Saint Seiya y sus personajes son propiedad de Masami Kurumada, yo sólo los utilizo por diversión :)
Título: Volver a Amar
Resumen: Luego de las batallas Milo pensó que su relación con Camus podría volver a ser la misma de antes, pero no contaba con la aparición de Hyoga y el secreto que por mucho tiempo había guardado, poniendo el riesgo de su relación. Camus por su parte, debe enfrentar las consecuencias de sus actos del pasado. Porque nadie dijo que amar sería sencillo.
Clasificación: NC-17
Advertencias: Lemon — Mpreg — Incesto
Tipo: Romance — Angustia — Drama — Tragedia
Pareja Principal: Milo/Camus quizás más adelante Camus/Milo
Parejas secundarias: Camus/Shun, Milo/Hyoga, Saga/Kanon, Shaka/Mu, Dohko/Shion, Shura/Aioria, otros.
Personajes: Camus, Milo, caballeros dorados, otros.
Autor: Nikiitah
Traductor: -
Beta: Rubi
Razón: Reescribiendo mis fics :D
Dedicatoria: A todos los que les gusta esta pareja :3
Comentarios adicionales: Este fic lo había hecho hace tiempo con el nombre de ¿A quién Amo? pero luego de reeler todo el fic me di cuenta que el nombre no iba con la trama, además tuve que corregir varias cosas, en especial ahora con la llegada de SoG.
I.- El comienzo de todo
Había comenzado en un día soleado. Cuando el verano recién comenzaba y el calor era tan insoportable incluso para ellos.
Aquella mañana, como todas, Athena los reunía en el salón principal. Ya habían pasado dos semanas desde que el encuentro con aquellos enemigos se había hecho. Si bien el rencor y odio se podían notar, eso no impedía pasar una tarde juntos (los niños de bronce, espectros y marinas. Inclusive los dioses Poseidón y Hades). La idea de esta vez: un viaje a la playa.
No era precisamente un lugar donde se podía apreciar la convivencia, después de todo, algunos no habían tenido una "vida humana" normal, sin contar que, dioses como Hades, aborrecían lugares donde el calor incrementaba.
Milo sólo podía observar, entender porque ellos hacían ese esfuerzo por prevalecer la paz. Él no entendía cómo podrían sonreír al estar cerca de "enemigos".
Pero su problema ya no era ese, no sus enemigos, más bien, un muchacho insistente que no aceptaba un "no" por respuesta, y eso lo agobiaba.
Hace mucho tiempo, inclusive antes de las guerras, había iniciado una relación con su compañero de armas y mejor amigo; Camus de Acuario.
Pero inclusive, él guardaba secretos, aquellos que no podías contarle ni siquiera a alguien tan cercano como el caballero de los hielos.
Dejando que el suspiro de sus labios saliera, se sintió devastado, cansado. Quería terminar las cosas de una vez, poder lograr ser libre, decirle a Camus lo que tanto su corazón callaba, pero temía a su reacción, temía al odio en su mirada y por eso decidió callar. Porque eso solo quedó en el pasado y nunca volvería a ser abierto.
O eso quería hacerse creer.
Hyoga, el caballero de Cisne, deseaba que por fin Milo aceptara su amor, pero tenía un problema, éste ya tenía a alguien en su corazón y ese era su maestro Camus. Hyoga lo respetaba mucho, pero nadie podría mandar a lo que su corazón siente y por eso, a pesar de las advertencias de Shun, siguió con su plan. Sin saber que más adelante y por causa de sus decisiones perdería a la persona más importante de su vida.
Camus, por su parte, presentía que algo perturbaba a Milo. Hace un tiempo que se había dado cuenta de las intenciones de su pupilo, pero decidió ignorarlo, sabía perfectamente que su novio no caería. O por lo menos eso deseaba creer él. Pero mientras más pasaba los días, más juntos los veía que las dudas empezaban a crecer en él.
Shion miraba en silencio entre la oscuridad de cada rincón del santuario. Desde la llegada de los espectros, los chicos de bronce e incluso los generales marinas, todo el santuario era un barullo. Solo esperaba que esto no causara más problemas de lo que ya habían. Estimaba a sus compañeros dorados, eran como sus hijos y deseaba que ellos fueran felices. Un padre nunca se equivoca.
—Ellos sabrán salir adelante. Siempre lo hacen. —la suave voz cerca de su oído lo hizo estremecer. Dohko, su mejor amigo y fiel confidente, no se daba cuenta del extraño poder que causaba en él. Aunque… ni él mismo tenía idea de lo que le pasaba al estar cerca del antiguo maestro de libra.
—Espero que tengas razón Dohko.
(-x-)
Al llegar a la playa, lejos de pasar desapercibidos, llamaron la atención de varios chicos y chicas que ya estaban rodeándolos. Algunos caballeros, como Misty y Afrodita, sonreían ante los elogios que les lanzaban, incluso hubo algunos chicos más atrevidos que intentaban en vano invitarle alguna bebida al caballero más hermoso del santuario, pero siempre que intentaban acercársele un furioso Deathmask los ahuyentaba. Más allá alejados de todos, se encontraban Ikki y Radamanthys con cara de pocos amigos al ver a un grupo de chicos rodear a Pandora.
Milo soltó una carcajada. Camus sólo sonrió ante lo imposible. Estaban apartados del lugar, disfrutando de la mutua compañía.
Habían estado hablando por varios minutos de trivialidades hasta que un tema en especial tocó la curiosidad de Milo: los romances de sus compañeros.
Si bien Milo conocía algunos, le causó curiosidad ver la mirada de Camus brillar y hablar sobre ese tema.
Mientras Camus preparaba las sillas, Milo colocaba la sombrilla.
Esa aura de complicidad que sólo se mostraba cuando ellos estaban cerca.
— ¿Kanon? —preguntó Milo echados sobre las sillas, ambos se habían dispuesto a continuar con la plática de hace minutos— Creí que sería Saga.
—No, fue Kanon —dijo con una pequeña sonrisa al recordar esa anécdota— Él había intercambiado las cartas y por eso Radamanthys y el fénix tienen un silencioso acuerdo.
—Quien como Pandora —comentó— Dos hombres pelean por ella. Si tan sólo supieran que esa mujer sólo tiene ojos para Hades.
—Eso se escuchó raro —dijo Camus con su voz monótona— Pero eso responde a las incógnitas que tenía.
— ¿Cuáles?
—Que esa mujer es más fría que el hielo.
Ambos guardaron silencio. Luego de intercambiar una mirada soltaron varias carcajadas por la extraña conversación. Parecían dos viejas chismosas contando la vida de sus compañeros, pero lo nuevo siempre era bienvenido. De pronto, la atmósfera cambió.
Milo se había perdido en la mirada de Camus, en aquellos ojos con los que había compartido una infinidad de secretos mudos, aquellos que habían logrado estremecerlos durante tanto tiempo incluso si no encontraban los suyos. Los ojos de Camus tenían ese poder sobre él, todo Camus, en realidad. Y fue entonces que él también lo comprendió.
Su cuerpo se movió antes de que siquiera pudiera pensarlo, con una sensación hormigueante que nacía en el pecho y que se extendía por todo su cuerpo hasta la última de sus células. Colocándose en las piernas del menor admiró la belleza del heleno; desde sus grandes ojos expresivos hasta sus carnosos labios, aquellos que lograban enloquecerlo. Sus manos empezaron a recorrer el fornido pecho, bajando hasta rozar con la punta de sus yemas los rosados pezones. Observó a los ojos de Milo y no lo resistió más, lo besó. Fue tan sólo un roce, uno que lograba transmitirle varios sentimientos.
Milo lograba estremecerse al sentir que ardía por dentro. Camus a veces se preguntaba cómo Milo podía actuar de una manera tan inocente y pura, a la vez, tan pasional y feroz.
—Échame bloqueador —susurró en medio del beso.
Sin hacerse esperar, el chorro blanco sobre la mano, empezó a ser frotado contra su pecho. Milo parecía un niño que recién exploraba. El calor que bajó a su zona sur era una prueba de lo mucho que disfrutaba.
—Camus —dijo Milo con su voz suave. Soltó un suspiro lleno de placer y apoyó sus labios en sus pezones.
—Aquí no podemos —susurró Camus, su voz empezaba a quebrarse y su mente empezaba a quedar en blanco. Milo era una tentación, su tentación.
— ¡Milo!
Al escuchar su nombre, se separó para buscar al dueño de la voz. Al percatarse de que era Hyoga quien lo llamaba suspiró cansado ¿Nunca se rendiría? Al ver la cara de frustración de su novio, Camus se levantó un poco para ser él esta vez quien le diera una pequeña lamida debajo de la oreja.
—Ve… si no estará llamándote hasta que le hagas caso.
— ¿Estás seguro?
—Sí… —una pequeña, casi invisible sonrisa apareció en los labios del galo, Milo suspiró pero asintió. Al ver como se alejaba Milo soltó un bufido indignado. Debería hacer algo. Al regresar al santuario hablaría seriamente con Hyoga.
— ¿Qué ocurre Hyoga? —preguntó el de escorpio.
— ¿Me echarías bloqueador en la espalda Milo? —dijo con la voz más seductora que sacó.
Milo sólo hizo una mueca de disgusto. Hyoga era un pasado que deseaba borrar, un error que no quería repetir. No importaba cuantas veces quería alejarlo, él volvía. Milo sabía que Camus los observaba y trató de aparentar, sólo debía olvidar y actuar como si nada. Pasó la palma de sus manos por la espalda del muchacho, acariciando cada centímetro y pensando seriamente la razón por la cual había aceptado hacerlo desde un principio.
—Creo que ya te eché suficiente —dijo al escuchar lo primeros gemidos de Hyoga. Se alejó, evitado cualquier contacto con éste.
—Aún falta —se acercó de manera provocativa y tomando su mejilla con su mano derecha se acercó a su oído y susurró—: Entre mis muslos.
—Cállate —se paró lo más rápido que pudo, y con la voz más fría continuó—: No digas estupideces Hyoga eso ya quedó en el pasado. —diciendo eso se fue con Camus. Dejando a un Hyoga con una sonrisa lujuriosa.
—Donde hubo fuego cenizas quedan —dijo para sí mismo.
A unos metros de donde estaba, un muchacho de cabellos verdes y ojos como esmeraldas miraba entristecido a su amigo. Una lágrima solitaria resbaló por sus mejillas. Su hermano no se encontraba cerca para aconsejarlo, hace ya varias horas que lo había perdido de vista y no deseaba molestar a Seiya o a Shiryu. Ni siquiera deseaba molestar a su maestro que estaba prácticamente siendo arrastrado a los juegos de Kiki y Mu.
—Te ves más hermoso cuando sonríes. —Al escuchar una voz a sus espaldas se limpió con el dorso de la mano los rastros de lágrimas.
—Déjame en paz —el misterioso hombre se sentó a su lado y acarició sus verdes cabellos.
— ¿Por qué sufres por un amor no correspondido? ¿Tienes esperanza de algún día ser el dueño de su corazón?
—Tal vez… —se abrazó las piernas y escondió su rostro en ellas, mientras más lágrimas amargas salían de sus esmeraldas. — Déjame solo Hades.
—Olvídate de él. No te merece.
—No puedo… —un sollozo escapó de su garganta, mientras leves espasmos sacudían su cuerpo. — Lo amo demasiado. Nunca entenderás que es lo que se siente cuando tu amor no es correspondido. —el peliverde se levantó con rapidez y se marchó corriendo dejando al rey del inframundo solo.
—Si lo sé… tú jamás podrás corresponder mis sentimientos… —se levantó con toda la elegancia que lo caracterizaba y se fue a buscar a Lune, porque si de algo estaba seguro, es que a Radamanthys no podría encontrarlo, no sin tener que presenciar sus arranques de celos junto al fénix. Y claro, Aiacos y Minos estaban desaparecidos haciendo no sé qué travesura y no deseaba pagar las consecuencias, además la compañía de Lune le era tranquilizante.
(-x-)
Ya de regreso en el santuario cada uno se dirigió a su respectivo templo. Esa noche Milo se quedaría junto a Camus en acuario. Pero al recordar que no tenía pijamas allá decidió ir a su templo para traer una muda de ropa. Aunque no predijo que Hyoga lo acompañaría. El camino era algo incómodo para Milo que se maldecía una y otra vez por aceptar que el ruso se quedase en su templo. Y es que a pesar de que Camus era el maestro del cisne, en su templo no habían habitaciones de huéspedes, en cambio en su casa si, y como Athena sabía de la estrecha amistad que existían en ambos decidió que Milo dejara que pasara los días allá.
El octavo custodio notó la penetrante mirada del ex-discípulo de Camus y no pudo evitar sonrojarse, irritado. Ante tal acto, Hyoga pudo notarlo. Sonrió satisfecho. Sabía que el bicho caería a sus pies. Una vez que llegaron, entraron de frente a los aposentos privados de la casa. El de escorpio se dirigió hacia el armario y empezó a sacar ropa. Lo único que podía hacer el cisne era solo observar la espalda de este. Su mirada estaba llena de lujuria y deseo hacia el alacrán.
—Milo, ¿estás seguro de lo que haces? —preguntó mientras se acercaba peligrosamente por atrás.
— ¿A qué te refieres? —pregunto incrédulo. Al darse media vuelta se dio cuenta que el cisne estaba muy cerca de él.
—De tus sentimientos hacia Camus —el de escorpio se sentía cada vez más nervioso. Hyoga sonrió satisfecho, había dado en el clavo. — Él no te merece, tú eres más alegre y él es un amargado sin razón.
Milo apretó los puños, molesto por las palabras de Hyoga ¿Por qué diablos actuaba así? ¿No se suponía que debía tener respeto por Camus? Mientras tanto, Hyoga se acercaba a los labios del escorpión. Iba a apartarlos hasta que el menor se desvió hacia su oído y dijo en un susurro:
—Yo podía ser mejor que él, soy más joven, más atractivo, alegre y te podría cumplir todos tus caprichos —mientras con sus manos tocaba el firme pecho del bicho. Ante aquel contacto Milo gimió bajito. — ¿Ves? te estás empezando a excitar —dijo relamiéndose los labios— Yo puedo excitarte —se estaba acercando a los labios del octavo guardián. Pero Milo lo detuvo justo a tiempo.
—Ya lo sé…pero yo amo a Camus, ya te lo dije —dándose media vuelta. Se dirigía a la salida de la habitación cuando se detuvo. Aun sin voltear le dijo—: Ya deberías superar lo que pasó entre nosotros —y se fue dejando aun enojado cisne.
La llegada de Hyoga, los sentimientos de culpa y molestia, su forma de seducir. El casi beso, que le iba a dar. Esa noche estaba seguro que no podrá dormir. Cuando ingresó al templo de Acuario, Milo se quedó en la puerta mientras admiraba los rasgos de Camus, estaba durmiendo plácidamente. La idea de decirle sobre su historia con Hyoga era tentadora; sin embargo, no pudo. Él arreglaría las cosas. Alejaría a Hyoga y dejaría el pasado atrás. Suspiró y se dio media vuelta para no mirar a su amado francés.
—Mañana será otro día —dijo en susurro— Espero que me ayudes —mientras miraba su constelación.
Pero el pasado no podría borrarse, y los sueños eran encargados de recordarlos.
SIBERIA, SEIS AÑOS ATRÁS
Aquella era la noche más fría de diciembre y la noche más fría que había experimentado en toda su vida. El frío congelante, calando sus huesos hasta la médula, le provocaba dolor. Pero por fortuna no todo era malo. Todo el sacrificio valía si podía permanecer al lado de Camus. El hombre por quien daría la vida.
El ruido de las maderas crujir y pequeños pasos que se acercaban hacia la acogedora habitación, lo hicieron girar. Al abrirse la puerta una pequeña figura apareció ante los ojos turquesas del griego.
— ¿Hyoga? —preguntó medio adormilado el octavo guardián. El rubio asintió. Se fue acercando poco a poco al griego— ¿Qué ocurre?
—Tuve una pesadilla —dijo apenado el pequeño. — No puedo dormir —agachando la cabeza.
—No te avergüences, todos tenemos pesadillas, incluso yo —respondió sonriéndole dulcemente. Los ojos del pequeño se empezaban a iluminar por la confesión del mayor. De los dos discípulos que tenía Camus, Hyoga era el que más se acercaba al heleno.
— ¿En serio? —Preguntó tímido— ¿Tú también tienes pesadillas?
—Sí —dijo mientras le acariciaba la cabeza— No creas que porque soy un caballero dorado no las tengo. —el pequeño Hyoga se mantenía pensativo, estaba analizando cada una de las palabras de Milo.
— ¿Puedo dormir con ustedes? —preguntó. El octavo custodio pudo notar el pequeño rubor de sus mejillas, sintiéndose enternecido, recordaba que cuando tenía esa edad también se ruborizaba cuando le pedía algo a Saga.
—Está bien —dijo mientras se hacia un lado para darle espacio. Camus al sentir que su bicho se movía, por instinto él también lo hacía.
El tiempo pasó, Hyoga había conseguido la armadura del cisne y había matado a Camus para así activar el séptimo sentido. El joven caballero se sentía culpable por la muerte de su mentor, pero sabía que no estaba solo. Milo, el caballero dorado de escorpio, siempre se encontraba a su lado. Desde ese entonces, ambos paraban siempre juntos. Incluso el de escorpio se animó a entrenarlo. Ese día era lluvioso, parecía que el cielo estuviera llorando, por la pérdida de 6 santos dorados. Los más afectados eran Milo y Hyoga, que lloraban por la partida de Camus. El primero lloraba por la muerte de su mejor amigo, amante y novio; el segundo por su maestro, el ser que le ayudó a formarse como caballero. El de escorpio trató de ser fuerte para calmar al pupilo de su alma gemela.
Todos estaban ahí, la diosa Athena, los santos de bronce y los santos dorados que quedaban, incluso el viejo maestro estaba, visitando por última vez a quien era su mejor amigo de años. Hyoga lloraba cada vez más fuerte, aunque sabía que deshonraría la memoria de su maestro no podía soportarlo. Milo sabía cómo se sentía, se acercó a él. Y le dio un fuerte abrazo. El cisne al sentir el contacto con ese cuerpo tan cálido se empezó a calmar. El escorpión le empezó a acariciar la cabeza, con suaves masajes en su cuero cabelludo. El menor solo pudo hundir su rostro en el pecho del peliazul. Por una extraña razón se empezaba a sentir más tranquilo.
Los demás los miraron, a ninguno de los santos de oro les sorprendió la confianza de ambos. Se rumoreaba en el santuario que el octavo custodio siempre iba a Siberia para ver al de acuario. Y era lógico que ambos se conocieran. Tras haberse tranquilizado Hyoga se separó un poco del escorpión. Levantó su rostro y lo miró a los ojos. El guardián de la octava casa pudo notar los ojos rojos del menor. Le acaricio la mejilla y luego juntó su frente con el cisne, sin dejar de mirarlo.
—Hyoga —empezó a decir— A Camus nunca le hubiera gustado que lloraran por su muerte.
—Lo sé —dijo en susurro, el de escorpio lo pudo escuchar claramente. Suspiró y luego se acercó a su oído.
—Sabes —dijo bajo. Hyoga se estremeció al sentir su aliento en su oído. — Le prometí a Camus que jamás te dejaría solo —el menor se sorprendió al escuchar esas palabras— Y no lo pensaré hacer.
Se separó y, le tomó por los hombros y levantó su rostro para que lo viera directamente a los ojos "Los dos superaremos esto juntos" mientras le dedicaba una sonrisa tierna. Sin darse cuenta Hyoga empezó a sonrojarse. El mayor pensó que era por la emoción del momento. Él se sentía así cuando en el pasado Saga y Kanon le daban esos tipos de ánimos. Sonrió al ver que el cisne empezó a tener ese brillo en sus ojos. Desvió su mirada hacia la tumba de su amigo.
—Te prometo que lo cuidaré, no importa si arriesgo mi vida. No dejare que alguien a quien tú quieres muera de nuevo —dijo más para sí mismo. Miró al cielo que aún no dejaba de llover. Todos lo miraban con curiosidad— Te lo prometo Cam —sonrió de nuevo— Y sabes que yo jamás rompo mis promesas.
La cercanía con Hyoga fue su primer error. El adolescente empezaba a sentir algo más que cariño por su nuevo maestro. Ese cariño que poco a poco se fue transformando en amor. Milo había cumplido con su promesa, nunca lo dejó. Le enseñó lo que su maestro una vez le mostró: el arte de seducir. Aunque él le enseñaba a Hyoga con el propósito de que algún día el ruso conquistara el corazón de su ser amado, nunca creyó que esas mismas técnicas las usaría en contra suya. Una noche, en la que Milo regresaba satisfecho por haber finalizado uno de sus trabajos que Athena le había encomendado, decidió tomar un baño caliente y echarse a dormir. Aioria le había invitado a celebrar en Rodorio y de paso divertirse un poco, pero desistió la oferta. Al entrar a la habitación, Milo sintió un extraño aroma en el ambiente, olía a… ¿rosas?, al encender la luz se sorprendió al ver que su habitación estaba llenas de ellas. Caminó hasta estar enfrente de la cama.
—Te demoraste —se escuchó la voz sensual de un muchacho. Milo no salía de su asombro, esa era la voz de su joven pupilo.
—Hyoga… —dijo en un susurro— ¿Qué ocurre aquí? —al darse la vuelta sintió que el corazón se le iba a salir. Hyoga estaba sobre la puerta, con una mirada depredadora, mostrando una sensualidad desconocida para Milo.
—Quería darte una sorpresa —dijo mientras se acercaba al griego. El de escorpio se dio cuenta que las mejillas del menor estaban teñidas de un color rojizo, lucía nervioso, pero de una forma encantadora. Se estremeció cuando notó que se acercaba e inclinaba la cabeza para depositar un suave beso en su mejilla.
—Te amo —susurró en su oído. Dejándolo en blanco.
(-x-)
Se levantó agitado, su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban. Había sido solo un sueño, uno real y perturbador.
Milo llevó ambas manos a su rostro y lloró, deseaba olvidar, que aquellos momentos desaparecieran. Camus giró y lo abrazó por la cintura. No quería fallarle, no deseaba herirlo.
Se levantó con brusquedad y salió. Deseaba meditar y estar solo.
Sus pasos lo habían llevado al coliseo.
El silencio y la soledad del lugar se asemejaban con sus sentimientos. Estaba asustado, y no tenía a quien recurrir. Por primera vez, sintió que volvía a ser el mismo niño que Saga encontró.
— ¡Diablos! por más que no deseo, no puedo. ¡Maldito seas, Hyoga! ¡¿Por qué diablos no puedo dejar de pensar en ti?! —gritó el griego frustrado, ese muchacho se estaba apoderando de su mente, y eso no podía controlarlo.
Necesitaba gritarlo hasta desgarrar su garganta, exprimir los pulmones, deshacerse del secreto que lo aniquilaba poco a poco como un veneno hecho especialmente para él; todo a su medida. Milo jadeó cuando pensó en las consecuencias de callar y de hablar, con el dolor oprimiéndole el pecho y desgarrando su alma. Nadie jamás entendería por lo que estaba pasando. ¿Y si Camus…?
— ¿Así que no puedes dejar de pensar en Hyoga verdad, Milo? —dijo una voz a su espalda.
El santo de escorpio se quedó pasmado, al escuchar esa voz, era Camus. Se volteó lentamente y lo pudo ver, sus ojos mostraban la frialdad que solía mostrar ante los demás, sus palabras habían lastimado a Camus. No le dio tiempo de aclararle nada. Camus se echó a correr. Dejando a Milo de pie frente al coliseo.
— ¡Maldición! —exclamó molesto, golpeando una columna.
Comentarios de la Autora:
¡Hola! Iniciando una nueva historia, esta vez, centrada en la relación de Milo y Camus, quiénes tendrán que enfrentar los obstáculos de la vida. Los engaños, los secretos y las nuevas amenazas serán obstáculos que deberán superar.
Gracias por leer.
Espero que les guste.
Saludos.
