Después de todo lo vivido... Después de todas las cosas que habían pasado juntos... Ahora que esperaba un bebé... Marina no sabía porqué seguía ahí, viviendo, respirando. El mundo seguía brillando, vibrando, y la vida sin embargo se había ido. Todo lo que pudiera tener significado se perdía. Marina se aferraba al cuerpo sin vida de Manuel, preguntándose por qué sentía que, aún cuando todavía respiraba, se sentía como si su corazón se hubiese roto, como si le hubiesen arrancado el alma del cuerpo, a pesar de todos aquellos años duros, que le habían enseñado a soportar como nadie el dolor, a aguantar la adversidad, a no sentir nunca nada... Pero él lo había cambiado todo, desde que llegó a su vida... Y ahora se había ido. Se ha ido.
Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y caían en el rostro de su amor perdido, mientras ella controlaba que no escapase ningún sollozo de su boca. Escuchó pasos acercándose y miró hacia arriba, medio esperando encontrarse a un perrito faldero del Comisario de pie junto a ella, con una espada desenvainada. Podría doler menos. En cambio, Marina se encontró mirando fijamente a los penetrantes ojos de su hermano mellizo, Gonzalo, vestido como ella en su atuendo de Águila.
—Hay que enterrarlo —susurró Marina, con la voz más templada que pudo obtener.
—Sí.
Ardía al pensar que ni siquiera podría tener un funeral digno... Todo solo por querer ayudar a un niño. El dolor en el pecho crecía, aunque ella no entendía cómo era posible, al imaginar a Manuel enterrado en una maltrecha zanja en la tierra.
—Si esto es amor, no lo quiero —dijo, con voz quebrada—. Arrebátamelo, ¡por favor!
Algo cambió en los ojos de Gonzalo. El entendimiento, la comprensión. Su hermana sentía una emoción que a él le era muy familiar.
—¿Por qué me causa tanto dolor? —rogó por una respuesta Marina, la voz rota al final de la frase, sus ojos suplicaban comprender, o tal vez una confirmación de lo que creía...
Gonzalo se adelantó un paso, contemplando a la pareja que había a sus pies.
—Porque era verdadero —respondió finalmente.
Marina cerró los ojos y dejó caer la cabeza. Apenas un año antes lo único que quería era lograr aclarar esos extraños sentimientos que tenía por Manuel, esa aclaración no tardó en llegar por parte de él, en aquel dulce primer beso que se habían dado, a la luz de la luna... Pero ahora, todos esos recuerdos se antojaban lejanos y sin sentido alguno. Ahora era demasiado tarde para todo. He llegado demasiado tarde. Impotente y desamparada, se inclinó sobre el cuerpo inerte de Manuel y depositó un suave beso de despedida en sus labios, mientras acariciaba con delicadeza su mano, dibujando círculos en la fría piel. Todo lo que le importaba, estaba perdido. Tenía a su hermano, sí, y a Alonso, y al niño que crecía en su vientre, y a Sátur... Pero jamás nada sería igual sin él. Y todo por su culpa... Por no llegar a tiempo. No, no es por mi culpa... Es por culpa de ese bastardo...
