Disclaimer: La historia original y personajes pertenecen a J. K. Rowling

Suerte no tan líquida

Era una tarde calurosa y radiante. El sol tostaba la piel de los paseantes y animaba a los niños a jugar en el parque. Se filtraba por las cortinas y por las rendijas del sótano de una tosca casa entre tantas. Pero los rayos, ya débiles al llegar al húmedo y oscuro bajo, no llamaban la atención al concentrado joven del lugar.

Un vez más removía con delicadeza el contenido del caldero en el sentido de las agujas del reloj y comprobaba –casi como una caricia- si la temperatura era la óptima para aquel determinado proceso.
Se sonreía al ver pasar el líquido de azul turquesa a verde claro, señal de que ya quedaban menos pasos –y correctos- para la finalización del deseado brebaje.

Leyó con cuidado las siguientes instrucciones mientras dejaba reposar la poción y, comprobando la naturaleza de los ingredientes en algunos libris apilados a su derecha, comenzó algunas indagaciones para intentar rectificar las indicaciones oficiales en busca de mejor resultado.

Se reía él de los estúpidos que en verano se quejaban al no poder utilizar la magia por culpa del "Decreto de restricción de magia en menores de edad" pues, aunque no pudiese practicar algunas maldiciones interesantes –no pensaba en las estupideces que se les ocurrían a otros chicos sobre hacer crecer bigote a las mujeres muggleo aparecer mondas de plátano delante de alguien- sí podía disfrutar de la diversión y entretenimiento de practicar, preparar y mejorar cuantas pociones quisiera ya que no requería de varita ni magia para ello. Sin embargo, debía tener cuidado y actuar con sigilo y pericia, pues si Tobías se enteraba de que hacía algo relacionado con Hogwarts en el sótano, que todo su trabajo acabase en el retrete iba a ser lo mejor que pudiera pasar.

Pero no le preocupaba demasiado, sabía que hacía poco que su padre se había quedado dormido en el salón, cansado de gritarle al televisor como debían hacer su trabajo los periodistas de las noticias.

Se dejó caer en el taburete con un suspiro de satisfacción y se quedó como embobado, mirando el líquido que llevaba ya un par de días preparando y, de pronto, el olor le evocó a una de sus clases con el profesor Sluhorn en las que se sentía reconocido y motivado y donde los molestos insultos o estupideces de los alumnos –en su mayoría griffindors- no llegaban a sus oído perturbando su ánimo.

No sabía qué hacer ahora, debía esperar al menos día y medio a que la poción reposase para continuar trabajando en ella, así que simplemente se mantuvo sentado en el fresco, escuchando el murmullo de las últimas burbujas mientras el fuego se apagaba.

De pronto, un ruido seco en la ventana lo alertó, obligándole a girar el cuello bruscamente en la dirección de la que procedía. Los profundos ojos negros se iluminaron al descubrir a una hermosa lechuza parda con una carta con caligrafía cuidada atada a la pata. Se apresuró a abrirle para evitar que el ruido alertase a su padre y por la emoción de leer el contenido del correo.

Cuando el animal entró, se posó con calma sobre la mesa donde estaba la poción y Severus la acarició con una pequeña sonrisa antes de ofrecerle algo de beber. Por fin abrió la carta y leyó:

Querido Sev:

¿O debería decir "Príncipe"? (no creas que he olvidado lo de ese libro)

El chico se rió, algo avergonzado, al imaginarse a su amiga recordando el día en que había descubierto las anotaciones en su libro de "Elaboración de pociones avanzadas".

No nos vemos desde que acabó el curso y, como tengo que ir a Londres a comprar algunas cosas, he pensado que podríamos vernos por allí. Te envío la carta desde la estación de tren así que, si aceptas, me quedaré esperándote en la estación del centro.

Nos vemos pronto –ya sea hoy o al empezar el curso-

Lily

Con ánimos renovados, y algo importante que hacer, el hijo de los Snape cogió el primer trozo de pergamino que vio y redactó una rápida y concisa respuesta que encomendó, apremiante, a la lechuza.

"Voy para allá."

Una vez el animal salió volando, Severus empezó a recoger todos sus artilugios a prisa para esconderlos tras la tabla de la pared del sótano donde guardaba sus cosas de Hogwarts. Como siempre, y de forma preventiva, llenó dos botecitos de la poción que estaba haciendo antes de esconder el caldero –siempre cabía la posibilidad de que Tobías lo encontrase-. Un botecito lo llevaba siempre con él y el otro lo guardaba en su cuarto, aunque esta vez no tenía tiempo para subir sigilosamente y luego marcharse.

Una vez todo listo miró a los lados nervioso, sin saber muy bien qué hacer y finalmente subió corriendo las escaleras del bajo.

Escuchó el televisor dando noticias de un nuevo atraco en alguna joyería cercana y se deslizó con cuidado para evitar despertar a su padre. Con la astucia que le caracterizaba, consiguió llegar a la puerta pero, al abrirla, una voz ronca y malhumorada gritó desde el salón.

-¿Severus? ¿Qué demonios estás haciendo? Maldito niño, siempre molestando con sus correteos.
Snape se mordió el labio inferior y pensó en que sería mejor decir la concisa verdad para irse cuanto antes.

-Me voy un momento.

-¿Qué te vas? ¿Y a dónde demonios vas a ir tú, si no sabes ni cruzar la calle sin tu madre?

El corazón le latía con fuerza ya que la cosa empezaba a complicarse. La rabia que le dio que su padre siempre lo considerase un inútil hizo que le costase guardarse un reproche.

-Tengo que… Tengo que hacer un recado.

-¿Recado? ¿Es que ya estás gastando dinero? ¡¿Cómo demonios voy a seguir manteniendo está mugrienta casa si te pasas el día derrochando? Tú y tu madre no hacéis más que eso, ¡arruinarme! Y sin hacer nada más que esas estupideces de magia… ¡Ven aquí ahora mismo!

El chico frunció el ceño y apretó el pomo de la puerta. La última frase del hombre lo había puesto alerta. Si no se iba ahora, no se iría.

-¡Tengo que irme! -Cerró de un portazo y salió corriendo, dejando los gritos y pataleos del muggleatrás.

Una vez se supo a salvo, dejó de correr y se metió las manos en los bolsillos.

-Tsk. Estúpido Snape… Juro, ¡juro! Que renunciaré de por vida a su apestoso apellido… -Refunfuñaba el chico para sí mientras llegaba a la estación.

Al llegar, ya más tranquilo al recordar que vería a Lily, se dio cuenta de que no llevaba dinero muggleencima y sus planes volvieron a desmoronarse. Pero entonces recordó el autobús noctámbulo -aquel que acudía en busca del mago perdido- y, tras su llegada, se plantó enseguida en la estación del centro de Londres.

Aquello estaba atestado de gente y se puso algo nervioso por encontrarse allí solo, rodeado de montones de mugglesdesconocidos que lo miraban con disgusto –los que llegaban a mirarlo-. Pensó que lo mejor sería sentarse en un banco desde el que pudiese ver las vías y esperar.

Sentado desgarbado, con el pelo mal cuidado y ropa oscura Severus daba una imagen bastante deprimente y su cara no la mejoraba demasiado. Había cambiado muchas veces de postura hasta quedarse con la mejilla izquierda apoyada sobre el puño del mismo lado, pero su cara no había cambiado su expresión molesta y angustiada.

Fueron 40 minutos, ni uno más ni uno menos, contados por el joven mirando el reloj de la estación y entonces su cara se iluminó de sobre manera con una sonrisa de alivio. Lily, radiante y agobiada por la gente, salió del vagón y buscó con la mirada hasta dar con el chico.

-¡Sev!- Corrió hacia él –ya levantado- y lo abrazó.- Tuve que bajar para poder recibir a la lechuza y luego el tren se retrasó. Cuando vi tu respuesta me puse de los nervios.- Rió contando su historia, quizás algo avergonzada.- ¿Hace mucho que esperas?

Severus, agradecido y emocionado por el abrazo y la ilusión de la chica, se limitó a sonreír. Luego se tomó unos segundos para pensar sobre su última pregunta.

-No, no mucho-.

Una vez juntos, salieron de la estación hacia la calle contándose lo que habían estado haciendo en todo aquel tiempo.

-Y casi destrozo todo mi trabajo para el profesor Sluhorn por culpa del orégano que mi madre dejó junto mis ingredientes. Pero conseguí arreglarlo-. Explicó Lily, sacando pecho y con mirada resuelta al anunciar su victoria sobre el error.

-Bueno, menos mal. Yo hace meses que acabé con eso…- Severus se encogió de hombros y miró a otro lado. Le daba vergüenza que aquello sonase como si se jactase.

-Tú eres un maldito responsable, Sev- Rechistó Lily con falsa molestia, echándole la lengua y dándole una palmadita en la espalda.

-Ahora estaba…Mira-. Metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un botecito con una sustancia color verde claro con buena apariencia. – Está en el cuarto paso.- Comentó con timidez.

La chica cogió el botecito de cristal y lo observó con ceño unos momentos sin saber qué era. Pocos segundos después abrió los ojos y miró al chico asombrada.

-Sev… ¿No será…?- El chico asintió con tímida sonrisa y cierto tono rosado en sus pálidas mejillas.- ¡Tiene un aspecto maravilloso! ¿Cómo la has…? Madre mía, eres un verdadero genio de pociones-. Lily devolvió el botecito para que Severus lo guardase de nuevo y continuaron hablando hasta el centro comercial.

Una vez dentro, les alegró ver que, debido al buen tiempo, estaba casi vacío.

-¿Qué necesitas comprar?

-Nada interesante, un bañador, un par de cosas de la papelería y un encargo del supermercado para mi madre. Pero supongo que nos tomaremos algo, ¿no?- El chico asintió y la siguió cuando ella aceleró el paso, animada. La vitalidad que tenía Lily compensaba la pesadumbre de Severus.

Estuvieron buena parte de la tarde haciendo las compras adecuadas con algún que otro momento gracioso.

-¿Pero esto no llevaba más tela por el centro? El que mi vecina cuelga es la ventana es más…

-¡Eso es un bikini, Sev!

-¿En serio que esto se lo pone la gente?

-Pues claro, bobo.

-¿También los hombres? –Comentó, jocoso.

-¡Deja de criticar mi ropa muggle!

Se acercaron al callejón Diagon para ver si había alguna novedad para el curso que venía y acabaron tomando un helado en su famosa cafetería.

-Sabía que estaría bien vernos hoy- Comentó Lily tomando una cucharada de su helado. Severus no dijo nada y se limitó a revolver el suyo.

-¡Eh, Canuto, mira quien tenemos aquí! ¿Qué te trae por aquí, Evans? ¿Sacando el perro a paseo?

James Potter y su mejor amigo Sirius Black habían aparecido vestidos con sus cuidadas túnicas en frente de ambos. Al comentario del primero, los dos se rieron bajo la ceñuda mirada de Snape.

-¿Seguro que es Lily quien saca al "perro"?- Se defendió Severus con tono desdeñoso mirando a Sirius que, por un momento, no pudo evitar un gesto de indignación.

-Cuidadito Snibelus, algún día podrías tener un accidente con tus potingues…- Continuó James, amenazador.

-No tengo tus patosas manos, Potter…- Gruñó el cetrino. Pero antes de que continuasen, Lily, que llevaba tiempo mirando a todos de mala gana se levantó dando un golpe en la mesa.

-¡Ya está bien! ¡Parad los tres! ¡Sois como dragones heridos! ¡Cada vez que os veis no dejáis de discutir!

-Será por la simpatía radiante de Snibelus…

-Cállate, James. Precisamente eres al que más le gusta este pitorreo absurdo.

Mientras seguían discutiendo, Snape se levantó de la silla y se dirigió a la barra para pagar los helados.

-¿Escondiéndote tras las faldas de Lily, grasiento?

-Eso es lo que le gustaría, Cornamenta-. Ambos amigos rieron y chocaron las palmas ignorando los gritos de enfado de la chica.

-¡Ya está bien, pesado!

Severus salió con el ceño fruncido y gran rabia de la sombra de la heladería y se puso junto a Lily quien miró hacia él, agitada, y lo agarró del brazo.

-Sé que eres más maduro que ellos, Sev. Vámonos- El Slytherin miró a la chica y luego a los otros dos antes de darse la vuelta para irse del lugar. Pero los Grffindors eran demasiado testarudos y corrieron para cortarles el paso.

-Venga, Evans, no irás a irte con él. Estábamos a punto de ir a Zonko, ¿por qué no te vienes y olvidas al perdedor?

-Olvídame tú, James, ¿quieres?

Pero seguían sin dejarlos continuar su camino y, harto de la situación y de la impotencia que crecía en Lily, echó mano a su chaqueta y sacó un botecito, está vez lleno de líquido rojo.

-A mí tampoco me has visto en todo el verano…- Continuaban.- ¿Y vas y avisas a ese rarito? Me estás defraudando, Evans…- El chico continuaba con sonrisa de suficiencia y desparpajo amparado por los comentarios y risas de su amigo.

-¿Y crees que te avisaré la próxima si te comportas así?- Renpondió ella, irritada por la alegría del chico.

-Venga, grasiento, lárgate para que Lily se quede tranquila o será peor…- Comentó con elegancia y tranquilidad Sirius. Severus, ya decidido y cansado, pronunció en voz baja:

-¿Y qué vais a hacer sin vuestras absurdas varitas?-

-¿Qué?- Pero a James no le dio a tiempo a seguir preguntando, pues Severus había alzado el puño para tirar a los pies de los dos muchachos el bote que estaba sujetado.

Rápida como pólvora, la sustancia se gasificó y rodeó a ambos. Severus tiró del brazo de la absorta Lily para escapar de allí.

-¡¿Qué demonios…? ¡Te vas a enterar, grasiento! ¡Reza lo que sepas al empezar el curso!- Dejando atrás las toses y bramidos malsonantes corrieron lejos del lugar.

-¿Qué era eso, Sev? ¡No sería peligroso!- Lily, preocupada y algo molesta, intentaba frenar un poco a su amigo.

-No, es solo una poción que hace que te salgan pústulas con picor por el cuerpo y pelo continuo en las orejas-. Contestó sin emoción en su voz.

Lily se rió por lo bajo e intentó contenerse y mantener su cara de desagrado, al fin y al cabo Sirius y James también eran sus amigos.

-Bueno, te lo perdonaré porque no nos dejaban en paz- Y así, tras la revuelta, salieron del callejón Diagon de nuevo hacia Londres.

Después de un refrigerio en una cafetería muggle ambos chicos se dirigieron nuevamente a la estación. Lily, tras comprar su billete, se quedó frente a Sev mientras llegaba el tren.

-Me alegro de haberte visto, Sev. Me lo he pasado muy bien, aunque siento lo de James, ya sabes que…

-No importa, no es culpa tuya, es un arrogante y estúp-

-Sev…- Le cortó la chica, alentándolo.

-Sí, bueno. Me lo he pasado en grande, Lily…Gracias por invitarme.

-Te vas a casa ya, ¿no?

-Sí

-Y... ¿tu padre…?

-Mi madre estará en casa cuando llegue…

A pesar de que Severus no cambiaba su expresión, Lily miró al suelo con amargura para luego volver a clavar en él sus ojos verdes y darle un abrazo.

-Cuídate mucho, Sev-. Comentó aún sin soltarlo.

-Nos vemos en Hogwarts…

La chica se separó de él y asintió. Luego subió al tren y se colocó frente a la ventanilla que daba a la estación para continuar mirándolo.

El tren arrancó y ella levantó la mano pegándola al cristal. Severus, sin moverse del sitio, levantó la suya correspondiendo al saludo y siguió el tren con la mirada hasta que desapareció.

Cuando el chico se fue a dar la vuelta la imagen se difuminó y el hombre de piel pálida y ojos negros volvió a su oscuro y húmedo despacho tomando aire. En ese instante llamaron a la puerta y un chiquillo de gafas no muy alto -casi idéntico a aquel con el que acababa de discutir- asomó la cabeza. Su mente llegó a dudar de si continuaba en aquel recuerdo hasta que observó la cicatriz en forma de rayo.

-Ya he llegado, señor-. Comentó el chico sin sabe demasiado qué decir y con cara de desagrado.

El hombre, que hasta ese momento tenía un gesto nostálgico, colocó el pensadero en una de sus estanterías y lo miró con desdén y alzando una ceja.

- Nuevamente me sorprende tu capacidad de deducción, Potter. Siempre aportando... novedosa información-. Comentó con enorme sarcasmo el profesor, arrastrando las palabras como era habitual en él.- Siéntate ahí y comienza a copiar-.

Con un gesto de su varita hizo aparecer un enorme taco de hojas en el escritorio que había señalado.

-Veremos si al menos tus mediocres actitudes te permiten escribir sin errores-.

-Sí, señor-.

Y, sin prestar atención a la mala cara del chico, se sentó en su escritorio para repasar los trabajos de sus alumnos, no sin antes mirar al muchacho –ahora absorto en la ingente cantidad de papeles que debía copiar- y sonreír con autosuficiencia recordando los momentos que acababa de guardar en el pensadero.