Prólogo

Ser un mestizo definitivamente no es lo que más te gustaría ser.

Bueno, los poderes y las ventajas (como tener el honor de conocer a los dioses y cosas por el estilo) eran increíbles, eso sin duda. Pero no lo vale. Ser un semidiós, no es tan genial como parece. No es que uno tuviera problemas con los padres. Bien, bien… sí se tenían problemas familiares, y demasiados y muy grandes, pero esa no es la peor parte.

Lo peor de todo son los monstruos (seres de pesadilla que vienen del mismísimo infierno y te persiguen por todos lados gracias a un olor que ellos perciben y les gusta) y todo el peligro (morir y cosas mucho peores). Conforme más pasa el tiempo, se va volviendo un problema. Uno que crece, y sigue creciendo. Que con el tiempo sólo se va haciendo más grande.

Ser un semidiós no es tan genial. La mayoría de las veces estás cara a cara con la muerte, puedes incluso saludarla y despedirte con un "hasta luego", porque, no interesa cuánto te esfuerces, seguirás visitándola. Esa es una especie de regla para semidioses: estar siempre al borde de una muerte trágica y dolorosa.

Percy Jackson no era la excepción.

Para él, era algo así como un muy peligroso, pero no por eso menos excitante, juego de cuatro pasos. Sobrevivir, enfrentarse a los monstruos, casi morir, y después continuar viviendo. Todo dependía de la estrategia.

El problema era que Percy no era ningún hijo de Atenea (menos mal). Ni mucho menos de Ares (lo cuál era un alivio total). Por lo tanto, él y los planes no se llevaban bien; tanto así, que cada vez que se atrevía a planear algo, las cosas salían mal. Además de que su suerte no ayudaba en nada.

Él era valiente. Todo un héroe. Nadie, ni siquiera Hércules, Odiseo, Aquiles o Teseo, habían hecho todo lo que él sí. Él era un ídolo para todos. Era querido por todos. Era amigo y salvador de todos. Era admirado por todo semidiós, por algunos dioses, e incluso se había ganado el favor de las Moiras.

Sí, las Destino, tres damas sumamente poderosas capaces de decidir el rumbo del mundo y todo el espacio tiempo, tenían cierto interés en el semidiós Percy Jackson. Desde joven, cuando fue producto del rompimiento de un muy importante juramento, las Moiras lo observaron con curiosidad y no tardaron en deducir que Percy estaba destinado a la grandeza.

Durante años, ellas lo observaron luchar con valentía. Vieron como un simple semidiós, un héroe como ningún otro, entregaba todo con tal de ver felices y a salvo a los que amaba. Lo vieron llorar, reír, lo vieron cargar con todo el peso del mundo (literalmente hablando), lo vieron enfrentarse a cosas que casi ningún héroe habría logrado sobrevivir. Y, aun así, lo vieron manteniendo la esperanza, sonriendo ante la vida y retando a la muerte con tal de proteger a los que amaba.

Y todo por los demás, nunca buscando la gloria personal, nunca persiguiendo un fin egoísta. No, tan sólo buscando el bienestar de los otros.

Percy Jackson definitivamente no merecía morir de la manera cómo lo hizo.

Las Moiras jamás habían querido ayudar a ningún semidiós, pero, después de ver el sacrificio que éste hacia y por el cual la oportunidad de vivir se escapaba de sus manos, decidieron que esta vez, por una única vez, ellas tenían que intervenir.

Por primera vez en eones, las Moiras no querían cortar un hilo.