Iba a matar a su mejor amigo.

Christophe Giacometti se juró a sí mismo que, como Viktor Nikiforov no se encontrara desangrándose en el piso del baño de su casa o algo semejante, lo asesinaría sin miramientos.

¡Lo había hecho salir de casa a las malditas dos de la madrugada! Chris había estado de lo más cómodo, calentito bajo las sábanas de su cama cuando su teléfono había empezado a sonar y lo habría ignorado de no ser porque el tono que correspondía a Viktor fue lo que oyó.

My name is... No.
My number is... No.

"Necesito tu ayuda" fue lo único que Viktor había dicho, sonando desesperado antes de colgar, no respondiendo a ninguna de las llamadas que Chris insistentemente hizo por casi cinco minutos. Así que acabaría con su vida si cualquierfuese el motivo por el que se encontraba terminando de subir las condenadas escaleras basta el séptimo piso y cruzaba el tonto corredor, tocando la puerta tres veces no era ni remotamente de vida o muerte.

La puerta se abrió segundos más tarde y Chris fulminó con su mirada verdosa a su mejor amigo, el mismo que llevó su índice sobre sus labios, pidiendo silencio.

—No hagas ruido —solicitó Viktor en un susurro—, por fin conseguí que se durmiera.

Enarcando una ceja, Chris ingresó al apartamento del mayor.

—Creí que Makkachin estaba en ese nuevo spa para mascotas —murmuró, aún con el ceño fruncido.

—Lo está —sonriendo, Viktor avanzó hacia las habitaciones—, ven, te mostraré a quién me refiero.

Un chillido fue lo siguiente que se escuchó en aquel departamento, y el llanto de un bebé a continuación.

Viktor miró con rencor hacia verde esmeralda con sus orbes azules zafiro.

Chris rascó detrás de su cabeza y sonrió con culpa.

De acuerdo, no iba a asesinar a nadie aquella madrugada.

Esperaba que tampoco lo asesinaran a él.