Hola. Antes de leer, por favor, lean esto:
-En un fic de suspenso, humor y romance.
-Me basé en varios conceptos para poder realizar la trama de la historia.
-Hay OoC en algunas partes [para hacer el fic más interesante, según mi opinión]
-No sabía cómo se llamaban los padres de Momoko, así que les inventé el nombre.
-Hice aparecer a los padres de Miyako.
-En lugar de ser tres parejas protagonistas [PPGZXRRBZ] son cuatro [Mi OCXDAI] (Pobre, la meto en todo xD)
-Cada capítulo tiene una canción respectiva, obviamente citaré al artista que la creó.
-AU
Disfruten c:
Aviso previo: OoC; AU; OC;
"I just wanna scream and lose control, throw my hands up and let it go, forget about everything and runaway"
~~Avril Lavigne~~
Runaway
Nunca pensaron que la idea descabellada de sus familias al mudarse de Tokyo los iba a afectar demasiado.
Nueva escuela, nuevos compañeros, nueva ciudad, nuevo pueblo, nuevo mundo, nuevas personas, nuevas especies.
Kaoru Matsubara, la hija de uno de los luchadores más famosos del mundo, era la única que tenía un mal presentimiento a la idea de ir a esa Isla que quedaba en las cercanías de Australia. Era una isla que no aparece en los mapas porque no es una isla muy llamativa ni muy grande, pero era caracterizada como una de las islas con 7 a 15 días al año con sol, todos los otros días llovía, nevaba o solamente estaba nublado y con frío.
Estaban a tres días de partir, estaban cenando y Kaoru volvió a decir que era una mala idea irse de Tokyo, su hermano Shou le decía siempre que estaba siendo muy paranoica, su madre Mitsuko la trataba de calmar, su padre Tokio sólo le decía que era una buena idea para des estresarse y conocer otros lugares, y su hermano Dai, solamente tenía la mirada perdida en la ventana.
–Me parece una idea muy mala, papá –decía nuevamente Kaoru –O sea, está bien querer conocer nuevos lugares… Pero ¿Ir a esa isla? ¡No es una buena idea!
–Kaoru por favor –decía Mitsuko tiernamente –No te alteres tanto, hija harás nuevos amigos allá, conocerás nuevas personas y sé que la isla al ser como silvestre tiene muchos bosques donde podrás ir a correr tranquila. No todo es tan malo pequeña.
Kaoru miró a su madre y le sonrió.
–Bien –dijo con dificultad.
–Bueno, no se hable más ¿Ya han guardado todas sus cosas? –preguntó Tokio.
–Pero papá –dijo Shou, el chico de cabello verde y una cicatriz en la cara –Nos vamos en tres días.
–Sí, pero no puede quedarse nada. Lo saben –sentenció Tokio.
Miyako Gotokuji, vivió desde los trece, hasta ahora los quince, con su abuela Kiyoko y su hermanita menor Junko, quien tiene ocho años, ya que sus padres eran de esos que siempre debían estar viajando alrededor del mundo sin descanso, pero finalmente lograron instalarse en una isla, y querían que sus hijas se fuera a vivir con ellos como una familia.
–Junko, cariño –dijo Kiyoko a la niña de pelo ceniza y ojos grises que tenía su cabello amarrado en dos trenzas bajas –Come. No estuve cocinando por nada.
–Lo siento abuelita –dijo Junko –Es que estoy pensando en lo genial que será volver con mis padres.
–Sé que ambas están emocionadas, y es lindo ver que vivirán por fin los cuatro juntos –comentó Kiyoko –Pero eso sí, no deben olvidar a su abuela, deben venir a visitarme.
– ¡Claro que lo haremos, abuela! –Dijo Miyako – ¿No es así, Junko?
– ¡Obvio! Eres la mejor abuela.
Momoko Akatsutsumi estaba emocionada por el hecho de viajar, quería conocer chicos nuevos, y también quería averiguar si sus notas serían las mismas en Tokyo como en cualquier parte del mundo. Su familia siempre cenaba en silencio –salvo por las escenas que hacía Kuriko por el hecho de que, según ella, su madre hacia diferencias–, pero ese día el ambiente era tenso, ya que Nami y Kaito –sus padres– aún tenían que averiguar si el traslado del trabajo de Kaito había funcionado.
–Mamá –dijo Momoko –Me pasas la ensalada.
Nami tomó el plato de la lechuga y se la pasó a su hija sin decir palabra alguna y sin despegar su mirada de un punto desconocido.
–Están raros –susurró Kuriko a Momoko – ¿Qué crees que les esté pasando?
–Debe ser por el trabajo –le respondió Momoko –Mejor sigue comiendo para que podamos ir a dormir luego.
– ¡Mamá! ¡Momoko tiene el vaso más lleno que el mío! ¡¿Por qué eres tan injusta?!
–No Kuriko, estaban iguales, otra cosa es que hayas bebido unos sorbos antes que tu hermana –respondió Nami.
Llegó el día. La familia Matsubara y Akatsutsumi emprendieron el viaje, al igual que las dos hermanas Gotokuji. Era un viaje de tres horas en avión, por lo que no llegaron tan tarde, si no que alrededor de las cinco de la tarde ya se encontraban en la isla, más conocida como Isla Clavel. Una isla donde todo estaba rodeado de un espeso bosque.
Era un pequeño aeropuerto, a la salida del avión, primero bajó la familia Akatsutsumi, luego la familia Matsubara y al final, bajaron las dos hermanas Gotokuji que fueron recibidas por una mujer alta con lentes, que tenía un vestido amarillo, ella tenía el cabello rubio platinado y los ojos grises y al ver a sus hijas salir corrió a abrazarlas, tras ella había un caballero con unos pantalones color marrón, ojos celestes como los de Miyako, pero tenía su cabello más oscuro que el de su hija.
– ¡Mamá! –Gritaron las dos hermanas Gotokuji.
– ¡Mis niñas! –Dijo Hana – ¡Hijas, las extrañé!
– ¡Papá! –Dijo Junko al quitarse del agarre de su madre – ¡Estás más alto!
–Junko, tú estás más alta –dijo Kazuma –Al parecer te comes todas tus verduras y vegetales.
–Quisiera que fuera verdad, padre –dijo Miyako.
–Pero Miyako, hago mi mayor esfuerzo –dijo Junko.
La familia de rubios dejó el aeropuerto para enseñarles a sus hijas su nueva casa. Fue un viaje que no duró más allá de treinta minutos, el cual Miyako hubiera preferido que Junko se callara.
Llegaron finalmente, bajaron de la camioneta blanca de Kazuma para poder ver con mayor claridad la casa: Blanca, dos pisos, un balcón que conectaba las dos ventanas visibles del segundo piso, un jardín enorme con muchas rosas rojas que indicaban el camino entre la reja y la escalera que daba inicios antes de llegar a la oscura puerta de entrada.
–Acogedora –comentó Hana – ¿No les parece? –a Miyako.
–Pido la de la izquierda –dijo la pequeña Junko mientras atravesaba el jardín a vista y paciencia de todos.
–Supongo que…
–Tú tienes la derecha –dijo Hana tomándole la mano a su hija mayor –Vamos.
Nami y Kaito Akatsutsumi ya no tenían las caras de muerto que solían tener tres días atrás, tanto Kaito como Nami habían conseguido la aprobación del consejo para ser los embajadores de la empresa para la cual trabajan. Fueron recibidos por un joven de cabello negro azulado, él era el encargado de llevarlos a su nueva casa para que se instalaran y además conversar de temas laborales.
A total diferencia de Miyako, Momoko quería que todos hablaran, pero de un tema de interés para ella, Nami y Kaito hablaban con el joven y se reían de cosas que ella no lograba entender, eran comentarios de los chascarros laborales y Kuriko, que estaba a su lado, solamente dormía. «Quizás así es mejor» Pensó Momoko.
Llegaron a una casa de color naranja muy pálido, tenía dos pisos, dos ventanas en el segundo piso con un pequeño balcón cada una y un gran jardín repleto de muchos tipos de flores, una reja blanca y un camino rodeado por tulipanes.
–Es perfecta –comentó Kaito –Vamos a dentro.
Los Matsubara fueron recibidos por un colega de Tokio, un hombre canoso y gordo. Él los llevó hasta su casa, el trayecto para Kaoru fue muy grato, lo único que hizo fue dormir en las piernas de su hermano Dai.
Cuando bajaron del transporte, vieron que el recinto era muy grande, había muchos árboles, era una casa muy grande, de tres pisos, dos ventanas en cada uno de los pisos, teniendo únicamente el segundo piso balcón, color blanco, la reja era gris y el camino era rodeado por distintos tipos de piedra.
– ¿Qué hacemos aún aquí como idiotas? –Preguntó Shou – ¡Vamos a ver la casa!
Una vez cada una instalada en su propia casa y en su respectiva habitación, las lágrimas, ganas de correr y euforia no se hicieron esperar. Momoko saltó por el balcón de su ventana, traspasó la reja y comenzó a adentrarse un poco en el bosque.
Kaoru, también salió de su habitación saltando por el balcón y ágilmente saltar la reja y hacer lo mismo que Momoko, adentrarse en el bosque.
Miyako, muy temerosamente, se tiró balcón abajo, rompiendo un poco las medias que llevaba bajo ese vestido celeste, y al igual que las otras chicas se adentró en el bosque.
Llorar, gritar, correr, decirlo así es muy fácil, pero llevar a cabo esa sensación es distinto. Se adentraron más y más, Momoko ya tenía toda la falda rosa sucia y rasguñada, sin mencionar que estaba despeinada, que su lazo estaba más rasgado que toda su ropa, su polerón blanco, ya no era blanco, era marrón, las zapatillas rosas estaban casi completamente embarradas hasta que paró en seco en un árbol. No entendía el por qué quería llorar, si ella estaba muy emocionada de llegar a esa isla. ¿Creía que estaría sola? No, no era eso, tenía miedo, sentía que en esa Isla la tristeza era el sentimiento que reinaba, pero luego de pensar bien, se dio cuenta de que se equivocaba, no era tristeza, era algo más, era incertidumbre. Se dejó caer junto al árbol, apoyando su cabeza en el tronco de este y comenzó a sollozar.
Kaoru corría y corría entre los árboles limpiando, de vez en cuando, su cara que se encontraba empapada tanto por sudor como por lágrimas. El polerón verde que llevaba, tenía pedazos de hojas de arce y de pino, los pantalones holgados negro ya no estaban holgados, cortesía de la brisa, se ajustaban perfectamente a sus piernas. Paró en un claro, era un lugar amplio, había una roca en la cual pudo sentarse y comenzar a relajarse.
–Sabía que no debíamos venir, lo sabía –dijo Kaoru entre sollozos.
Se sentía como un bicho raro, una bazofia, pero además sentía que nada bueno en esa Isla podría pasarle, siempre tuvo un mal presentimiento, y al llegar, ese presentimiento logró crecer dentro de la mente de la chica de ojos verdes.
Miyako, mientras corría se cayó unas tres veces, rasgando completamente las medias blancas. Su vestido celeste y el chaleco blanco, estaban arañados. Corrió hasta encontrar un tronco caído, se apoyó en el e inmediatamente comenzó a llorar. Extrañaba a su abuela, pero no por eso lloraba, si no porque se sentía indefensa, sin nadie que la protegiera, tenía a su padre, pero no era eso lo que esperaba como protector. No, ella necesitaba a alguien más fuerte.
Las tres lloraban, ellas necesitaban algo para poder ser felices en esa Isla, pero ahora lo único que podían hacer era volver a sus casas, el camino se estaba haciendo más oscuro y podían perderse, y nadie podría encontrarlas.
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