena. Con lo rápido que manejaba mi tía. Ni siquiera recordaba haber salido de Tokio, posiblemente me quedé dormida mucho antes. Había tenido entrenamiento toda la semana y estaba exhausta.

- ¡SAKURA! ¡DESPIERTA CARIÑO! ¡MIRA! – ¡Por Kami! Qué pulmones se cargaba esta mujer. Poco más y me daba en el techo del auto con tremendo grito. Se veía muy emocionada… vaya que quería regresar a este pueblucho. Una sonrisa le iluminaba el rostro.

- ¿Qué… cosa? – Pregunté a medias en un bostezo. Al mirar alrededor noté que ya nos encontrábamos en una ciudad. No reconocía nada del lugar.

- Al fin hemos llegado. ¿No es genial? Pronto estaremos finalmente en casa. – Casi pensé que mi tía se pondría a llorar. Volví a mirar al frente y me hice bolita en el asiento. Ya habíamos llegado.

-Uy sí, qué emoción. – Dijo sarcástica esa vocecilla en mi cabeza.

Pasó poco tiempo y salimos de esa parte de la ciudad. Cinco minutos después ya estábamos en las afueras, llegando a nuestro viejo barrio. Me acomodé un poco mejor en el asiento. Quería ver qué tanto de lo que recordaba seguía siendo así. Casi se me va la mandíbula al suelo. ¡No había cambiado nada! Todo estaba igual que hace diez años. Pasamos por el supermercado, la vieja estación de policía, la biblioteca y… ¡mi antiguo colegio! Me quedé impresionada al verlo. Lo habían remodelado y he de decir que se veía hermoso. Mi tía manejaba muy lentamente, pero ni siquiera me importaba. Estoy segura de que estaba tan impresionada como yo.

Algunas calles más adelante reconocí perfectamente la esquina en la que daríamos vuelta. El parque… fueron tantos los recuerdos que me ahogaron en ese momento que hasta sentí un escalofrío recorrer mi espalda. El parque estaba exactamente igual, como si los años no hubiesen pasado por él. Casi me sentí nuevamente como la niña de cinco años que se pasaba los días enteros en los juegos de aquél parque. Mi cabeza estaba tan perdida en esos recuerdos que ni siquiera noté cuando mi tía estacionó el auto. Al volver en mí pude ver que aparentemente el camión de mudanzas había llegado mucho antes que nosotras.

Bajé del auto al mismo tiempo que mi tía y me di tiempo de contemplar la casa. Era una casa antigua, no sé exactamente de qué año pero sé que era vieja. Sus tres pisos de alto se erguían frente a mí, haciéndome sentir pequeñita. Ya me había acostumbrado al pequeño departamento en Tokio así que de alguna manera me abrumaba. El techo era de teja y la casa color crema. Justo como la recordaba. Una pequeña cerca de madera blanca rodeaba el frente que daba a un pequeño porche. La hierba al frente, eso sí, se encontraba muy alta y seca por el descuido de los años, pero mi tía y yo nos encargaríamos de que volviera a ser el jardín verde y lleno de flores que nos gusta. Era difícil tener uno en el departamento en Tokio. Dos pequeñas plantas de interior era todo lo que podíamos tener por el espacio, pero ahora sí que nos daríamos gusto.

- Señora, ¿nos permite las llaves para acomodar las cosas? – La voz del trabajador de la mudanza me sacó de mis pensamientos devolviéndome a la realidad del presente. Teníamos que acomodar todos los muebles y desempacar. Mi tía emocionada le dio las llaves y acto seguido el comenzó a dar órdenes a los trabajadores.

- ¿Entramos? – Escuché la voz de mi tía dirigirse a mí. No pude hacer más que asentir. Mi cabeza había vuelto a perderse en los recuerdos. ¿Cuál habría sido mi habitación? Apenas pude dar dos pasos en dirección a la entrada cuando casi muero de un infarto.

- ¡TSUNADE! ¡Oh por Kami, no puede ser! ¿De verdad eres tú, Tsunade? – Mi tía sorprendida por escuchar su nombre se giró lentamente, lo cual imité.

- ¡MIKOTO! - ¡Kami! ¡Qué pulmones tienen estas señoras! La mujer, quien supuse por la reacción de mi tía que se llamaba Mikoto, se lanzó emocionada a abrazar a mi tía. Se veía un poco más joven que ella, solo por algunos años. Yo me alejé un poco, aparentemente necesitaban espacio y yo no pintaba mucho que digamos en el cuadro.

- ¡Amiga, no lo puedo creer! ¡Eres tú! – Gritaba emocionada la mujer aun abrazando a mi tía. - ¡Haz regresado! – Dio algunos saltitos en su sitio.

- ¡Sí! ¡Y tú aún estás aquí! Jamás imaginé que después de todos estos años siguieras aquí. – Mi tía se veía igual de emocionada que aquella mujer. Mikoto, Mikoto… ¿de dónde me sonaba?

- Bueno ya sabes, después de lo de Fugaku… – Suspiró como recordando algo – …bueno, me quedé aquí con los niños. Y es como que pretendamos irnos tampoco, después de toda una vida. – Dijo despreocupadamente y con una sonrisa sincera. Se veía amable.

- Claro, entiendo… – Aparentemente mi tía se había llevado una buena sorpresa.

- Ha pasado ya mucho tiempo, pero no sabes lo feliz que estoy al saber que estás de regreso. – Repitió sujetando las manos de mi tía.

- No puedes ni imaginarte las ganas que tenía de volver – Mi tía era una maraña de emociones en ese momento, podía verlo en sus ojos.

- ¡NO PUEDE SER! – Ay no… la mujer de pronto se percató de mi presencia y se quedó mirándome con los ojos como platos. – Es… ¡¿Es la pequeña Sakura?! – Se acercó a mí y mi tía se giró orgullosa, casi como si mostrara un trofeo. ¿Me conocía? - ¡Por Kami! ¡Cómo pasa el tiempo! ¿Eres tú Sakura? – Y en menos de lo que pude reaccionar ya me encontraba apretujada entre los brazos de aquella mujer, quien seguía siendo una completa desconocida. Al menos para mí porque ella parecía recordarme perfectamente. – ¡Pero si estás enorme! – Me miró de una manera demasiado cariñosa. No puedo decir que me incomodó pero me sentía extraña. Me escaneaba de arriba abajo. – Que niña tan más hermosa. ¡Pero si es realmente linda! – Y bueno, ¿qué se creía? Si era linda y todo pero se hablaban entre ellas como si aún tuviera 4 años. No quería verme grosera porque ella se veía buena persona así que me limité a sonreír nerviosa.

- Está grande ¿verdad? – Mi tía regresó su mirada hacia la tal "Mikoto" y ella asintió efusiva.

- ¡Pero claro! Si casi olvidaba que tiene la misma edad que los niños. – Completó la mujer.

- Es cierto, lo había olvidado. ¿Cómo están tus hijos?

- Muy bien, de hecho agradezco haberte visto antes de salir. Justo vamos de camino al supermercado a comprar las cosas para la cena. ¡Hey! – Volvió a dar un brinco inesperado en su lugar juntando las manos. Esta mujer me iba a ocasionar un infarto de los sustos que me pegaba. – ¿Por qué no vienen a cenar con nosotros? – A Mikoto le brillaban los ojos. Se veía muy tierna, gritona, pero tierna. No comprendía muy bien aún. Aparentemente era una vecina, no sabía de qué niños hablaba, ni quien era el tal Fugaku ni nada de lo que habían mencionado en los últimos diez minutos. Lo único que lograba entender era que mi tía la conocía a ella y a su familia en general.

- ¡Suena fantástico! – Aceptó mi tía feliz. – ¿Verdad Sakura? – Las miradas de ambas se posaron en mí. Me sentí observada y solo atiné a asentir con la cabeza. – Además estoy segura de que tendrá mucho que poner al corriente con… – Mi tía observo a su amiga con cara de pena, como habiendo olvidado algún detalle importante.

- Itachi y Sasuke – La ayudó Mikoto con una risita. Es que a mi tía a veces se le iban las cosas y…

- Click - ¡NO PODÍA SER! ¿Escuché bien? Dijo… Ella había dicho… ¿Itachi… y… y Sasuke? No… no, no, no, no, no, no… no podían ser ellos. No podían ser esos niñitos que eran mis vecinos y que tanto odiaba cuando era pequeña. No podían ser esos mocosos desagradables que me hicieron la vida imposible y que fueron los causantes de que no tuviera amigos. No era posible. – Claro que es posible, genio – Maldije a la vocecilla de mi cabeza por apuntar lo obvio. Pero claro, si la madre de esos niños se llevaba muy bien con mi abuela, y ella se llamaba Mikoto. Por eso me sonaba tanto el nombre, ¡pero qué idiota! Si vivían justo al lado de nosotras.

- ¡Mamá! – Un chico le gritó a Mikoto sacando la cabeza de la enorme camioneta que se encontraba estacionada en la casa de al lado, quien al ver a su madre y seguramente a nosotras se quedó mudo al instante, con cara de confusión y seguramente analizando la situación.