Prólogo

Por lo general, los días de Harry Potter, antiguamente llamado el-niño-que-vivió, eran la pura definición de monotonía. Se despertaba a las seis y cincuenta y nueve, unos instantes antes de que su despertador sonase, y siempre hacía el amago de ir a abrazar al cuerpo del lado derecho de la cama solo para descubrir que éste hacia mucho que no dormía allí. Antes de lamentarse por la pérdida de Ginny, se levantaba de un salto y se vestía apresuradamente, no porque llegase tarde (ya no le pasaba eso) sino porqué las antiguas costumbres son difíciles de superar.

Se duchaba, desayunaba té negro con limón y algo de bollería industrial, se lavaba los dientes y salía de casa a las siete y media de la mañana, justo a tiempo para pasar a por sus hijos y llevarlos al colegio que el Ministerio había habilitado para niños de dos a diez años. A Harry no le gustaba dejarlos allí, pero Ginny se había negado rotundamente en inscribirlos en una escuela muggle, y él no había querido discutir. Por suerte Teddy ya hacía un par de años que estaba en Hogwarts y podía evitar sus comentarios despectivos acerca de los docentes del centro.

No lo malinterpretéis, Harry adoraba a sus cuatro hijos: Teddy, de doce años, James, Albus y Lily, de cinco, cuatro y dos años respectivamente, y lo pasó realmente mal cuando su separación con Ginny lo separó de ellos también. Lo que empezó siendo una separación amistosa acabó en desastre cuando el amante de Ginny se metió por medio.

Jamás entendió por qué el juez mágico le había otorgado a Ginny la custodia completa de sus cuatro hijos, y la explicación de Hermione de que un niño necesita a su madre más que a nada no ayudó a calmar sus dudas. Aún recordaba las miradas de odio de Teddy a la que hasta hacía poco había sido su tía favorita y como le rogó que a los trece años le dejase quedarse con él, como permitían las leyes mágicas.

Aunque lo que si sabía bien era que había sido culpa de su abogado, que no había sido capaz de desbancar los argumentos de Hermione Weasley un año atrás. No había día que no los echara de menos, pero al menos podía verlos cada mañana y algún fin de semana que otro.

Los dejaba en el colegio a las siete menos cuarto y después corría a abrir su tienda para las ocho. Su tienda de varitas. Le encantaba como sonaba el nombre de la tienda: Varitas de Potter. Suyas, todas creadas con cuidado y cariño para que niños de todo Reino Unido pudiesen blandirlas el día de su undécimo cumpleaños. Su propio hijo blandía con orgullo una varita creada a partir de una pluma de Fawkes y esperaba que los demás también quisieran una a su debido tiempo.

Recordaba perfectamente el día en que fundó su negocio: apenas había cumplido los veinte años y su trabajo de auror lo hastiaba profundamente cuando oyó en el Callejón Diagón como un par de madres se quejaban sobre el precio de las varitas importadas, ya que no quedaba ninguna tienda de varitas en Londres.

Fue entonces cuando lo vio claro y, tras discutirlo arduamente con los Weasley y recibir el apoyo incondicional de George, el único Weasley que le hablaba aún después de la separación de su hermano, fundó su tienda. Una tienda que recibía decenas de visitas diarias, decenas de sonrisas y ojos brillantes y preguntas indiscretas de niños y niñas de todo Londres sobre si sus varitas también podrían ganar a magos oscuros.

Pero aquel 18 de marzo de 2009, a la edad de veintinueve años, no lo esperaban ni padres aburridos, ni niños ansiosos ni vecinos que se quejaban sobre abrir la tienda demasiado tiempo. Aquel día le esperaban una docena de aurores y el cuerpo sin vida de Mark Hogan, quien, según sabía, había sido el amante de Ginny por un año y medio.


Mi primera historia Bien, hola, gracias por leer y espero que os guste mi historia, esto solo es el prólogo pero mi intención es hacer un long-fic. Estoy buscando beta, así que si un alma caritativa quiere serlo estaré muy agradecida. Espero leer vuestros comentarios y gracias otra vez por leerme.

Häll