Disclaimer: Fairy Tail pertenece a Hiro Mashima. La imagen de portada corresponde a "La pesadilla" de Füssli.
Pareja: Silver/Juvia, algo de Gray/Juvia unilateral, Rogue/Kagura; y lo que venga (?).
Notas: Para Lomy, responde a su petición en el topic Escritura Sólida del foro Grandes Juegos Mágicos. Pidió un SilJu (SilverxJuvia. Principal) y Rogura (RoguexKagura. Secundaria), con angst. Esto último implica que todo es culpa de Lomy, no puedes aceptar un angst de Cattiva y esperar que nadie muera (?).
Y pues ya, como es angst trate de ser cruel (?).
Advertencias: Long-fic de Cattiva, se ruega tomar su pócima de la inmortalidad (?). Eeeeh... violencia sutil (quizás no tan sutil) y algo de lime (a futuro, claro).
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Capítulo I.
Cuando no es el sueño el real.
La lluvia persiste sobre sus cráneos aquel día, cabezas aglomeradas en torno al ataúd en medio del cementerio. Juvia se mantiene inamovible, con el paraguas cubriendo su insulso cuerpo al alzar la mirada hacia la familia de Gray, solo que sin Gray en ella, que no se ha dejado ver desde entonces. Oye palabras vacías de un sacerdote, que no le interesan, mientras contempla a Silver y Ultear sentados uno al lado del otro con calma y la tristeza palpable pero no absoluta que produce la perdida del «conocido»; y es que Lyon nunca fue parte de ellos. Sin embargo, Juvia rememora la hermandad que siempre lo unió a Gray pese a no tener ningún lazo, a diferencia de con Ultear, pero con ella no se llevaban.
Juvia lo entiende, comprende el sentimiento que colma a Milkovich —se negó a aceptar el apellido Fullbuster— ante sus medios hermanos. Ella era feliz, tomándose de la mano de Silver y Ur en su más tierna infancia hasta que estos se separaron, cortesía de Mika; y si Juvia le hubiera prestado atención alguna vez a Lyon conocería el nombre de su padre y segundo esposo de Ur, convirtiendo al albino y a Ultear en medios hermanos por parte materna, y a Gray y esta en medios hermanos por parte paterna. Claro que Ultear nunca los apreció del todo, si fueron quienes vinieron con la separación de sus padres y, tras la muerte de Mika y la desaparición del padre desconocido, con la reconciliación de estos.
En realidad, por eso mismo Gray y Lyon no se tocaban en nada, genéticamente hablando; y en realidad Lyon era el único que tenía excusas para actuar como un idiota y, sin embargo, eran mayoritariamente sus hermanos quienes cumplían ese papel.
Ur murió cuando Gray ingresaba a primaria y comenzaba a llamarla «mamadre» en honor al poeta que le gustaba a ella —total, nunca alcanzó a conocer a Mika, muriendo a sus dos años de nacido y teniendo, por tanto, como única figura materna a su madrastra—, pero aun así tanto él como Ultear tenían a Silver. Lyon quedó solo, sin progenitor real y su relación con Silver Fullbuster siempre rayando la cortesía entre desconocidos.
Estaba solo.
A Juvia le parece por eso mismo que él tenía motivos para querer mandar el mundo a la mierda, mas no lo hacía. Siempre sonreía con calma y calidez —a diferencia de Gray, a quien solía colmarlo la indiferencia—, salvo cuando se trataba de ella, mostrándose más expresivo entonces en su sentir, en su amar.
«Juvia.»
La miraba con inconmensurable aprecio bajo la lluvia platinada de un invierno frío, con el granizo formándose lentamente a su alrededor, pequeño, insignificante; como los sentimientos de él.
«Te quiero.»
¿Y qué le respondió ella, en medio de esa escena de película y una sonrisa de amor incondicional? ¿Qué palabras había empleado para despedazar la ilusión?
«A Juvia sólo le importa Gray.»
Sólo le importa. Horas después, en su casa, se percató de todo lo que esa frase podía implicar. Horas después, tarde, siempre tarde.
Ahora, en medio del cementerio y con la lluvia más helada que ha sentido nunca —incluso sin granizo alguno— se siente mal. Infame, horrible, sombría; como la muerte. Ahora, al meditar lo sucedido.
Gray era una idiota. Ni ella, en el amor ciego de su ilusión, podía negarlo.
¿Qué motivo había, qué motivo?
No era primera vez que al meterse en peleas de pandillas —Gray, Natsu, Gajeel, nadie en Fairy Tail conformaba una como tal, nunca se habían designado como grupo propiamente dicho, pero aún así solían involucrarse en las peleas como si lo fueran— las cosas acabaran mal. Con la policía, con los tiroteos, escondiéndose en edificios aledaños tratando de salir indemnes de la trifulca. Fue entonces, en medio del caos reinante que Gray llamó a Lyon. No a Silver, no a Ultear, a su hermano. Podían pelearse como todos y picarse mutuamente de forma constante, pero se querían en el fondo como los hermanos suelen hacer, aunque no lo fueran en el estricto sentido de la palabra pues no poseían lazo sanguíneo.
Daba igual, se querían.
Y la bala perdida, el vidrio partiéndose en miles de pedazos a un costado de ellos y la rápida reacción de alejarse, instintiva. Él no se movió.
A Juvia se le han quedado impresas en el tímpano las palabras de Gray, el «¿Lyon?» endeble que soltó en medio del silencio consecuente al anterior estrépito. Por sobre todo, se le ha quedado grabada en la retina la imagen de su cuerpo contra la fría cerámica blanquecina de la tienda.
Ahora, tres días después, está ahí; en el funeral.
En realidad no se percata demasiado de nada ni presta demasiada atención, no lo ha hecho desde hace tres días. Cuando la gente se dispersa lentamente a través del camino de baldosas desgastadas que atraviesan el enorme jardín que compone el cementerio, con el ataúd ya cubierto de tierra y olvidado para siempre dentro de esta, sigue sin reaccionar del todo.
Predice el letargo de su existencia.
Porque, últimamente, Juvia siente que no vive.
Y al avanzar por el frío camino de cerámica, lejos de la tumba, presiente también algo parecido al dolor, solo que no ha llorado. No, no ha llorado ni una sola lágrima, ni una pequeña gota ha caído de sus ojos azulados desde el día del incidente, como si no doliera en realidad. A veces incluso mantiene la duda sobre si lo hace en verdad, mientras el dolor no se hace patente a través de sus ojos de ninguna manera, en tanto avanza por el cementerio como un espectro en lugar de un ser humano. Incluso al final del gran arco de piedra y las enormes rejas rezando las horribles letras que conforman la palabra «cementerio», sigue avanzando como si no estuviera viva en verdad. Detiene el taxi con esa impresión, da la dirección de su casa —solitaria, siempre solitaria—, contempla por la ventana, paga, se baja; todo con la sensación de estar muerta ella y no él.
Ya en su casa, en el silencio del apartamento donde nunca halla una familia, medita otro poco el asunto, duda otro poco sobre su hipotético dolor. Quizás no le duele, quizás en verdad no lo quería. Presintió que sí, que lo quería —no romántico, pero sí fraternal—, que le importaba. Tuvo por momentos la vana ilusión de que ese chico albino de cálida sonrisa implicaba algo en su vida, producía un movimiento en su pecho y aglomeraba recuerdos en su mente. Por momentos la colmó la impresión del afecto irreemplazable hacia ese individuo. Justo como sucede ahora, con la impresión de algún tipo de amor hacia ese recuerdo a la vez que la sensación de que el dolor es, en alguna medida, real.
No llora, eso sí. Juvia no llora, ni ese día ni los que proceden.
El gran despliegue de esa batalla premeditada y anticipada sucede un jueves, el funeral, un domingo —el día que Dios descansa—. Dicho lunes retorna al instituto con aspecto lúgubre, uno compartido con varios, pero nadie le hace la competencia. Oye, en su recorrido por los pasillos con la misma pasividad con la que recorrió el cementerio, el anticipo de otra trifulca, poco menos de una semana después de la anterior. Se muerde el labio.
¿Qué motivo hay?
No le extraña, a pasos del salón, oír la voz alzada de Erza reclamando contra Natsu, como suele suceder; aunque en esos momentos es un poco más acalorada la disputa que de costumbre.
—No —reclama Erza, inamovible como siempre—. Te he dicho muchas veces lo que pienso de que vayan a meterse en peleas tontas porque sí, ¿no tuviste suficiente, acaso?
—Exageras, Erza, solo...
—¡Eso lo dices porque no estuviste ahí! —exclama Scarlet, la paciencia en cero—. ¡Si hubieras estado medirías tus actos, si hubieras sido tú quien vio morir a alguien no...!
—¡Ey! —replica Gajeel, silenciando a la pelirroja, quien centra la mirada en él.
Gajeel le responde con un leve gesto de cabeza, señalando a Juvia en la puerta, a quien Erza ve apenas voltea, abriendo los ojos sorprendida.
—Juvia —musita, incómoda—. Lo... —tartamudea—, lo siento mucho. ¿Qué tal estás?
Juvia sonríe tenuemente, con una sonrisa algo lamentable.
—No pasa nada —replica, avanzando a paso lento y espectral hasta su puesto a un lado de la ventana, justo detrás del de Lisanna, que se encuentra vacío.
Su sonrisa se ensancha y su felicidad se atenúa mientras se sienta.
Nota a Gajeel sentarse a su lado en tanto es consciente de que Gray no irá a clases ese día y tampoco Lisanna. Se muerde el labio mientras se cuestiona si los volverá a ver por ahí algún día. Quizás sí, quizás no. Aún puede ir a visitar a Gray a su casa y no duda que lo hará, pero de Lisanna no sabe nada desde el incidente.
Traga algo incómoda, captando la atención de Gajeel con el gesto, cuando el pensamiento le retorna a la mente la imagen del cuerpo frío contra los azulejos. Frío y muerto, como un trozo de hielo que se derrite, en tanto el repentino blanco absoluto de la habitación se va tiñendo de rojo. Incluso se le imprime todavía en la memoria el grito de Gray, posterior a su pregunta temblorosa; y aún con todo no había más que silencio a su alrededor. Y ella parpadeó, confundida, con la mirada fija en Lyon, a quien Gray ahora sostenía entre sus brazos diciendo cosas de las que ya no era consciente. Parpadeó y se quedo ahí, estática, como si no estuviera consciente en realidad.
Pudieron pasar entonces minutos u horas, ella no se movió. No mostró reacción alguna en tanto oía solo silencio a pesar de que algún punto de la habitación producía un quejido perfectamente audible, uno masculino mezclado con la respiración pausada de la vida que se extingue, el gorgoteo horripilante de quien se ahoga en su propia sangre.
Y Juvia no se movió. Ni siquiera cuando su oído derecho fue invadido por el grito ahogado de Lisanna clamando su nombre, que aún estaba ahí, o cuando Gajeel le dijo cosas que no recuerda porque nunca asimiló del todo. Juvia ni siquiera reaccionó cuando la policía ingresó a la estancia y alguien, arrodillado a un lado de Gray, punto del que casi pudiera jurar provenía el quejido lastimero, soltó aquellas mortales palabras a través del radio.
—Tenemos un deceso.
¿Por qué deceso? Tuvo entonces la epifanía de que ese hombre de uniforme tendría que haber hablado de un herido. ¿Entonces?
Luego Gajeel la arrastró fuera, acompañados por alguien más del que ella nunca fue del todo consciente. Fue entonces que Erza, salida de quién sabe dónde —y no fue hasta que le explicaron que había ido, como siempre, a sacarlos de ahí, que no lo supo—, se le aproximó para inquirir casi con desespero qué había sucedido. Había tratado con Gray momentos antes, le dijeron después, pero no había obtenido nada. Pero con ella tampoco funcionó porque Erza gritó un rato, y gritó y gritó y gritó, o al menos eso le parecía a ella en su especie de letargo, hasta que Gajeel la enfrentó.
—¡Está en shock, maldita sea!
Con eso Erza se había callado y ella tuvo la impresión de que habían hablado de ella. Le habían hablado.
Juvia supone que ese estado de shock, de vulnerabilidad, fue lo que llevo a Scarlet a disculparse con su persona tiempo después, en la iglesia, por haber sido tan brusca; o el motivo por el que había cortado su regaño al verla entrar.
Pero era innecesario, ¿verdad? Después de todo Juvia estaba bien, perfectamente bien. Después de todo Juvia no había llorado, ella tenía, por tanto, que estar bien.
No como Lisanna, que no había ido a clases y quizás no lo hiciera nunca más. Pero la chica tenía sus razones, su padre había muerto en un tiroteo cuando ella era joven y, tiempo después, su madre había perecido en una cama de hospital con la nariz y la boca ensangrentadas, manchando las blancas sábanas de carmín mientras daba sus últimas palabras a sus hijos. De pie en hilera a un lado de la mujer moribunda, con la pequeña niña de apenas diez años marcando para siempre en su mente la imagen de la mujer que le dio la vida extinguiéndose entre gorgoteos de sangre y blanco, todo blanco.
No, Lisanna nunca volvería. Juvia es consciente de eso al llegar el primer receso y no ver ni a Mirajane ni a Elfman por los terrenos. No volvería, se había marchado para siempre, como Lyon.
Presiente otro deje de dolor al abandonar el establecimiento rumbo a la calle empapada por la reciente lluvia, gris y húmeda, impregnada de un ambiente lúgubre, sin preocuparse por sus clases posteriores.
Ellos no volverían, pero Gray tenía que volver.
Atraviesa la avenida principal a paso rápido, caminando rumbo a la parada del autobús. No tarda en notar la cantidad de gente aglomerada —como en un cementerio— por lo que desecha la idea de tomar el transporte público. Continua su avance rumbo a la novena avenida, que está un poco lejos pero no una distancia que no pueda ser recorrida a pie, para virar hacia al este, hasta el sector compuesto por casas algo antiguas de extensión admirable, con sus amplios jardines y sus fuentes talladas.
La casa de los Fullbuster no llama tanto la atención, poseedora de un poco más de sobriedad, pero continua siendo imponente a sus ojos azules siempre acostumbrados al silencio del apartamento. Pero ese lugar, demasiado amplio para tan pocas personas, también es silencio absoluto.
Toca el timbre al llegar, esperando con calma la respuesta de, muy probablemente, Ultear, que desayuna a esas horas y se halla por tanto cerca de la entrada. Suele coger el citofono antes siquiera de que el servicio tenga tiempo de acercarse. La única diferencia que Juvia halla aquel día al recorrer el pasillo principal para llegar a la cocina es que en la pequeña mesa para desayunar ubicada al centro de la estancia se halla, no solo el desayuno de Ultear, sino también el de Silver, que se encuentra sentado café en mano en una de las cuatro sillas dispuestas.
—¡Juvia! —Le saluda al verla—. ¿Qué tal estás?
Ella hace un amago de sonrisa, un pobre intento de felicidad, antes de aproximarse a paso inseguro a la mesa donde Ultear, que la acompañó desde la entrada hasta ahí, ya se sienta nuevamente.
—Hola —saluda de vuelta, tomando una de las sillas con inseguridad.
Silver le dirá que se siente y ella lo hará, solo que esa vez no espera al pedido para correr el objeto y sentarse frente al hombre mayor de cabellos oscuros.
—¿Todo bien? —inquiere este mirándola fijamente desde el otro lado de la mesa.
Juvia asiente, vagamente segura de que eso es una mentira, antes de hablar.
—Juvia se preguntaba por Gray —dice, incómoda—, no lo vio en clases y se preocupó.
Silver hace un gesto desagradable antes de llevarse el café a la boca, luego le responde.
—Estrés postraumático, eso dijeron —replica con molestia—. Está... —se detiene, meditándolo—. No está bien —corrige—, no quiero presionarlo.
Ella asiente una vez más.
—Juvia entiende.
Ultear toma la mantequilla, callada, a la vez que Silver deja el café a un lado para mirarla fijamente una vez más.
—Y tú, Juvia —cuestiona—, ¿tú qué tal estás?
Es entonces cuando Juvia vuelve a sentir el nudo en la garganta, la premonición de que sí duele, al asentir levemente antes de hablar.
—Juvia supone que bien.
Silver mantiene la vista fija en ella, en su atormentada figura. Finalmente, estira un brazo y le coge la mano, ante la atenta mirada de Ultear.
—Cualquier cosa —dice—, puedes contar conmigo.
Juvia siente la necesidad de hacer un esbozo de sonrisa.
—Claro.
—No —replica Silver, sin soltarla—, es lo mínimo, tú no tendrías que haber estado ahí.
No. Nadie. Pero ella era terca y seguía a Gray a todas partes, siempre estaba ahí aunque él estuviera en medio de un tiroteo, siempre seguía su espalda. Juvia incluso solía ir a esa casa y reír suavemente con Silver mientras él le cuestionaba qué había hecho Gray últimamente, conocedor de que ella siempre estaba a su lado, con Lyon mirándola a la distancia.
Solía, pero ya no más.
Aparta la mano, notando un nudo mayor en la garganta, como si quisiese llorar —pero en sus ojos no hay escozor alguno—. Se muerde el labio antes de hablar.
—Juvia lo agradece, pero ella está bien —miente.
Bien, solo algo muerta y un poco espectral, como si no viviera en realidad.
Sonríe escuetamente al pensar aquello, que pareciera que no vive.
Quizás en verdad no lo hace, quizás no vive y por eso el dolor nunca termina de llegar a ella. Quizás por eso ahora todo no es más que imágenes inconexas que confluyen en el recuerdo del cadáver contra los azulejos. Quizás en verdad murió y, por tanto, aquella ya no es su vida. Solo un delirio de falsa consciencia, tal vez, casi como si todo no fuera más que un sueño...
No.
No, un sueño no.
Una pesadilla.
Un pésame por Lyon y espero que les haya gustado.
Nos leemos. Bye.
