¡Odio entre Vecinos!

Prólogo

INQUILINA DEL 10° A

Nueva ciudad, nueva casa, nueva vida o por lo menos eso era lo que pretendía para mí.

Nunca imagine a lo que me enfrentaría cuando me mude de la cómoda y gigantesca casa que compartía con papá. Los motivos que me habían llevado desde la ciudad en medio del monte Fly-pan –en China- hasta aquel lugar no son ahora mismo relevantes. Mis razones tuve y acabé percatándome de que fue un grave error.

El edificio al que me había mudado se encontraba en la capital de Japón, Tokyo. Tiene a cinco minutos caminando una parada del metro, así que está perfectamente ubicado. No tengo dinero suficiente para comprarme un buen automóvil con el que ir a los sitios, -especialmente con los gastos de la universidad que corren por mi cuenta al exigirle a mi padre independencia.- además mi nuevo trabajo se encuentra en una zona bien céntrica y aparcar allí seria una misión imposible. Pero este no es el motivo de mis quejas, no señor. Podría soportar tener que caminar cinco minutos al día, aguantar unos quince o veinte minutos de trayecto en metro, incluso repetir todo eso para volver al piso luego de mis clases.

Después de todo, me había salido bastante barato y venia amueblado. En aquel momento no pude pensar en nada más que pedir.

Entonces conocí a mi vecino.

Bueno, conocer es un término bastante inapropiado. Realmente nunca me he encontrado cara a cara con él. Y digo "Él", porque sé su nombre. No porque lo haya mirado en el buzón, ¡Cielos, no! El motivo por el que lo sé es una de las razones que me lleva por el camino de la amargura. Qué rayos le pasa a ese hombre es todo un misterio. Lo que está claro es que no descansa ni una maldita noche. Entre las doce y dos de la mañana, la puerta se abre, se escucha el rumor de gente hablando (Normalmente una voz más aguda y otra más grave) y poco a poco se van apagando hasta que, inocentemente, pude pensar que la cosa se terminaba ahí y yo sería capaz de conciliar el sueño.

¡Qué gran desilusión! No pasaban demasiados minutos hasta que las voces se volvían a oír, provenientes del piso continuo, jadeantes. Y a veces decidía irme a la cama para ver si desde allí se escuchaba menos. Pero, como si supiera que me he cambiado de estancia, el vecino y su acompañante se movían hacia la misma habitación continua y seguían con sus jueguecitos. Poco pudor tenían ya que sus voces solían elevarse más y más y un nombre resonaba entre esas paredes y se adentraba en las mías.

"Son Goku, Goku… ¡Goku!"

Odio a ese tal Goku. No le conozco, pero le odio. Por culpa de sus agitadas y lujuriosas noches, no puedo dormir hasta que al señor le da la gana. Para rematarlo, el muy desgraciado no para aunque yo dé golpes en las paredes para alertarle de que sus gemidos molestan a los demás. Es más, se esmera en hacer que su pareja grite más fuerte. Entonces me harto, voy hasta la cocina, tomo la escoba y la golpeo insistentemente contra la pared. De hecho he pintado ese trozo de pared ya en tres ocasiones y he desistido. Ahora tiene unos bonitos (por describirlos de algún modo) lunares negruzcos del palo de la escoba.

Esta es mi vida ahora, interrumpida por las noches por el Señor Son Goku y sus diversas amantes.

Continuará…