Bueno, quiero hacer una pausa. Este fic será para contar, a mi manera particular, la historia y el origen futbolístico de Roberto Hongo, a través del padre de Jim, Lord James Douglas Smith. También meteré a Bala, sus orígenes, y a los padres de algunos de los personajes de CT. Es como los orígenes…. Bueno, no digo más. Solo que me salió cuando vi Forrest Gump.
Aquellos
"Maravillosos" años. Capítulo
1. El
encuentro.
Munemasa
Katagiri , luego de la rueda de prensa de la selección Japonesa en
Inglaterra, había decidido tomar un paseo, raramente acompañado por
Genzo Wakabayashi y Tsubasa Ozora, que se encontraban dispuestos a
hablar sobre la evolución de su equipo luego de los cuatro años de
haber enfrentado por vez primera al equipo inglés, al que
enfrentarían otra vez en Londres.
Hablaban
de cómo habían cambiado luego de 8 años del mundial sub- 16, donde
comenzaron a ganar la confianza en ellos mismos, en su país y a
ganar respeto en el mundo del fútbol. ¡Cuánto habían cambiado
todos! Aunque jugasen igual, o incluso mejor.
Tsubasa
por fin había encontrado que para ser un gran mediocampista, era
necesario encontrar un toque personal. No siempre era la misma. No
era algo mecánico. Era algo tremendamente interpretativo, una visión
de conjunto que variaba de jugador a jugador. El había logrado
equilibrar las cosas en SU terreno y en el equipo, a través de la
astucia, de las triquiñuelas que le permitían tomar lo mejor de
cada oponente. Aún así, tenía sus limitaciones, como las de no
tener una gran y poderosa presencia individual, pero era bastante
cuando daba un pase certero hacia la victoria.
Genzo Wakabayashi, por otro lado, pensaba que sus rivales se hacían más fuertes, pero que el ya no era tan ingenuo. Conocía bien el estilo de cada uno, pero sabía que estos se hacían igual de fuertes a él, incluso un poco más astutos. Sobre todo Karl Schneider, Stefan Levin, Chin Chun Kong, Dimitri Diminescu. Incluso Kojirou Hyuga. NO les temía, no. Tenía gran curiosidad, sobre todo, por saber cómo andaría Montgomery "el Tanque", o Robson, el nuevo capitán. Tenía curiosidad por saber si sus antiguos rivales le iban a dar algo más por ver.
Iban hablando de todo esto, cuando se encuentran a un viejo que ellos reconocen con algo de respeto, con algo de fastidio, y con algo de desconcierto: El viejo entrenador James Douglas Smith, padre de Jimbo Smith, el defensa americano ahora jugador del Arsenal, quien los había hecho pasar un montón de penalidades apenas hacía un año y medio. Ahí estaba, extrañamente, con el pelo a los hombros, la barba bien cortada, y en traje. Parecía otro.
Apenas los saluda. Ellos se extrañan, pero se acercan. Munemasa Katagiri se emociona. El legendario entrenador de Roberto Hongo, aquel que le había hecho sacar todo su potencial, aquel que lo había convertido en estrella. Aquel que generosamente les había enseñado trucos para ser grandes futbolistas, ahora estaba ahí, sentado, observando los árboles. Apenas los distingue, sonríe.
-Señores. Espero que hayan practicado todo lo que les enseñé- dice con su acento medio californiano, su voz perdida. Parece un caballero, cosa que no fue con ellos en Los Ángeles, donde casi revientan a causa de su duro trabajo físico.
Los dos le hacen una reverencia, lo mismo que Mitsumasa Katagiri. El señor Smith hace una vaga señal.
-Bah, no hagan eso, no soy su Emperador, muchachos- se burla, mientras prende un cigarrillo.- Ahora estoy esperando a Jimbo y a Dimitri Diminescu, que quedaron de venir para saludarlos, y a darles la mejor de las suertes para que apaleen al equipo local… como sabrán, ahora soy entrenador del Arsenal.
-Me
parece increíble que lo haya conseguido. Digo, no por sus
capacidades, sino porque usted no es un hombre para este clima, y
este ambiente. Además supongo que los ingleses le han dado
problemas- deduce Genzo sorprendido.
El
viejo a veces estaba loco. Como cuando besó a sus pavos reales en el
jardín allá en su mansión de L.A. Pero ahora parecía todo un
caballero.
-Ha cambiado- expresa Tsubasa Ozora. – Bastante. Y eso que solo ha pasado un año y sé,- dice tomando el balón que el viejo tenía al lado de su banco. Vamos, - dice el elevando el balón con las rodillas. - Intente quitármelo.
-Tsubasa… - objeta Katagiri. - ¿Qué te ocurre? Es el Señor Smith, un poco de respeto…
El
viejo señor le da el cigarrillo a Katagiri. Se quita su abrigo y sus
guantes, también su boina. Tsubasa hace el viejo "Muro de los
Apalaches", y sobrepasa al anciano, saltando a su lado. Pero este
levanta una pierna y le quita el balón en seguida. Tsubasa lo vuelve
a recuperar haciendo lo mismo, pero el viejo salta y con un cabezazo
al piso, logra dominar la pelota, que dispara en seguida hacia Genzo
Wakabayashi, que la toma saltando, usando todos sus reflejos.
Los
dos se sorprenden.
-¿Cómo
hizo eso?- pregunta Tsubasa muy sorprendido.
El
viejo sonríe.
- Tienes que imitar eso que le robas a tus rivales tan bien que parezca tuyo. Y sencillamente, el "Muro de los Apalaches" no es mío. Lo inventó mi hijo. Es bueno que lo observes jugar, para que puedas aprenderlo mejor. Por otro lado, tú y él tienen el mismo estilo de juego. Sé que hay que sorprenderlos rápido para hacerlos caer. Y eso de que tienen el mismo estilo lo digo por Roberto. Yo lo entrené.
-Vaya, pero parece bastante contento de estar aquí- se burla Genzo. – Ya no es el hippie loco nazi que conocimos en Los Ángeles.
El viejo da una sonrisa cínica.
-Wakabayashi, aquí soy un Lord. Un gran señor. Desde hace 40 años no paraba en casa. Ahora tengo mi título, para vivir, y mis trabajos, para divertirme.- le dice con naturalidad, mientras toma el abrigo que había dejado en manos de Katagiri.
-¿Qué?- pregunta Genzo sorprendido. – Es decir… que… ¿usted es inglés? Con razón ese estilo tan petulante de juego… esa maldita arrogancia…
-Que tú también tienes, Genzo- señala el viejo sentándose en el banco. – Menos mal que Roberto pudo sobreponerse, pero que gran leyenda habríamos sido los dos… más grandes que Pelé, mas grandes que nadie. Pero nuestra naturaleza no daba para ganar siempre. Por eso escogí a Roberto como mi alumno, como el único oficial que tuve en mi vida. Y por eso el me escogió a mí como maestro. Casi siempre sabíamos como perder, y cuando ganábamos, no sabíamos que hacer.
-Me gustaría oír esa historia, o bueno, por lo menos su versión de lo que le sucedió al señor Roberto antes de venir a entrenarme a mí- dice Tsubasa sentándose al lado del viejo, interesado.
-¿Seguros que no tienen nada pendiente que hacer?- les pregunta el colocándose las clásicas gafas de piloto de su hijo. Se veía igual a él.
-De hecho, este es nuestro único día libre- señala Genzo. – Uma ahora pelea con mi padre y está con los dos niños, así que no quiero parar en casa…- le dice un poco avergonzado. El viejo sonríe.
-Yo también haría lo mismo, Genzo. Está bien- dice levantándose. –Les contaré mi historia, vamos al restaurante de su hotel. Les contare de donde salió Roberto, y de donde salí yo, tan ligado al fútbol como Inglaterra está ligada al té. Y les contaré que las grandes leyendas del fútbol a veces nunca llegan a serlo… a veces siempre pierden… y por ello son más interesantes… este es un deporte que permite venganzas, o continuas decepciones…aunque siempre, aunque sea alguna vez, una pequeña victoria que se quedará grabada en el corazón de aquel que siempre ha visto a la pelota como su mejor amiga… en fin… vamos.
Ya en el restaurante, el viejo fuma su primer puro. Están al aire libre. El viejo sonríe, melancólicamente.
-Todo eso que ven afuera, todo eso, estaba destruido cuando yo tenía la edad en la cual ustedes comenzaron a jugar. Nací dos años antes de la Segunda Gran Guerra. Cuando tenía cuatro, jugaba con mis amigos con una pequeña pelota de trapo. Siempre era el que defendía la portería. En realidad, me defendía de todo. Ay si llegaban los aviones, porque nos tocaría correr a los sótanos… y escuchar el bombardeo permanente de la ciudad. Ah, está bien… me remontaré a mis orígenes…
Soy hijo de un importante Lord inglés, de esos aburridos de piel lechosa de carrera en las armas, cuyo padre, abuelo, bisabuelo y blablabla hicieron carrera en el ejército y en el Parlamento. Todos jugaron cricket, polo, y todos esos aburridos deportes de mi país que siempre predominaron.
Nos vinimos a inventar el fútbol de casualidad, en los aburridos clubes deportivos, teníamos suerte de que hubiese gente inteligente (¿o estúpida? No lo sé. Hay reglas que me parecen todavía inentendibles, como lo del área chica, o lo del fuera de lugar, que nunca se determina claramente del todo) que regulase el deporte tal y como debía ser.
Cabe decir que, aún cuando en la década en que yo nací ya se habían realizado TRES mundiales, y aunque nosotros fuésemos una gran potencia en este deporte que iba ganándose la simpatía del mundo, en los círculos sociales en que nos movíamos, escoger el fútbol como profesión era algo de locos, o de gente vulgar. Y en mi familia, eso era pecado mortal.
El primero que me enseñó a jugar fue el mayordomo Wilkins, mi única compañía al dejarme mi madre cuando se iba siempre al club y a sus estúpidas reuniones de té, o a compromisos con mis hermanos mayores. Ese hombre me enseñó a jugar limpio, y a tener una técnica clara. Era muy astuto en sus jugadas (cuando nadie nos veía), y me instaba a practicar a diario para mantener una condición física decente, para que no me cansase llevando la pelota contra él en los grandes jardines de nuestra mansión. Cabe decir que siempre ere muy solitario, con educación particular, y la pelota y Míster Wilkins eran mis dos únicos amigos verdaderos.
Siempre encontraba como divertirme con ellos, como dar rienda suelta a mi imaginación, a mi pasión por llevarla con mis pies a todos lados, más allá de Gosford Park , donde quedaba nuestra mansión. Hasta que vino el Bombardeo a Londres. Desperté terriblemente a la realidad. El fuego y el ruido estruendoso de las bombas lo consumían todo, incluso nuestro miedo. Mi madre nos tomó a mí y a mis adolescentes hermanos hacia el sótano. Yo era un pequeño de cuatro años, llorón y asustado.
Mi pelota se había quedado en mi habitación. Lloré por ella. ¡Mi única amiga sería destruida! Lloré desconsolado, como nunca. Esto lo entendió mi compasivo hermano mayor, de 14 años, Fred, que al verme llorando de pánico, fue por ella. No regresó. Una bomba cayó en toda el ala derecha de nuestra mansión. Media estructura se fue abajo, y Fred fue aplastado.
(el viejo baja la cabeza un momento. Prosigue un largo silencio.)
Perdí a las dos únicas cosas que me interesaban en mi vida, hasta ese momento, en una sola noche. Era demasiado peso para un niño de 4 años. No volví a hablar, culpándome de eso todo el tiempo. Ahora solo quedábamos mi madre, Charlotte, mi hermana de 12 años, y yo. Yo ya no tenía nada.
EN medio de las ruinas, los demás niños se divertían con la pelota, menos yo. Consideraba que esta había sido la causante de todas mis desgracias. Una vez me vi obligado a jugar, y lo único que hice fue rechazarla todo el partido. Bueno, habría sido mi primera victoria, a no ser porque vino un segundo bombardeo. Entonces mi madre nos mandó a mi hermana y a mí, como a cientos de niños ingleses, al campo.
Yo fui a parar a la mansión de mi tío inválido, el tío Chester. El había amado el fútbol cuando nació. Él lo vio evolucionar. Pero la Primera Guerra se había llevado sus piernas. Así que, viendo mi antipatía hacia ese artefacto que nos causaba gran pasión a los dos, comenzó a motivarme, ya que le daba tristeza no poder ver en la persona de alguien de su familia esa gran pasión materializada.
. Me hablaba a menudo de que en el fútbol siempre hay revancha, y que yo tenía dos piernas intactas, que debía aprovecharlas. Así que volví a encontrarme con la pelota luego de que mi tío Chester me dijese que yo era un cobarde, y que definitivamente, Fred fue por ella porque vio que yo si servía para hacer algo con ella. Que si él se fue, entonces quedó ella.
Durante dos meses no me animé a jugar, hasta que un día no aguanté la tentación. Poco a poco comencé a dialogar con ella otra vez. A entrenar con ella, a tratar de no dejarla caer al suelo. Para cuando había terminado la guerra, ya otra vez jugaba fútbol como si nada hubiese pasado.
Para cuando terminó la guerra, lo único que volví a ver de mi padre fueron sus cenizas. Había caído cerca a Normandía, terriblemente acribillado. Sin más herederos varones, ahora yo era el heredero, y el que tendría que soportar la tremenda tristeza, y rigidez de mamá ahora que Fred no estaba allí para aguantarla.
Y por supuesto, mi madre, esa mujer de férrea voluntad para sobrellevar su desgracia, esa mujer inflexible en la economía, inflexible en todo, con gran dignidad siempre, ODIABA el fútbol, ya que consideraba que había sido el causante de la desgracia de su familia. Fred murió por un balón de fútbol.
Mi tío Chester ahora era un hombre amargado debido a lo sucedido con sus piernas. Y cuando mi padre murió, según uno de sus subordinados, se encontraba jugando fútbol con los demás muchachos del pelotón, hasta cuando los alemanes los tomaron desprevenidos y el murió sin poder defenderse. Definitivamente, el fútbol, la razón de mi vida, ahora era un tabú. Algo prohibido, innombrable.
A pesar de que yo lo siguiese jugando con los compañeros del internado durante toda mi adolescencia, incluso con los chicos del club, sin que ella se enterase. A pesar de que en varios clubes ya hubiesen visto mi potencial. O si se enteró, por lo menos nunca me dijo nada.
Al igual que Europa, nosotros nos repusimos lentamente de los estragos de la guerra. Yo guardaba debajo de mi cama los suplementos deportivos, esos que hablaban de las maravillas del joven Pelé, casi de mi edad. Me frustraba completamente, preguntándome por qué diablos no podía ser como él. Y entonces, al ver a mi madre hablando con los directivos de clubes, con los directores de Oxford y Cambridge, así como con respetados parlamentarios, me di cuenta de que no podría ser posible mientras no saliera de allí.
Mientras siguiese jugando a escondidas, no podría hacer del fútbol mi profesión. Y por supuesto, tendría que enfrentar a mi madre, a toda la gente de ese círculo social que esperaba ver en mí a Lord Welssex, joven brillante y futuro primer ministro. Qué equivocados estaban. Yo lo único que hacía era jugar fútbol.
Cabe decir que mi hermana Charlotte se casó rápidamente, con uno de esos aburridos parlamentarios con renta, así que ahora me vigilaban más. Mi madre me incitaba a jugar polo, cricket, y todos esos deportes para estúpidos elegantes. Pero yo ya estaba harto de estudiar Ciencia Política. Ya estaba harto de tenerle compasión a mi madre. Así que en pleno partido de polo me fui. Me fui a jugar al club Arsenal, donde esperaba en dos semanas ser titular. Solo me gradué, y seguí jugando a pesar de las protestas y lloriqueos de ella. Al fin y al cabo, nunca nos habíamos importado mutuamente.
Apenas
jugué cuatro temporadas como defensa, posición que me había ganado
a pulso, debido a mi tambaleante entrenamiento durante la guerra, y
debido a la gran competencia, cuando comencé a ver rechazo en mis
compañeros, la hinchada y la demás gente. Yo no entendía por qué.
Hasta que la prensa me lo preguntó:
-¿Cómo
se siente usted jugando al fútbol cuando causa la desgracia de su
pobre madre, ella tan sola?
No respondí. Ahí mismo lo comprendí. Ella, que tenía tentáculos en todo, ella había sido la que no me había dejado ingresar a la Selección Inglesa, porque ella había hablado con los directivos. Ella no me dejaría pasar de otra temporada en el Arsenal. Todo porque había pregonado que se sentía sola y yo era un desconsiderado que la maltrataba. Pronto me sacarían por alguna estupidez. Ya no esperé más. No la soportaba. No haría de mi lo que ella quería. Y también me iría por otras cosas.
Para ese entonces, ya era 1957. Pelé había ganado un Campeonato Mundial, yo apenas la titular en el Arsenal y una Liga Premier. Pero había otras cosas más importantes. Esa vieja sociedad Imperial Inglesa se retorcía en su gran herida, esa herida que le había causado Hitler, que le había causado Gandhi, que le había causado Egipto. El orgullo victoriano se hacía pedazos. El Imperio Británico era solo un estúpido remedo de sí mismo. Ahora había más inmigrantes, de todos lados. Inmigrantes que trabajaban por vivir como nosotros, esa vieja capa de la sociedad inglesa que aún tenía sus estrictos códigos sociales, donde primaban la dignidad de un cargo político, una renta, una buena posición social, y por supuesto, sangre azul y piel más blanca que el armiño.
Y claro, una profesión "decente". El fútbol no entraba ahí. Por lo menos no para un heredero de una importante familia.
A mí no me importaba compartir mi banco del tren con un hindú, un chino o un kurdo. Me daba lo mismo, siempre cuando fuesen honestos, o fuesen como fuesen. No me importaba escuchar esa música "horrenda" de unos muchachos de Liverpool de los que me convertí en gran fanático, esa "música de negros" que a mi madre le parecía indigna.
Sencillamente, removía una gran fibra en mi interior. El rock y el fútbol eran lo que hacían que el hombre occidental descubriese su lado más salvaje, natural, poético. Lo que lo hacía vivir. Por eso siempre consideré que el rock era su poesía, y que el fútbol era el deporte más poético de los existentes. Era no solo competir, no solo luchar. Era hacerlo con clase, con destreza, con magia. Nada más placentero era para mí ver a una tribuna gritar con un gol mío. El grito de la victoria encarnada en el antiguo gladiador romano.
El rock me gustaba, y me gustaba lo que pasaba con los muchachos "beats". Yo mismo apadriné a algunos, cuando cometí el error, un año, de portarme como a mi madre le parecía. Alcancé votos en el parlamento y comencé a defender a las minorías, y a los independentistas, cosa que era suicidio, casi que traición por aquellos días. Jugaba con mis amigos fútbol en las tardes de té. Financiaba a locos artistas plásticos. Me interesaba lo que pasaba en Israel, y no estaba de acuerdo con mi país. Hasta que mi madre descubrió mi plan de sabotear mi futuro, y me pidió cordialmente que me "diese un descanso". Por supuesto, volví al Arsenal, cosa inédita y escandalosa para todos aquellos estirados londinenses.
Si han visto a Jim, su revoltoso carácter, bueno, yo era igual, o peor. Me encantaba liarme con todo tipo de gente. Con beats, con pandilleros, con negros. Con chinos, con prostitutas (que me parecían realmente encantadoras, solo algunas), con chicas que no tenían mis pergaminos y con las que pasaba la noche a menudo. Esto no le gustaba ni a los del Arsenal, que en el entrenamiento no tenían nada que objetarme, ni a los demás. Creo que me suspendieron fue por mi comportamiento afuera. En ese entonces, Inglaterra todavía era DEMASIADO moralista para esas cosas. Y fuera de eso, encontraron la excusa perfecta: Me lesioné un gemelo. "Estas fuera esta temporada, James", me dijo el entrenador. "Esperamos que te recuperes pronto". Total: Me recuperaba y me portaba como un santo, o si no, no tenía futuro en Inglaterra.
Trabajando para recuperarme, no podía negar lo que yo era. Era alguien interesado en todo lo que pasaba. Tantos años de encierro ahora pasaban cuenta de cobro, porque yo quería estar en todo. Viajar, conocer. Nunca había ido a América, o a Italia, o a las islas griegas. Quería ir al Brasil, para aprender de los mejores, a Argentina, para ver al River Plate jugar. Quería protestar por los derechos de los países independentistas, quería tocar blues y conocer a Elvis Presley.
Apadrinar
a mis amigos de Liverpool, con los que pasé varias noches en las que
viajé a esa ciudad, de juerga. Todo eso pasaba, cuando decidí irme.
Definitivamente,
tendría que trabajar duro para que me aceptasen como otro, para que
me aceptasen como futbolista, para poder encajar en un lugar que no
era el mío. Ya era 1959 y solo había jugado dos partidos con la
Selección Inglesa, de amistosos, porque para Suecia no quisieron
ficharme. Si no me ficharon allí, nunca sería posible. No iba a
esperar agradarles para 1962. No quería ser manejado por un tipo con
profundos prejuicios morales y raciales, así como por todo el comité
directivo.
Eran muy disciplinados y ordenados, pero yo era un espíritu libre. Quería entrenar en otro lado. No servía para estar bajo las órdenes de alguien que solo se interesaba en lo que hacía luego de ir a entrenar. Ni de nadie. Si, culpo a mis años en la Guerra y en el Internado. Siempre fui profundamente individualista. En el desayuno, se lo informé a mi madre.
-Me voy a América- le dije por todo saludo, mientras nos servían el desayuno. – No quiero estar más en este país.
Ella solo sonrió trémulamente.
-¿En
serio?- dijo al otro extremo de la mesa. - ¿Y qué harás? No me
digas: Jugar fútbol. O tal vez… ¿ridiculizar a Inglaterra en
alguna universidad americana, con tus ABSURDAS posiciones
independentistas y escandalosas? ¿O vas a irte a Irlanda para
aliarte con esos estúpidos católicos?
Yo
tomé el café sin mirarla.
-Las tres cosas- le respondí. – He estado haciendo planes- le dije, mientras untaba mi pan con mantequilla.- Uno, en Harvard y en Washington han visto mis escritos sobre política. Me han ofrecido un puesto como maestro. Dos, allí nadie juega fútbol. Seré un pionero. En vacaciones viajaré al Brasil y a Argentina, para ver cómo juegan los mejores. Y no harás nada. Arreglé con míster Fielding lo de mis rentas.
-¿Qué quieres decir?- me dijo ella mientras tomaba el té.
-Que sé que apenas me vaya, me desheredarás. Eso me importa un bledo. Pero encontré en el testamento que mis rentas seguirán intactas, un acto profundamente compasivo y de sentido común de mi padre antes de irse a la Base Aérea ¿no crees? Sabía con quien estaba casado.- le dije, mientras tomaba el baguette.
Por primera vez en mi vida, bueno, no, segunda, desde que murió Fred, me miró con odio. Pero esta vez estaba mezclado con algo de triunfo, como vi en sus pequeños ojos.
-Entonces has fracasado. Tus planes han fracasado. No serás NUNCA una estrella del fútbol inglés, James. NUNCA. Para 1962 ya estarás DEMASIADO viejo. O bueno, nunca jugarás en la selección porque siempre has sido un irresponsable niño caprichoso. Yo no te hice caer. Fuiste tú. Más bien ten juicio y procura moderar tus posiciones…porque como futbolista, a pesar del gran defensa zurdo que eres, como han dicho esos viejos ebrios del Parlamento, no tienes futuro. Aquí detestan tu comportamiento, tus profundas ganas de jugar de otro modo, tanto en la cancha como en la vida. Pásame la mermelada, querido.
Yo la miré impasible. No era tan estúpida, después de todo. Sabía lo que me pasaba. Quizá se debía a que era mi madre.
-Tienes razón- le dije acomodándome en la vieja silla victoriana. – Solo tengo 22 años y he desperdiciado mi vida tratando de darte gusto. Por eso, me voy- le dije levantándome. – Me voy a jugar a otro lado. No me aguanto este viejo país hecho una ruina. Rogaré COMO BUEN CATÓLICO que Bobby Moore, mi amigo del alma, te calle la boca. Porque yo no pienso hacerlo. No quiero hacerlo con nadie. Quiero encontrar mi camino en esto, así lo encuentre a los ochenta años. – le repliqué, mientras engullía otra baguette.
-Entonces no te consideres mi hijo- replicó ella fríamente.
-Nunca lo fui. Recuerda que por mi culpa se murió el único que tenías- le dije para mortificarla.
Ella
se levantó indignada de la mesa.
Yo
suspiré. No di espera.
Empaqué
mis cosas. Mis uniformes los puse en una bolsa aparte. Empaqué mis
libros. Miré la vieja pelota de mi tío Chester, en épocas de la
Guerra. Suspiré. Por ella había comenzado todo esto. No di vuelta
atrás. Me despedí de todos los sirvientes, y me fui en un taxi.
En
el aeropuerto estaba mi viejo amigo Bobby Moore. Me saludó
extrañado. Se sorprendió aún más cuando le conté todo.
-Pero… ¿por qué te vas? ¡Podemos entrenar los dos juntos, y puedes cambiar de equipo, si quieres! ¿Qué importa tu madre? ¡Puedes vivir lejos de Gosford Park! Te aseguro que para el 66 seremos invencibles contigo, James… ¡no puedes irte! La Selección te necesita… ¿Qué importa si bebes como cuba y te lías con orientales? Eres un gran defensa….
-Y tú el mejor jugador que Inglaterra ha tenido en toda su maldita historia, Robert. Siempre lo serás. Pero sencillamente… no puedo- le respondí mirando los aviones. – Sabes que si he causado problemas, los volveré a causar. No estoy para seguir bajo las órdenes de un montón de "pelados". Quiero conocer el mundo, sencillamente. NO me importa la gloria. Me gusta ver cómo juegan en otras partes del mundo.
-Pero habrás fracasado. Le demostrarás a esos imbéciles que no pudiste contra ellos- replicó.
-Bobby, hay gente que está hecha para la gloria. Tú, por ejemplo. Yo no. Además, esta es muy aburrida. Yo encontré en el fútbol una manera de ser libre. De molestarlos un poco- dije risueño. – Ya que por mi culpa casi no podías atacar mi portería. Es para mí… un estilo de vida, pero algo que debe crecer y que debo ver en todos lados.
-Uno crece entrenando, James- me replicó el, triste.
-Y observando. Te prometo que no dejaré de entrenar. Entiéndeme, no me importan esos idiotas. Solo que estoy comenzando a odiar a Inglaterra, y no quiero que eso pase- le dije despidiéndome con un gran abrazo. Solo lo vería en 1966, cuando ganó el Mundial con la Selección en su propia casa. Me recibió como siempre. Siempre supe que la gloria sería para él.
Lo tenía todo: gran técnica, gran capacidad de liderazgo. Yo no… yo solo quería hacer mi propia voluntad en el campo. Algo que debía cambiar, ciertamente, pero cuando jugamos juntos, las pocas veces que estuve en la Selección, era una cualidad para él, que supo canalizar para sus intereses. Eso si era un capitán.
Yo estaba fastidiado. Me hartaba el fútbol inglés. Quería ir a Brasil y ver como hacían magia con el balón. Quería conocer la patria de Garrincha, ese malogrado genio, de Pelé. Quería ir a Argentina, que lo había tomado casi todo de nosotros, pero que había forjado una gran identidad.
Y quería ir a América, porque quería darme un tiempo. Que mejor que enseñar en una tierra donde apenas si sabían que era el soccer. En pocas palabras, tenía mis propios planes.
Así, llegué a América en enero de 1960. Llegué cuando esta oscilaba entre el cambio de Kennedy, las luchas raciales, el rock and roll, los grupos marginales que siempre apoyé, la lucha política de la mujer. Y llegué cuando los bostonianos, el padre de Luck y de todos aquellos chicos que ahora le sacan canas a Jim, quisieron imponer su voluntad en el juego.
Los humillé no solo como maestro de Relaciones Internacionales. Los humillé como jugador. Luego de 7 años vi que aquel Verano de Paz y Amor fue una de las causas perdidas mas grandes de mi vida...
CONTINUARÁ...
