Los personajes de Bungou Stray Dogs no me pertenecen y el fin de esta historia es solo entretener.
El camino de la oscuridad a la luz
Inocencia
Su madre le enseñó a limpiar las manchas de sangre seca de la ropa.
Ella siguió esas lecciones de las tareas del hogar, echándole las mismas ganas e interés que cuando aprendió a cocinar el arroz muy esponjoso o a limpiar los cristales sin que quedasen brillos.
Su madre y ella solían cantar mientras trabajaban juntas.
Ella ya no está. Su padre tampoco.
Miedo
Ese hombre oscuro, que se ha convertido en su mentor y amo controlador de su habilidad, la obliga a limpiar las manchas de sangre de su abrigo.
El agua está tan helada que los dedos de sus manos se engarrotan pero se muerde la lengua para que sus labios no emitan ningún quejido de dolor.
Él se pone muy nervioso cuando ella le demuestra su debilidad.
Una vez le metió su cabeza en el barreño y tuvo que tragar el agua sucia con jabón.
Cada madrugada pasa una hora de pie en aquel patio oscuro y solitario de la sede de la Port Mafia frotando y frotando hasta que se le abren los callos de los nudillos.
Sin embargo, no se queja, ni protesta. Tiene demasiado miedo.
Desesperanza
La primera vez que limpió sus manchas de sangre del quimono, las lágrimas no dejaban de fluir de sus ojos, desde unas pupilas donde había quedado grabada la mueca descarnada por el terror de aquel enemigo de la Port Mafia antes de ser seccionada su garganta por aquel odiado y temido demonio heredado.
Luego, tras cada nueva muerte, esa lágrimas se fueron poco a poco secando y desapareciendo, lo mismo que sus emociones.
Ella pensó que no se podía estar por dentro más muerta tras perderlo todo, se equivocaba.
Dentro de ella aún quedaba algo de fuego de vida pero la culpabilidad por ser una emisaria de la muerte extinguió cualquier esperanza.
Tiene catorce años pero podría ser una anciana.
Su vida acabó cuando aquella katana regó de gotas de sangre la seda roja de su ropa y su corazón marchito.
Si sigue día a día, si se levanta, si aún se atreve a enfrentarse al infierno donde ella imparte tanto dolor y sufrimiento es porque hay alguien que aún le recuerda que la luz aún está ahí fuera, que le desea que encuentre alguien que la ayude a escapar hacia esa luz, como ella misma intentó en vano ir una vez.
Luz
Cada atardecer echa un poquito de polvo quitamanchas al barreño con las ropas ensangrentadas de aquel chico que la sacó de la oscuridad.
No son manchas de dolor, ni de sufrimiento. Sino tributos del esfuerzo tras cada lucha para convertir aquella ciudad en un lugar más seguro. Una ciudad donde los niños no vean más morir a sus padres ante sus ojos, donde el hombre demonio deje de asesinar; donde una mujer, que sufre por el asesinato de su amado, encuentre un consuelo en saber que el destino puede ser reescrito y que ella también puede encontrar la luz. En suma, donde una adolescente recuerde solo lo ricos que están los crepes antes de meter las prendas en la lavadora.
