Los personajes que intervienen en Blood+ no son mi creación, sólo soy autora de la historia que les hago vivir. EL AROMA DE LA VIDA

La luz en lo alto. Calor. Se apartó del hueco de la ventana buscando el frescor del suelo de piedra en sombras. Esperaría, después de la luz venía la oscuridad, siempre, como desde que podía recordar. Todo era siempre igual, siempre, siempre... Su mente sencilla no lo elaboraba tanto, casi ni lo pensaba, sólo sentía el aburrimiento, más que eso, el vacío, la nada. Nada tenía relieve en su monótona existencia, ni siquiera las visitas de su asiduo carcelero, que decía unas cosas con su boca muy distintas a las que ella leía en sus gestos y acciones. Él era todo lo que había, y lo que había no le gustaba, pero si no lo aceptaba, entonces, ¿qué habría? Sentía terror hacia lo desconocido, casi hasta enloquecer.

La noche llegó por fin. Le gustaba mirar el cielo oscuro lleno de luces y el gran globo blanco que parecía flotar allí arriba. Ella creía que era agua, porque nadie se lo había explicado, pero había visto la que corría bajo la torre. Si la iluminabas parecía azulada, si no era oscura. No sabía la palabra para cielo, luna o estrellas, pero quería salir a jugar en las aguas que flotaban arriba. Quería atrapar a las criaturas ruidosas que volaban bajo el cielo azul, quería probar si sabían distinto a los pequeños animales que le dejaban cazar dentro de su cárcel. Ella quería hacer muchas cosas, era agradable imaginar que llevaba una vida distinta a aquel encierro perpetuo, pero tenía miedo.

Se puso a recordar aquel día en que intentó asomarse por la ventana, hizo tanta fuerza que los hierros cayeron llevándose parte de la pared. Con el ruido que hicieron, enseguida apareció su carcelero. Ella estaba perpleja, mirando la distancia hasta el suelo, viendo el paisaje como nunca, sintiendo la brisa y el sol envolviéndola, pero aún asustada porque no sabía el efecto que tendrían sus actos. Pronto supo la respuesta: él se acercó, se puso tras ella mirando hacia abajo; ella subió la mirada de sus pies y el abismo al rostro del hombre, cruzado por una media sonrisa, y sonrió también, justo antes de sentir que perdía el equilibrio, estrellarse contra el suelo, y escuchar todos sus huesos romperse. Él la había empujado sólo para saber si podría recuperarse. Ella era todo dolor en un tibio charco de sangre, hasta que en minutos todos sus huesos crujieron de nuevo recomponiéndose y la piel se cerró entorno a las heridas. Nunca había visto tanta sangre junta, y por mero instinto se inclinó sobre el gran charco y sorbió tanto como pudo, mientras su reflejo de ojos rojizos la miraba, y ella se perdió en sus propios ojos.

Aquel día aprendió que su sangre sabía distinto, igual que aprendió que había una fuerza extraña tras los ojos de aquel hombre, algo que ella odiaba pero a lo que no se podía resistir. Nunca ocurría nada en su pequeño mundo de la torre y las ruinas hasta que él lo provocaba, y lo hacía con crueldad y una mirada de éxtasis enfermizo que la hacía querer desaparecer dentro de su propia piel, asustada, asqueada. Pero también era cierto que después de herirla, de romperla, se volvía a ella con su sonrisa mentirosa, susurrando palabras enfebrecidas que pretendían ser tiernas, y la cubría de mimos y caricias hasta que ella se calmaba. Ella siempre acababa igual, sangre en sus harapos como única señal de violencia, mirada perdida, canturreando una canción sin palabras, solo para ella misma. ¿A quién odiaba más, a ese horrible hombre o a sí misma? Ya no era prisionera de las paredes, su cuerpo era mucho más fuerte que la piedra o el acero, estaba presa del miedo al castigo y al dolor, atrapada en su adicción al falso afecto que le daba su carcelero. Le odiaba, pero sin él y el dolor de sus palizas, no habría atención ni calor en su vida.

También se puso a recordar cuando pasaron días y días, meses y meses, sin que nadie se acercase a la torre a llevarle comida o bebida. Su piel tan seca y tensa que parecía que se iba a romper sobre los huesos, su cuerpo no le obedecía, sólo temblaba y lloraba hecha un ovillo en el suelo, sin poder andar, ni hablar, a punto de perder la conciencia, delirando con nadar en mares de sangre y flotar como una sombra en medio de la noche eterna... Nunca supo cómo fue capaz de sobrevivir a aquello, sólo recordaba vagamente una cosa metálica sobresaliendo de su estómago por la que los dos hombres que conocía volcaban vasijas llenas de sangre, pero no sabía si era un sueño o no. Cuando recuperó de nuevo la conciencia estaba de nuevo en la torre. Es como si no tuviese importancia que viviese o muriese, solo que siguiese allí eternamente para seguir sufriendo.

Incluso había clases de dolor que procedían de lo profundo de su ser. Un día se dio cuenta de que un pequeño pájaro estaba haciendo un nido en una de las grietas de la ventana que rompió. No tenía tanta hambre, y aunque la tuviese, era un pájaro muy pequeño. Así que lo observó mientras construía con ramas y plumitas. Descubrió que era entretenido y si estaba quieta el pajarillo la ignoraba. Lo que no había notado al principio es que eran dos pájaros distintos, una pareja. Cuando se dio cuenta le hizo sentirse mal, tanto que deseó ir a aplastar a los pajarillos, pero estaba demasiado ocupada llorando con la cabeza hundida entre las rodillas. ¿Por qué no tenía a alguien a su lado que fuese igual que ella? Sabía que su carcelero y el otro hombre, el que siempre tenía cara de sufrir y estar haciendo algo mal, no eran como ella. La verdad es que no entendía los conceptos de macho y hembra, pero por lo que conocía de su propio cuerpo, ellos parecían distintos y olían distintos. Todas las arañas parecían iguales y olían iguales, como las polillas, las mariposas, los gorriones, las palomas, las ratas; todos aquellos nombres que luego con los años aprendería. Todos tenían alguien similar a su lado, incluso aquellos dos hombres, pero ella estaba sola.

Con los días, siguió espiando a la pareja de golondrinas. Traían muchas cosas al nido, pero un día vio que habían como un montón de piedrecitas blancas allí dentro y que uno de los pájaros pasaba mucho tiempo sentado encima. Otro puñado de días después distinguió un sonido extraño saliendo del nido, y vio varias crías con las bocas abiertas. Estaba perpleja, no lo podía entender. Conforme crecían se dio cuenta que eran más golondrinas. Aquello la hizo pensar mucho, y necesitó varios años y muchas nidadas más para comprender que cuando se juntaban dos pájaros, uno de ellos ponía huevos y nacían más pajarillos. Y entonces decidió que quería hacer lo mismo para no estar sola nunca más. El problema es que no había nadie como ella. Y por eso pasó varios días llorando desconsolada.

Por aquella época, ella ya tenía cuerpo de mujer y lo había tenido ya tiempo suficiente como para que su carcelero, Amshel Goldschmidt, tuviese no sólo planes sobre qué hacer con ella, sino también el reticente permiso de su primo Joel, que no quería mancharse las manos con el sucio asunto. La chica no sabía hablar porque no habían querido enseñarle, además, si alguien la descubría no podría acusarles. Pero la primera noche que la visitó con la intención de descargar toda su lujuria sobre ella, cualquier persona cerca de las ruinas hubiera podido oír los terribles gritos de dolor de la chica. No dejó de gritar en toda la noche.

Aquella forma de tratarla rompió el último y frágil vínculo que la ataba a la vida. Dejó de comer por decisión propia, se escondió en el rincón más oscuro y pasó el tiempo cantando sin palabras, esperando que se repitiese aquella vez en que se fue secando y enflaqueciendo, como ahora sabía que les pasaba a los animales que morían y se descomponían. Esperaba deshacerse en polvo y que el viento la llevase lejos de allí. Pero lo único que arrastraba el viento era su canción. Y un día el mismo viento trajo una respuesta a su canto: un olor, el aroma de alguien, una criatura que olía igual que ella... Volvió a comer, sólo para seguir cantando, sólo para que aquel olor volviese a aparecer, sólo para retomar sus sueños de dejar de estar sola. Cantó y cantó con todas las fuerzas de su ser, hasta el día en que aquel olor tomó cuerpo y apareció al pie de su torre, su perfecto reflejo, aquella que la hizo nacer de nuevo, la criatura que la llamó Diva.

Hace tiempo que quería escribir una historia que contase todo lo que la historia original no contaba en detalle, y pensé que la mejor forma de empezar las cosas era por el principio, aunque este no sea el verdadero principio. Sé que este capítulo tiene escenas desagradables, pero personalmente creo que no he llegado a expresar todo el horror de cincuenta años de malos tratos. Tampoco era mi intención, pretendía buscar los pocos trazos de ilusión que permitirían a alguien superar ese trance, quería buscar un poco en el alma de Diva.

Me gustaría saber la opinión de la gente, pero creo que tengo que dejar clara una cosa: escribo tanto para otros como para mí, y que la gente no deje reviews no va a hacer que deje de escribir. Prometo acabar la historia, me lleve a donde me lleve. Sólo voy a parar cuando no tenga más ideas que explorar o más cosas que decir.