Era extraño estar así.

Sola, y a la vez, acompañada.

Sentía su presencia tras de sí, abrazándole.

Pero sabía que no lo estaba. Ni lo estaría nunca más.

Bebió un poco más de su copa. No era sake esta vez. Era vino.

Tenía que recordar los mejores momentos. Por él.

Quería recordar los peores. Por ella.

Suspiró, una vez más, y cerró los ojos.

Se remontó a la época en que ambos no eran más que unos niños, creciendo y aprendiendo a vivir en un mundo en guerra constante. Recordó aquellas peleas en las que, irremediablemente salía lastimado, pero que era la única forma que habían hallado para tocarse, para ser el uno completamente del otro. Aunque fuera para dañar.

Una lágrima salío, involuntaria, mientras ella evocaba los momentos en los que más unidos estuvieron, cuando una parte de ellos mismos se fue de su hogar, en busca de un sueño que se transformaría en la obsesión, y luego en la pesadilla de aquel.

Orochimaru.

Abrió lentamente los ojos, que había cerrado para recordar con mayor nitidez. Miró a su alrededor, y cada detalle le trago una situación especial a su memoria.

Su primera (y única) cita, aquella en que ambos terminaron peleados por escoger un menú; el momento en que ella celebraba por terminar su carrera como médico. Recordó cuando, mucho tiempo después, celebrarían su regreso como Hokage de la aldea, y sus numerosas reuniones de estrategia que surgían de improviso frente a una botella de licor.

Sonrió para sí, recordando los roces y caricias sinceras que sólo se habrían paso cuando la lucidez de ambos daba tumbos frente a la embriaguez. Recordó sus proyectos juntos, esos que ni siquiera habrían planeado de no estar solos en un momento de intimidad absoluta. Recordó una y mil cosas más, a sabiendas que sólo le servirían para dimensionar más y más cuánto era lo que perdía por su ausencia.

Hundió sus manos en el rostro, y se largó a llorar silenciosamente. No solo se había ido el amor de esa persona. Se había ido su confidente, su amigo; aquel con el que se descargaba en los momentos de ira, el que la acompañaba en los momentos de alcolemia y el que la enfrentaba en los momentos precisos para hacerla reflexionar las decisiones tomadas presionada por el consejo.

No, no se había ido un hombre así, sin más. Se había ido un cúmulo de experiencias compartidas , y otro tanto de experiencas por conocer. Se había ido el hombre más cobarde, y al mismo tiempo, el más valiente que conociera. Se había ido el viejo más pervertido de la aldea, pero el mejor maestro de vida que pudieran tener los jóvenes de Konoha.

Se había ido Jiraiya.

Se sentía sola. Ya no tenía compañeros de juventud. Su edad ya le pesaba en la conciencia, aunque se esmerara en no demostrarlo. La melancolía le iba ganando a las ganas de vivir. Sólo seguía con el consuelo de ver al chico que la había motivado a volver en el lugar que ambos soñaron verlo algún día.

Y al mismo tiempo, sentía que él estaba ahí, con ella. Sentía que le susurraba en las noches cuánto la quería, soñaba que la acompañaba en las noches vacías a mirar el cielo en su desvelo. Sentía sus brazos a su alrededor en los momentos de tristeza.

Pero ya no estaba allí.