Disclaimer: South Park y sus personajes son propiedad de Trey Parker y Matt Stone. Esta obra fue creada sin ánimo de lucro.
[Este fanfiction yaoi OMEGAVERSE es irreal y grosero, los personajes son pobres imitaciones y por su contenido nadie lo debería leer]
~ South Park - Año 1997 ~
Eric caminó buscando entre la multitud a su querida madre, sabiéndose perdido se dispuso a mirar las atracciones que aquel circo tenía para ofrecer...
¿Qué más daba?.
Seguramente ella estaría fornicando salvajemente con algún payaso drogadicto detrás de las carpas, asqueado ante el desagradable pensamiento agitó la cabeza para borrarlos de su mente.
Observó cada detalle por insignificante que fuera... No había nada allí que lograra entretenerlo.
Suspiró hastiado por el aburrimiento que lentamente comenzaba a embargarlo.
Prosiguió su camino deteniéndose para observar a una aterradora chiquilla con aspecto de marimacho.
- ¡Pasen damas y caballeros! ¡La pequeña Wendy hará para ustedes una proeza que les dejará sin aliento!.
Dijo un chico pelirrojo de aparentes 18 años.
Cartman no daba crédito a lo que sus orbes zafiros veían...
La chica dobló diez gruesas barras de acero sin el menor esfuerzo haciendo nudos con ellas como si de simples sogas se trataran.
- ¡Atención mi querido público! ¡Ahora hará una demostración de su gran fuerza y valor!.
Dijo el maestro de ceremonias atrayendo la atención de la estupefacta muchedumbre.
Bastó con un gesto del joven para que sus asistentes quitaran el cerrojo que mantenía cautivo al iracundo rinoceronte africano el cual no dudó un segundo en atacarla.
Theodore cerró sus ojos por instinto esperando a que la bestia la matara.
Para su enorme sorpresa vio como sujetaba el cuerno del animal dominándolo a la perfección...
Los brunos irises de la chica eran intimidantes tanto que la fiera comenzó a retroceder a medida que ella avanzaba llevándolo de regreso a su jaula.
No sabía si aplaudir o salir corriendo cuando sintió sus fríos ojos mirarle desde la considerable distancia que los separaba.
Tenía miedo...
Largándose de ahí, rápidamente se aventuró en la casa de los espejos...
Se encontraba completamente solo.
No entendía porqué a la gente le divertía esa clase de lugares.
Pensó mientras veía como su reflejo era deformado por el espejo.
Un llanto captó su atención...
El escalofriante salón se llenó con los sollozos y lamentos de un chico... Caminó lentamente atento a cada ruido y sombra que captaba.
- ¡¿Porqué?!.
Sobresaltado se detuvo cuando el desesperado lamento abandonó la garganta del desconocido oculto detrás de la pared de cristal.
- ¿Q-Quién e-eres?.
Demandó una respuesta sintiendo sus rodillas flaquear por la fantasmal voz profanada por la ira y el dolor.
- ¡Maldita sea!.
Escuchó como el otro rugía quebrando de un puñetazo el cristal.
- ¡D-Detente!.
Alarmado apresuró el paso guiándose por el repulsivo hedor de la sangre que emanaba copiosa de la mano ajena.
- ¡¿Porqué tuve que haber nacido?!.
Fue lo último que dijo antes de dejarse caer llorando de la forma más desgarradora que el robusto hubiera oído en toda su vida.
Lentamente se acercó evitando en todo momento pisar los vidrios rotos, viendo a un harapiento y desnutrido muchachito de su misma edad recostado en posición fetal sobre estos.
Se agachó intentando revisar su mano pero la feroz mordida que le fue asestada en el brazo lo obligó a apartarse maldiciendo al pequeño monstruo que le miraba de forma aterradora.
Sintió como un escalofrío recorría su espina dorsal retrocediendo ante la inhumana expresión lúgubre que alojaban los gélidos ojos del chaval que parecían querer lacerar su alma por medio de las envenenadas dagas de odio que salían de estos...
Un odio insano, aterrador era la palabra que lo definía.
- ¡Aléjate!.
Decía la mortífera mirada acompañada de los gruñidos animales que amenazadoramente le instaban a abandonarlo.
¡Pero no lo haría!.
Aunque le arrancara los dedos de un mordisco... Le ayudaría.
- ¡Dios mio! ¡¿Cómo pudiste hacerte esto tú mismo?!.
De nueva cuenta tanteó el inestable terreno sorprendiéndose por la repentina sumisión del de gorrito azul.
Rompiendo una parte de su ropa hizo una improvisada venda con la que difícilmente pudo detener la hemorragia.
Algo no estaba bien aquí...
El que segundos antes fuera una salvaje criatura ahora parecía un gatito asustado temblando ante su delicado tacto.
- Por favor...
El hilo de voz con el cual le habló heló la sangre del pelicastaño.
No tenía la menor idea de lo que debía hacer... ¡Carajo que el también estaba aterrado!.
En situaciones como aquella se quedaba pasmado.
¡Tenía que hacer algo y rápido!.
- No me hagas daño...
Dijo antes de perder el conocimiento entre sus brazos.
Abrazarlo fue la única cosa que se le ocurrió.
Salió corriendo llevándose consigo al pelinegro sin la más mínima intención de prolongar su estadía en aquel sitio.
~ Ocho años después ~
Despertó bañado en sudor sintiendo el pavor recorrer su cuerpo...
Hacía mucho tiempo que no tenía ese sueño.
Aún podía recordarlo...
A ese chico que salvó aquel tortuoso día.
Desde entonces no había vuelto a saber nada de él... Así como vino misteriosamente, desapareció junto con el circo que lo trajo de un día para otro.
Ni siquiera tuvo la oportunidad de saber su nombre...
Dándose valor se levantó recordando aquella misión tan importante que debía cumplir ese día.
Por su madre...
Quién lo amaba más que a nada en el mundo, a pesar de su extraña manera de demostrarlo siempre fue una buena mujer.
Le tomó muchos años comprender las motivaciones de su progenitora, aquellas por las cuales trabajaba en esa profesión.
De pequeño le tenía cierto odio debido a sus largas ausencias... Pensando que ella quería más a sus amigos que a él.
Nada más lejos de la realidad, todo lo que su mamá hizo era por y para él... Para que nunca le faltara el pan en la mesa a su amado Calabacín.
Porque...
Aunque no pudiera llamar a su existencia una vida fácil... El sobre protector amor con el cual lo crió convirtiéndolo de paso en un niño mimado y narcisista fue ese consuelo que tanta falta le había hecho para poder sobrellevar la dura pobreza en la cual vivían.
Simplemente no podía abandonarla a su suerte cuando más lo necesitaba...
A quién lo sacrificó todo por él.
Buscaría un trabajo para pagar su tratamiento médico... no importaba de cual se tratara.
Tenía que ser fuerte por ambos...
No obstante nada en la vida de los pobres es fácil y mucho menos cuando nunca levantó un dedo para ganarse la comida aunque fuera una persona del más humilde estrato social...
Liane procuró por todos los medios que su hijo jamás tuviera que preocuparse por nada cumpliendo cada capricho suyo ocasionando que poco a poco fuera engordando hasta un punto que pudo haberlo matado.
¿Qué iba a saber ella en su ignorancia que estaba haciéndole un daño amándolo?.
Solamente quería proteger a su más grande tesoro... La luz de sus ojos, su pequeño Eric de la terrible realidad.
¡Oh vil egoísmo que dañas las vidas de quienes más amamos!.
Si tan solo hubiera sabido que debió dejarlo vivir sus propias experiencias, más allá del patio de su casa...
Porque debemos preparar a nuestra descendencia para poder valerse por si misma en este mundo despiadado y cruel.
Esa es la ley de la selva...
«Sólo los más aptos sobrevivirán»
Que bien podría aplicarse a los humanos.
No obstante la amaba y sabía que su mamá no tenía la culpa de nada...
