- Oye, Alfredo… -exclamó Fernando, entre somnolientos suspiros y pensando si no le había faltado sal a la comida que llevaba entre manos. A penas regresaba de la cocina, después de un breve momento. Traía consigo una charola llena de tostadas y el molcajete, con salsa verde, recién hecha.- ¿Sabes qué me pasó hoy?
- No –contestó el norteamericano, de manera cortante, hipnotizado por el suculento aroma que deleitaba cada uno de sus cinco sentidos- And my name isn't "Alfredo"! It's Alfred!
Al mexicano le fastidiaba que hablaran en un idioma que no fuera el suyo, puesto que no lograba comprender mucho de éstos. Como siempre, optó por no decir absolutamente nada. Ninguna queja ni un reproche, y muy por el contrario, le respondió con la sonrisa que había heredado, hace ya casi quinientos años atrás.
- ¿De qué gustas el refresco?
- Coca-cola –respondió y se quedaron viendo un pequeño instante. Luego sonrieron al mismo tiempo
- Ésa es la única palabra que te entiendo bien
- Jaja –y le hizo un ademán para que se apresurara
Salió sin sentir la mirada de Alfred sobre él, quien contemplaba la espalda de un joven hombre, al que aún le faltaba tanto por crecer. Era tan calida y frágil al mismo tiempo, y el norteamericano era de los pocos que llegaba a saber eso.
En la ausencia del mexicano, el rubio lanzó una pequeña risita, después de percibir el dulce aroma a piloncillo y chocolate, que provenía desde la cocina. El estomago le gritó porque le alimentara y no podía negarle nada, así que tomó una de las tostadas que había frente a él, sobre la mesa, quienes parecían mirarle con tentación.
Tomó la cuchara de la salsa y, cerciorándose de no sobre pasarse con esta si es que quería regresar entero a casa, la sirvió sobre la comida, y en menos de lo que pudo darse cuenta, la charola se redujo a menos de la mitad.
- ¡Ya llegué!
El mexicano llegó gritando, al atravesar la entrada de su hacienda, recibiendo únicamente los ladridos de su mascota y su jefe. Corrió hasta el comedor, donde Alfred le esperaba, ya satisfaciéndose sin él.
- Pasé a comprar pan dulce para el champurrado que dejé en la estufa y... ¡Óyeme, ¿por qué no me esperas para comer?
- You're late! –balbuceó, con una tostada en la boca
- Fuck you! ¡Háblame bien!
- ¿Por qué si puedes pronunciar bien esas palabras?
Después de comer, Fernando le pidió que lo esperara en la sala mientras el preparaba la botana y sacaba la botella de tequila, para ver el partido en la televisión. Alfred había corrido a aplastarse en el sillón y a buscar el control, extraviado en un mar de revistas. Cuando lo encontró, contempló lo bonito de la casa, a pesar el desorden que mantenía, desde que lo conoció. Después de su gran reflexión, comenzó a buscar por todos los canales.
Como era de esperarse, Fernando llegó con la playera bien puesta, emocionado por ver a su equipo salir a la cancha. Se sentó a un lado del rubio, quien ya esperaba contemplar la maroma y teatro que vería a continuación.
- ¿Te sirvo?
- Of course!
El mexicano respondió ante esto, sin despegarle la vista al aparato. Luego se sirvió para él. Alfred miró la TV, hasta que su vaso se terminó. Golpeó suavemente el hombro del moreno, indicándole que necesita más. Fernando no si inmutó a verle y le brindó la botella de alcohol.
- Oye... -Alfred le habló, durante la mitad de tiempo- ¿Qué no ibas a contarme algo?
- ¿Mh?
Sintió el aliento del rubio tocarle el cuello, acariciándolo con un aroma etílico, que le indicaba que ya se encontraba en condiciones para que el alcoholímetro lo detuviera. Fernando volteó a verlo, con una mueca confusa por tratar de recordar una de sus más grandes hazañas, en meses, y después de un par de silenciosos segundos, logró regresar la memoria a su mente, pero cuando ocurrió esto, el norteamericano ya lo había jalado, para que se acomodara sobre sus piernas.
Volvió a sentir el frío aliento del rubio en la nuca, y luego un pequeño beso en el mismo lugar, que no tardó en convertirse en una marca que le duraría hasta mañana. Soltó un pequeño quejido de placer y pronto vio las manos de Alfred inmiscuirse bajo su playera, para juguetear con sus pezones.
- Voy a ir a la Unión Europea.
Ese comentario bastó para que el otro se ahogara de la risa en su espalda. No dijo nada, de hecho, ni siquiera pensó porqué lo hacía.
- ¿Tú? –le preguntó, frotándose contra su espalda- Pero sí sabes que la Unión Europea… es de Europa, ¿verdad?
Fernando volteó a verle, con unos ojos llenos de fe, que le fascinaron al americano al instante. El otro no logró contenerse y lo tumbó al sillón, encima de él. Alfred bajó las manos hasta su trasero, acariciándolo con detenimiento, para luego plantarle un beso en los labios, que el moreno se encargó de alargar, y más aún, dejar a ambos sin aliento.
- Honey, we'll gonna do it again?
Fernando acarició la frente del otro con la suya, susurrándole de forma tenue que sí. Volvió a besarlo y bajó sus manos directo al cinturón, para comenzar a deshacerse de él.
- Sólo recuerda no comer nada que el lindo Arthur te ofrezca.
Y Fernando apretó un lugar sensible para el rubio, sacándole un gritito. Le molestaba que hablara de otros cuando iba a estar con él, pero tampoco le decía nada.
- Jajaja, ¿por qué esa cara?
Alfred tomó su rostro con ambas manos, acariciando su pequeña barbilla.
- ¿Sabes que estaré siempre contigo, no?
- Indeed.
- Aunque tu no lo estés, ¿verdad?
El norteamericano no respondió. A penas se había dado el derecho a quedarse callado, antes de regalarle otro beso, que respondió de manera dulce, después de una vaga sonrisa. Fernando logró desabrocharle el pantalón y justo a penas tocó la hombría del otro.
- ¡No mires! –alzó la voz, apenado de cierto modo
- OK, OK, OK.
Por su parte, el rubio recargó su cabeza sobre el sofá, sonriendo de manera boba. Le encantaba sentir como lo hacía de forma perfecta, con tanta pena. Soltó un largo gemido cuando se logró correr, gracias al otro.
Fernando se sintió con vergüenza. No quiso dar la cara, por el contrario, se bajó los pantalones y se dejó caer en el sofá, con las piernas semi abiertas y los brazos cubriéndole el rostro. El rubio se le fue encima, encantado por todo lo que había hecho.
- Fernando, te quiero ~
- ¡Y-Yo también, yo también!
Se aferró a él, rodeándolo con sus piernas. Besó su cabeza, frotándose contra sus rubios cabellos, mientras aspiraba su aroma, como deleitándose al tener a una de las grandes naciones con él y no era mentira, Alfred le gustaba desde que tenía memoria. Siempre lo había visto como el súper héroe que el otro se sentía y aunque pasaran siglos, no dejaría de ser así.
- Apresúrate, o mi jefe nos va a ver...
Los dos se miraron antes de echarse a reír a carcajadas. Volvieron a besarse con desespero. El rubio removió su playera, para morder sus pezones. A penas y logró contener el gemido, que segundos más tarde, resonaba por toda la habitación. Esto volvía loco a Alfred. Le gustaba contemplarlo desnudo frente a él, gritando por su culpa.
Era hermoso, tanto que ni él mismo lo sabía.
En ese briago instante, el rubio pareció entender lo que hubo de sentir Antonio, el día que lo conquistó, hace más de medio siglo atrás. Entonces se le vino una idea a la mente.
- Ajajá –comenzó a reír- Apuesto que sólo quieres reencontrarte con Antonio.
Esas palabras parecieron serles vanas a los oídos de Fernando, quien concentrado, iba liberando el gemido de sus labios, conforme el rubio se adentraba en lo más profundo de él. Cuando estuvo hecho, se aferró a su espalda, pero Alfred lo jaló de los hombros, para que este quedara encima de él.
Volvió a gemir, a vista del rubio, quien encantado y con las mejillas rojas, sonrió, de oreja a oreja.
- Me recordaste al lindo Arthur...
- ¡Bien! ¡Entonces, ahí hay comida en el refrigerador!
Fernando le habló a su jefe en la puerta, mirándolo hojear unos cuantos papeles y asintiéndole con cabeza, pero sin hacerle caso de verdad. El mexicano seguía hablando, recordándole cosas que debería de hacer y cosas que no, momentos antes de subir al coche que lo llevaría al aeropuerto.
- No se te olvide darle de comer a Fido tampoco. Y trata de ordenar un poco la casa, ¡porque yo no puedo hacerlo todo solo!
Cerró la puerta tras decir esto y escuchar un "Vete con cuidado". Caminó hasta la puerta de la hacienda, donde el auto lo esperaba. Escuchó un aullido de su mascota, como señal de buen viaje. Asomó lo cabeza y se despidió con la mano de él, luego regresó al asiento e inmiscuyó una mano bajo su camisa, sacando el rosario de plata que siempre cargaba. Se persignó y después le dio un beso a la cruz, como parte de su devoción y creencia.
- Díos mío, haz que regrese con bien.
