Punto de vista de Tony

Hace meses, talvez años, que el muñequito Rogers había llegado, cuando llego –no voy a mentir- ya estaba desgastado pero las perlitas abotonadas de sus ojitos aun brillaban y los hilos dorados de su cabellera se miraban limpias y peinadas, siempre se sentaba en la misma esquina y esperaba a que la niña volviera.

Es más sigiloso y callado anda por ahí temeroso que alguien lo vea, su bracito se le rompió, su carita esta manchada de hollín, ya no se pone en la esquina en espera de su niña, ahora se esconde por los rincones.

Él lo entendió, ya no la espera.

Al sentirse olvidado lloro lagrimitas de aserrín.

-Muñequito, ya no llores bobito no tienes razón – me acerque moviendo mi cola y orejas, a la vez que le quitaba las lágrimas de aserrín de la cara.

-Es que, no lo sé, siento que no pertenezco aquí, pero no puedo volver- contesto el muñequito limpiándose las lágrimas

-Tus amigos no son los del mundo, si te olvidaron en este rincón, nosotros no somos así-

-Es que siento que no encajo con todos ustedes- Bajo su mirada con vergüenza y de sus botoncitos volvieron a brotar semillas de aserrín.

-De que hablas, si te quiere la escoba y el recogedor, te quieren el plumero y el sacudidor, incluso te quiere la araña y el viejo veliz y mira que el cariño de Fury y Natasha es difícil de conseguir, mira que son amargados-

Él se limpió las la cara con las manos dejando de llorar y sonrió ante mi comentario.

-También yo te quiero y te quiero feliz- tome con cuidado sus bracitos de tela gastada y lo saque de su escondite.

Cuidadosamente la lleve hasta el antiguo piano lleno de polvo.

Punto de vista neutral

Se subieron sobre el piano el muñeco de trapo y el ratón, sobre el bailaron paso a paso, en las teclas una canción.

-No lo haces nada mal, ¿habías bailado antes?-

-Sí, Peegy y yo bailábamos todo el tiempo, le quede a deber una canción-

Punto de vista de Steve

El ratoncito me guiaba por las teclas de piano, desde que llegue aquí hablaba con el pero nunca lo había visto tan de cerca tenía unos ojos grandes y cafés, una sonrisilla picara pero sincera y sus orejas las movía al ritmo de la música de las teclas. Sin duda era muy inteligente pues me guiaba en el baile, al mismo tiempo tocaba el piano y evitaba que le pisara su colita.

-Si aún quieres bailar con alguien puedes venir a mi ratonera- me lo dijo sin parar ni un segundo nuestro baile y moviendo sus orejas con alegría como cada vez que tenía una idea brillante.

Y ese momento ya no me sentí un desconocido en este mundo, me sentí en mi hogar.