Disclaimer: Los personajes son obra de la fabulosa Stephenie Meyer, yo solo me divierto junto a ellos ubicándolos en un mundo paralelo imaginario que brota de mi alocada cabecita soñadora.
Antes de comenzar, Isa, te lo vuelvo a repetir, eres maravillosamente asombrosa. Gracias por toda tu ayuda, y por los ánimos para que siguiera escribiendo este monstruoso exone shot jajajja. Aquí tenemos a nuestra pequeña heroína saliendo en acción. Perdón por darte tanto trabajo en Nochebuena y Navidad, ya te dije que estoy en deuda contigo :D
Nota de autora: La historia contiene tema médicos, como lo es la Leucemia: un tipo de cáncer de la sangre que comienza en la médula ósea, el tejido blando que se encuentra en el centro de los huesos, donde se forman las células sanguíneas. Si bien es la profesión a la que aspiro, aún no estoy certificada para ello, me informé en distintos foros y MedLine para poder llevar a cabo la recolección de la mejor información que consideré para la historia; mi intensión no es ofender a nadie y tratar el tema con el mayor respeto posible.
Aclarado ese punto: ¡A leer!
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Beteado por Isa :)
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La pequeña guerrera
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La fina capa de hielo cubría el pequeño trozo apenas visible de pasto cubierto sobre la vereda. Las personas pasaban y pasaban concentradas en su camino, en sus quehaceres, protegiéndose de las bajas temperaturas, que habían dado su inicio sólo una semana atrás, con sus grandes abrigos, bufandas y uno que otro protegiendo su cabeza con un gorrito.
Llevé mi humeante bebida hacia mi boca: mi acostumbrado café mocca del Starbucks a sólo dos cuadras del hospital. Ésta era, prácticamente, mi rutina de todas las mañanas.
Noviembre había dado sus inicios hacía una semana, sin embargo, las primeras nevadas ya habían aparecido debido a las bajas temperaturas que este año no habían tardado en aparecer, adelantándose a cualquier pronóstico.
Ésta era, sin duda, la parte que más me gustaba del año. Mucha gente detestaba el frío y la nieve, sin embargo yo aún lo veía como un suceso mágico, espontáneo y lleno de secretos. A pesar que muchos intentaban refugiarse de la blanca nieve, yo aprovechaba el momento para poder contactarme con ella; quizá era extraño de ver y hasta podría quedar como alguien chiflada, pero a mí me traía paz, me hacía recordar a mi pequeño pueblo natal; aquél que había abandonado ya hacía un poco más de diez años.
Me sobresalté al sentir mi celular vibrar y no pude evitar sonreír al ver la fotografía del rostro de mi prima en la pantalla; hasta haciendo muecas divertidas era preciosa.
—Rose, ¿qué haces llamando tan temprano?
—¿Dónde dejaste tus modales, Swan? —respondió, e imaginé que estaría sonriendo—. ¿Sabes? Del otro lado del país existen personas que te echan mucho de menos, sobre todo Mathew y John.
Sonreí con nostalgia.
—Sabes que amo a mis sobrinos.
—Sobrinos que aún no conoces —agregó, y suspiré—. Ya cumplirán tres años y sólo conocen a su tía Bella por fotos. ¿Debo esperar un milagro de Navidad para tener tu hermoso culo junto a nosotros este año?
—No es fácil tomarse unas vacaciones en esa época del año y lo sabes —intenté justificarme—. Muero de ganas de poder ir, pero…
—Bella… —se escuchó del otro lado—. No puedes pretender huir siempre de aquí, han pasado diez años desde que te alejaste y que únicamente nos has visitado escasas veces…
Jugueteé distraídamente con los envoltorios vacíos de los sobrecitos de azúcar apoyados sobre la mesa.
—No estoy huyendo de nada, Rose. —Jamás dejaría de traer ese tema a la conversación—. Te expliqué miles de veces por qué no puedo ir. Recién ahora me estoy estabilizando, tengo un empleo seguro y estoy adecuándome a los nuevos horarios.
—En diez años jamás visitaste a tu familia en Navidad, salvo una única vez. Muchos estamos esperando por ti, sobre todo el tío Charlie.
Odiaba tener que tener estas conversaciones en público, aunque estuviese alejada de los demás, no podía dejar de sentirme perseguida y que alguien, cualquiera sea, estuviese escuchando mi charla. Pero más odiaba no poder tener ningún argumento válido para justificar las palabras que mi prima me decía.
—No entiendo qué pueden extrañar de mí —contesté—. Todos estamos bien como elegimos estar. Charlie tiene a Sue y a sus hijos, tú tienes a tus padres y tu hermosa familia. ¿Qué haría yo en medio de ustedes? Ya te dije cómo eso me hace sentir, la última vez no la pasé nada bien.
Escuché un suspiro largo del otro lado de la línea y comprendí por fin que ya dejaríamos de hablar de ese tema; ella más que nadie sabía cómo me afectaba volver a pisar la casa en la que crecí.
—Siempre estuvo el puesto en la mesa preparado para ti en las Navidades, este año también lo estará —dijo tristemente ante la idea de lo que esa fecha significaba para mí—. ¿Siquiera existe la posibilidad?
—No este año —respondí convincente—. Hay muchos niños que me necesitan y que necesitan el espíritu navideño, no hay nada como la magia para los chicos en esta época. Es la manera más pura que tienen para soñar, para volver a creer y olvidarse de todo lo difícil que tienen que vivir día tras día.
—¿Al menos podremos usar el Skipe? —Solté unas risitas—. En serio, quiero ver tu nuevo corte de cabello. Por cierto, deberías comprarte un celular nuevo, las fotos que saca… ¡por Dios! ¿Cómo pretendes que entienda las fotos que me mandas por Whatsapp?
—¡Hey! Sabes lo reacia que soy a la tecnología —me defendí, soltando unas risitas—. Te llamaré hoy en la noche cuando acabe mi turno, ¿está bien?
—Está bien —respondió—. Cuídate Bella, te quiero.
—Yo también lo hago y dales un beso enorme a mis sobrinos, prometo que pronto nos veremos.
—Vienes diciendo lo mismo desde que los pequeños nacieron —murmuró. Iba a replicar, pero no me dejó—. No digo más nada, adiós.
Tras finalizar la llamada me quedé pensando en sus palabras, sintiéndome algo culpable por hacer sentir mal a mi padre. Sabía que lo lastimaba al negarme a ir hacia la casa, pero era doloroso enfrentarme a ello; sería una herida que jamás cicatrizaría.
Poder dejar todo atrás e intentar volver a ser mi vida lejos de Forks fue la mejor decisión que pudiese haber tomado. Sentía que Chicago me necesitaba de alguna manera y que me sentiría útil ayudando a las demás personas. Si bien desde muy pequeña tenía en claro el tipo de carrera a la que me gustaría dedicarme, al llegar a esta extraña y desconocida ciudad, mis convicciones fueron aún más claras.
Miré mi reloj y casi marcaban las ocho de la mañana. Tiré el vaso vacío de mi café y salí rápidamente al frío del exterior. Apenas mi piel estuvo en contacto con la fría brisa, sentí un estremecimiento de pies a cabeza; ajusté mi campera y bufanda y emprendí viaje hacia mi lugar favorito en todo Chicago.
A medida que atravesaba los pasillos para dirigirme a mi sector, fui saludando a mis compañeros de trabajo con una sonrisa.
—Hola, Bella —saludó una de mis amigas con un beso en mi mejilla—. ¿A que no sabes qué?
—¿Ben por fin se dio cuenta que está completamente enamorado de ti? —bromeé. Ángela rodó sus ojos con una sonrisa y me sacó la lengua en un gesto muy infantil.
—Estoy segura que el día que eso suceda se enterará todo el país por el grito que daré —soltó unas risitas—. En fin, estoy segura que te alegrarás.
—Ya… dime —pedí impacientemente mientras enrollaba mi estetoscopio alrededor de mi cuello.
—¡Han aprobado la idea de vestirnos de Papá Noel para Navidad!
Una enorme sonrisa apareció en mi rostro, sin poder creer que al fin podríamos hacerlo.
Si bien la Navidad para las personas completamente sanas y con todos los habitantes de sus familias viviendo junto a ellos era, suponía, una época donde todos disfrutaban de la familia reunida, de las elaboradas cenas y quizás el recibimiento de algún presente material o no, o el sólo hecho de tener un día especial para celebrarlo de la mejor manera.
Sin embargo, dentro de un hospital, no era igual.
Trabajaba muy felizmente con mi pequeños guerreros —así me gustaba nombrarlos—. Eran pequeños niños que por las injusticias de la vida, debían vivir presos por el maldito cáncer. Ellos no tenían la posibilidad de salir a jugar a la nieve, o esperar la llegada de Papá Noel acobijados en las habitaciones de sus hogares, disfrutando del cálido cariño de sus familias. Sus realidades eran otras, pero eran las personas más valientes que conocía.
Debido a ese impedimento de poder vivir la Navidad como cualquier chico libre de cáncer, habíamos preparado un proyecto en el hospital para que nos dejaran vestirnos de papá Noel y pudiésemos entregar los regalos de Navidad para los pequeños internados y hacerles olvidar, al menos unos momentos, de todo lo que tenían que padecer a tan corta edad.
—¿De verdad? —pregunté entusiasmada.
—¡Claro! —exclamó con júbilo—. Ayer en la noche lo comunicó el director del hospital, aunque no se hará el mismo veinticinco, sino una semana antes… ya sabes, así las familias pueden pasar Navidad con los niños tranquilamente y nosotros con nuestras familias. —Entrecerró sus ojos y me miró—. Supongo que este año tomarás el día libre, ¿verdad? Hace años que vienes trabajando todos los veinticinco.
Rodé los ojos.
—¿Por qué tendría que pedir el día libre? —suspiré—. Además, me siento bien haciéndolo… hay muchos médicos que tienen una familia con quien pasar la Navidad, me sentiría culpable sacándoles la posibilidad de no trabajar ese día, después de todo a mí nadie me espera en casa.
—Eres la persona más cabezota y retorcida que conozco —bufó—. Pero aún así, te quiero y eres la persona más buena que pude haber conocido jamás. Espero que este año suceda algo y te haga cambiar de parecer.
Negué con la cabeza y me despedí de ella para comenzar con mi rutina del día.
Ser oncóloga infantil no era nada fácil. En mis pocos meses de comenzar a trabajar de mi especialización, había visto muchos casos y sufrido con cada uno de ellos. La parte más placentera y feliz de mi trabajo era, sin dudas, ver curados a los niños y poder verlos salir de la clínica con una hermosa sonrisa y todo un futuro por delante. La mala, sin dudarlo un momento, era la entrada de niños al establecimiento; lamentablemente el número de ellos crecían sin darnos tregua.
La leucemia infantil era uno de los casos más comunes de cáncer que atacaban a los niños entre dos y seis años, aunque podrían aparecer pacientes de otras edades. Los tratamientos para la cura eran muy fuertes y muchas veces los niños quedaban agotados y sin energías, pero era necesario que pasen por ellos para poder obtener la cura. El lado positivo de esta enfermedad, era que tenían cura y un paciente que la haya sufrido a una corta edad, tenía la posibilidad de poder tener una vida normal como cualquier otra persona que tuvo la suerte de no lidiar con ella.
No era fácil estar en esta situación, porque no solo los niños padecían la enfermedad, también lo hacía toda la familia. Los padres o tutores de los pequeños, debían adecuarse al estilo de vida que ellos llevaban. Muchas familias tenían que mudarse hacia el hospital, utilizando los centros de familias que se hacían para apoyarse entre ellos y poder brindarse fuerzas mutuamente.
Al terminar mi primera ronda fui hasta el cuarto especial que teníamos los doctores y me senté un momento para poder descansar. Todavía no había terminado de visitar a todos mis pacientes, pero mi estómago pedía por algo comestible, ya que desde la mañana no había probado bocado. Fui caminando despacio hacia la confitería del hospital y saludé a mis compañeros y a algunos padres de los niños internados.
—Creía que siquiera ibas a venir a almorzar —me saludó Jacob cuando me senté a su lado, con una bandeja llena de comida—. Te ves cansada, ¿estás bien?
—Lo estoy, sólo no pude dormir del todo bien a la noche… no es nada. —Le di un mordisco a mi tarta y mi amigo frunció el ceño.
—En esta época del año siempre te pones algo melancólica, ¿es porque falta poco para Navidad?
Sonreí y negué.
—Sabes que me gusta la Navidad, sobre todo el hecho de poder pasarlo aquí —encogí mis hombros—. Si no pude dormir bien fue porque tu amiga Ángela me obligó a ver una película de terror, aunque sabe que las detesto.
—Ay, Bella, Bella… ¿Qué haré contigo? —negó con la cabeza—. ¿Cuántas veces te he dicho que todo eso es mentira?
—Claaaaro, salvo cuando al final de la película te aparece el aterrador cartel de «basado en hechos reales», de verdad no da miedo —rodé los ojos y Jake rió estrepitosamente.
—Siempre tan exagerada… —tomó de su refresco—. ¿Este año también piensas pasar Navidad en el hospital? ¿Rechazarás mi oferta de pasarlo junto a mi familia, otra vez?
¿Se habían puesto todos de acuerdo para reprochar mi manera de festejar Navidad en los últimos años? ¿Qué les pasaba?
—No veo lo malo de pasar Navidad aquí, Jake. Me siento bien junto a los niños, de alguna manera siento que los acompaño en ese día.
—¿Y qué hay de ti? No todo es trabajo en la vida, Bells… debes pensar un poco en ti también.
Suspiré y me quedé callada. Por suerte Jacob se dio cuenta de mi cambio de ánimo y hablamos de cualquier otra cosa que no implicara Papá Noel, luces y decoraciones navideñas.
Las horas fueron pasando y sólo me quedaba visitar a mi última paciente. Siempre la dejaba al final para poder estar un poco más de tiempo junto a ella. Sabía que no debía armar lazos afectivos con mis pacientes, pero con ella no podía evitarlo. Todos los niños eran especiales, por supuesto que sí, pero ella tenía algo más que me era muy difícil explicarlo con palabras.
Al posarme frente a la puerta escuché su suave risa y sonreí de alegría al escucharla feliz. Las fuerzas que ella tenía eran admirables; más de una persona tendría que aprender de estos niños. Golpeé suavemente y entré unos momentos después.
—¡Bella! ¡Pensé que hoy no vendrías! —exclamó, dejando de lado sus muñecas para acercarse a mí—. ¿Te cortaste el cabello? —preguntó.
Me agaché para quedar a su altura y le sonreí con ganas. Sus ojitos verdes me miraban con un brillo especial, acaricié su mejilla y le planté un sonoro beso en ella, haciendo que riera en voz alta.
—Me lo corté un poco, sí —respondí—. ¿Te gusta?
—Te queda muy lindo, aunque tú ya eres hermosa. —Acarició mis puntas con concentración.
Acostumbraba a llevarlo largo, pero decidí cortarme el cabello un poco, para sentirme más cercana a mis pacientes y que ellos se sintieran más cómodos conmigo. Ahora lo llevaba un poco más arriba de los hombros y me sentía conforme con mi nuevo look.
—¿Te gusta mi nuevo pañuelo? —Se tocó la cabeza—. Es naranja, como tu color favorito.
—Es hermoso, Alison —respondí acariciándole la cabecita envuelta con su nuevo pañuelo—. Debes tener cuidado con ella, quizás alguien podría llevársela…
—En realidad, tengo dos… uno para ti y uno para mí —sonrió—. ¡Así estaremos iguales!
Iba a responder, pero un carraspeo a un costado de nosotras me hizo percatar que no estábamos solas en la habitación. Me reprendí mentalmente por no haberme dado cuenta antes y quedar como una maleducada que no saludaba.
—Lo siento —me levanté—. No la había visto por aquí, señora Masen.
—¡Ay, vamos! —Rodó sus verdes ojos—. Te dije que me llamaras Alice, nada de señora…
Alice Masen era la única familia que conocía de Alison, suponía que era la madre, ya que tenía rasgos muy parecidos a la pequeña, aunque nunca me había animado a sacarme la duda por miedo a quedar como una chismosa. Siempre la acompañaba y, cada vez que pasaba a saludar a mi paciente favorita, ella estaba junto a ella, sin dejarla sola en ningún momento.
—Supongo que debe ser la costumbre —encogí mis hombros y desvié mi vista a la pequeña Alison—. ¿Lista para que comencemos con la revisión? —Ella asintió muy obedientemente y se recostó en la camilla, aguardando a que me acercara a ella para comenzar a revisarla.
Alison Masen tenía ocho años y luchaba contra la leucemia hacía unos tres años sin darse por vencida y mostrándose más fuerte con el pasar de los días. Era mi paciente desde que ingresé al hospital, ya hacía un poco más de cinco meses. Según su historia clínica y con la doctora que antes ocupaba mi puesto pero que se retiró para dedicarse plenamente a la investigación, había sido sometida a un trasplante de médula ósea donada por su padre, y desde ese momento su salud comenzó a mejorar, claro que tuvo que someterse a varios tratamientos de quimioterapia para poder combatir a las células cancerosas.
Si todo salía bien, y era lo que todos deseábamos de corazón, en poco más de dos semanas obtendría el alta y podría volver a su vida normal, luego de estar internada por tres largos años. Esa era la parte más bonita de poder decirlo, sólo le faltaban dos sesiones de quimioterapia para dar por finalizado el tratamiento.
—Todo está perfecto, Alie. —Palmeé su cabeza, anotando las observaciones en su historial clínico—. ¿Te has sentido mal?
—Nope —respondió con una sonrisa—. Me he sentido muy bien.
—Mejor así —respondí.
La bajé de la camilla y ella fue brincando hasta el rincón con los juguetes que fue consiguiendo en su estadía aquí. Me quedé llenando unos papeles mientras ella jugaba con su madre. Me concentré tanto que no sentí a Alice acercarse a mí salvo cuando me tocó el hombro para llamar mi atención.
—Pronto se recuperará, ¿verdad? —Se veía expectante y con los ojos brillosos.
—Los últimos estudios han dado perfectamente y las células malignas para su cuerpo prácticamente han desaparecido. Si bien tengo que hablar con los demás doctores y si todo sale como esperamos que salga, Alison tiene los días contados aquí y, cuando quieran darse cuenta, volverá a su hogar rodeada de sus cosas.
Sus ojos se aguaron y me contuve las ganas de abrazarla para brindarle apoyo.
—Será el mejor regalo de Navidad que podríamos tener —murmuró, viendo jugar a su hija—. Al fin podremos pasarlo junto a ella. Todos seremos muy felices por tenerla en casa nuevamente.
Le sonreí con entendimiento; yo sabía muy bien lo que significaba ese sentimiento.
Me despedí de Alison con un caluroso abrazo y con la promesa que mañana vendría a verla otra vez. Me regaló el pañuelo naranja y me exigió que mañana lo utilizara cuando nos volvamos a ver. Alice sonrió por ver a la pequeña tan feliz y yo me sentí muy bien por ambas. Las risas y sonrisas era el mejor tratamiento para curar el alma.
Eran más de la siete de la tarde y estaba realmente agotada, las pocas horas que había dormido la noche anterior me estaban pasando factura sin darme tregua. Cuando me disponía a irme tras finalizar mi turno del día de hoy, recibí un llamado de la jefa del área, y fui a los pocos segundos que me llamó.
—Buenas tardes, doctora Cullen —la saludé cuando me dio el permiso para entrar a su consultorio.
Me sonrió amablemente y me indicó con su mano que me sentara delante de su escritorio; así lo hice.
—Ya te dije que dentro del consultorio puedes llamarme solamente Esme —volvió a sonreír—. ¿Cómo has estado, Bella?
—Muy bien, gracias —respondí a la brevedad—. ¿Para qué me llamaba?
Suspiró e hizo una mueca de culpabilidad.
—Sé que hoy comenzaste tu turno desde temprano, pero eres la única que puede salvarme —murmuró—. Jessica no podrá venir hoy y necesito a más personal en su área, Ángela debe hacer la guardia en otro hospital y Jacob ha trabajado desde ayer… eres mi única opción disponible. Si tuviese a alguien más no te estaría pidiendo esto.
—No se preocupe, puedo quedarme con gusto —respondí entendiendo lo que me quería decir.
—Ese no es el punto, Bella —suspiró—. Odio tener que hacer esto, pero no me queda otra alternativa. Sin embargo, pienso recompensarte estas horas demás que trabajarás, dándote la total libertad para que prepares el pequeño festejo de Navidad que haremos en el hospital. Sé que has estado muy emocionada con ese proyecto, ¿Qué me dices?
—¿Es en serio? —pregunté emocionada, y asintió en respuesta—. ¡Gracias!
—Sabía que la idea te encantaría —sonrió con amabilidad—. Tenemos pensado hacerlo alrededor del quince de diciembre para que puedan tener un poco de tiempo en la organización. ¿Te parece bien?
Asentí de acuerdo a su idea.
—Estoy segura que harás un excelente trabajo, tanto los niños como las familias te agradecerán. —Volvió a sonreír amablemente—. Puedes volver al trabajo y, una vez más, gracias por ayudarme.
Respondí que no debía agradecerme nada y volví a la sala de doctores para volverme a alistar y hacer las rondas de supervisión nocturnas. Hacía bastante tiempo que no me tocaban guardias, mis horarios habían cambiado bastante a comparación de cuando todavía no me especializaba. En eso era una afortunada; mi trabajo era maravilloso.
Cerca de la una de la mañana estaba tomando el tercer café desde que terminé de cenar y me pareció buena idea ir a espiar a Alison, sólo para saber si necesitaba algo o si se sentía bien. Encontré la puerta entreabierta y entré con sigilo para no despertarla. Las luces estaban apagadas salvo el pequeño velador a un lado del cuarto. Ella le temía a la oscuridad.
Ahogué un grito de susto al ver una figura masculina recostada en una incomodísima posición en el sillón que había a un lado de la cama de la pequeña. Desde que Alison era mi paciente, jamás había visto a una persona que no fuera Alice junto a ella.
Al hombre lo alumbraba tenuemente la lámpara de noche, y por el espacio que ocupaba en el sillón se veía como alguien alto y esbelto. Me di cuenta que me fui acercando a él, cuando su rostro quedó al descubierto y más cerca de mí. Si bien estaba dormido, se notaba que en realidad no descansaba, ya que tenía el ceño fruncido y una línea tensa en sus labios. Por las facciones de su rostro, supuse que era el padre de Alison, ya que se parecían bastante.
Tenía el cabello corto, al ras de su cabeza, y ese gesto me enterneció. La mayoría de los padres de los niños internados decidían cortarse el cabello bien corto como una manera de apoyo hacia sus hijos y que éstos no se sintiera mal por la pérdida del cabello producido por las sesiones de quimioterapia.
Estiré una manta que encontré en un rincón y lo tapé. Si bien la calefacción estaba prendida, había refrescado mucho afuera y a la mañana tendría, además de dolor de cuello, entumecimiento en todos sus músculos.
Me acerqué hasta la cama de Alison y la vi dormir pacíficamente, junto a su muñeca favorita. Ella era una nena estupenda, muy madura para su corta edad. Había tomado la noticia de su enfermedad bastante bien. A veces era difícil hablar de estos temas con los chicos debido a su corta edad y a su curiosidad sin límites, sin embargo ella entendió su situación al instante y eso era algo que había llamado la atención de todos los médicos que la atendieron.
Me vi acariciando su mejilla suavemente. Ella en particular me hacía sentir pacífica y en paz; era algo extraño, pero habíamos formado un vínculo increíble, jamás me había pasado algo igual con otros niños. Cuando me aseguré que todo estaba bien, di un beso en su pequeña cabecita pelada y me giré para poder ir a descansar un poco, al menos cerrar los ojos por media hora, ya que éstos se me cerraban solos.
Lo que no esperé fue encontrarme con dos ojos verdes confundidos, mirándome con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Tuve que atajar mi pecho por el susto que me causó al verlo sentado en el sillón donde antes dormía, sobre todo después de haber visto esas patéticas películas de terror donde las personas aparecían y desaparecían rápidamente. Me anoté mentalmente regañar a Ángela por obligarme a verlas.
—Uh… yo… lo siento… —balbuceé en voz baja—. Sólo quería asegurarme que Alison estuviese bien, sólo por rutina… Ya me estaba yendo, así puedes descansar tranquilamente.
El hombre se refregó un ojo y ahogó un bostezo, luego sacudió la cabeza y volvió a mirarme con curiosidad.
—No te había visto antes, ¿eres la doctora de Alison? —preguntó en un murmullo aclarándose la garganta, para evitar despertar a la pequeña.
—Hace un poco más de cinco meses —respondí—. Me dieron el puesto cuando la doctora Morgan pasó al departamento de investigación.
Asintió y se puso de pie. No estaba confundida, era muy alto; prácticamente llegaba al metro noventa de altura. Me sentí chiquita a su lado.
—Un gusto, soy Edward Masen, padre de aquella dulce niña que duerme plácidamente —sonrió de lado, extendiendo una mano hacia mí.
Sonreí ante el apodo que usó con su hija, se notaba a leguas que la amaba mucho, como era lógico. Quité mi mano de mi bolsillo y estreché la suya. Un leve hormigueo me recorrió por toda la extensión de mi brazo, fue algo extraño.
—Bella Swan, doctora de la dulce niña que duerme plácidamente —respondí, copiando sus palabras.
Sus ojos se achicaron y boca se arqueó debido a su sonrisa, luego volvió a mirarme con curiosidad y entendimiento.
—Así que tú eres la famosa Bella… —murmuró. Enarqué una ceja, ¿famosa por qué?—. Desde que llegaste, Alie no ha parado de hablar de ti en ningún momento, se ha encariñado mucho contigo.
—Yo también lo hice con ella, es una niña maravillosa —respondí, volteando mi cabeza para verla dormir.
—Gracias por todo lo que haces por ella —dijo—. Quería conocerte antes para agradecerte, pero por asuntos del trabajo sólo puedo pasar las noches con mi pequeña y cuando venía, tú ya te habías ido. Jamás nos cruzábamos… hasta hoy.
Sus ojos se veían cálidos y me sonreía amistosamente, aunque se notaba cansado y exhausto. Era muy entendible, después de todo si cada noche la pasaba con su pequeña hija, el sillón se habrá convertido en su mejor amigo.
—Es un gusto haberlo conocido, señor Masen, y lo felicito por la maravillosa hija que tiene —murmuré, dispuesta a irme.
—Dime Edward por favor, odio lo de señor Masen, en serio.
Se notaba que toda su familia odiaba las formalidades, si mal no recuerdo su esposa me había dicho lo mismo.
—De acuerdo —sonreí—, también ha sido un placer conocer al padre de aquella belleza. —Señalé con la cabeza a la dormida Alison—. Debo irme.
—¿Duermes aquí? —preguntó, enarcando una ceja.
—Sólo por hoy —respondí—. Aunque creo que las duras camillas son más cómodas que ese sillón.
—Terminas acostumbrándote a ella —respondió divertido por mi comentario—, aunque no lo extrañaré. Si llego a tener problemas en el cuello ya sé qué lo provocó. Aunque todo vale la pena con tal de estar cerca de mi pequeña.
—Tienes razón —respondí, acercándome hacia la puerta—. Buenas noches, intenta descansar.
—Lo mismo digo, doctora Swan.
Lo miré a los ojos y sonreí. Me di la media vuelta y salí rumbo hacia la sala de médicos, realmente necesitaba tomar una breve siesta.
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—¿Qué te parece un grupo de villancicos que canten exclusivamente para los niños? —preguntó Ángela, mordiendo el lápiz nerviosamente.
Negué frustrada, sin tener ninguna buena idea. Me había equivocado al pensar que armar un proyecto para Navidad iba a ser fácil. Hacía más de tres horas que nos habíamos reunido con Ángela y Jacob en mi acogedor departamento para poder llevar a cabo los últimos —se suponía— detalles para el festejo de Navidad que ya habíamos arreglado en el hospital.
No había nada que nos gustara, queríamos hacer algo nuevo y nuestra poca imaginación no nos estaba ayudando en nada bueno. Habíamos descartado muchas cosas, como la organización de una especie de escenario con un Papá Noel en el centro donde recibiera a los niños en su regazo preguntándoles qué desearían para esta Navidad, o que todos estemos disfrazados de Papá Noel y comenzáramos a repartir los regalos.
—Mi turno comienza en menos de una hora y todavía no tenemos nada bueno. ¿Qué se supone que le diré a Esme? —Jalé mis cabellos frustrada.
—Tranquila, Bella… algo se nos tiene que ocurrir —intentó consolarme mi amiga, con una mueca de preocupación en el rostro.
—Al menos terminemos la decoración del hospital, eso supongo que podremos hacer —añadió Jacob.
Todos estuvimos de acuerdo y comenzamos a recortar cartulinas para poder hacer algunos árboles de Navidad manualmente, luego los pegaríamos por las paredes de todo el hospital.
Los días fueron pasando sin que sea realmente consciente de eso. Noviembre ya se había despedido de nosotros y estábamos en la primera semana de Diciembre, eso significaba que teníamos muy poco tiempo para organizarnos completamente. Si bien la mayoría de los arreglos y adornos, además del gran árbol puesto en el centro del hall del hospital, ya estaban listos… aún nos quedaba idear la idea principal. Aquella que deseaba que les agradara a los chicos, ya que todo lo que estábamos preparando era especialmente para ellos.
El hospital se iba tornando de ese espíritu navideño que aparecía en esta época; los niños se mostraban felices con las nuevas decoraciones y eso me hacía muy feliz. Después de todo, ellos eran lo que brindaban esa faceta mágica a estas fechas.
En mi camino hacia el hospital, no podía evitar sentirme nerviosa. Pero eso no tenía nada que ver con el proyecto que aún faltaba concluir, sino porque hoy era una fecha muy especial…, ya que era la última sesión de quimioterapia de la pequeña Alison, aquella que podría marcar un antes y después en la vida de ella y de su familia. Si todo salía bien —que era lo que deseaba con todo mi corazón—, la semana próxima sería dada de alta y podría pasar la Navidad junto a sus padres en su propio hogar.
—Ya tenemos todo listo, doctora Swan —susurró Maggie, una de las enfermeras del hospital.
Suspiré pesadamente y pedí yo misma ser la que fuera a buscar a Alison.
En la Universidad enseñan —de una manera muy sutil— que no debes formar lazos afectivos con los pacientes, ya que los sentimientos y emociones interfieren en la manera que un médico reacciona ante el cuadro que se le presente. Lo más aconsejable es poder mantener la compostura y portarse frío y distante con ellos, para poder mantener la cabeza en blanco y dar lo mejor de uno. Yo no había podido mantenerme a raya con Alison, la quería un montón y hoy estaba aterrada por lo que le depararía el futuro.
Antes de tocar la puerta de su habitación, miré hacia arriba y le supliqué a la persona más importante que había tenido que cuidara de la pequeña Alison y que ayudara a que todo saliera bien, que pueda liberarse de la maldita leucemia y que pudiese tener la vida que siempre soñó, sin hospitales ni tratamientos dolorosos.
—¡Bella! —exclamó mi pequeña guerrera al verme traspasar la puerta. Le sonreí a ella y a Edward, quien la tenía fuertemente sujeta en su regazo—. ¿Ya debo ir?
Intenté mantenerme serena con el rostro inexpresivo para que ellos no notaran el terror que tenía que nuestro diagnóstico sea erróneo. ¿Cómo los miraría a los ojos si aún tenían que quedarse más tiempo aquí?
—¿Estás lista? —le pregunté con una sonrisa.
—Sipidipi —respondió, poniéndose de pie con la ayuda de su padre.
Sólo en ese momento fui capaz de mirar a los ojos de Edward. Su imagen casi me hace flaquear; se notaba aterrado, nervioso, expectante y muy contradictorio. Su boca dibujaba una línea tensa, aunque esbozaba una sonrisa de tranquilidad cuando su hija lo miraba. Él también estaba asustado y yo lo entendía perfectamente.
Finalmente, cuando Alison estuvo preparada fuimos los tres hacia la sala de quimioterapia; Edward llevaba la silla de ruedas que por rutina les entregábamos a nuestros pacientes. Antes de entrar, Alison le dio un fuerte abrazo a su padre que terminó de bajar mis barreras y tuve que mirar hacia arriba para evitar que mis traicioneras lágrimas no fueran derramadas.
Tuve una especie de dèjá vu, viéndome a mí en su misma situación.
—Te amo, papi —susurró, besando sonoramente su mejilla.
—Yo también te amo, Alie. —Besó su frente reiteradas veces, sin dejar de abrazarla—. Ponte mejor, así nos vamos a casa.
La doctora Cullen salió del interior de la sala y nos avisó que todo estaba listo para empezar. Edward me miró con los ojos mortificados y supe que silenciosamente me deseaba suerte con esto y me pedía que hiciera lo mejor posible para curar a su pequeña.
Sin decir una palabra ni mirar hacia atrás, empujé la silla de ruedas de la pequeña y entramos junto a Esme hacia la sala de quimioterapia.
Este era uno de los momentos que más odiaba; los niños sufrían mucho en este tipo de sesiones, ya que se suministraban fármacos muy fuertes para sus debilitados cuerpecitos. En todo el proceso intenté mantener mis sentimientos a raya e hice todo lo mejor de mí, estando presente en cada detalle, tomando la mano de Alison cuando los dolores eran muy fuertes y dándole palabras de aliento para que, de alguna manera, supiera que aquí estaba junto a ella.
Largué un suspiro de alivio cuando todo terminó, aunque mis ojos otra vez se llenaron de lágrimas al ver el rostro dolorido pero dormido de Alison. Estaba más pálida de lo normal, con muchas ojeras y el ceño fruncido. Al pasarla a la camilla, comenzó a decir balbuceos y cosas sin sentido, producido por los mismos químicos que se le fueron suministrados.
Los camilleros se la llevaron a una habitación especial para mantenerla protegida, una vez que le colocamos el barbijo y las cosas necesarias para evitar cualquier contacto con el exterior. Luego de una sesión de quimioterapia, las defensas bajaban y cualquier tipo de germen era muy peligroso para ellos.
—Es una niña muy fuerte —dijo la doctora Cullen—. Y también la próxima paciente que será dada de alta, estoy segura.
Asentí con una pequeña sonrisa en mi rostro; según lo que había visto, era más que probable que ésta haya sido la última vez que Alison estuviese sometida a este tipo de tratamiento, pero para poder festejarlo oficialmente, necesitábamos conocer los resultados oficiales primero.
Cuando pasó una media hora desde que terminamos la sesión, ya habiendo terminado mi turno, fui hasta la habitación en donde estaba mi pequeña favorita para controlar que todo estuviese bien. La encontré dormida, como imaginaba que estaría. Me acerqué un poco a ella y supe que se había despertado cuando sus ojitos verdes comenzaron a abrirse de a poco.
—¿Bella? —preguntó con la voz ronca.
—Descansa, Alie —susurré—. Debes dormir, así recobrarás energías.
—M-Me duele mucho —volvió a susurrar y me sentí mal por no poder hacer nada para mitigar el dolor—. Ya sé lo que pediré.
La miré confundida.
—¿Pedirás qué, pequeña? —le pregunté, evitando que mis manos acariciaran las arruguitas en su frente.
—Mi deseo de Navidad —respondió, cerrando sus ojitos—. Tú dijiste que podía pedirlo.
Asentí; eso le había dicho ayer cuando les comunicamos a los niños que podían realizar unas cartas para colocarlas en el árbol de Navidad del hospital.
—¿Qué pedirás?
—Yo no quiero juguetes, ni muñecas… ya tengo muchas —volvió a decir, cada vez con su voz más adormilada—. Sólo quiero que mi papi sonría de verdad, él siempre se preocupó por mí y está triste por verme mal. Yo quiero que se ría como antes y que sus ojitos brillen otra vez, ¿crees que si le pido eso a Papá Noel él me escuchará?
Tragué el nudo que se formó en mi garganta e intenté encontrar mi voz para poder responderle.
—Sí, pequeña… él te escuchará —susurré, mientras veía como sonreía con los ojitos cerrados, satisfecha con mi respuesta.
—¿Me ayudarás a hacer la cartita mañana?
—Será lo primero que haga —contesté y no pude contenerme a dejar un beso en su cabecita—. Duerme ahora y descansa; mañana será otro día.
Me quedé allí de pie junto a su camilla contemplándola hasta que su respiración se tornó pausada y supe que se había dormido. Volví a pedir en voz baja que esta haya sido la última vez que la viera sufrir tanto y que, de ahora en más, su vida sea sólo felicidad.
Salí de la habitación con el sentimiento que de ahora en más toda las cosas cambiarían y que todo se iría solucionando de a poco. No me sorprendí al ver a Edward contemplando a su hija desde el pequeño vidrio que tenía la puerta de la habitación.
—Odio verla así y no poder hacer nada por ayudarla —murmuró Edward, cuando sintió que me coloqué a su lado.
—Haces mucho por ella acompañándola —respondí—. Jamás se sintió sola, siempre has estado junto a ella, sin dejarla ni un minuto.
Clavó sus apagados ojos verdes en los míos y entendí las palabras que me había dicho Alison hacía unos momentos. Él se notaba abatido y muy triste por todo lo que le tocaba vivir y, aunque intentara parecer fuerte delante de su hija, no podía esconder todo el miedo y terror que sentía; estaba segura que por dentro se sentía muy asustado y preocupado. ¿Tendría a alguien que lo escuchara y le brindara valor? En ese momento me percaté que no había visto a su esposa en estos últimos días, ¿Dónde estaría?
—Verla sufrir de esa manera… —dijo con la voz rota—. ¿Cuándo terminará todo esto? —Jaló sus cabellos con violencia.
Sin darme cuenta, coloqué una mano sobre su hombro para que, con ese simple gesto, supiera que estaba allí para escucharlo.
—Debemos ser positivos ahora, Edward —murmuré en voz baja—. Has llegado muy lejos, no es momento de bajar los brazos. Ahora debes sentirte más fuerte que nunca, llevas esperando este momento hace mucho tiempo.
—¿Y si salió mal? ¿Y si la maldita enfermedad aún no se fue del cuerpo de mi hija? —preguntó con los ojos llorosos—. Sería un duro golpe para todos, yo no sabría cómo lidiar con una recaída más.
Sus ojos comenzaron a desprender lágrimas de ellos y, sin poder evitarlo, los míos lo imitaron. Yo sabía cada cosa que él estaba pasando en este momento. Los miedos, las inseguridades, lo desconocido… jamás habría una respuesta para todo, ni la reacción acertada para estos casos.
—¿Por qué mi hija? ¿Por qué ella, Bella? ¿Por qué?
No se contuvo más y comenzó a llorar lastimeramente. Lo único que atiné a hacer fue rodear su cuello con mis brazos y estrecharlo a mí con fuerza, intentando calmarlo. Pensé que me iba a apartar rápidamente, después de todo yo no era más que la doctora de su hija y sólo habíamos hablado unas pocas veces en estas últimas semanas. Sin embargo, se aferró a mí como si su vida dependiera de ello, hundió su cabeza en el hueco de mi cuello y pude sentir cómo sus lágrimas mojaban la fina tela de mi traje de doctora, pero no me importó. Lo único que me importaba era mitigar el dolor de este maravilloso hombre que estaba sufriendo mucho.
—Ya no sé qué hacer para mantenerme fuerte… —susurró sin separarse de mí—. Sólo deseo que todo este mal pase y poder ver sonreír a Alie, no pido nada más.
—Confía en que eso pasará, Edward. —Acaricié su espalda—. Y aquí me tienes para lo que sea, no sólo cuentas conmigo como doctora… sino también como la amiga de Alison.
—Gracias, Bella. —Quitó su cabeza de su escondite y clavó sus preciosos ojos en los míos—. Eres una persona maravillosa y yo ya te considero mi amiga también. —Volvimos a abrazarnos y nos quedamos un momento en esa misma posición, la cual realmente era muy cómoda.
Él era una persona maravillosa y muy valiente, que había podido llevar adelante esta difícil etapa que la vida interponía en su camino. Le devolví la mirada y quise que, al menos por un rato, pudiera distraerse y relajarse un poco. Quizás salir del hospital le haría bien para poder despejar su cabeza.
—¿Ya has cenado? —me vi preguntando, antes de analizar bien la propuesta.
Frunció el ceño y me miró confundido.
—Mi turno ha terminado y de verdad estoy famélica, a unas pocas cuadras hay un restaurante que tienen las mejores pizzas de todo Chicago, créeme cuando lo digo, soy una especialista en ello. —Le guiñé un ojo—. Además, dudo que hayas probado bocado desde el mediodía, has estado todo el día aquí. ¿Te gustaría acompañarme?
Lo pensó unos instantes y, finalmente, sonrió; aunque sólo fue una sonrisa incipiente.
—Creo que me haría bien comer algo —suspiró mirando a su pequeña desde el vidrio.
—Alison estará bien —lo tranquilicé—. Va a dormir por un buen rato, siquiera registrará que no estás junto a ella.
Volvió a mirarme y sonrió, esta vez su sonrisa salió más natural.
—Usted manda, doctora Swan.
Fuimos andando despacio, hablando de nada y conociéndonos un poco más. Era la primera charla que teníamos, ya que antes solamente nos comportábamos de manera profesional y habían sido escasas veces las que nos encontrábamos en el hospital, pues mi turno terminaba mucho antes de que Edward fuera a quedarse con su hija.
—Entonces… tú no eres de aquí —afirmó, tomando un poco de su coca-cola.
—No, soy de Forks, un pueblito en el estado de Washington… —respondí—. Me mudé aquí a los dieciocho años para poder empezar la Universidad; desde ese momento jamás me fui y supe que Chicago se transformaría en mi nuevo hogar. ¿Tú eres nativo de esta ciudad?
—Sólo llevo viviendo aquí poco más de tres años —respondió—. Soy de Brooklyn, New York; aunque cuando me enteré de la enfermedad de mi pequeña, decidí mudarnos aquí… después de todo, el hospital de Chicago es uno de los mejores para el tratamiento que Alison debe seguir. —Sonrío con melancolía—. No fue fácil dejar todo atrás, sobre todo a la familia… pero debimos hacerlo por el bien de Alie.
Tomé mi bebida y vi que el mozo se acercaba con nuestra pizza en sus manos; mi estómago rugió en respuesta. Hablaba en serio cuando dije que estaba famélica.
—¿Por qué decidiste ser oncóloga? —preguntó, cuando ambos nos servimos una porción de pizza.
Jugueteé un poco con el tenedor antes de responder sólo una parte de la verdad.
—Cuando estudias Medicina en la Universidad, tus gustos pueden variar enormemente —empecé a explicar—. Comencé con la idea de estudiar neurología, ya que el funcionamiento de la cabeza humana me fascina muchísimo. Pero, luego de que pasaran los años, la oncología comenzó a agradarme tanto que llegué al punto de querer especializarme en ello. Ahora no me arrepiento para nada y me siento muy útil ayudando a los niños que más me necesitan.
—Supongo que los primeros meses no habrán sido fáciles.
—No, en realidad —suspiré—. Tienes que estar muy capacitado y no sólo hablando de conocimiento, sino más bien de aquí —señalé mi cabeza—, tienes que mostrarte fuerte y seguro, para transmitirles esa seguridad a las familias, después de todo… son los que te confían a sus hijos para ayudarlos a sanar.
—Estoy seguro que eres de las mejores que han pisado el hospital. —Sonreí de agradecimiento—. Lo digo en serio, no sólo porque esté aquí junto contigo. Eres muy amable con todos tus pacientes, te preocupas por cada uno y no únicamente eso, sino que también te preocupan las familias de los niños.
—Sólo hago mi trabajo, Edward —hice una pausa—. Son ustedes los que tienen la tarea más difícil y complicada. No es nada fácil tener que adecuarte a ese estilo de vida, te cambia todo… no solamente la rutina. Además, solamente el seno familiar es el que entiende la verdadera magnitud de las cosas, yo sólo lo vivo desde afuera, ayudándolos cuando me necesitan… pero son ustedes los que tienen que convivir con ello.
Se limpió la boca y tomó el último sorbo de su gaseosa.
—Cuando le diagnosticaron leucemia a Alie creí que moriría —susurró tan bajo que tuve que agudizar mi oído para escucharlo bien—. Tuve tanto miedo, estaba aterrado de no saber qué era lo que tenía que hacer —hizo una pausa—. Lo peor de todo es que los médicos me hablaban en código, yo no tengo mucho conocimiento en Medicina ni mucho menos, pero me frustraba no entender nada. La primera semana que internaron a mi pequeña, comencé a buscar toda la información que encontré, cerciorándome del tema para al menos entender lo que ocurría dentro del cuerpo de mi hija.
»Me uní al grupo de familias de niños con leucemia en el hospital, gracias a ellos aprendí muchas cosas y, ver a niños que iban siendo dados de alta con el correr de los días, me daban muchas esperanzas de que Alison tenía la posibilidad de cura. —Sonrió con nostalgia—. Mi hija siempre se mostró muy madura y entendió desde el principio que había algo en ella no andaba bien. Con sólo cinco años fue diagnosticada y nos sometimos a una operación de médula, gracias al cielo yo era compatible con ella y lo pudimos llevar a cabo, eso ayudó mucho con la lenta recuperación.
Sin darme cuenta mi mano había encontrado la de él por encima de la mesa. Cuando nos dimos cuenta de que estaban unidas, nos miramos con sorpresa y, lentamente, comenzamos a separarlas. Cuando mi mano estuvo libre me golpeó un sentimiento de vacío muy extraño, aunque rápidamente alejé ese pensamiento de mi mente.
—Tienes a Alie desde muy joven, ¿cierto? —pregunté. Esa idea me venía dando vueltas desde hace bastante, lo veía muy joven para tener a una niña de ocho años.
—¿Cuántos años piensas que tengo? —preguntó con una sonrisa de lado.
Bajé la vista hasta mi regazo.
—Ummm… ¿28? —respondí tímidamente.
Largó una fuerte carcajada y por un momento me perdí en ese sonido, aunque lo dejé pasar.
—Me siento halagado —dijo—. En realidad, tengo 54 años.
Creo que mi boca se desencajó.
—Era un chiste —dijo entre risas—. Debiste haber visto tu cara… —Volvió a reírse. Muy infantilmente le saqué la lengua por haberse burlado de mí—. Realmente tengo 32, Alie llegó muy cerca de mi cumpleaños número 24. ¿Tú cuántos tienes? —Sacudió su cabeza—. Lo siento, no debí preguntar eso… sé que las mujeres odian que se pregunte la edad.
—A mí no me molesta —respondí con gracia por su comportamiento—. Hace poco más de tres meses cumplí los 28 años y no me siento vieja como muchas mujeres que entran en estado catatónico por estar al borde de los treinta.
Sonrió otra vez y supe que me encantaba que lo hiciera. Las palabras de Alison aún resonaban en mi cabeza y quise ayudarla a que su padre riera espontáneamente, sólo tenía que encontrar la forma de hacerlo.
—Debo darte la razón, esta pizza es la más deliciosa que hubiese probado nunca —dijo cuando ambos estábamos satisfechos con la comida—. Y, no es por ofender a nadie, pero siquiera mi madre o Alice cocinan tan bien.
Ante la mención de su esposa volví a preguntarme mentalmente en dónde se había metido, desde hacía una semana que no la veía por aquí. Justo el tiempo que Edward estuvo los días cuidando de su hija; esos habían sido los días que más habíamos conversado y jugado con Alison unos momentos hasta que tuviese que volver al trabajo.
—¿Dónde está tu esposa? No la he visto por el hospital. —No pude atajar mi bocaza. ¿Por qué tenía que ser tan impulsiva?—. Lo siento, esa pregunta estuvo demás.
Edward frunció el ceño.
—¿Mi esposa? —preguntó, confundido.
—La señora Masen —respondí, y su ceño se frunció más—. ¿Alice?
Volvió a reírse fuertemente, ¿Qué era tan gracioso?
—¿Alice te dijo que yo era su esposo?
Ella lo había dicho, ¿no? Había pensado que lo era porque, cada vez que iba a supervisar a la pequeña Alison, se encontraba junto a ella. Además, físicamente se parecían mucho, pero nunca escuché a Alison llamarla mamá o referirse a ella como a una madre.
—No en realidad —respondí confundida.
Aunque algo en ese momento me hizo clic; Alice no sólo era parecida a Alison, sino también a Edward. Los tres tenían esos hermosos ojos verdes, el cabello claro y las mismas facciones en el rostro.
—Alice es mi hermana —contestó finalmente, sacándome de mi duda—. Y le exigí que volviera a New York con su esposo y mis sobrinos, no permitiría que pasara las fiestas en otro lado que no fuera con la familia.
Ahí entendí todo: entonces él no estaba casado porque no llevaba un anillo en el dedo. Entonces… ¿Quién sería la madre de mi pequeña guerrera?
Luego de entretenernos tanto conversando, se nos había pasado la hora y era casi la medianoche. Pagamos nuestra cuenta, la cual por cierto tuve que batallar para que dejara pagarla a mí, ya que la invitación la había hecho yo, sin embargo él encontró la manera de pasarle el dinero al mozo sin que me diera cuenta.
—La he pasado muy bien —comencé a despedirme cuando estuvimos fuera del restaurante—. ¿Nos vemos mañana en el hospital?
Edward se acomodó la campera y me miró con las cejas levantadas.
—¿Piensas que dejaré que te marches sola?
Abrí y cerré la boca varias veces, sin poder responder.
—¿Por dónde vives?
—No hace falta, en serio —dije cuando encontré las palabras—. Vivo a sólo cuatro calles de aquí, puedo ir sola.
Negó con la cabeza y siguió mirándome como si esperara a que le dijera mi dirección. Suspiré frustrada y me di la media vuelta para comenzar a andar hacia mi departamento. En el poco tiempo que nos habíamos conocido, ya podía asegurar que este hombre era un terco cabezota.
Crucé mis brazos sobre mi pecho y comencé a caminar. Había comenzado a nevar y los pequeños copos caer me hacían cosquillas en mi rostro descubierto.
—Algo me dice que no estás acostumbrada a que la gente haga algo por ti —murmuró, acelerando el paso para ponerse a mi lado—. No has querido que pagara la cena y te has opuesto a que te acompañara.
—Supongo que vivir sola hace tanto tiempo me ha hecho ser muy autosuficiente.
—Puedes ser autosuficiente, pero no por eso no pensarás en ti. —Lo miré de refilón y lo encontré mirándome con una sonrisa—. De vez en cuando es lindo dejar que alguien más se preocupe por ti, sé por qué te lo digo —encogió sus hombros.
No encontré nada que responder, sólo me limité a encoger mis hombros y continuar caminando. Al llegar a la entrada de mi edificio, me volteé hacia él para poder despedirme.
—¿Te molestó lo que te dije? —preguntó con el entrecejo fruncido.
—No, claro que no —respondí rápidamente—. Sólo que un amigo me dijo lo mismo antes, supongo que no eres el único que piensa lo mismo.
—No quise ofenderte —volvió a insistir.
—No me has ofendido, deja de pensar eso. —Sin darme cuenta quité un copo de nieve que se coló en el medio de su campera, él siguió mi gesto con mucha atención—. Gracias por acompañarme y, si me permites decírtelo, creo que esta noche puedes pasarla en tu casa. Alison estará bien y no se despertará hasta la mañana, tú necesitas descansar, hace frío y el sillón no parece una buena manera de poder dormir como se debe.
—Creo que tienes razón —sonrió—. ¿Te veo mañana?
—Nos vemos mañana —aseguré con una sonrisa y él volvió a sonreírme, pero esta vez fue de manera extraña y, no sé por qué, sentí mi corazón latir más rápido.
Se acercó a mí, mirándome a los ojos, y bajó despacio su cabeza hasta apoyar sus labios en mi mejilla derecha. Yo me quedé como pasmada, en otra dimensión. Con ese simple gesto… me sentí como volar. ¿Qué pasaba conmigo?
—Buenas noches, Bella —susurró cerca de mi oído—. Que descanses.
Me miró una vez más y no fui capaz de responder nada, sonrió de lado y se dio la vuelta hacia el camino por donde habíamos venido. Vi su figura desaparecer por la oscuridad y sonreí como una idiota, tocando el trozo de piel de mi mejilla que fue tocado por sus labios.
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¡Hola a todos!
Mi regalo de Navidad para ustedes salió a luz. Al principio iba a ser un one shot, pero escribiendo y escribiendo, ha salido en dos partes. La continuación de éste lo subiré a la noche, antes de el 25 dé por finalizado.
Ojalá les haya gustado tanto como a mí me encantó escribirlo. Nos seguimos leyendo más tarde si es que así lo desean. Ojalá hayan tenido una hermosa Navidad y, siendo las 6 de la mañana en Argentina, me voy a dormir jajajaja.
¡FELIZ NAVIDAD! :D
Alie~
