-Mierda.- exclamó Astrid. –No, esto... esto no puede estar pasando…

Lágrimas amenazaban por salir, y lo único que pudo hacer en contra de esto es poner su mano sobre su boca así evitando que un sollozo escapara.

Algo relativamente 'bueno' de esta situación era que ella estaba en casa sola y nadie podía escuchar sus lamentos, pues su novio- con quien vivía-, Hiccup Haddock, había salido a correr con los perros y hacer un poco de ejercicio alrededor del vecindario (aunque no tardaba en llegar). Ella hubiera ido también porque amaba ejercitarse, pero se había sentido lo suficientemente "mal" como para ir a correr. Llevaba más o menos dos semanas y media con esa inquietud y por fin había encontrado el momento ideal para aclararlo y cerciorarse por completo.

Ambos compartían un pequeño apartamento desde que entraron a 5to semestre de preparatoria y llevaban saliendo poco más de tres años, los tres mejores años de la existencia de Astrid. Le debía su casi toda felicidad pues, antes de que toda esa alegría apareciera, su vida era una masacre con excepción de su perrita Tormenta, sufría bastante viviendo con Mr. Finn, su severo y estricto tío, ya que después de la terrible tragedia, él era donde la ley decretó que ella viviría. Él le exigía demasiado a la muchacha quien en ese entonces tan sólo tenía la corta edad de 12 años; sus calificaciones, deportes y actividades extracurriculares. Cuando Astrid había perdido la última gota de esperanza que tenía, Hiccup se presentó. Él era todo lo que ella buscaba… Amor.

Pero esos días estaban contados, o al menos eso era lo que ella pensaba. Si tan sólo pudiera retroceder el tiempo…

Ella se retiró del baño, no sin antes tirar a la basura cualquier cosa que sirviera de prueba.

-Mierda- exclamó de nuevo.

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Habían pasado alrededor de dos meses desde aquel descubrimiento, el cual Astrid no podía sacar de su cabeza –por obvias razones-; no tenía ninguna idea qué hacer ni cómo resolverlo. Mantuvo oculto su nerviosismo y culpa hasta aquel día en el que el remordimiento la carcomía por dentro. Ese día era el último de las vacaciones de invierno y al siguiente volverían a clases pero esta vez, cursando 6to semestre, hecho completamente fue olvidado por Astrid ya que tan sólo tenía mente para una cosa: decirle la verdad a Hiccup.

-¿Cómo es que voy a decirle sin que me odie?-cuestionó ella a sus leales perros, Tormenta y Chimuelo, quienes no dejaban de intentar reconfortarla a su manera, inentendible pero ciertamente especial. El pequeño interrogatorio hacia ellos no duró bastante pues alguien entró por la puerta principal.

-¡Astrid! ¡Chimuelo! ¡Tormenta! ¿Alguien en casa?- los caninos corrieron al lugar proveniente de aquella voz familiar- Hola, chicos.- dijo Hiccup acariciándolos.- ¿Dónde está Astrid?

-Aquí estoy- respondió la anteriormente mencionada, al llegar a la entrada de su apartamento donde Hiccup se encontraba.

El lugar no era la gran cosa en realidad, pero era mucho mejor que nada. Era un simple departamento en donde vivían dos personas con dos perros sin ninguna molestia por el tamaño, no era ni exageradamente grande ni lo extremadamente pequeño para sentirse incómodos o apretados, era… perfecto, en pocas palabras. Contaba con tres habitaciones, dos baños, la cocina, una sala de estar pequeña, todo por tan sólo $150 al mes, algo que podían pagar con sus dos sueldos trabajando; Astrid, de mesera en una cafetería pequeña, Hiccup, por otro lado, trabajaba en la empresa de su padre.

-Oh, hey- comentó el chico de cabellos castaños, más alegre de lo normal.- ¿Qué crees?, tengo algo importante que decirte.

-Woah, qué coincidencia. Yo igual debo hablar contigo sobre algo…-confesó un poco aterrada.

-Bien, ¿te parece si vamos a…?¿Cómo se llama la pizzería que está a dos cuadras?

-¿Te refieres a Sven's Restaurant?

-Sí, lo siento, había olvidado el nombre.- dijo un poco apenado, ¿Cómo era posible olvidarla? En ese lugar ocurrieron cosas de suma importancia, por ejemplo, Hiccup se declaró a Astrid, encontraron a Chimuelo, pasaron su primer aniversario, etc. Todo vivido en aquel restaurante, además era la pizza más deliciosa de todo Berk -¿Vamos?

-Por supuesto, pero primero iré a ponerme un suéter. ¿Te importaría ponerles a Chimuelo y Tormenta las correas?- debido a que eran los clientes preferidos del dueño, éste los dejaba comer con los caninos con la condición de no molestar a nadie y sentarse en las mesas de afuera. ¿Habrá alguna razón por la cual no ir a ese lugar?

-Por supuesto que no, m'lady.

Dicho esto, Astrid volvió al cuarto y buscó entre sus cosas el dichoso suéter. Una vez encontrado y tenerlo puesto, se miró al espejo e intentó practicar para el gran momento que se avecinaba de decirle a su novio con exactitud lo se enfrentarían los siguientes meses. No puedo evitar que los nervios, el miedo y la frustración la bañaran por completo. Se empezaba a arrepentir.

Pero él tenía derecho a saber y ella tenía la responsabilidad de enfrontar este problema con valentía y no permitir que la cobardía le hiciera retroceder. Ella podía, sí que lo haría.

Esto, sin embargo, fue interrumpido por el llamado de Hiccup para que se apurara pues la pizzería no estaría abierta tanto tiempo, ya que eran pasadas las 8:30 pm.

Y fue ahí, donde todos los problemas comenzaron.

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