Edward POV.

Soltando todo el aire que tenía en mis pulmones, me incliné hacia adelante, apoyando los codos en mis rodillas, y tiré de mis cabellos con frustración.

"No puedo creer que me lo haya dejado todo." Mi voz no fue más que un susurro, y vi a mi abogado inclinarse hacia mí, intentando escucharme. "No lo entiendo."

"Hijo, no puedes ignorarlo." Mi madre, Esme, intervino, sentándose junto a mí en el sillón de cuero del Sr. Harrison, frotando mi espalda en su intento por reconfortarme. "Era su último deseo."

Negué un par de veces con la cabeza, intentando entender qué demonios le había sucedido a mi vida.

Hacía dos horas no era más que el dueño de un pequeño restaurante de comida italiana entre la Octava y la 57 de Manhattan. Ahora me había convertido en el dueño y presidente de una de las mayores empresas de entretenimiento a nivel internacional.

¿¡Qué mierda!?

"Mamá, no puedo- "Inspiré hondo, irguiéndome. "Tú sabes que no puedo hacerme cargo de esto, no… No tengo idea de qué hacer." Susurré, desviando la mirada hacia la ventana.

Sólo quería salir corriendo como un maldito marica y no volver a aparecer nunca más.

Mierda, ¿Qué me sucedía? Yo era un tipo centrado, medianamente normal. Nada me sacaba de mis casillas y siempre lo tenía todo controlado. ¿Porqué ahora sentía que mi vida se había ido al traste?

Porque acaba de hacerlo.

"Hijo, esta era la pasión de tu padre. Es entendible que haya querido legártela."

"¿Desde cuándo le importa una mierda?" Mascullé, mordaz.

Mi madre me dedicó una de sus miradas de no-te-pongas-idiota, pero no me pensaba echar atrás.

"Edward, luego puedes pensar más a fondo en esto, pero…" Mi abogado, Mr. Harrison, rebuscó entre sus archivos hasta dar con un pequeño papel blanco con una serie de números escritos en él. "Necesitas contactarte con este hombre. Es el vicepresidente de la compañía, ha estado llamándome desde que recibí el testamento, para comunicarse contigo."

"No puedo llamarlo ahora." Respondí, poniéndome de pie y caminando de un lado al otro por la milimétrica oficina de mi abogado.

"Estaba de verdad ansioso, Edward, creo que necesita saber cuál es tu posición frente a esto."

"¿¡Cuál va a ser mi posición!?" Estallé. "¡Este tipo, Carlisle Cullen, no sé quién demonios es aparte de un donador de esperma que ayudó a engendrarme! ¡No tenía ningún derecho a aparecer y legarme toda la responsabilidad sobre esto!" Mi madre me observaba, sorprendida, desde el sofá. Si, no era de los que explotaban con facilidad, pero en este momento estaba totalmente justificado. De todas formas, inspiré hondo mientras cerraba los ojos con fuerza durante unos segundos. "Lo siento, yo… Lo siento." Mascullé, volviendo a abrir los ojos.

Harrison me observaba con los labios apretados y mi madre suspiraba.

"Entiendo que no hayas tenido la mejor relación con tu padre-

"¿Qué relación?"

"Pero tu padre era un buen hombre." Siguió mi madre, ignorando por completo mi comentario irónico. "Era un hombre de pasiones que sólo buscaba la felicidad."

"Exacto. Sólo buscaba su felicidad." Puntualicé. "No entiendo cómo puedes seguir defendiéndolo luego de todo lo que te hizo."

A mis veintisiete años, nunca comprendería aquel extraño respeto y fascinación que mi madre sentía por Carlisle Cullen, quien la había abandonado con un bebé de dos años luego de prometerle el mundo. Ciertamente, el dinero no había faltado. Pero él sí lo había hecho.

Aún ahora, mirando a los enrojecidos y llorosos ojos de mi madre, seguía sin comprender por qué sufría por él.

"Lo entenderás algún día, Edward." Respondió con suavidad. "Lo entenderás de la misma forma en la que yo lo hice. Su sueño estaba allí, no con nosotros. Y si lo hubiera retenido a mi lado solo hubiese logrado que me odiara."

Bufé, volviendo a jalar de mis cabellos.

"Sabes que no puedo hacerme cargo de esto, mamá." Dije finalmente. "No tiene nada que ver conmigo."

"Tiene todo que ver contigo, Edward" Intervino mi abogado. "Eres su dueño ahora, y-"Levantó una mano en el aire cuando me vio listo para contraatacar. "Creo que deberías pensarlo mejor antes de tomar una decisión tan definitiva, ¿Bien?"

Me mordí la lengua para no mandarlo a la mierda y asentí un par de veces antes de inclinarme sobre el desvencijado escritorio y quitarle el papelito de la mano.

"¿Jasper Hale?" Harrison asintió y me guardé el número en el bolsillo trasero de mis viejos jeans. "Como sea, debo irme. ¿Te llevo a tu casa, mamá?"

"No, quedé para almorzar con Susan."

Asentí una vez con la cabeza antes de despedirme de mi abogado y largarme lo más rápido posible de allí.

Definitivamente, no iba a reconsiderar mi decisión. Ya estaba tomada. No pensaba hacerme cargo de un circo. Demonios, ni siquiera era un simple circo. Mi 'padre' había sido el dueño de la compañía de circos más famosa del mundo.

El maldito Circo Carovilli, nombrado así en honor al diminuto pueblecito italiano del cual provenían él y toda mi familia paterna. A la cual por cierto, nunca había conocido.

Sabía que el circo había sido un asunto familiar para los Cullen por años, pero mi padre lo había transformado en una verdadera empresa hacía veinticinco años.

Ahora, el Carovilli era una empresa de entretenimiento con cede en todas las capitales más importantes del mundo, más de 5.000 empleados, incluyendo los artistas, y siete shows en escena alrededor del globo.

Para mí, Carlisle Cullen no era más que el sustento de cada mes hasta que cumplí los 18 y una lejana figura de rostro borroso. ¿Por qué, luego de veinticinco años, había decidido aparecer en mi vida así? ¿Porqué dejármelo todo, cuando yo evidentemente nunca había sido nada para él?

Sabía que el circo había sido su vida. Sabía que había adorado a mi madre durante su efímera relación. Y también sabía que se había largado en cuanto se dio cuenta de que su felicidad no estaba en Nueva York. Porque de alguna retorcida manera, su mujer y su hijo no eran 'su felicidad', claro que no.

Caminé por la calle Cincuenta y siete, guardando mis manos en los bolsillos de mis jeans, maldiciendo por haber sido lo suficientemente estúpido como para olvidar mi abrigo grueso en el restaurante.

Necesitaba volver a casa, darme una ducha caliente y olvidarme de toda esta mierda. Aunque seguramente no la olvidaría, lo único que haría sería pensar en esto una y otra vez.

El papel con el número del tal Jasper Hale parecía pesar toneladas en mi bolsillo trasero, pero sacudí la cabeza, decidido a ignorarlo por el momento.

Llegué al restaurante en un minuto, respirando hondo al sentir el calor y el típico aroma del Risotto inundando el ambiente.

"¡Edward, amigo! Parece que te hubieran apaleado, ¿Todo en orden?" Emmett, mi socio y mejor amigo, se inclinó sobre el mostrador, frunciendo el ceño.

Tenía que tener un muy mal aspecto para que Emmett se preocupara.

"Todo bien." Mascullé, caminando hacia la habitación de los empleados, rebuscando entre la pila de abrigos y bolsos hasta dar con el mío y me lo eché sobre los hombros.

"¿Hombre qué sucede? ¿Puedo hacer algo por ti?"

"¿Ahora vas a cantarme el sana-sana?" Comenté con una sonrisita mientras caminaba hacia la puerta, y me carcajeé cuando Emmett me golpeó en el hombro con una de sus enormes manazas.

"No jodas, Cullen."

"Ya. Te llamaré más tarde, Emmett." Cuando vi a Jessica acercarse taconeando en mi dirección, me apresuré a despedirme y me marché del restaurante.

Jessica era una de nuestras mejores empleadas, todos la adoraban, especialmente los hombres, y no era muy difícil darse cuenta del porqué. De todas formas, era demasiado rubia y chillona para mi gusto, algo que ella parecía no entender.

Desbloqueé la alarma de mi Volvo, mi bebé y el mayor lujo de mi vida, y me monté en él, acelerando hacia mi piso en Upper West Side, echándole una mirada de reojo a los edificios pijos del Upper East Side, preguntándome cuántos pisos mi padre poseía allí.

Bueno, ahora yo. Sabía que el patrimonio de Carlisle Cullen no era sólo el 90% del Circo Carovilli, sino también una pila de propiedades alrededor del mundo.

Y ahora eso era todo mío.

Se supone que alguien normal debería estar feliz por algo así, ¿Verdad? Pues, para mí, no era más que un incordio. Una distracción innecesaria en mi ordenada vida.

En cuanto llegué a mi edificio, entre la 86 y Amsterdam Ave, aparqué mi coche en su lugar y subí al ruidoso ascensor, apoyando mi cabeza con pesadez sobre el frío metal.

El ruido de las puertas abriéndose me obligó a enderezarme en cuanto alcancé el quinto piso, el mío. Mi departamento lucía como un enorme galpón remodelado, de techos altos y manchas en las paredes aquí y allá. No había ni un maldito toque femenino en él, y supongo que por eso lo adoraba. Demasiado tiempo pasé rodeado de los 'colores pastel' que mi madre y sus amigas decoradoras de interiores adoraban.

Abrí la puerta y en menos de un minuto ya estaba tirado sobre mi cama con solo los bóxers puestos. El número de Jasper Hale reposaba sobre mi mesa de noche, junto a mi teléfono celular.

Llamar o no llamar.

Sabía que en algún momento debería hacerlo, no podía simplemente postergarlo para siempre.

Gruñí, sentándome en la cama, tomando mi teléfono celular con una mano y el número con la otra.

Luego de dos tonos, la voz tranquila de un hombre me atendió al otro lado de la línea.

"¿Hola?"

"Hola, soy-"Me aclaré la garganta, rodándome los ojos por ser tan imbécil. "Soy Edward Cullen, ¿Usted es Jasper Hale, cierto?" Se sintió un largo silencio del otro lado de la línea, antes de que el tipo hablara.

"¡Edward! Sí, soy Jasper, he estado esperando tu llamada."

"Sí, supongo…" Silencio incómodo. ¿Qué mierda se supone que le digo? "Realmente, Jasper, no tengo idea de qué debo hacer ahora."

"Lo sé. Tu abogado me dijo que no estarías contento con la noticia." Sonaba nervioso. Pues bien, ya somos dos.

"No, no lo estoy." Mascullé. "Supongo que… ¿Debería venderlo, o qué?"

"Mira, Edward" Comenzó, sonando más decidido. "No creo que debas tomar una decisión como esa sin estar bien informado sobre lo que está sucediendo." Bueno, eso era verdad, pensándolo bien. "¿Porqué no vienes a la oficina conmigo mañana en la tarde? Podremos hablar, podrás entender cuál es el alcance del patrimonio de Carlisle, sólo ven… ¿Quieres?"

Suspiré mientras me dejaba caer hacía atrás en la cama, con una mano sosteniendo en teléfono y la otra sobre mis ojos.

"Bien, iré." Mascullé finalmente.

"Bien, eso es genial. Nuestra cede oficial está en la Séptima Avenida, a un par de cuadras del Time Square, entre la 43 y la 44. Te esperaré en la puerta mañana a las siete, ¿Bien?"

"Sí, perfecto." Respondí, sin muchas ganas. "Adiós, Jasper."

"Te veo mañana, a las seis."

Dejé caer el teléfono en la cama junto a mí, bufando. ¿Qué se supone que uno hace cuando le heredan una de las mayores compañías de entretenimiento a nivel mundial? ¿La vende? ¿A quién, cómo? No entendía nada, y tampoco tenía muchas ganas de pensar en ello.

Me di un largo baño de agua caliente, sintiéndome como un marica. ¿Los hombres siquiera toman baños? Como sea, esto se sentía genial.

En cuanto puse un pie fuera del cuarto de baño, mi teléfono comenzó a sonar con una insoportable canción de las Spice Girls.

¡Yo, I'll tell you what I want, what I really really want. So tell me what you want, what you really really want!

"¡Emmett, deja de joder con mi teléfono de una maldita vez!" Exclamé, quizás un poco más enfadado de lo que la situación ameritaba.

"Tranquilo, hombre." Emmett soltó una risotada. "Alguien ha estado bastante tiempo sin un poco de buen sexo."

"El sexo no tiene nada que ver." Mascullé, sosteniendo el teléfono entre mi hombro y la oreja, poniéndome los bóxers mientras hablaba.

"Edward, ¿Cuándo fue la última vez que la pusiste?"

"Ya te dije que el sexo no tiene nada que ver, maldita sea." Aunque para ser justos, mi pene estaba que gritaba por algo de acción.

"Bien, si tú lo dices. Aunque, por si te interesa, hay un par de amigas de Rose que podrían gustarte-

"Emmett, no." Respondí, cortante. "Estoy jodido, amigo." Mascullé finalmente, mientras caminaba hacia mi cocina, sin molestarme en ponerme más ropa encima.

"Cuéntale todo al tío Emm." Respondió, usando una voz ridícula.

Suspiré.

"¿Te acuerdas de mi padre?"

"El malabarista que te abandonó."

"El mismo. Murió hace una semana. Y me legó todo, Emmett. Absolutamente todo."

"Con 'todo' te refieres a… ¿Ese circo super-famoso que Rose quiere ir a ver a toda costa?"

"Exacto. Todo. El circo y más. Todas sus casas, sus coches y vaya saber qué mierda más." Emmett silbó al otro lado de la línea, y asentí, mientras tomaba una de mis latas de cerveza del refrigerador. "Mañana voy a reunirme con un tal Jasper Hale. Es el vicepresidente del circo, la mano derecha de Carlisle. Va a mostrarme detallarme todo lo que mi padre me dejó."

"Edward Cullen, eres un hijo de puta con suerte." Emmett sonaba encantado.

Mierda.

"No, no lo entiendes, Emmett. ¿Qué mierda se supone que debo hacer?"

"Pues, disfrutar del dinero, imbécil." Respondió como si fuera un retrasado. "¡Sal de fiesta!"

"No, Emmett, ¡Entiende que ahora soy el dueño del maldito Circo Carovilli, hombre! ¿Tienes idea de la responsabilidad que eso conlleva? ¡No necesito eso en mi vida!"

Emmett se lo pensó durante unos segundos antes de responder.

"Pero piensa en todos los autos, y los yates…" Rodé los ojos, dándole otro trago a mi cerveza.

"No, no lo entiendes."

"No, no lo hago. ¡Hombre! ¿¡Cómo puedes estar tan estresado por ser rico!?" Él mismo sonaba estresado, y solté una carcajada. Yo y su novia éramos los únicos seres sobre la tierra capaces de estresar a Emmett McCarty. "Definitivamente, eres un bicho raro, Cullen."

"No es el dinero lo que me estresa. Esto es más de lo que puedo manejar, Emmett." Mascullé, dirigiéndome a mi sala de estar y dejándome caer sobre el sofá.

"Hombre, de verdad necesitas relajarte. Sal de fiesta, conoce a unas lindas chicas..."

"Demonios, Emmett, ¡¿Cuándo vas a entender que esto no tiene nada que ver con mi pene?!" Gruñí, recibiendo como respuesta una carcajada al otro lado de la línea.

"¿Necesitas que te acompañe mañana, hombre?"

Bufé.

"No gracias, papi."

"Púdrete."

"Ve a hacerlo con tu novia y deja de joder, Emmett."

Mi amigo se carcajeó antes de despedirse, y lancé el teléfono junto a mi en el sofá.

Me pasé el resto del día viendo viejos episodios de Friends y pensando en el desastre en el que se convertiría mi vida de ahora en adelante. Rayos, como odiaba los desastres. Era un maniático del control. Todo necesitaba estar perfecto y todos debían comportarse como yo quería que lo hicieran. Y quizás esa fuera la razón de mi humor de mierda.

El viernes a las cuatro y media de la tarde, abrí la puerta del Minskoff Café, a una calle de a cede del Carovilli, e inhalé el relajante aroma a granos de café. El lugar estaba lleno, salvo por una mesa para cuatro personas en una esquina, en donde me acomodé luego de pedir mi café y pagar la cuenta.

Habia llegado temprano porque ya estaba volviendo locos a mis empleados con mi humor de mierda, así que había preferido largarme antes de que decidieran renunciar.

La puerta del bar abriéndose con estruendo me hizo levantar la mirada, frunciéndole el ceño a quien quiera que fuese tan torpe. Fruncí aún más el ceño al ver que era una chica. Una chica bastante escandalosa.

Un halo de cabello castaño bailaba de forma divertida al rededor de su cabeza, y sus bonitos ojos marrones examinaron el abarrotado lugar antes de soltar un suspiró y dirigirse a la barra. Estaba vestida con unos grandes pantalones de chandal grises, un abrigo violeta que no dejaba ver nada de su cuerpo y un enorme bolso Adidas colgando del hombro.

A pesar de todas las capas de ropa, se notaba que era pequeña, y su trasero era espectacular.

Fruncí el ceño y sacudí la cabeza, volviendo la mirada a mi celular y seguí con lo mío. No podía estar tan necesitado como para ir acosando mujeres por el Time Square.

"Mm, ¿Disculpa?" Una adorable vocecita femenina habló frente a mi, y levanté la mirada para encontrarme con la castaña parada frente a mi mesa. "¿Puedo sentarme aquí? El lugar está lleno y vi que estas sólo en una mesa para cuatro, así que... ¿Puedo?"

La miré durante un segundo, sabiendo que ella esperaba una respuesta pero sin ser capaz de formularla. Esa muchacha era preciosa. Y no sentía ningún tipo de vergüenza tampoco, al parecer.

"Eh... Si, claro. Siéntate." Respondí apresuradamente, sintiéndome como el mayor idiota del mundo. Ella sonrió mientras se acomodaba en la silla frente a mi y dejaba su café frente a ella.

"Soy Bella." Mientras estiraba una mano sobre la mesa de forma algo inesperada, y tiraba el azucarero en el camino. "¡Oh, mierda, lo siento!" Exclamó, mientras se apresuraba a limpiarlo todo rápidamente.

No pude evitar comenzar a carcajeare ante el espectáculo que me estaba ofreciendo y la ayude a terminar de limpiar mientras ella me dedicaba un adorable ceño fruncido.

"Hola Bella, soy Edward." Respondí, elevando más cuidadosamente que ella mi brazo por sobre la mesa hasta estrechar su mano. Ella se sonrojó, negando con la cabeza mientras se mordía aquel voluptuoso labio inferior.

"Siento el desastre, Edward." Susurró, terminando de acomodar las cosas sobre la mesa.

Si, definitivamente era una chica bastante torpe. Pero lo compensaba con aquella preciosa cara.

"No te atormentes, no sucedió nada." Respondí, tomando mi café negro y dándole un largo trago.

Bella esbozó una sonrisita avergonzada mientras del daba un sorbito a su café.

El silencio se instaló entre nosotros, y me recliné en mi silla observándola bajo mis pestañas.

"¿Sabes que mirar fijamente a la gente es de mala educación?" Susurró finalmente, mientras sus mejillas se volvían todavía más coloradas y se apoyaba en el respaldo de su asiento, cruzando los brazos. Sonreí al ver cómo imitaba mi pose.

"No creo que sentarse en la mesa de alguien más sea de muy buena educación, tampoco." contraataqué.

"¡Oye!" Exclamó, frunciendo el ceño. "Pedí permiso y no te opusiste, y lo que verdaderamente es de mala educación es sentarse en una mesa para cuatro tú sólo cuando lugar está abarrotado."

Arqueé una ceja, más divertido de lo que recordaba haber estado en bastante tiempo.

"¿Así que por estar sólo debería ignorar la última mesa disponible y sentarme en la calle?" Pregunté, esbozando una sonrisita.

Bella rodó los ojos con una risita.

"No, pero podrías no quejarte por tener que compartir la mesa." Respondió, con una sonrisita todavía bailando en aquellos divinamente rellenos labios.

"Bien, bien, guerrera, ya puedes bajar el hacha." Respondí, levantando ambas manos en el aire. "Me rindo."

Bella soltó una risita.

"Sabía que lo harías." Dijo, muy pagada de si misma. "Y bien, Edward..." Comenzó, pronunciando mi nombre cuidadosamente. Mierda. Es fue caliente. "¿Eres de Nueva York?" Habló con un falso tono de seriedad que me hizo sonreír antes de adoptar una expresión remilgada.

"En realidad, nací en Italia, pero vivo en Nueva York desde que tengo memoria. Usted, Bella, ¿Es de Nueva York?"

"Oh, sí, lo soy, pero por favor, tutéame. Me harás sentir vieja." Respondió sin salirse de su papel, sacudiendo una de sus manos graciosamente. Asentí educadamente y ella volvió a la carga. "Italia, ¿Eh? Interesante..." Murmuró, comenzando a enrollar una servilleta de papel entre sus dedos, dedicándome una mirada traviesa por debajo de sus pestañas.

"En realidad, no lo es." Respondí, volviendo a mi voz normal y encogiéndome de hombros.

"Yo creo que sí." Me contradijo, con una sonrisita. "¿Puedo hacerte una pregunta?"

Me encogí de hombros, dándole otro trago a mi café.

"Adelante."

"¿Porqué lucías tan molesto ante de que me acercara?" A decir verdad, era una pregunta bastante indiscreta. Me mordía el labio durante un segundo, y Bella frunció el ceño mientras desviaba la mirada. "Eso estuvo mal, lo siento..."

"No, no hay problema-

"No es de mi incumbencia, soy una tonta-

"Bella, déjame hablar."La interrumpí finalmente, y ella me observó con aquellos enormes ojos chocolate fijamente. "No eres ninguna tonta. Y sobre eso..." Me encogí de hombros. "No es nada interesante, créeme." Susurré.

Bella frunció los labios y finalmente una sonrisa picara se dibujó en su bonito rostro.

"No te creo." Susurró finalmente, dirigiéndome una mirada desafiante.

Solté una risa incrédula. Aquella chica era increíble.

"Bien, es algo bastante rápido, en realidad. Nunca conocí a mi padre. Lo único que sabía de él es que mi madre lo adoraba y que era muy rico. Murió y me dejó todo a mí. Y no sólo hablo del dinero, sino también de la responsabilidad sobre su negocio. Responsabilidad que no quiero. Y ese es... El fin." Le dediqué una sonrisa que mostraba mis dientes y Bella sonrió y sacudió la cabeza.

"Voy a volver a repetir mi pregunta. ¿Porqué lucías molesto?"

Bufé.

"Suenas igual que mi mejor amigo." Mascullé. "Por su aparición súbita. Por la responsabilidad. Por eso estoy molesto. No me gusta sentir que todo se me escapa."

"Suenas como un maniático del control." Susurró.

"Lo soy." Respondí con una carcajada.

"Pues, ese es un problema." Sentenció.

"¿Lo es?"

"Por supuesto que lo es. Nunca podrás tener el control de todo. Por eso yo prefiero dejar que las cosas fluyan..." Solté una carcajada ante el gesto que hizo con las manos, y ella carraspeó antes de volver a ponerse seria. "Y bien...Este negocio, ¿Era algo que tu padre amaba?"

"Era su vida." Refunfuñé.

"Entonces deberías considerar las cosas de otra manera. Quizás él no quería cargarte con una responsabilidad. Quizás era su forma de decir 'Lo siento'" Respondió, con un encogimiento de hombros.

Le dediqué una sonrisita indulgente.

"Quizás." Susurré.

Nos observamos fijamente durante unos segundos, hasta que Bella abrió los ojos como platos y me tomó la mano, tirándola hacia ella.

Wow, ¿Qué mier-

"¿¡La hora de tu reloj está bien!?" Chilló, comenzando a ponerse de pie y soltando mi mano.

"Eh... ¿Si?" La observé, confundido, mientras tomaba su bolso y su enorme abrigo y se alejaba corriendo, saliendo por la puerta igual de impetuosamente que había entrado, gritando un '¡Adiós, Edward!' Antes de que la puerta se cerrara, y logrando que todos en el maldito café se giraran a mirarme.

Me hundí un poco en mi asiento, preguntándome qué carajo le había sucedido a la castaña, y porqué habría huido así.

Encogiéndome de hombros, me terminé mi café, tomándome mi tiempo, y consulté mi reloj.

Ya eran las seis, así que salí a la fría tarde de Nueva York y caminé con las manos dentro de mi chaqueta hasta la puerta del teatro Carovilli, la cede newyorkina del circo y una de las principales atracciones de la noche en la ciudad. Me quedé de pie en la puerta, mirando a la gente ir de aquí para allá aceleradamente.

"¿Edward?" Me giré sobre mis talones, y allí estaba el que suponía era Jasper Hale.

Era más joven de lo que imaginaba, debía rondar los treinta y pocos. Rubio, alto y delgado. Era atractivo, o supongo que las mujeres lo encontrarían atractivo.

"Edward Cullen." Lo saludé, estirando mi mano hacia él.

"Jasper Hale." Respondió, estrechando mi mano. "Veo que conservaste su apellido."

Torcí el gesto.

"Mi madre insistió."

Jasper frunció los labios y asintió, antes de girarse y levantar una mano hacia el teatro.

"¿Me acompañas?"

"Claro."

Las oficinas se encontraban detrás del inmenso teatro, en el tercer piso del edificio, y eran gigantescas. Ese parecía ser el lema aquí.

Mientras más grande, mejor.

Jasper me dio un tour, contándome sobre el show que se estaba llevando a cabo actualmente y de lo mucho que se sentía la ausencia de mi padre en el lugar. Finalmente, me llevó hacia su oficina, una de las más grandes y lujosas, y me invitó a sentarme antes de depositar una lista frente a mí.

Casas por todo el mundo.

Una flota de más de veinte coches de alta gama.

Dos yates.

Un yet privado.

Dos islas.

Una cantidad obscena de dinero.

Y el circo.

Ese era más o menos el patrimonio de Carlisle Cullen. Todo eso ahora era mío.

Inspiré hondo un par de veces para no explotar.

"Santa. Mierda." Mascullé, y Jasper, desde el otro lado del escritorio, sonrió.

"Lo sé."

"Mierda." Susurré, releyendo la lista otra vez. "Mi-er-da."

Jasper soltó una carcajada.

"Si, tu padre era muy rico." Sacudí la cabeza, intentando concentrarme, y levanté la mirada. "Nuestro abogado ya se ha encargado del papeleo. Todo eso está a tu nombre ahora."

Tragué saliva, y asentí.

"Jasper, sobre el circo, yo no estoy seguro de-

"Edward." Jasper se inclinó hacia adelante en el escritorio, entrelazando los dedos. "La función de esta noche va a comenzar en quince minutos." Rápidamente, le dirigí una mirada a mi reloj. Eran casi las ocho de la noche.

¿¡En qué maldito momento se habían pasado esas dos horas!?

"Ah." Mascullé, sin saber muy bien qué otra cosa decir.

"Ven. Hay asientos reservados en el VIP. Creo que podría interesarte. La obra se estrenó la semana pasada y nuestra pequeña consentida es la protagonista." Me informó mientras se ponía de pie.

Lo imité y lo seguí fuera de la oficina.

"¿Consentida?"

"Una de nuestras nuevas adquisiciones. Algo desastrosa, pero es una bailarina y acróbata increíble." Sonrió, como si estuviese recordando algo, y se paró con una mano en el picaporte que daba paso al teatro. "¿Vienes?"

No pude decir que no. Y mierda que no me arrepiento.

La obra, que llevaba el nombre de 'Amore', fue impactante. Y no se imaginan mi expresión cuando la muchacha que bajó haciendo acrobacias desde unas largas telas que colgaban del techo, resultó ser Bella.

La Bella del café. La pequeña consentida.

La chica podía ser bastante torpe fuera del escenario, pero dentro de él era un maldito prodigio. Se deslizaba de un lado al otro vestida con una apretada maya de licra, realizando las cosas más increíbles sobre aquellos aros. Y mierda si tenía un cuerpo espectacular.

En las partes más emotivas de la puesta en escena estuve a punto de llorar como el marica en el que me estaba convirtiendo.

Finalmente, cuando la obra terminó y Jasper se giró para preguntarme si iba a considerar el vender mi parte del Carovilli, la respuesta fue simple y concisa. Ni siquiera necesité considerarla.

'No.'

.

Upper West Side, es conocida como la zona residencial de la clase media en Nueva York, mientras que el Upper East Side es la zona de los ricos y la gente 'pija'. (Esa palabra sueña graciosa para mí porque soy de Argentina y acá eso significa algo totalmente diferente a lo que significa para los otros países de habla hispana. De todas formas debo usarla porque es la descripción perfecta de este lugar xD)

Y bien, ¿Les gustó este primer capítulo? Muy raras veces hago un Ed pov, pero esta vez resultó bastante interesante. Espero que les haya interesado la historia. Déjenme un review si piensan seguirla. Un beso enorme.

Emma (: