-Dime Yuuri, ¿qué quieres para Navidad?-
Los dos patinadores se encontraban tumbados, tapados con las mantas en la cama del moreno mirando el móvil.
-No hace falta nada, muchas gracias- dijo brindándole una dulce sonrisa. ¿Cómo decirle al hombre con el ego más grande del mundo que todo lo que quería ya se había hecho realidad gracias a él? Le había podido conocer, se había enamorado -más- de él, había ganado el Grand Prix Final y no podía ser más feliz.
-Va, un detallito. Piensa en lo que más desees- dijo el plateado atrapandole la nariz entre sus dedos un momento. Yuuri cerró los ojos y lo pensó un momento. En su mente una borrosa imagen se fue esclareciendo.
-Quiero.. Quiero..- empezó a babear al ver un humeante katsudon en su mente. Y después babeo incluso más al ver que era más grande de lo normal y después se sonrojó. Vio como unos palillos sujetados por una mano fuerte y blanquecina, casi de mármol, se llevaba un pedazo de cerdo y tras seguir el recorrido de la comida, veía a, como no, su entrenador. Su amado Viktor. -Sólo quiero.. Comer katsudon contigo, como siempre- era mejor que decirle simplemente 'Te quiero a ti'. Viktor le sonrió cálidamente mientras le acariciaba el pétreo cabello.
-Mi pequeño glotón- sonrió más traviesamente -¿Seguro que lo que no quieres es comerme a mí?- el rostro de Yuuri parecía recién sacado del fuego. Estaba al rojo vivo. Mientras, Viktor sonreía divertido. Y de repente, ¡zas! Algo desaparece en la habitación. Y ¡pum! Dos pares de labios se unen durante un instante -o una eternidad- y lo que ha desaparecido, reaparece, dejando sin habla al mismo que había provocado ese dulce choque. Yuuri se levanta de un salto culpando a su vergüenza por dejarle y así poder hacer lo que tanto quería desde aquél último -y primer- beso en la pista de Moscú. (Repetirlo)
-Ya.. No hace falta nada- se dio la vuelta y antes de que pudiera dar un solo paso, Viktor ya se había abrazado a su cadera, que era lo que quedaba a la altura de la cama, tirando de él hasta volver a tumbarle. Cuando Yuuri le miró mientras la plata se iba posando sobre él apenas le reconoció. Esa mirada llena de lujuria y amor, esos gestos de tigre albino. Él no era más que un cerdito entre las zarpas del carnívoro hambriento y ansioso, pues los felinos no suelen ser tan pacientes.
-Oh, esto no ha hecho más que empezar- en su voz no había rastro del infantil Viktor, casi podía escuchar las promesas que sus ojos le gritaban. Y una de ellas era quererle, tanto como él le quería y demostrárselo, tanto como él mismo acababa de hacer.
Y así, blanco y negro se unieron una vez más en la historia, creando esa perfecta armonía.
El ying y el yang.
La luz y la oscuridad.
El bien y el mal.
Y ahora, Viktor y Yuuri.
-Feliz Navidad, Yuuri- dijo Viktor junto a él antes de empezar a comerse el sabroso tazón.
-Feliz Navidad, Vitya- dijo él, mirando de reojo y sonriendo el jersey que le había regalado. Era el típico súper gordito donde salía la cara de Makkachin con la nariz de Rudolf, iluminada con un pequeño led rojo.
Puede que Viktor no lo supiera, o puede que si, pero que él siguiera a su lado tras ganar el GPF era el mejor regalo que podía hacerle.
