Disclaimer: Todo lo que reconozcan, no es mío.

Capitulo uno:La llegada.

La ventanilla del vagón se congeló durante la noche. Y ahora que el sol volvía a resurgir en todo su esplendor, las gotitas de agua resbalaban por el vidrio empañado. Apoyé mi frente y cerré los ojos, el frío del cristal desentumecía mi cabeza y me quitaba los vestigios del sueño. Era muy temprano, aunque no podía saber a ciencia cierta la hora, porque no tenía reloj. Suspiré mientras observaba mi muñeca desnuda en la que una franja de piel, lucía más pálida que el resto de mi brazo. Acaricié esa zona donde había estado mi reloj de pulsera blanco. Era uno de mis favoritos y también había tenido que venderlo para poder costearme el viaje. Así como mis cuadros, mis sabanas de seda, los candelabros antiguos de la abuela Marie, mi coche, el departamento, las joyas…

Decir que estaba en la ruina era ser muy benevolente con el estado en que me encontraba. Yo había tocado fondo y más allá. No tenía nada más que unas cuantas monedas en el bolsillo de mi pantalón vaquero, un par de mudas de ropa limpia en mi única maleta y mi clásico favorito cumbres borrascosas. Todo lo demás había sido embargado. Lo peor no era haber perdido mis bienes materiales, sino que en el camino, mi orgullo también murió.

Después de años ganándome la vida honradamente, de pelear con uñas y dientes para tener algo mejor, finalmente me veía en la más absoluta decadencia. Años de estudios perdidos, de trabajo perdidos. Mi vida ahora carecía de sentido y la esperanza que usualmente solía portar en mi interior, había desaparecido.

Y entonces, esos pequeños detalles en los que ciertamente había reparado poco, ahora encajaban a la perfección.

Apretando los labios con fiereza me maldije.

¡Maldita yo y maldito él, maldito dinero que corrompe y ensucia a las personas y por sobretodo, maldito día en el que confié en alguien!

Conteniendo las lágrimas escarbé en mi bolso de mano y saqué el fajo de facturas atrasadas que hasta hacía dos días no sabía ni que existían.

Esos papelorios con su apariencia inofensiva habían sido el comienzo del final.

Una semana atrás, me había despertado animada, casi eufórica. ¡Era mi cumpleaños! Y canturreando por todo el pasillo, enfundada en unos boxers anchos y una playera desgastada, comencé a organizar mi magnifico día.

Fuera brillaba un pálido sol, no es como si en pleno septiembre hubiera podido pedir más, así que mi humor mejoró si eso era posible.

Y así las horas habían pasado en aquel fatídico trece de septiembre. Fatídico sí, porque cuando llegó el medio día una llamada me sacó de mi ensoñación y me devolvió al mundo real. Un mundo en el que yo había sido estafada por el "amor de mi vida".

¿Señorita Swan?—Había preguntado una voz desconocida, ronca y varonil al otro lado del teléfono.

—Sí. Soy yo—Contesté mientras removía los cereales en mi usual cuenco azul desvaído.

Verá, soy William Jons, encargado de cuentas en Bank of América y necesitaba hablarle urgentemente por…—Llegados a éste punto, yo había desconectado completamente de la conversación. Tenía cosas más importantes de las que preocuparme, por ejemplo ¿Qué nuevo libro me regalaría por mi cumpleaños? Así que corté al monótono encargado de no se qué con un sonoro carraspeo.

—Disculpe pero en éste momento no puedo atenderle—Murmuré con tono de circunstancias—¿Le importaría que lo llamara más tarde…?—Una sombría risita al otro lado del teléfono me sorprendió. Recuerdo que incluso observé el auricular ceñuda por la actitud del interlocutor.

Señorita Swan le seré sincero. Debido a su situación no creo que "más tarde" sea adecuado—Con los cereales ya olvidados en el fondo de mi mesa, parpadeé confusa. No entendía muy bien a lo que se refería, pero el tono con el que se había referido a mi "situación" no me gustaba para nada.

—Señor Jons lo siento mucho, pero no entiendo a qué se refiere—Había murmurado—¿Qué situación?—Continué, sin darme cuenta de que mi mano había ido a parar a mi cuello y de que incluso temblaba un poco. Por alguna razón desconocida, mi alarma interna se había disparado.

¿De verdad no sabe de lo que le hablo?—La ironía en su voz me había puesto aún más nerviosa. Con una risita ahogada, el señor Jons continuó—Usted está próxima a ser embargada señorita…—Y sí, mi primer pensamiento había sido un rotundo imposible. Pero entonces mi interlocutor siguió hablando, contándome lo que había pasado en mi cuenta. Relatándome detalladamente el penoso estado de mis tarjetas de crédito y las mensualidades de mi hipoteca, que hacía más de ocho meses se habían dejado de pagar.

Una hora más tarde, llegué corriendo al banco, sin aliento y tan nerviosa que todo mi cuerpo temblaba. El mismo personaje que me había llamado esa mañana me recibió serio y tenso detrás de su imponente escritorio. Esa mañana no hubieron "¿Cómo está? O ¡Me alegro de verla!". No, ese día sólo hubo miradas tensas, parpadeos exagerados para contener lágrimas de sorpresa e impresión, incredulidad y finalmente, aceptación de la cruel y decadente situación en la que me encontraba.

Después de embutir en mi bolso todas las facturas atrasadas, corrí hacía el teléfono publico más cercano. Y no, no hubo contestación alguna. Mi contable-y novio desde hacía un año y medio atrás-había desaparecido del mapa. Me obligué a confiar un poco en James mientras seguía insistiendo, pero después de una semana acepté la verdad. James Masen había desaparecido de mi vida con mi dinero en sus bolsillos.

Él había sido mi contable durante dos años. Y recuerdo perfectamente el día en el que me había propuesto salir a cenar.

Una sola cena que desencadenó en citas en el parque, comidas tardías en la cama, cenas a la luz de la luna, paseos de fin de semana por los mejores hoteles…

Y claro, tarde comprendí que fue mi dinero el que financió todas estas "escapaditas" a las que él supuestamente me invitaba.

Finalmente, después de darme cuenta de que mis bienes no tenían salvación alguna, decidí denunciarlo y allí fue cuando todo mi mundo se derrumbó. Yo no era la primera a la que James había estafado, sólo fui una más en su lista de jovencitas atolondradas, solitarias y enamoradizas a las que él despojó de todo lo que pudo.

Llorando salí de la comisaría, seguida de cerca por las miradas de compasión de los presentes. Entonces, desesperada, había tratado de pedir ayuda a mi madre, ella por supuesto se desentendió de inmediato alegando que no tenía cómo ayudarme, aunque sabía a ciencia cierta que no era verdad. Charlie, mi padre, con su trabajo de policía en el pequeño y poco habitado Forks no contaba con el dinero que yo necesitaba. No tenía amigos y en el banco me dieron la espalda alegando que ellos no eran una casa de beneficencia. Así que sola, humillada, deprimida y con el corazón destrozado, me aferré a lo último que me quedaba.

El hermano de James.

Aunque ni siquiera sabía si el tal Edward Masen existía tenía que arriesgarme. Rebuscando entre las carpetas olvidadas de mi ex novio encontré lo que necesitaba, la dirección de su supuesto hermano en Virginia.

Cuando me di cuenta, el tren había parado en mi estación. Limpié las lágrimas rebeldes que habían escapado de mis ojos y seguí a la marea humana de pasajeros hasta la salida.

Me refugié en el pequeño tejado cochambroso del andén, saqué el mapa que había conseguido en la estación anterior y cuando lo memoricé a conciencia, emprendí mi camino.

El pueblo era tan o más pequeño que Forks, rodeado de prados y colinas que por su grandeza, bien parecían montañas. Árboles frondosos trepaban la hierba verde de los campos y cosechas, protegiendo a la región del viento con sus poderosas ramas. Aunque estábamos a primeros de octubre, no hacía demasiado frío durante el día. Sin embargo, había leído que las noches eran heladas y a mitad del invierno nevaría al menos durante un mes.

Seguí una vereda de tierra, marcada con huellas de neumáticos en dirección al norte.

Pronto comenzaron ha aparecer hileras de casas ostentosas y grandes, casi todas pintadas de blanco. Le daban una extraña luminosidad al paisaje.

Llegados al final, solo tuve que buscar la calle y el número correctos. Había poca gente en las calles adoquinadas. Varios pequeños me observaron extrañados cuando pasé por su lado, como si no acostumbraran a recibir forasteros. Incluso hubo dos señoras que sin tacto alguno me señalaron y cuchichearon descaradamente.

Ignorándolas, llegué a la plaza del pueblo. Los pies me ardían por el calzado tan poco adecuado para caminar que estaba usando. Resoplando me senté en uno de los bancos que rodeaban la fuente central. Descansaré unos minutos, me dije.

Y en eso estaba cuando un hombre mayor, de cabellos blancos y ojos negros se sentó a mi lado. Le sonreí cortés, él devolvió la sonrisa y continuó mirándome fijamente. Al principio me entretuve ojeando una vez más el mapa, pero conforme los minutos pasaron, me empecé a sentir algo violenta por tanta atención. Abrí la boca para hablar, pero él se me adelantó.

—Usted no es de por aquí—Señaló lo obvio. Tuve ganas de rodar los ojos y hacer una mueca, pero me contuve, no pagaría mi mal humor con un extraño.

—No—Musité, ya que al parecer sí esperaba mi respuesta. El señor atusó sus escasos cabellos con una mano.

—No suelen venir muchos forasteros por aquí—Explicó mirando y señalando frente a nosotros, donde en la pequeña panadería, el dueño estaba cambiando el cartel del escaparate—¡Oh, por cierto!—Salté y llevé una mano a mi cuello. Él rió entre dientes y giró su cuerpo rechoncho hacía mi—Soy Frederic Turner—Acepté algo incomoda la mano que me ofrecía y la estreché brevemente.

—Isabella Swan—Murmuré de vuelta. Él asintió y volvió a clavar sus ojos velados en los míos, con una intensidad que me hacía sentir inquieta.

—Y…¿A quién viene a visitar?—Fruncí el ceño por tanta confianza. Me pregunté si todos serían así o había dado con el chismoso del pueblo.

Edward Masen—Fue su turno de dar un respingo en su asiento. Con gesto nervioso se pasó la mano por la frente. Entonces, para mi sorpresa, se levantó y giró para marcharse. Lo observé sin entender su reacción, pero al parecer lo pensó mejor y volvió a clavar sus ojos en mí.

—Suerte…—Susurró sombrío. Por alguna extraña razón, sentí que esa simple palabra escondía mucho más. Traté de no darle importancia, pero al ponerme en pie y encaminarme de nuevo hacía la casa del tal Masen, mi estomago se hizo pequeño y sentí como mis manos volvían a temblar.

Unas calles más al norte del pueblo, las casas se volvían más pequeñas y rusticas. Casi todas tenían potreros y pequeñas cosechas personales.

Cuando sólo un par de viviendas me separaban de la de Edward Masen apreté el paso y no dejé que los nervios me afectaran.

Como todas las demás en esa zona del pueblo, la casa del hermano de James era más pequeña y rustica. Los muros eran blancos revestidos en madera con dos grandes ventanales al frente de la fachada. El tejado plano de losas marrones y rojas. Estaba rodeada de pequeñas cosechas verdes y crecidas, algunas mostraban ya sus frutos, otras, apenas comenzaban a florecer. Un caminito de grava blanca llevaba hasta la entrada. La cerca, del mismo tono que las tejas del tejado, estaba abierta de par en par, por lo que entré sin avisar.

Me planté en la puerta principal y sin más dilación llamé con fuerza.

No sucedió nada, por lo que lo intenté un par de veces más.

Finalmente una voz llamó, pero no desde la casa, sino detrás de mí.

Me giré con una mano en la frente, para proteger mis ojos del sol y lo vi.

—¿Quién es usted?—Carraspeé y miré su rostro, una cabeza más alto que yo, el sujeto que me observaba con cautela y curiosidad era espléndido

Incluso yo, que estaba al borde de la depresión más horrible, pude apreciarlo. Su complexión fuerte y delgada se podía advertir perfectamente debajo de la camisa negra que usaba. Con piernas largas y fuertes y brazos oliváceos por el sol. Su cuerpo era toda una visión, pero lo que más atraía de él, eran sus ojos verdes agua. Claros, cristalinos y brillantes. Su mandíbula estaba oscurecida por el vello de al menos dos días y sus labios, el inferior algo más carnoso, eran de un rosa pálido.

—¿Quién es usted?—Repitió, ésta vez despacio, arrastrando las silabas como si hablara con un niño pequeño. Me erguí en mi escasa estatura y alcé la cabeza.

—Soy Isabella Swan y busco a Edward Masen—Dije, con voz fuerte y clara. Estaba decidida. Si el hermano de James existía, tendría que responder por lo que me había pasado o al menos ayudarme a encontrar al desgraciado.

Con una sonrisa ladina que hizo que me sonrojara estúpidamente, avanzó dos pasos y entrecerró los ojos.

—Pues ya puedes dejar de buscar, me has encontrado—Tuve la intención de seguir con la charla, de ponerlo al tanto de lo que me había pasado, del por qué de mi visita. Tuve la intención de decirle que no lo culpaba en absoluto, que ni siquiera me creía con el derecho de reclamarle a él. En realidad, tuve muchas intenciones y estas murieron en mi garganta. Porque Edward Masen sonrió aún más, caminó hacía mí y cuando estuvo a mi altura, siguió adelante, entró en su casa y cerró la puerta en mi cara.

N/a: Nuevo fic después de meses perdida. Un Be&Ed-como no podía ser de otra manera-bastante intenso. Ésta historia tendrá drama, humor, romance y lemmons. Pero como no puedo escoger tantas categorías, la dejaré bajo Romance/General.

Como siempre es M. Yo cumplo con avisar. Lean con cuidado.

Dedicada especialmente a Ise y Alice, que alegran mi vida día a día. Y para todas las que se tomen el tiempo de leerme.

Gracias.

¡Va por ustedes!

(Disculpen las alertas, hubieron varios fallos tecnicos)