Disclaimer: Ni Fairy Tail ni sus personajes me corresponden, puesto que pertenecen a Hiro Mashima. Esta historia está hecha sin fines lucrativos.

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«Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo, porque cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.»

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1.- Monstruo

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En cuanto las puertas se abrieron, y el chico de seguridad se hizo a un lado tras examinarlas con ojo crítico, la música se dejó escuchar con una intensidad atronadora. Aguantó las ganas de poner los ojos en blanco, y suspiró con profundidad antes de entrar.

Levy y las demás se habían puesto de acuerdo en hacerle la vida imposible, estaba segura. ¿Qué demonios hacia ella allí metida a las dos de la mañana? Ah, sí. Su cumpleaños. Hacía apenas dos horas, había cumplido veintisiete años.

Mierda. Prefería un millón de veces la comodidad de su sofá, y un buen chocolate a la taza. Sin embargo, Erza y las demás se habían presentado en la puerta de su apartamento, cargando varias botellas de champán y tacones de aguja de casi diez centímetros.

Cuando había querido darse cuenta, la habían enfundado en unos sencillos vaqueros cortos, y una camiseta larga y ceñida al busto. Daba gracias a que era verano, porque al ritmo que llevaba, terminaría perdiendo el conocimiento por falta de oxígeno. No pudo evitar una sonrisilla macabra, en cuanto recordó la manera en la que se había aferrado a sus botas negras vaqueras. Jamás conseguirían que se subiera en unos tacones de semejante magnitud. No sobreviviría ni treinta minutos. Para ella, los tacones eran un deporte de riesgo. Y punto.

—¡Deberíamos empezar con unos Margaritas! —a pesar de los golpes atronadores de música, la voz de Juvia se escuchó con claridad.

Erza alzó un puño triunfante, con las mejillas ligeramente sonrosadas. —¡Me parece bien! ¡tengo ganas de probar esa pista de baile! —exclamó animada.

Levy rió con ganas. —¡Pobre pista de baile!

Lucy no pudo evitar reír también.

A veces, mataría a sus amigas, pero reconocía que sin ellas, su vida sería de todo salvo divertida. A sus veintiséis –perdón, veintisiete– años, y excluyendo los estereotipos, Lucy podía asegurar que su vida era muy tranquila. Vivía en un pequeño apartamento a las afueras, y trabajaba como reportera en uno de los periódicos más importantes de Magnolia. Su sueldo no era muy llamativo, pero la permitía vivir como le gustaba. No tenía muchos amigos, exceptuando a las chicas. Había conocido a la efusiva de Levy en el primer año de universidad, y a la seria de Erza en el segundo. A Juvia la había conocido el día más lluvioso que había tenido lugar en los últimos cincuenta años, y en la cafetería donde solía desayunar todas las mañanas. Y desde entonces, no se habían separado.

Cuando quiso darse cuenta, Juvia había vuelto sana y salva de la barra, sujetando cuatro copas relucientes de alcohol blanco, y decoradas con graciosas sombrillitas de colores. Una vez las repartió, fue la primera en alzar la copa.

—¡Por nuestra Lucy! —exclamó a voz en grito.

Erza cabeceó con convicción. —¡Por que nos cumpla muchos más!

Levy dio un saltito emocionado. —¡Y porque por fin encuentre a un tío que le quite el sueño!

Las mejillas de Lucy se encendieron en un rojo intenso. —¡Levy!

Juvia se carcajeó con ganas. —¡Y lo que no es el sueño! ¡aceptamos ropa interior como primera opción!

Lucy se pasó una mano por el rostro, completamente avergonzada. Estaban llamando la atención de la gente más cercana a su alrededor. Abochornada, la joven de cabellos rubios cayó en la cuenta de que el acertado comentario de su amiga había levantado las suspicacias de varios jóvenes masculinos, que ahora la miraban con una mezcla entre picardía y sorna, y totalmente dispuestos a aceptar la petición.

Tras negar con la cabeza varias veces, y dándolas por perdidas, se encogió de hombros y se llevó la copa a los labios, dando buena cuenta de ella.

Después de tomar las copas, Levy alzó los brazos en un gesto triunfal. —¡Sííí~! ¡vamos a por otra rondaaa~! —canturreó.

—¡Mojitos! —adelantó Lucy. No aguantaría demasiadas rondas a base de margaritas. Toleraba el alcohol bastante bien, pero tampoco se pasaría de lista.

Erza esbozó una sonrisa autosuficiente. —¡Mojitos, pues! ¡me toca a mí, así que te toca la próxima ronda, Levy! —exclamó, dándose la vuelta en dirección a la barra.

Su vestido corto, y de un color borgoña furioso, llamaba la atención de toda la población masculina del lugar. Era imposible no mirar a su amiga pelirroja. Su cuerpo era la perfecta envidia de cualquier modelo de lencería.

Un fuerte tirón en su brazo llamó completamente su atención. —¡Oye, Lucy! —la voz de Juvia se alzó como pudo sobre los golpes de música—, ¿has visto a ese chico? —hizo un movimiento de barbilla— ¡el del pelo negro!

Lucy se alzó en la punta de sus pies, alzando la cabeza de entre las demás. Un chico alto, y de aspecto tosco, se encontraba acompañado de tres chicos más de su misma edad, en una de las esquinas del fondo.

Asintió. —¡Si, le veo! ¿qué ocurre con él?

Las mejillas de Juvia se encendieron. —¡Pues que está buenísimo, así que me lo pido! —volvió a reír— ¡no quiero que seamos rivales en el amor! —advirtió, divertida por completo.

La rubia volvió a reír con ganas. —¡Descuida, todo tuyo! ¡además, creo que no es mi tipo!

Levy bufó con sorna. —¿Cómo no? —preguntó al aire, con ironía— ¡es imposible ser de tu tipo, Lucy! ¡demasiado bajito, demasiado castaño en los ojos, demasiado serio…!

—¡Demasiado delgado…! —continuó Juvia, apuntándose al juego.

—¡Cariño, me preocupas! —un matiz más serio tomó lugar en los ojos de su pequeña amiga— ¡el último chico con el que saliste fue con el idiota de Kyouya Jurener, y fue hace más de dos años! —apuntó irritada.

Lucy se limitó a apurar su copa, haciendo oídos sordos. Juvia también había adquirido un matiz más sereno, en acuerdo con su otra amiga.

—¡Cielo —continuó Juvia—, no puedes continuar así! ¡tienes que darte una alegría de vez en cuando, al menos! ¿cuándo fue la última vez que metiste a un hombre en tu cama? ¡si yo tuviese ese cuerpazo definido que tienes tu, sin necesidad de matarme en el gimnasio, te aseguro que no lo desaprovecharía!

Lucy acarició el borde de su copa con uno de sus dedos. —¡De acuerdo, vale, puede que sea demasiado exigente, pero, ¿qué queréis que haga?! ¡No puedo hacer nada, sino me llama la atención!

—¡Nena, para pasar un buen rato, solo necesitas que te atraiga físicamente! ¡lo demás, viene después! —animó en tono conciliador.

Lucy volvió a poner los ojos en blanco. —¡De acuerdo, lo intentaré! —aseguró.

Levy arqueó una ceja, suspicaz. —Claro, lo intentarás —reiteró, sin creerse una sola palabra.

La rubia se sonrojó. Era demasiado evidente cuando mentía. Se aguantó una blasfemia, y en ese justo momento, Erza hizo acto de presencia con las bebidas. Se la veía bastante aturdida.

—¡Uf! —exclamó— ¡casi he tenido que liarme a guantazos con unos idiotas en la barra —sus tres amigas curvaron los rostros en preocupación. Erza tenía todo un espíritu luchador, pero a fin de cuentas, seguía siendo una chica—. ¡Tranquilas, al final eran unos tipos majos y todo! ¡además, creo que por fin acabo de conocer a mi caballero de brillante armadura! —admitió, emocionada.

Las otras tres se miraron entre sí antes de pegar un gritito bastante absurdo, y más propio de quinceañeras, pero no las importó. Impresionar a Erza, era igual de titánico que impresionar a Atila el Huno.

—¡Cielos, tiene un tatuaje que le cruza la mejilla! —recordó, alborotada— ¡me han temblado hasta las pestañas!

Levy miró hacia todos lados, frenética. —¿¡Y dónde demonios te lo has dejado!?

Erza hizo un puchero desencantado. —No sé, cuando he querido darme cuenta había desaparecido —repartió las bebidas y se llevó una mano a la barbilla, pensativa—. Creo que ha venido con unos amigos, porque un chico alto de cabellos negros ha venido a buscarlo…

Juvia se llevó una mano al rostro, revolucionada. —¡Mi frío y tosco hombre! —exclamó, perdida en su propio mundo de fantasía.

El rostro de Erza se curvó en ingenuidad. —¿De qué está hablando?

Lucy agitó una mano, restándole importancia al asunto. —Nah, es solo que ha visto a un chico que le ha dejado un poco más loca de lo que ya está.

—¡Pues brindemos también por él! —animó Erza, alzando su copa.

Levy y Juvia no tardaron un segundo en acompañarla, animando a Lucy a imitar el gesto. Después de que las copas tronaran en un ruido cristalino, y aun sostenidas en el aire, la atención de la rubia se desvió por completo durante un instante.

Unos ojos verdes oscuros, la contemplaban con intensidad desde uno de los rincones del local, completamente apartado de los focos.

Durante un segundo, la respiración de Lucy tembló por completo, y la copa quedó sostenida en lo alto, mientras sus amigas daban buena cuenta de las propias.

Un grupo de jóvenes cruzaron por el medio, opacando su radio de visión. Se inclinó hacia un lado, pero una vez el grupo terminó de pasar, no encontró nada al otro lado.

Aquella mirada, había desaparecido.

—¿Lucy?

La aludida aterrizó bruscamente de sus pensamientos. Se había quedado absorta mirando hacia una de las esquinas, apenas sin parpadear, y con la boca entreabierta. ¿Qué demonios había sido… eso?

—¿Lucy, qué ocurre? —preguntó Erza.

Su amiga se había quedado mirando la nada, sumida en su propio mundo interno. Giró el rostro para mirar en la misma dirección, pero solo encontró una esquina vacía. Levy y Juvia también miraron en la misma dirección con curiosidad.

—N-No es nada —comentó Lucy, tras agitar suavemente la cabeza de un lado a otro. El pulso le golpeaba con fuerza contra su propia garganta. Jamás había contemplado unos ojos parecidos. En toda su vida, nadie la había mirado de esa manera. —¡Por vosotras! —y tomó del mojito, intentando olvidar la sensación de vacío que le había quedado.

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—¡Venga, tío, no seas aburrido! ¡solo una ronda más!

El chico puso los ojos en blanco. Reconocía que hacía mucho tiempo que no los veía, pero era su día libre, y hubiese preferido invertirlo en descansar. Apenas libraba, por lo que en el momento en que ponía las manos encima sobre su día de descanso, no hacía otra cosa salvo dormir. Su trabajo absorbía la mayor parte de su tiempo, pero a fin de cuentas, le gustaba lo que hacía.

—¡Sois unos jodidos pesados! —exclamó, comenzando a irritarse— además, ¿dónde te has dejado a tu novia? pensé que ibas a presentárnosla —admitió curioso.

Gajeel se encogió de hombros. —Hoy es el cumpleaños de una amiga suya.

Gray esbozó una sonrisa maliciosa. —¿Y no te preocupa el hecho de que salga por ahí sola con sus amigas? —picó.

El chico de los piercings sacó pecho. —Levy no es así, de modo que no te pases ni un pelo de listo, o te salto los dientes de una hostia —espetó orgulloso.

Jerall rió con ganas. —Venga, no le hagas caso, en el fondo te tiene envidia porque tienes novia —advirtió con sorna.

Gray bufó con fuerza. —¿Envidia? ¿yo? ¡já! eso tendría que verlo… —masculló mirando hacia otro lado, antes de beber de su Gin-tonic.

Natsu volvió a poner los ojos en blanco. Lo cierto es que había sido curioso. Hacía unos meses, el viejo coche de la novia de Gajeel había decidido que había llegado su momento, dejando tirada a la pobre chica. Sin otra alternativa, la grúa había acercado el vehículo al taller más cercano, que había resultado ser, nada más ni nada menos, donde su amigo trabajaba. Según le había contado, desde el momento en que ella se había bajado, no había podido despegarle los ojos de encima. Durante el tiempo en el que el coche se había mantenido en el taller, no había hecho otra cosa salvo llamarla con cualquier excusa barata. Y desde entonces, no había otra mujer para él que la tal Levy. En el fondo, él sí tenía un poquito de envidia. Una sana, al menos. Por su parte, reconocía que había conocido a muchas chicas, puesto que no era ningún santo, pero por unas cosas o por otras, la cosa siempre terminaba.

Se encogió de hombros, y se llevó su whisky de fuego a la boca. Antes de que la bebida rozase sus labios, un tenue destello llamó su atención, justo a unos metros frente a él.

Y el borde de la copa se mantuvo sobre sus labios, sin moverse un ápice.

Una joven de cabellos largos y rubios, brindaba alegremente con otras tres chicas. Con una camiseta larga que le realzaba los pechos, unos vaqueros absurdamente cortos, y unas botas vaqueras. De facciones suaves, nariz respingona, y boca pequeña.

Joder… lo que él sería capaz de hacerle a esa boca.

Se sorprendió internamente consigo mismo. Coño, esas piernas torneadas tendrían que estar prohibidas. Debería dar gracias a que no estaba de servicio, porque sería capaz de arrestarla por escándalo público. O por escandalizarlo a él, lo mismo le daba.

Tragó fuerte, cuando advirtió que otras partes de su anatomía comenzaron también a despertar ante el sofoco del momento.

Durante un segundo, y después de que advirtiera su atención de manera inconsciente, ella giró el rostro para mantenerle el contacto visual.

Turbado por completo, se movió de posición, aprovechando la interrupción de un grupo de jóvenes que caminaban en dirección a la barra. Su boca espetó un fuerte improperio, llamando la atención de los otros tres.

Por un demonio, ¿de dónde había salido ella?

Jerall arqueó una ceja, y se acercó a él. —¿Y a ti qué te pasa?

Antes de siquiera pensar, su boca contestó. —Nada.

—¿Nada? —Gajeel giró la cabeza, para mirar en la misma dirección que él había utilizado— no parecía que fuese nada… —escudriñó los alrededores durante unos instantes, y a continuación arqueó las cejas, completamente estupefacto— ¡coño, pero si es la conejita! —exclamó divertido.

No supo porqué, pero el jodido apodo le sentó a Natsu igual que si hubiese recibido un balazo en pleno pulmón. —¿«Conejita»? —espetó, casi rozando la blasfemia— ¿la conoces?

Gajeel le miró con curiosidad. —Sí, claro que la conozco —afirmó con seguridad.

La boca de Natsu se frunció con gravedad. —¿De qué la conoces? —insistió con rapidez. La simple idea de que ella fuese uno de los rollos anteriores de su amigo le provocó un vuelco en la boca del estómago.

El mecánico le mantuvo la mirada, para terminar esbozando una sonrisa socarrona. —¿Y por qué te interesa tanto? —cuestionó con malicia.

Natsu se imaginó a si mismo sacando su placa y estampándosela contra las narices. Nunca había sacado provecho de su profesión, pero en esos momentos, se sintió completamente tentado. Sin embargo, se obligó a morderse la lengua. —Por nada.

La sonrisa de Gajeel se hizo más amplia. —Es amiga de mi novia.

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Levy rió con ganas, después de que Erza la sometiera a un giro inesperado. El local estaba hasta arriba, y apenas podían bailar con soltura, pero no la importaba. Estaba con sus amigas, y eso era lo único que la importaba. ¡Hacía meses que no coincidían! Entre el trabajo, y demás, eran pocas las ocasiones en las que conseguían juntarse.

Con sutilidad, alguien tras ella la picó en uno de sus hombros, provocando que se diese la vuelta. Un conocido rostro divertido, con un montón de piercings la dio la bienvenida. Antes de darse cuenta, había pegado un brinco hacia él, agarrándose de su cuello. —¡Gajeel! —reconoció emocionada.

—¡Eh, enana, cuánto tiempo! —bromeó.

El corazón de Levy brincó en su pecho, henchido de felicidad. Había conocido a su novio el día en que su coche decidió dejarla tirada. Apenas puso un pie en el taller, el perfil del mecánico había llamado por completo su atención. Alto, corpulento, y de rostro afilado. Con una cabellera azabache y larga, sujeta por una simple banda. En el momento en que apareció, enfundado en esos pantalones viejos de trabajo, y una sencilla camiseta negra, Levy supo que no habría espacio para otro hombre en su vida. Y no se había equivocado. Sin embargo, habían pasado meses hasta que él se había decidido finalmente a invitarla a salir. Jamás se lo reconocería, pero desde que le había conocido, llevaba su viejo coche al mismo taller, cada vez que descubría cualquier cosa sin importancia. Excusas baratas, hablando pronto.

—¡No sabía que ibais a venir aquí! —reconoció él, alzando la voz para que ella pudiese oírle con claridad sobre la música.

Ella se encogió de hombros. —¡Nosotras tampoco! ¿cómo es que tú también estas aquí?

Gajeel hizo un gesto con la cabeza hacia atrás. —¡He venido con unos amigos a tomar algo!

Levy se alzó de puntillas para mirar por encima de uno de los hombros del chico, y advirtió a un joven con un tatuaje que le cruzaba la mejilla, quien les contemplaba divertido desde la distancia. Su boca curvó una perfecta «o», en signo de reconocimiento. ¡El chico de Erza!

—¿Conoces al chico del tatuaje? —cuestionó, emocionada.

Sus amigas se mantenían tras ellos, incapaces de escuchar el intercambio verbal a causa de la música atronadora. Lucy sonrió. Desde que conocía a Levy, jamás la había visto tan feliz. Bebía absolutamente los vientos por su maleducado mecánico. Y no pudo evitar sentirse feliz por ella. Conocía al chico después de haber coincidido con él en varias ocasiones. Levy se lo había presentado totalmente emocionada, y reconocía que el muchacho, a pesar de su aspecto de macarra, era un buen chico. Perfecto para su pequeña amiga.

—¡Eh, conejita! ¡feliz cumpleaños! —cuando quiso darse cuenta, Gajeel se había posicionado frente a ella, totalmente divertido, y aun sujetando la mano de Levy.

Lucy puso los ojos en blanco, pero terminó riéndose. Con soltura, dio un pequeño abrazo al chico. —¿Hasta cuándo vas a seguir llamándome así? —cuestionó, resignada— es sencillo: Lu-cy. Luuu-cyyy~… —deletreó, alargando las sílabas, e igual que si estuviese enseñando a un niño pequeño.

El chico espetó una carcajada alegre y la cumpleañera se sonrojó con brutalidad. ¡Malditas fueran sus amigas! Había apostado contra ellas, decidida a que sería Levy quien finalmente tendría el valor de invitar al chico a salir. Sin embargo, el tiro le había salido por la culata, porque justo cuando su amiga se había decidido a hacerlo, él se le había adelantado. Y había perdido. Recordó el estúpido pompón, junto con la diadema de orejitas blancas, el corpiño ceñido al cuerpo, y las medias de rejilla. Maldita fuera su suerte, porque lo peor de todo, habían sido los infernales tacones de aguja que había tenido que calzar, para satisfacción de sus amigas.

—¡Gajeel ha venido con unos amigos! —anunció Levy.

Por algún motivo que Lucy no alcanzó a comprender, su amiga tenía una sonrisilla perversa dibujada en su rostro. ¿Qué se traían esos dos entre manos? eran un auténtico peligro a lo «Bonney y Clyde¹».

—¡Venid, os los presentaré! ¡son buenos tipos! —adelantó.

Durante un instante, el chico contempló a la rubia con una sonrisa macabra en el rostro, cosa que a Lucy la envió un escalofrío directo a su médula espinal.

Juvia volvió a engancharse de su brazo, totalmente revolucionada. —¡Oh, dios mío! —aireó— ¡es él! ¡es mi frío y tosco hombre! ¡madre de mi vida, menudo trase…!

—¡Juvia! —interrumpió Lucy, escandalizada.

Su amiga rió. —¡No puedo evitarlo, me tiene loquita!

Lucy suspiró, resignada, mientras que siguió a sus amigas hasta la parte más profunda del bar, hasta que divisó a otros tres chicos. Un tatuaje rojizo llamó su atención, y contuvo un gesto de sorpresa. ¡Ese era el chico con el que Erza había coincidido en la barra! Miró disimuladamente a la pelirroja. Sorprendentemente, lucía bastante cohibida. El segundo chico, de cabellos negros, y de aspecto tosco, se mantenía al otro lado. Vaya, Juvia no tenía nada de mal gusto, después de todo. Demasiado tosco para su gusto, tal vez.

Quedó estática en mitad del camino, una vez posó la vista en el tercero. Unos ojos verdes oscuros la dieron una silenciosa bienvenida. Jadeó sin poder evitarlo. Era él. Era con quien hacia escasos minutos había cruzado la mirada.

Portaba unos vaqueros oscuros, y una simple camiseta negra remangada a la altura de los codos. Sus cabellos, de un extraño tono rosado, lucían disparados en todas direcciones, salvajes e indomables. Las yemas de sus dedos cosquillearon, ante la idea de pasar los dedos sobre ellos. ¿Serían suaves, o ásperos al tacto?

—¡Lucy, no te quedes ahí, vamos!

Salió bruscamente de sus pensamientos, ante la llamada de Levy. Su amiga mantenía una sonrisa satisfecha en el rostro. Por algún motivo desconocido, sintió sus mejillas enrojecer. Jolines, ¿qué pasaba con ella? ¿desde cuándo se quedaba absorta mirando a nadie?

Lo cierto es que no parecía un chico corriente. Por lo menos, la sacaba una cabeza de altura. Tenía un aspecto delgado. Sin poder evitarlo, delineó con la mirada los brazos definidos del muchacho. Definitivamente no era flaco, en el más estricto sentido de la palabra. Maldición, era atractivo hasta decir basta.

Cuando quiso caer en la cuenta, el chico mantenía una sonrisa siniestra pintada en el rostro. La había pillado infraganti escaneándolo descaradamente de arriba abajo. Le dieron ganas de darse la vuelta y salir pitando. Aquella noche, no tendría sueños tranquilos, sino todo lo contrario. En el fondo de sí misma, intuía que serían muy moviditos.

—Chicas, conejita —anunció Gajeel, divertido—: este es Jerall Fernández —el aludido cabeceó suavemente con la cabeza, a modo de saludo—, él es Gray Fullbuster —también cabeceó—, y este —señaló al último— es Natsu Dragneel.

Natsu Dragneel. Hasta el nombre le sentaba bien. Lo tomó como una ironía del destino. ¿¡Podría alguien destilar tanto… calor, de esa manera tan arrolladora, y como si nada!?

—Esta es mi novia, Levy McGarden —Levy alzó una mano, encantada de la vida—. Ellas son Juvia Loxar —fue señalándolas una por una—, Erza Scarlet, y la conejita y cumpleañera: Lucy Heartfilia.

Lucy volvió a sonrojarse sin remedio. —¡Gajeel, deja de llamarme así! —regañó.

—¡Eh, no es culpa mía que perdieses la apuesta, y tuvieses que ir disfrazada en carnavales como una conejita de Playboy! —aclaró.

La chica se llevó una mano al rostro, completamente abochornada. ¡Menuda presentación triunfal! ¿¡es que eran necesarias tantas explicaciones!?

En un parpadeo, se sumergieron de lleno en multitud de conversaciones. Lo cierto, es que al final se lo estaba pasando en grande. Jerall, quien trabajaba como fiscal, parecía el más tranquilo de todos. Gray, quien era bastante agradable, trabajaba como bombero. Gajeel tenía razón, parecían muy buenos chicos. No obstante, Natsu Dragneel se había mantenido un poco más silencioso en todo momento, apoyado contra la barra. No supo porqué lo hizo, pero acabo acercándose a él, apartados ligeramente de los demás, y quedando justo a su lado.

—¿Natsu, verdad?

El chico se tomó unos segundos antes de contestar. —Sí.

Lucy tragó en seco. No había esperado que su voz sonara tan ronca. Tenía un matiz de profundidad que la provocó un cosquilleo sobre la piel. Apoyó sutilmente los brazos sobre la barra. Se sentía ligeramente mareada. ¿El alcohol estaría comenzando a surgirle efecto?

Ella carraspeó ligeramente antes de continuar. Por algún motivo en particular, Natsu lucía astutamente divertido. —¿Y a qué te dedicas?

Él volvió a mirarla aún con sonrisa ladina, pero no la contestó. —¿Y tú?

—Soy periodista —sonrió orgullosa—. No es la gran cosa, pero adoro mi trabajo.

A Lucy le dio la impresión de que un chispazo parecido al disgusto se prendió dentro de los ojos de Natsu. Si fue verdad o no, en ese momento no lo supo.

—Tu profesión me resulta inquietante, a la par que curiosa —musitó con dureza—. Tenéis la capacidad para escribir respecto a cualquier cosa, sin tener ni idea, y desde un punto de vista totalmente subjetivo. Y encima os lo permiten.

La rubia boqueó, cual pez fuera del agua. El poderoso atractivo que rodeaba a ese hombre, y que la había dejado totalmente afectada por su magnetismo casi animal, se desvaneció en ese mismo instante. Se sintió ofendida por completo. —¿Cómo dices? —ladró.

—Lo que has oído, piernas —paseó la mirada por las aludidas, en una mueca burlona.

Lucy arqueó las cejas, aturdida a la vez que espantada. ¿¡Cómo acababa de llamarla!? frunció la boca con gravedad. —Aun no me has dicho a qué te dedicas. No me lo digas, ¿arrogante y capullo en potencia?

Natsu silbó, asombrado. —Vaya carácter gastas, piernas —Lucy rechinó los dientes ante el estúpido apodo—. ¿No te apetece seguir jugando un poco más?

—¿Sabes qué? olvídalo —se dio la vuelta, con intenciones de ahogarse en un Martini seco con muchas aceitunas.

—Policía —Lucy se paralizó en el sitio—. Soy policía, ¿contenta?

Ella giró el rostro, para mirarle por encima del hombro. —Vaya, no sé porqué, pero creo que no me sorprende —masculló—. ¿Te dedicas a encerrar a los chicos malos, aparentando ser uno de ellos, Natsu Dragneel? —ironizó, intentando molestarle de la misma manera que él había hecho con ella.

Natsu sonrió de medio lado, arrasando con el pulso de Lucy por completo. Algo tenía ese hombre que la volvía loca. Volvió a acercarse a ella tras dos pasos, e inclinó su rostro contra el suyo. —No, Srta. Heartfilia —la manera en que pronunció su apellido la resultó casi hasta obscena—, no existen los hombres malos o buenos. Solo gente que hace cosas buenas o malas.

Lucy jadeó de manera ahogada. Su aliento mentolado había golpeado contra su rostro con fuerza. ¿¡Qué era lo que él tenía, que la atraía cual luciérnaga al resplandor!? Se sintió levemente intimidada ante la firmeza de su cuerpo. ¿Flaco? dios mío, Natsu Dragneel no tenía nada de flaco. Era fuerte. Mucho. Era capaz de sentirlo en cada fibra de su aturdido ser, retorciendo sus entrañas con violencia.

Natsu volvió a acercar su cuerpo contra el de ella, al punto de que ni el aire fuera capaz de pasar por el medio. —Los verdaderos monstruos, Srta. Heartfilia, son los que se esconden debajo de la cama.

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N/A:

¹Bonney y Clyde: fueron dos famosos fugitivos, ladrones y criminales de Estados Unidos. Bonnie y Clyde captaron la atención de la prensa estadounidense y fueron considerados como "enemigos públicos" entre 1931 y 1934. Aunque la banda fue conocida por los robos a bancos, Clyde Barrow prefirió el robo a pequeños comercios y gasolineras. También se caracterizaban por tener un gran amor a tal punto que lo único que los separó fue la muerte.