Disclaimer: Personajes de Candy Candy corresponden a Misuki e Igarashi.

La trama es de mi autoría, sin fines de lucro y solo para entretenimiento.

INSOMNIO

Tic-tic... Tic-tic...Tic-tic... Tic-tic... Tic-Tic...

El leve sonido proveniente de aquellas manecillas plateadas del reloj que reposa sobre la pared de mi estudio, resuena como molestos ecos en mis oídos. Trato de ignorar sin mucho éxito aquel tic-tac que supongo, es una conspiración en mi contra de aquel aparato para no dejarme dormir.

Sacudo y ahueco mi almohada una vez más, suspiro profundamente intentando acomodar la trenza de mi cabello hacia un costado antes de reposar sobre mi mullida y ya molesta almohada. Mañana, o mejor dicho hoy, será un día muy importante en la oficina.

Enrosco mis piernas sobre el edredón y trato de cerrar los ojos recordando el porqué de mi asistencia temprana a mi lugar de trabajo. El dueño de La Mansión ALSS ha llegado a un acuerdo importante con mi jefe, lo cual nos ha dado el respiro que necesitamos para poder impulsarnos como una empresa de mayor renombre.

La renuencia de mi superior en hablarme de los detalles de las negociaciones, ha despertado la curiosidad latente en mí interior preguntándome cómo será el aspecto de aquel gran señor. No tengo mucha familiaridad con su nombre, pero lo poco que sé es que el hombre es un rey del oro, un Midas Moderno y un excéntrico caprichoso como todo riquillo nacido en cuna de oro.

¿Sino quién en sus cabales le pondría nombre al lugar donde vive?

No puedo evitar imaginar a un tipo regordete bordeando los 60 años, de baja estatura, con la cabeza calva y unas cuantas canas ululando sobre los costados, la frente arrugada, los ojos grises parcos, dientes postizos, un traje marrón impecablemente planchado con la línea del pantalón definida portando entre sus huesudos dedos de la mano un anillo imponente de oro , y un reloj de cadena dorado en el bolsillo.

Sí, ya sé que no estamos en los años 20. —Sonrío haciendo un mohín— Pero lo cierto es que así me lo me imagino. Tal vez será que he estado leyendo muchas novelas de época en mi escaso tiempo libre.

Han sido unos días de mucha tensión, pocas horas de sueño, viajes al exterior con mis demás colegas mientras preparábamos estrategias, presupuestos, diseños y a la vez cumplíamos con los demás clientes que demandaban nuestra total atención a sus encargos.

Giro otra vez sobre mi cuerpo, suspirando y esperando que el sueño me domine.

Que frustrante es tener insomnio.

Masajeo mi frente con impaciencia, pateo con fastidio el edredón que cubre mi piel y aparto de encima la sabana sedosa en un intento de sofocar el inmenso calor que he comenzado a sentir.

Remuevo de un lado a otro y estiro mis piernas sobre la cama tratando de hallar frescura.

El invierno ha calado con fuerza. Pero el calor de la chimenea está demasiado intenso, lo cual hace que apenas sienta el viento que ventila mi dormitorio por la pequeña rendija de mi dormitorio. Mi piel sensible ya no soporta el tibio roce de la tela y me veo obligada a salir de la cama.

Me levanto con desgano sobre el borde del colchón y dirijo la mirada hacia mi despertador.

Son las 04.12 am y aun no consigo dormir.

¡Joder!

Muerdo el labio inferior con nerviosismo y un gesto de vergüenza aparece por mi rostro imaginando la cara de mi madre si me escuchase diciendo improperios.

En fin... Falta menos de dos horas para que mi despertador en forma de gallito trine desconsideradamente y yo sigo tan consciente como hace unas ochos horas atrás sin que el sueño quiera venir a anestesiar mi cuerpo.

Me pongo de pie con pesadez, estiro nuevamente un poco mis resentidos músculos, atravieso el suelo alfombrado hasta mi cambiador eligiendo una blusa holgada que cubra la desnudez de mis pechos y me dirijo a la cocina a beber un de poco de agua.

Deslizo mis manos sobre la barandilla de la escalera perfectamente decorada con guirnaldas, bombillas, luces navideñas, y desciendo con lentitud escalón por escalón hasta atravesar el pasillo que da hacia mi cocina.

Me acerco hacia el refrigerador, elijo una botella con agua, estiro mi mano hacia uno de los reposteros, extraigo un vaso tubo de vidrio y lo deposito sobre la mesilla de mármol en tanto desenrosco la tapa del recipiente y me sirvo un poco del líquido elemento.

Quiero justificar mi insomnio poniendo de pretexto a la montaña de azúcar que me he empujado al estómago antes de acostarme, pero lo cierto es que mi cuerpo está ansioso e impaciente.

No entiendo mi nerviosismo, ni el porqué del temblor de mis piernas, o porque estoy a punto de arruinar mi manicura, pero presiento que horas más tarde sabré el motivo.

Me obligo a ir hacia la sala, me siento cerca de mi sofá sobre la alfombra mullida a la vez que observo el árbol de navidad exquisitamente decorado mientras las luces doradas del fuego de la chimenea mantienen el calor de mi hogar.

Las borlas doradas y escarchadas lanzan pequeños brillitos sobre las cintas y ramas, logrando el efecto de un árbol encantador y mágico tal como me gusta.

Vivo sola desde los 21 años aunque la protesta de mis padres, y el gruñido de mi hermano me lo hicieron difícil, no obstante, bien sabían ellos que esto formaría parte de mi vida una vez que hallase trabajo en la metrópoli. Encojo los hombros sin querer, al menos no tengo que preocuparme por algún gato travieso que me derribe las bombillas o algún niño curioso que desee coger cada adorno de mi decoración.

Amo mi soltería y planeo seguir así por muchos años más.

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Despierto un poco molesta por la luz que ingresa a través de mis ojos y me froto los párpados en un intento de disimular la incomodidad.

El sonido lejano de un timbre, logra que levante la cabeza de golpe. Miro asustada y confusa el lugar hasta que me doy cuenta donde estoy: La sala.

El mural de relojes que tengo en el estante entra en el campo de mi visión y observo que todos ellos apuntan las diez menos nueve de la mañana.

¡Ay, me lleva! ¡Llego tarde al trabajo!

Brinco, mejor dicho corro escaleras arriba subiendo los peldaños de dos en dos e ingreso casi sin aliento a mi dormitorio. Abro la puerta de mi walking closet, elijo un vestido color rojo, abro mi cajón de ropa interior para sacar mi lencería a juego y busco los zapatos estilo peep toe color nude.

A continuación y con la prisa, vuelo hacia el baño, abro la pasta de dientes, agrego a mi cepillo la cantidad usual, el agua de la ducha comienza a descender cuando giro la llave, entonces me apresuro a culminar mi rutina de limpieza.

En tanto me coloco el gel en la palma de mi mano, maldigo entre dientes el haberme quedado dormida sobre mi sofá y no en mi cuarto.

¡Al menos así habría podido escuchar mi despertador con más claridad!

Escupo lo que queda de pasta en mi boca, me enjuago los dientes y procedo a depilarme con cuidado las piernas mientras el agua de las tuberías va relajando mi espalda y mi cabello lleno de shampoo me avisa con su espuma de que es momento de aclararme.
Me coloco el acondicionador y en tanto espero los dos minutos que aconseja el pomo de Neutrogena, masajeo mis pies con la piedra pómez preparándolos para una jornada de estrés.

Siento que mientras más me apresuro, más lento se vuelve mi cuerpo en obedecer. Coloco una mano sobre mi pecho y respiro profundamente tres veces. Termino de bañarme, levanto las piernas para apoyarlas en el borde y me sacudo ligeramente el cuerpo, así las gotas chorreantes no se desparramarán sobre el suelo de mármol ocasionando que me resbale.

La salida de baño me cubre con prisa la piel a la vez que camino hacia el cajón donde está mi secadora de cabello, la enciendo y divido en dos partes mis hebras, comenzando a secar de arriba hacia abajo con la máxima velocidad que me permite el aparato.

Mientras estoy en ese rutinario proceso, noto en el espejo que mi rostro tiene algunas ojeras y mi piel está un poco pálida, al menos el cutis no refleja estar enfermo y mis ojos conservan la claridad que el colirio me facilita cada vez que lo uso. Mientras le quito la humedad a mi cabello, voy repasando mentalmente las cosas que necesito llevar en mi cartera para evitar cualquier contratiempo.

Una vez satisfecha con mi faena, procedo a aplicarme un corrector de ojeras y una base libre de grasa sobre mi cutis. Además coloco silicona con queratina de la mitad de mi cabello hacia abajo para evitar un volumen de cabello esponjado y rebelde debido a la humedad de Chicago.

El vestido de corte princesa ciñe mi cuerpo hasta la rodilla, pero felizmente la abertura en la parte posterior, deja un espacio cómodo que me permite movilizar la pierna. Los tacones debería usarlos bajos, pero la vanidad y la importancia de la ocasión me hacen desechar la idea, por lo que tendré que apañarme con los estiletos número nueve que me da esos centímetros que le falta a mi cabeza.

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El tráfico de Chicago es de lo más engorroso a esta hora de la mañana, la temperatura sigue cayendo, pero no me queda de otra que avanzar lo más que puedo cortando camino entre calles pequeñas y lidio con el pedal de mi auto para evitar chocar con todo el gentío de taxis que circulan por la avenida Michigan.

Suspiro de alivio y frustración. La buena noticia es que estoy cerca ya de mi trabajo por lo que ingreso al estacionamiento y espero con impaciencia el ticket de entrada. La mala noticia es que me he metido en camisa de once varas al notar que no tengo donde estacionar, así que me la paso buscando durante diez minutos un lugar para aparcar.

Ingreso al piso donde laboro, lista y en guardia en caso mi jefe se ponga gruñón por mi tardanza de media hora.

Voy lo más rápido que me permiten los zapatos directo a mi oficina y de soslayo hallo los escritorios de mis compañeros vacíos, también noto que el señor Cartwright no se encuentra sentado sobre el sillón de su oficina, así que apresuro mis pasos para ir a la pequeña sala de juntas, donde estoy segura el riquillo de la mansión ALSS ya ha llegado y por lo tanto han comenzado sin mí.

En mi camino por el pasillo descubro a una nerviosa María ordenando informes encima de la fotocopiadora, la saludo con la mano muy de prisa, ella ni me mira pero asiente con la cabeza, concentrada en los documentos.

Ya ni me molesto por sus actitudes, la chica siempre ha sido así de callada y mojigata, por eso se ha ganado el mote de "Sor María".

Me posiciono frente a la puerta, doy tres toques y giro el pomo para ingresar con cautela con la cabeza medio escondida.

—Buenos días, Candice. —Escucho la voz de mi jefe—Pasa, por favor. —indica con una sonrisa sincera.

Enarco una ceja y le doy una miradita al salón. Se encuentra solo.

— ¿Ya terminó la reunión?—pregunto avergonzada sin saber que excusa decir. Mi jefe vuelve a sonreír meneando la cabeza, sabe que he llegado tarde, pero lo extraño es que no me regaña y a mí no me queda otra que decir. — Lo siento, Patrick...

—Tranquila, preciosa— Interviene mi jefe señalándome la silla a su costado. Quiere que me siente y le escuche. Esto es serio—La cita con el Señor ALSS ha sido cancelada— anuncia mirándome con un brillo divertido en aquellos ojos grises.

— ¿Quiere decir que ya no lograremos el contrato?—pregunto un poco desesperanzada. Ese proyecto, es el sueño de mi jefe, y se ha partido el lomo por conseguirlo, algo muy serio ha sucedido para que exista una cancelación de último momento.

—El proyecto sigue en marcha, preciosa— indica mientras me entrega un portafolio color guinda.

Abro los ojos un poco sorprendida, me siento ansiosa de pronto. No ha terminado de decirme lo que sea que deba saber y la preocupación hace que enrosque los dedos en mi cabello. Respiro despacio y miro a mi jefe quien no se da cuenta de mi estado de ánimo.

— ¿El pro...yecto sigue en marcha? — repito como autómata.

—El dueño ha visto tus bocetos y ha mostrado un interés particular por los diseños de tu portafolio. —me explica sin borrar la sonrisa de sus labios. —Así que hemos decidido que debido a la premura del tiempo, lo mejor será que vayas hoy mismo a la mansión y anotes in situ todas las especificaciones para poder cumplir con el contrato sin inconvenientes. —prosigue—Te esperan al mediodía.

"¡Ajá! Así que de eso se trata."

Relajo mis hombros y esbozo una sonrisa mientras acepto el encargo. No es la primera vez que trato con clientes exquisitos, es mi trabajo después de todo y a mí me encantaría conocer esa mansión. ¡Seguro es lujosa y brilla desde los techos hasta el suelo de la grava! Sin embargo, mi cuerpo se ha puesto en alerta, siento que mi estómago se ha tensado y no tengo la más mínima idea del porqué.

— Lo haré encantada, Patrick— prometo a mi superior mientras me levanto del asiento.

Mi jefe está tan concentrado en otros documentos que solo asiente con la cabeza.

Y eso es todo, salgo de la salita para ir a mi oficina. Miro la hora y veo que me queda al menos sesenta minutos para revisar mis pendientes, correos y otros presupuestos.

Coloco la carpeta sobre mi mesa y me pongo a la faena rápidamente. Ahora que recuerdo, he olvidado preguntar dónde están los demás, pero imagino que deben tener citas de negocios.

Los días viernes siempre son intensos, es como si todos los clientes tuviesen prisa por ser atendidos ese día y quedar libres para el fin de semana.

Hora y media después, cojo mi portafolio, mi cartera, mi móvil. Camino a la oficina de mi jefe y le indico que ya me retiro.

— Nos vemos luego, preciosa— comenta devolviéndome la mirada.

De regreso a mi auto, coloco mis cosas en la guantera, arranco el motor y aprieto el pedal resignada a tener que lidiar con el tráfico de la ciudad. El sol ha decidido ocultarse bajo las nubes el día de hoy así que antes de helarme los dedos, enciendo el aire acondicionado para manterner el calor y programo el GPS de mi auto para que me guíe hacia la zona de Lincoln Park donde se halla la mansión.

La pantalla estima un tiempo de viaje de treinta minutos, así que enciendo la música y sigo al ritmo de "Just the way you are" de Bruno Mars.

Me cuesta un poco salir de la ciudad, pero una vez superado el tráfico, la autopista libre de nieve que colinda con el lago congelado me da la bienvenida.

No tengo voz de ópera pero tampoco canto tan mal así que voy tarareando las canciones de manera relajada.

Cuando estoy a unas cuantas millas, aminoro la marcha y concentro mi atención en la dirección que me ha dado mi jefe: 1932 de la calle Burling.

Un enorme cerco aparece ante mi vista seguido de unas rejas negras que le dan el estilo de época a la mansión. Recorro con la mirada la zona y no puedo evitar quedarme con la mandíbula abierta.

¡Que precioso lugar!

La mansión no se encuentra a la vista, pero no hay duda que quien vive ahí es el auténtico Midas de Chicago.

Aunque no quiero enfrentarme al frío, bajo la ventanilla y trato de buscar con la mirada el intercomunicador para anunciar que estoy afuera.

Me he olvidado los guantes.

Cuando estoy a punto de presionar el botón de llamada, escucho una voz grave y sedosa decir:

—La estoy esperando señorita, White.

¡Hola, hola!

Mis saludos a ustedes mis queridas lectoras.

La presente historia va dedicado al grupo Albert Lover Secret Service, en el cual participo.

Hace unos meses que he tenido en mente esta idea rondando mi mente, y es bajo este reto navideño que me he propuesto llevar a cabo "solo" una parte de la historia, que es "un beso bajo el muérdago".
Sí, ya sé que debo culminar las demás historias pendientes, las cuales ya están avanzadas, por cierto. Aun así me estoy aventurando a sacar de mi sistema un poco de este precioso personaje, esperando que pueda gustaros aunque sea una mínima parte.

Sin más, os deseo un hermoso comienzo de año.

Un abrazo en la distancia,

Lizvet A.K