Un mar rojo, inquieto y salvaje bloqueaba la entrada al vagón, como todos los años. Palabras, abrazos, lágrimas, gritos, consejos, besos, recordatorios, advertencias, baúles y lechuzas me rodeaban pero yo (naturalmente) sólo quería entrar al tren. No me malinterpreten, amo a mi familia, es sólo que pueden llegar a ser un tanto (o demasiado) efusivos.

Cada primero de septiembre vamos en automóvil a King's Cross, donde nos encontramos con mis primos y tíos. Papá suele cometer algunas infracciones de tránsito en el trayecto y mamá suele regañarlo. Cuando llegamos a la estación saludamos a todos (a todos y a cada uno) y atravesamos la barrera entre los andenes nueve y diez. Cualquiera pensaría que la desaparición de un grupo alborotado de pelirrojos no pasaría desapercibida por los muggles que circulan por la zona pero, al menos hasta ahora, (por suerte) ninguno dio señales de sorpresa o confusión al pasar a nuestro lado. Mi teoría es que la barrera tiene un hechizo desilusionador en ella y sus alrededores, no encuentro otra explicación posible.

Cuando finalmente logré entrar al vagón, éste estaba tan lleno que me costaba arrastrar mi baúl sin golpear a nadie. Una mano me agarró la muñeca y me llevó a la parte trasera del tren, donde yo sabía que sólo un par de compartimientos estarían ocupados, probablemente por parejas que no se había visto lo suficiente en vacaciones e intentaban compensar el tiempo perdido. Seguimos avanzando hasta alcanzar el último compartimiento del expreso, que parecía retener una acalorada discusión que, si no me equivocaba, era sobre Quidditch.

-Admítelo, sólo estás enojado porque las Harpías los destrozaron en el último juego y ganaron la copa-. Una voz femenina-. Supérlalo, Scorp, somos mejores.

-Oh, vamos- una voz masculina y claramente irritada le respondía-, sabes que el partido fue injusto: el réferi no era parcial, tendría que haberle cobrado esa falta al Welkins.

La mano que antes me sostenía fue a posarse en la frente de un chico de pelo color azabache que no dejaba de repetir en voz baja:"Cinco minutos, los dejé solos cinco minutos y se pusieron a discutir sobre Quidditch. Increíble. La próxima vez los silenciaré antes de irme, ya verán." Como verán, Rose Weasley no se equivoca.

Un grito agudo interrumpió la conversación y en un segundo (¿tanto?) estaba siendo abrazada por una chica de pelo celeste. Mi lechuza que sorprendentemente había estado tranquila desde la llegada a la estación lanzó un chillido que separó a Carrie de mí. La chica se agachó y miró amigablemente al animal y decir:- ¿Ven? Coco concuerda conmigo: las Harpías son superiores al Puddlemore United en todo sentido-. Y liberó a la criatura que, como confirmando lo que mi amiga había dicho, le dio al rubio un picotazo en la cabeza antes de salir por la ventana a reunirse con las otras lechuzas.

-Odio a ese pájaro. Si no supiera que eres un desastre con los animales, Weasley, pensaría que la entrenaste para que hiciera eso-. Scorpius Malfoy, señoras y señores, estaba recostado contra el respaldo del asiento, estaba exhibiendo aquella sonrisa arrogante que conocía de sobra.

-¿Sigues sensible porque te superé en las MHB, Malfoy? Creí que ya habías aceptado que fuera mucho más brillante y talentosa que vos-. Un suspiro-. Supongo que te sobreestimé, otra vez-. Sí, el recibimiento de siempre: un comentario mordaz de mi parte o de la suya seguido de una respuesta igual o más ofensiva. A esto generalmente le seguía una batalla en la cual el primero en desviar la mirada perdía, y de eso parecía depender el resto del año escolar. En esto estábamos cuando la puerta del compartimiento volvió a abrirse, ninguno se distrajo, ¿por qué habríamos de hacerlo?, ya sabíamos quién entraría al compartimiento exactamente a las...

- Diez y cincuentinueve minutos, Lys, debe ser un nuevo record personal-. Albus le hablaba a un chico rubio, probablemente acalorado y seguramente despeinado, que entraba arrastrando pesadamente un gran baúl y un bolso amorfo, que cuidaba como si de galeones se tratara.

-El año que viene no llegaré a subirme al tren-bufó justo antes de que el conductor (si es que alguien maneja el expreso) avisara mediante ese horrible silbido que dejábamos la estación, alejándonos de Londres en dirección a Hogwarts-. No sería primero de septiembre sin el concurso de miradas asesinas de Rosie y Scorp-. Una pausa en la que Lysander (Sí, Lysander Scamander, mi mejor amigo, estoy segura de haberlo mencionado antes... ¿o no?) aprovechó para respirar y derrumbarse en uno de los sillones-. En serio, eso cada vez se vuelve más raro, escalofriante y perturbador... Carrie, Al, ¿cómo estuvieron sus vacaciones?

Mientras mi primo y mis mejores amigos intercambiaban anécdotas del receso, yo seguía focalizada en mi disputa; un movimiento en falso y sería mi perdición, tendría que soportar la sonrisa arrogante de Malfoy por otra hora (o por el resto del año). Era por eso que fijaba mis ojos en los suyos, fríos como el metal, densos como el mercurio y aún más tóxicos. No piensen que no me importaban las historias que estaban siendo contadas, simplemente ya las conocía a todas, no dejaba de mandarme cartas con mis amigos en el verano. Sin embargo, se me ocurrió, no sabía nada de lo que había hecho Malfoy en el verano. Sabía, en cambio, lo que no había hecho: no había visto seguido a Albus y no había pasado un mes en la madriguera como solía hacerlo, al menos los primero tres años de Hogwarts.

Su cara no tenía el mismo aspecto que el año anterior, parecía más madura, más dura también y lucía cansado. La cicatriz que tenía sobre la ceja izquierda seguía allí como siempre, mostrándose tan incómoda y extraña ahí, como si no perteneciera a un rostro tan simétrico y perfecto (como dirían algunas chicas) como el suyo. Había estado entrenando, de eso estaba segura, no sólo tenía más músculos, sino que lo notaba en un estado de alerta permanente, con la varita a tan sólo unos centímetros de su mano, listo para atacar (o defenderse). Me preguntaba qué clase de entrenamientos habría estado haciendo ese verano.

-Traje regalos- esa simple mención desvió mi atención, que se depositó expectante en el rubio de ojos café sentado a mi lado-, ¿quieren verlos?-. Sabía que Malfoy seguía recostado frente a mí con esa fastidiosa expresión de satisfacción en su odioso rostro, así que evité mirar en su dirección, ¿por qué arruinar el primer día de clases?

Lysander comenzó a revolver su bolso marrón desgastado, el cual sin duda alguna había sido mágicamente expandido para que cupieran más cosas sino, ¿cómo podría hacer sacado ese enorme tomo sobre encantamientos que liberó una nube de polvo cuando cayó en mi regazo, junto con un libro aún más antiguo sobre adivinación? Y esos eran sólo mis obsequios. Carrie atrapó en el aire un par de gafas para Quidditch, que Lysander aseguró ya no se hacían más como esas, no se empañaban ni rompían "no importa la cantidad de bludgers que te ataquen".

Volvió a cerrar su gran bolso (¿para que nada escapara de ahí?) y se dispuso a revisar los innumerables bolsillos de su abrigo. Lys pasaba la mayor parte de su tiempo libre en Hogwarts ayudando a Hagrid a cuidar a las criaturas mágicas que habitan el Bosque Prohibido y adquirió del guardabosques la costumbre de llevar un gran saco con muchos compartimientos para lo que él denominaba "cosas importantes". Siempre se podía encontrar dentro de alguno de ellos galletas para lechuzas, knuts de bronce, hojas de cuaderno arrancadas (usualmente con lo que debía hacer en el día) o granos de café. De uno de los bolsillos internos extrajo triunfal una llave, o al menos eso parecía.

-Una ganzúa, Al. Ésta abre cualquier puerta, sin importar la cantidad de hechizos tenga-. El pelinegro la se la guardó en el bolsillo de los pantalones y se recostó en el asiento, probablemente a pensar para que la podría utilizar. Sinceramente, prefería no enterarme. Del mismo bolsillo de donde había sacado la ganzúa, Lysander extrajo un recipiente de no más de 200 centilitros que poseía una sustancia plateada de aspecto viscoso. Luego de asegurarse de que estuviera en perfectas condiciones, se la entregó a Malfoy, quien la examinó de cerca, intentando averiguar de que poción se trataba-. No es Felix Felicis, si eso es lo que te estás preguntando. Creo que tiene propiedades curativas, el hombre que me la vendió la señalaba mientras se golpeaba el pecho... Pensándolo bien, podría ser veneno- hizo una pequeña pausa-. Si fuera tu investigaría un poco antes de usarla.

A esa conversación le siguió un largo silencio en el cual cada uno aprovechó para observar mejor su obsequio. Mi libro de adivinación, escrito en inglés antiguo, contaba con un capítulo que trataba sobre interpretación de sueños, otro sobre las premoniciones y hasta tenía algunos con prácticas que habían dejado de utilizarse, algunas por ser poco éticas e ilegales, otras por ser aún más inexactas que el promedio y el resto por la complejidad o las habilidades que se requerían valerse de ellas. El tomo sobre encantamientos era sencillamente magnífico y el nível que ofrecía era sin duda más alto al de las clases de Hogwarts. Sin duda tendría que pasar meses estudiándolo para comprenderlo en su totalidad (si es que era posible).

Aún no llevábamos una hora en el tren (y Albus ya estaba impaciente, saltando en su asiento, esperando ver el carrito de golosinas aparecer por el pasillo) cuando por la ventana del compartimiento, que nadie había cerrado luego de la salida de Coco, se precipitó velozmente un ave marrón. Luego de acomodarse la plumas y recuperar el paquete que había dejado caer junto a los pies de Carrie, nos observó rápidamente a todos y voló hacia Scorpius. Ya sobre su hombro emitió un chillido espantoso, que sonó tan similar a una risa que no pude evitar el escalofrío que me recorrió la espalda. Dejó el paquete sobre los jeans de Malfoy y le dio un picotazo en la oreja, logrando que un hilo de sangre comenzara a descender lentamente por su cuello, manchando la remera que llevaba puesta.

Carrie se ocupó de curar la herida, pero no parecía importarle mucho al rubio. Apenas el ave hubo bajado de su hombro abrió el paquete confundido, revelando una remera (una de sus favoritas) y una hoja arrancada de un cuaderno de dibujo con lo que parecía ser una carta escrita en birome azul y pocos minutos. Inmediatamente dobló el papel y se la guardó en bolsillo trasero del pantalón y abrió su baúl para guardar la prenda. Lo vi revolver con desesperación la valija y murmurar un "mierda", pero luego la cerró y, como si nada hubiera pasado, se puso a mirar el paisaje por la ventana. Mi cara debía tener las misma expresión confundida que Carrie. Al, por otro lado, parecía haberse divertido con la llegada del ave y sonreía abiertamente.

- ¿Qué falta en tu baúl, Hyperion? Parece que una Hydra te comió la lengua- el rubio lo calló con la mirada.

- La remera del uniforme de Quidditch- y después de ésto no se habló más del tema.

- ¿Qué hiciste para que los pájaros te detesten de esa forma, Scorp?

- Nada, Carrie, nada. Pero, a diferencia del plumero que tiene Weasley por mascota, estoy seguro de que Skylar no sólo fue entrenado para hacerme sufrir, sino que disfruta con ello- Lysander parecía no opinar lo mismo, estaba dándole al halcón unos de los bizcochos para lechuza que siempre llevaba en su abrigo-. Lys, déjalo, tengo que mandarlo a casa antes de que sea demasiado tarde, o tendré que cuidarlo todo el año.

La señora del carrito de golosinas golpeó la puerta del compartimiento y Malfoy aprovechó el momento para echar al ave y dar por finalizada toda conversación. Notó mi mirada sobre él, pero sus ojos eran ya inexpresivos.

- No preguntes, Weasley, no quieres saber- pero no sonó como una amenaza, sino más bien como una advertencia.


Disculpen aquellos quienes tuvieron que sufrir un texto sin pausas o separaciones, no noté que faltaban los espacios cuando subí el documento al Fanfiction. Y muchísimas gracias a Portia White por avisarme, espero que ahora lo disfrute.

Hola! Bueno, es mi primera fic (al menos la primera que pienso terminar), espero que la hayan disfrutado. Si así fue, dejen un comentario, siempre es un placer leerlos. Intentaré actualizar seguido. Vince

Nota de autor:

Queridos lectores,

Quería simplemente comentarles que son siempre bienvenidas las críticas en cuanto a los capítulos escritos y los consejos o ideas para los que no lo están aún. Todo sea por mejorar la escritura y la trama.

Además, pedirles o alentarlos a que recomienden lecturas. Cualquier texto que consideren interesante será agradecido. Por mi parte, he estado leyendo últimamente a Stephen King (y creo que ha influido en mi escritura) y les recomiendo, para quienes no les moleste un poco de morbosidad o suspenso, El Resplandor. Otras obras que los más grandes no pueden perderse son: La naranja mecánica, de Anthony Burgess y 1984, de George Orwell, además de la hilarante poesía de Catulo, un autor romano de la época de Augusto.