Bajó de su barco, semidestrozado por la entrada forzosa en Storybrooke, mareado, por primera vez en su vida. Cayó en la arena y el agua salada solo acrecentó sus ganas de vomitar. Una tabla le golpeó el pie y él, en guardia, se giró hacia ella, relajando los hombros al ver un pedazo de su barco. Poco tardó en darse cuenta de la gravedad de la situación.

─¿Cora?─preguntó, mas nadie le escuchó─¿Cora? ¿Dónde estás?

Con algo de dificultad se puso de pie. Estaba en una playa, de eso no había duda, podría reconocer una playa incluso con los ojos cerrados, los oídos taponados y la nariz atascada. Era su medio de vida, podría hacerlo, aunque nadie le fuera a poner a prueba. Buscó a Cora con la mirada, pero no fue capaz de encontrarla. Con un movimiento rápido examinó su alrededor. La playa era pequeña, tan pequeña que difícilmente podría considerarla como tal. Podía ver un puerto y, sobre todo, podía ver los escombros de su barco repartidos por la arena. Un gran agujero decoraba la quilla del barco, la madera del barco estaba astillada, el mástil roto, las velas rasgadas, el timón partido, la cabina del capitán medio derruida y parecía que las bodegas se estaban llenando de agua. Sabía que al menos sus tesoros estarían a salvo, no había agujeros que diesen directamente al interior de la bodega, aunque le preocupaba aquel que dejaba entrar a la cocina del barco y el lugar donde guardaban los cañones y la pólvora. Podría reconstruirlo, él podría hacer cualquier cosa, pero contando que solo tenía una mano le llevaría más tiempo que el deseado por él. El mayor problema; no podría matar a Rumplestiltskin hasta que hubiese terminado.

─Vamos, Garfio, piensa un plan.

Sujetó con su mano uno de los cabos y, aprovechando el destrozo del barco, cortó la cuerda subiendo limpiamente a la cubierta con un pequeño vuelo desde la arena. Tanteó un escalón con el pie antes de sentarse y mirar pensativo al horizonte. Decidió, tras unos breves minutos, que debería quedarse en Storybrooke al menos por un tiempo; no sabía que le había pasado a Cora, pero sí que ella había usado la magia para desaparecer del barco cuando todo empezó a ponerse difícil, lo que solo significaba una cosa, en este mundo, al menos en Storybrooke, había magia y él no podía pelear con Rumplestiltskin así como así, no sin su barco para escapar.

No sabía si la gente en Storybrooke tenían alguna idea sobre lo que pasaría al traspasar los límites intentando salir de la ciudad, pero él sería la otra versión, les daría el qué pasaría si alguien entrase, Killian Jones no recordaría más que su nombre, difícilmente sabría nada más.

Se quitó todos sus anillos y colgantes, guardándolos en sus bolsillos e intentando aparentar los extraños ropajes que Emma y Blancanieves llevaban en el Bosque Encantado. Guardó el garfio en su cabina y bajó a la arena. Observó su barco por última vez y comenzó a caminar guardando su "mano" izquierda en el bolsillo de su chaqueta.

La gente de Storybrooke parecía no darse cuenta de su presencia y a él le gustaba esa sensación, recorrer un nuevo lugar sin que las miradas se posasen inmediatamente en él... Bien, había algunas señoritas a las cuales no le importaría llamar su atención. Su estómago rugió reclamando comida cuando un delicioso olor se coló en sus fosas nasales. GIró la cabeza, intentando encontrar el lugar de donde provenía y, como una isla cuando estás cerca de quedarte sin existencias en alta mar, apareció un luminoso local. Seguro que no podía llamarle cantina o taberna, pero si podía comer allí, allí sería donde iría.

Nadie se fijó en él cuando entró, pero él sí se fijó en todo. Luces brillantes titilaban en el techo, como soles en miniatura llenando de luz el local. Los clientes alegres, charlando sobre platos de comida, ninguno solo, ni si quiera él. Sabía quién era su compañera, Bella, la chica a la que había intentado amenazar en post de conseguir una solución a su venganza. Se sentó en un taburete frente a la barra, esperando que alguien le atendiese. No quería mirar hacia atrás, tenía que centrarse en su papel. Una chica joven de pelo marrón y ojos verdes como el mar. Llevaba una diadema roja, a juego con sus muñequeras y pendientes, unos pantalones que creía haber escuchado a Emma llamar vaqueros y una camisa blanca, bastante parecida a la que él llevaba bajo su chaqueta. Él la miró y ella le devolvió la mirada, enarcando una ceja, casi preocupada.

─¿Qué te ha pasado?

─¿Perdona?─preguntó él más que confuso.

─Estás sangrando, ven, pasa, tenemos un botiquín en el despacho.

Él se levantó y siguió a la extraña joven hasta una pequeña habitación donde había una mesa con varios papeles. No sabía cómo eso podía ayudarle. Ella buscaba en un armarito colgado en la pared, hasta que se hizo con un bote blanco y unas gasas que parecían bastante limpias. Nada comparado con lo que él tenía en el barco. Ella mojó las gasas y las pasó por su rostro. El líquido escocía como el ron mismo en una herida. Fue entonces cuando supo que su barco no había sido el único dañado.

─Nunca pensé que en el cielo hubiera ángeles enfermeras.

Se maldijo a sí mismo en cuanto dijo eso, pero era una costumbre que no podía evitar.

─Eso tiene fácil explicación, porque lo más probable es que estés en el mismísimo infierno y ni soy un ángel ni soy enfermera.

─¿Chica mala entonces?─ "Maldición Killian," pensó "para ya o te meterás en un buen problema"

─No me obligues a echarte esto─agitó el bote blanco─directamente en la herida─aún con su amenaza, ella sonreía, y él lo hizo también.

Volvieron de vuelta a la local y él se relajó al ver que no estaba allí, que él y ella se habían ido. Se sentó en el mismo lugar de antes, frente a la camarera/enfermera que le miró limpiando un vaso.

─¿Y bien?

─¿Bien qué?

─¿Qué vas a tomar?

─¿Puedo pagar algo con esto?─sacó de su bolsillo un anillo. Ella frunció el ceño.

─¿Quién eres?

─Alguien nuevo en la ciudad, ¿puede ser un vaso de ron?

Ella se giró, aún con la duda de saber quién era ese extraño y le sirvió su tan esperada copa de alcohol.