-¡Tomoyo, no!- le suplicó.

-Lo siento, Sakura, pero ya tomé mi decisión-.

Tomoyo se balanceaba precariamente en la azotea del edificio. Había cerrado la puerta de acceso con llave para que nadie interrumpiera. Nadie podría llegar a detenerla a tiempo. Sakura y los otros trataban de convencerla a gritos desde la calle para que no se lanzara.

-Yo ya no puedo con esto- declaró Tomoyo a grito pelado.

Todo este tiempo se había sentido sola y no correspondida. Se había cansado de esa existencia vacía, a la sombra de la gran historia mágica y romántica que había ayudado a construir.

Heredera de una gran fortuna, a ella no le importaba el dinero. Tenía todo lo que podía desear, pero nunca tuvo aquello que en verdad necesitó. Sentía que nadie la quería.

Por un tiempo, encontró la atención y cariño tan anhelados en una persona especial, dulce y atolondrada. Tan distraída era que no se percató de aquél sentimiento sino hasta el último instante. Pensaba Tomoyo –Si me esfuerzo, podrá ser algún día- .

Tiempo después, el ser amado de Tomoyo encontró el amor en alguien más. –Su felicidad vale más que la mía- se dijo. Durante mucho tiempo llevó la ficción de una dicha compartida. Ocultó su amargura y sus celos tan bien que ni ella los notaba. Pero algo se quebró por fin.

Tomoyo decidió que la vida sin el amor verdadero no era vida.

Antes de caer, susurró entre dientes.

-Adiós, Sakura-.