Capítulo 1.
A pesar del miedo y de no tener ni idea de lo que iba a suceder, Hermione había seguido las instrucciones de Dumbledore y allí estaba, agazapada en ese estrecho pasillo, aguardando a una señal. La que fuera.
Los minutos pasaban lentamente y parecía que llevara horas esperando al pie de la Torre de Astronomía. Mientras esperaba a que algo sucediera, Hermione repasó mentalmente las palabras del viejo...
…
Esa misma tarde, antes de partir en busca del Horrocrux con Harry, el director le había citado en su despacho.
-¿Me había llamado profesor?-preguntó Hermione tímidamente, acercándose hasta el escritorio del viejo mago y dejándose caer en la silla frente a él.
-Bienvenida señorita Granger, ¿un caramelo de limón?- ofreció. Hermione negó, esperando a que el mago continuara. Sus penetrantes ojos azules la inspeccionaron por encima de sus gafas de media luna, tratando de adivinar si la revelación que estaba a punto de hacerle a la joven bruja iban a poder cambiar algo en el curso de la historia.- Iré al grano señorita Granger… El tiempo es limitado y debo contarle algo importante. Hace meses que le encomendé la vigilancia sobre el señor Malfoy y, ambos tenemos claro que el muchacho se trae algo entre manos. Algo terrible. Y esta noche, tengo la certeza de que ejecutará sus planes. Sellará su destino llevando a cabo uno de los mayores errores de su vida…
Hermione le miró frunciendo el entrecejo. ¿Cómo sabía el viejo todo aquello? ¿Acaso había estado perdiendo el tiempo durante todo este tiempo? ¿Arriesgando su propio pellejo en espiar a Malfoy si él ya sabía que era lo que estaba pasando? ¿Le había tomado el pelo?
-No me mire así señorita Granger-le dijo sonriendo, como si hubiera leído cada uno de sus sentimientos y supiera exactamente lo que la castaña estaba pensando en estos momentos.- Su ayuda ha sido muy valiosa durante todos estos meses, pero tristemente, el joven Malfoy ha tomado una decisión y la ejecutará esta noche… Pero todavía hay esperanza. Señorita Granger verá…-el profesor se acomodó en su sitio para continuar.- El destino es a veces muy caprichoso, cierto… Pero no lo debemos subestimar o intentar cambiarlo. No es posible. Si está escrito sucederá. Le pedí que pusiera un ojo en el joven Malfoy porque, en mi afán de intentar ayudarlo, pensé que podríamos burlar al destino y que lo que tendrá lugar esta noche jamás sucedería. Pero me equivoqué. Y esta mañana mismo me he visto en la certeza de que no estábamos interpretando bien las señales. Corrijo. No estaba interpretando bien las señales-el mago se inclinó sobre la mesa, tomó un tarro de cristal y extrajo una alargada cadena color cobre de su interior.-Esto, señorita Granger, es un Nexus.
Hermione asintió, comprendiendo lo que era. Un Nexus, era un antiguo artefacto mágico que tenía la capacidad de unir a dos personas y que, pasara lo que pasara, siempre estarían ahí la una para la otra. No importaba la distancia, el tiempo o la situación. Si el vínculo del Nexus era llamado, automáticamente la magia del mismo se encargaba de juntar a las dos personas que lo poseían. Pero lo que el mago le estaba mostrando, estaba incompleto. Faltaba la otra parte del objeto, la otra cadena.
-Pero señor, no entiendo… ¿Por qué me enseña esto? ¿Qué tiene que ver el Nexus con Malfoy? ¿Y con lo que ocurrirá esta noche?
-Me sorprende señorita Granger que todavía no lo haya deducido-soltó con cierta ironía el director.-Usted es una clave esencial en esta guerra, al igual que el señor Malfoy, aunque, desgraciadamente, esta noche sus inclinaciones estén hacia el lado oscuro. Aunque, no se equivoque, no es la lealtad lo que moverá al joven Draco esta noche, sino el miedo. Y necesito que usted le ayude. Que le recuerde que en nuestro lado tiene una oportunidad, que puede unirse a nosotros y elegir su propio camino, sellar su destino. Y debe entregarle el Nexus.
Hermione no daba crédito a lo que el mago le estaba contando. ¿Cómo sabía todo aquello? ¿Cómo iba a ella a poder ayudar a Malfoy y cambiar las cosas?
-Pero señor, ¿dónde está la otra parte del Nexus? No veo que pueda serle de ayuda a Malfoy sin la otra parte, sin otra persona que sea su nexo- comentó la muchacha, aún sin comprender.-Además, él me odia. Jamás funcionará. No escuchará mis palabras. ¿Seguro que soy la persona indicada para todo ello?
Dumbledore se puso en pie y, bordeando el gran escritorio de caoba que les separaba, se situó frente a la joven bruja.
-Querida, usted es la única persona que puede hacer entrar en razón al señor Mafloy - se inclinó sobre ella y le tendió la cadena. Hermione tomó el Nexus en su mano, cerró el puño, apretando el objeto contra su pecho y asintió.- Hoy, a medianoche, debe dirigirse a la Torre de Astronomía. Y, pase lo que pase, oiga lo que oiga, no suba. Escóndase y aguarde. Sabrá cuál es el momento adecuado para intervenir. Pero prométame que, bajo ningún concepto, subirá. ¿Lo ha comprendido?
Hermione asintió, si bien no estaba entendiendo nada de lo que le viejo le había dicho. A veces podía ser muy rebuscado y hablar para sí mismo. Su revelación la inquietaba de sobremanera. Haría todo lo que el mago le había indicado, pero seguía sin saber qué es lo que el viejo estaba omitiendo, pues Hermione tenía la sensación de que sabía algo más que no estaba compartiendo con ella.
La bruja se puso en pie, todavía aferrando el Nexus en su puño y se dirigió a la salida. A punto de salir, recordó que el profesor no había contestado a su pregunta y se giró, dispuesta a preguntar por la otra parte del Nexus, más el viejo había previsto su reacción y, con una sonrisa de oreja a oreja comentó:
-Joven, la otra parte ya sabe dónde está. En el fondo lo sabe. Buena suerte.
Sin más, la puerta se cerró en las narices de la castaña, que no atinó a descifrar lo que el viejo acababa de confesarle si bien sus palabras sonaban extrañas.
Parecía una despedida.
Unas fuertes pisadas y voces, provenientes del final del pasillo sacaron a Hermione de sus pensamientos. Se pegó todo lo que pudo contra la pared, maldiciendo no haberle pedido prestaba su capa de invisibilidad a Harry para su misión de aquella noche. Aguzó el oído y aguardó a que, quienes fueran los que se estuvieran acercando a la torre, estuvieran lo suficientemente cerca para distinguir lo que decían.
El corazón se le paró de súbito cuando pudo distinguir lo que estaba sucediendo. Cinco encapuchados se aproximaban, varita en mano. Entre ellos pudo distinguir la figura de Bellatrix Lestrange; los demás le eran desconocidos. Hablaban alto, reían.
-¡Orgullo de tía! ¡Eso es lo que siento en estos precisos instantes! ¡Mi querido sobrino está a punto de culminar la misión que nuestro Lord le encomendó!
Hermione ahogó un chillido y toda la piel de su cuerpo se erizó de miedo. El viejo tenía razón. Esa noche estaba sucediendo algo que implicaba a Malfoy. Y la presencia de esos cinco mortífagos dentro de Hogwarts no auguraban nada bueno.
Frenó el impulso de salir corriendo de su escondite y dar la voz de alarma, recordando las palabras que el profesor Dumbledore le había hecho prometer en su despacho.
"Y pase lo que pase, oiga lo que oiga, no suba. Escóndase y aguarde. Sabrá cuál es el momento adecuado para intervenir. Jure que, bajo ningún concepto, subirá. ¿Lo ha comprendido?"
Fueron las palabras lo que la mantuvieron fija, observando como los mortífagos ascendían las escaleras que conducían a la torre de astronomía, aguardando. A algo.
Pasados unos minutos Hermione escuchó de nuevo unas pisadas y se preparó. Algo le decía que su momento de intervenir estaba cerca.
Con el corazón latiendo a mil por hora, Hermione afirmó fuertemente su varita con su mano derecha, mientras que con la izquierda palpaba la cadena de cobre bajo su jersey. Había decidido que ese era el lugar más seguro para llevarlo hasta que pudiera entregárselo a su destinatario.
Los pasos se oían cada vez más cerca. Quien quiera que estuviera bajando por las escaleras, estaba huyendo.
A Hermione no le sorprendió ver bajar por ella a Draco Malfoy o, a menos, su cuerpo. En los rápidos segundos que transcurrieron entre que pudo distinguirlo y los que tardó en llegar al final de la escalera, Hermione pudo apreciar que el chico se encontraba muy alterado. Su pelo, normalmente impolutamente peinado hacia atrás, estaba despeinado hacia todas las direcciones posibles, como si hubiera tirado del mismo de pura desesperación. Algunos mechones le caían sobre sus ojos, si bien no eran suficientes para ocultar la mirada de pavor del rubio. Sus ojos, normalmente fríos e inquebrantables como el acero, mostraban una expresión que jamás Hermione había visto en el Slytherin: terror, arrepentimiento, angustia.
La bruja no tenía ni idea de lo que había ocurrido en la Torre de Astronomía y la sola idea de que Malfoy estuviera con cinco mortífagos le aterraba pero, haciendo acopio de todo el valor que pudo reunir en una fracción de segundo, Hermione salió de su escondite y, con una fuerza inusual en ella atrapó de la muñeca al rubio, que se había detenido al final de la escalera, tomando aliento y mirando nerviosamente a todas partes: buscando una salida
-¿Qué coño crees que haces Granger?-le espetó soltándose de su agarre y mirando sobre su hombro, nervioso.-No deberías estar aquí ¡joder! ¡Lárgate! ¡Corre antes de que sea demasiado tarde!
¿Estaba tratando de ayudarle? La voz del rubio sonaba casi a súplica, más Hermione tenía una misión que cumplir. Miró rápidamente a su alrededor y vio una puerta a la izquierda de donde se encontraban ambos. Tomó de nuevo al muchacho, ignorando los insultos que éste le profería y lo empujó al interior de la sala una vez hubo abierto la puerta.
-Malfoy, no tengo tiempo-Hermione agudizó el oído y pudo distinguir como volvía a formarse revuelto en la planta superior.-Vengo de parte de Dumbledore.-Draco soltó un respingo al oír su nombre y su rostro se ensombreció- Vengo a decirte que no es demasiado tarde, todavía puedes unirte a nosotros.
Draco rió. ¿Qué cojones estaba diciéndole la asquerosa sangresucia? ¿Acaso el viejo se había preocupado por él en algún momento? ¿Y por qué era ella, precisamente la mensajera del viejo? ¿Era una trampa?
Cualquiera de las respuestas daba igual. Ya era demasiado tarde. El viejo estaba muerto.
-Hablo en serio Malfoy-le espetó la muchacha viendo que no obtenía respuesta.-Sea lo que sea que esté pasando, he venido a ayudarte. Por favor, escúchame
Draco apartó la mirada de la Gryffindor. No era capaz de mirarle a los ojos. No después de lo que había pasado. Por su culpa. Por su jodida cobardía. Ahora no tenía escapatoria y cualquier opción sólo tenía un resultado: ellos viniendo a por él.
-No digas estupideces Granger, yo ya estoy condenado. Doy asco. No merezco tu ayuda, ni la de nadie. Sólo tengo una opción, y es acudir a su lado. Escuchar su llamada-confesó amargamente. Esas palabras pillaron desprevenida a Hermione, que había guardado la esperanza de hacer entrar en razón al rubio.
Los ruidos se hicieron cada vez más fuertes y ahora pudieron distinguir pasos descendiendo por las escaleras. Viendo que se quedaba sin tiempo para tratar de convencerle, Hermione agarró por la solapa de la túnica a Malfoy y sacó la cadena del cuello. Sin perder la vista del rubio que la miraba como si estuviera loca, colocó la cadena alrededor de su cuello y se aproximó a la puerta, con la intención de abandonar la sala antes de ser vista.
Pero ya era demasiado tarde. Las voces al otro lado eran cada vez más claras. No tenía escapatoria.
De un movimiento brusco Draco la agarró por los hombros y la apretó contra la pared. Con un movimiento rápido, sin perder de vista la puerta, murmuró un hechizo que Hermione no pudo distinguir y rápidamente se vio cubierta por un frío manto que, de seguro, la habría hecho invisible.
La puerta se abrió bruscamente y por ella apareció la figura del Profesor Snape, seguida de Bellatrix Lestrange y los otros mosrtífagos que habían acompañado a la bruja esa noche.
-Vaya vaya Draquito ¿qué hacías aquí? ¿Esconderte como un niño?-se burló Bellatrix. Hermione ahogó un grito. Tenía miedo, pero no por ella, sino por Malfoy.-¿Acaso pretendías huir?- le espetó mientras de un puntapié hacía girar del todo la puerta. Malfoy la observaba, impasible. Todo el miedo y la angustia que minutos antes reflejaba su rostro, se había evaporado. Como si no hubiera pasado nada, como si ella no estuviera ahí, oculta de los mortífagos, a escasos centímetros de ellos.
-Deja al muchacho en paz Bellatrix, mi lord ya se encargará de castigar su torpeza. Vamos, debemos irnos antes de que el castillo despierte-dijo Snape, saliendo en defensa del rubio.-Acompáñame Draco.
-¡Oh ya lo creo Draco!-chilló desquiciada la bruja.-Esta noche, yo misma me encargaré de que sufras.
Riendo se alejó de la puerta y dio la espalda al rubio.
El joven mago asintió y avanzó unos pasos antes de abandonar la sala. Sin que nadie más que Hermione pudiera percibirlo, con un movimiento suave de varita, deshizo la protección de la castaña y le lanzó una mirada de advertencia.
No me sigas Granger. No intentes nada. O morirás.
Sin atreverse a desafiar la mirada de Malfoy y su suerte, la castaña se quedó en el sitio. Petrificada aún por el horror de la situación que acababa de experimentar. Y Hermione tuvo miedo, no por Voldemort ni por la guerra, sino por Draco Malfoy.
Además, había fallado a Dumbledore en la misión que tan confiadamente le había encargado.
Bueno, al menos no todo estaba perdido. Antes de que el grupo de magos tenebrosos se desapareciera del castillo, Hermione pudo divisar un brillo en el cuello de Draco Malfoy.
Al menos, había sido capaz de entregarle el Nexus.
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Hermione se despertó de golpe, asustada y empapada en sudor. A tientas buscó su varita en la mesilla de noche junto a su cama e invocó las luces de la cabaña que, desde hacía dos años, era su habitación, y hogar.
Respiró hondo durante unos minutos, intentando que su corazón volviera a latir con normalidad, más sabía que cada vez que tenía esa pesadilla, por mucho que su corazón disminuyera la velocidad, la sensación de agobio y angustia perduraría durante todo el día
Y durante los últimos siete años, el sueño siempre volvía.
Una y otra vez.
Aunque en realidad no era un sueño.
Sino un recuerdo.
El recuerdo de la noche en la que había sido asesinado Albus Dumbledore en la torre de Astronomía.
La noche en la que ella no había podido salvarle.
La noche en la que había fracasado.
La noche en la que Draco Malfoy había fallado.
Merlín sabía si estaba vivo.
Se dirigió al cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha y mientras esperaba a que el agua saliera lo suficientemente caliente para ella, comenzó a desvestirse con calma y a doblar cuidadosamente su pijama y dejarlo sobre el mueble del baño. Hermione se acercó y apoyó los brazos en él, todavía alterada por la pesadilla. Levantó la vista hacia el espejo y se observó así misma. Apenas se reconocía, sobre todo en los últimos meses. Había perdido peso y unas profundas ojeras se marcaban bajo sus ojos. A medida que el calor del agua inundaba el cuarto de baño, la bruja continuaba mirándose en el espejo y, mientras éste iba empañándose, giró sobre sí misma para reflejar la parte de atrás de su cuerpo. Desde la nuca, siguiendo sus omoplatos, vértebras y hasta el final de su espalda, toda ella estaba marcada por numerosos tatuajes. Todos y cada uno de ellos representaban sus vivencias en la guerra.
Cada batalla perdida.
Cada fracaso.
Amigos fallecidos.
Lentamente y en la medida en la que el vapor le permitía verlos, los fue contando uno a uno, repitiendo, como un mantra, el motivo por el cual cada uno de ellos había sido marcado en su piel.
Un Hipógrifo. Por Sirius.
Un Dragón. Por Charlie.
Fuegos Artificiales. Por Fred.
La espada de Gryffindor. Por la batalla del Valle de Godric.
Un Águila. Por todos los Ravenclaw caídos.
Un Tejón. Por todos los Huffelpuff caídos.
Un león. Por todos los Gryffindor caídos.
Un lobo. Por Remus Lupin.
Australia. Donde ahora vivían sus padres (que no recordaban que tuvieran una hija).
…
Y finalmente el más grande. Ocupaba el espacio entre sus dos omoplatos y estaba compuesto por una galaxia, con sus planetas, constelaciones y estrellas.
Representaba aquella noche.
En la Torre de Astronomía.
Contempló este último con sus dedos por el mismo, respirando lentamente.
Una vez duchada y arreglada, Hermione abandonó su cabaña y se dirigió hacia el pabellón norte para desayunar.
Las palabras de Draco Malfoy resonaron en su cabeza, como cada vez que soñaba con aquella noche.
"No digas estupideces Granger, yo ya estoy condenado. Doy asco. No merezco tu ayuda, ni la de nadie. Sólo tengo una opción, y es acudir a su lado. Escuchar su llamada"
Las palabras del rubio, inexplicablemente, se habían grabado en su memoria. Aún podía sentir su voz ronca y la seguridad con que las dijo, aceptando lo que le venía después. Su deber. Su destino.
Apartó la vista de su imagen en el espejo y se metió en la ducha, dejando que el agua empapara su cuerpo lentamente, con la esperanza de que la misma se llevara por el desagüe sus recuerdos.
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Con la misma sensación que le oprimía el pecho desde que se había levantado sobresaltada a causa de la pesadilla, Hermione partió de su cabaña, dispuesta a comenzar un nuevo día. Otro día más
O menos.
Con decisión se dirigió hacia el comedor, tomando uno de los senderos principales. A medida que avanzaba, Hermione se iba cruzando con caras amigas y desconocidos, que la saludaban al pasar.
-¡Buenos días señorita Granger!
-¡Jefa!
-¡Hey Hermione!
Hermione siempre asentía, devolviendo el saludo.
La Orden del Fénix había desplegado a lo largo del país diversos puntos de encuentro para sus miembros. La Base Fawkes, era una de las más importantes. No sólo contaba con uno de los mejores centros de entrenamiento de aurores y guardias de la congregación, sino que además era uno de los puntos neurálgicos para el despliegue de todas las iniciativas estratégicas de la guerra. Contaba además con una enfermería bien equipada, algo necesario y escaso en tiempos de guerra; cabañas para el alojamiento de los miembros de la Orden, un par de pabellones de refugiados y un centro de detenciones, donde permanecían los mortífagos apresados durante algunos días antes de ser trasladados para su juicio e, inevitable, confinamiento en prisión.
Hermione llevaba en esa base casi dos años y trabajaba cada día a destajo para sacarla adelante.
-Granger, esta será su nueva localización -el auror encargado de recibirla hizo un amplio gesto con el brazo, mostrando la inmensidad de la superficie donde se situaba la base que, en aquella època, tan sólo contaba con un pabellón de entrenamiento, comedor y un puñado de cabañas.- El funcionamiento es sencillo, lo pillarás rápido.
Mientras el hombre le explicaba, avanzaban por el basto terreno en el que habían localizado la Base Fawkes, en las altas montañas de Escocia, y le señalaba dónde estaban cada uno de los servicios y quién era el encargado de qué.
-Y esta es su cabaña Granger-señaló a una vieja cabaña de madera junto a un gran lago.- Por hoy, dejaremos que se instale cómodamente y mañana mismo empezará con sus tareas. La esperamos para el desayuno a las cinco en punto, no se retrase. Que descanse.
Con una inclinación de cabeza el mago se despidió dejándola sola. Hermione entró en el que sería su nuevo hogar. Con cuidado depositó su baúl al pie de la cama y contempló la estancia. No era muy grande pero tenía un tamaño aceptable. Estaba sencillamente amueblada con una pequeña cama, una mesilla de noche, una mesa y dos sillas. Contaba con un cuarto de baño y un acceso trasero directo al lago. Era modesta, pero suficiente. No se podía pedir nada más en tiempos de guerra y que la hubieran destinado allí, en su estado, era toda una suerte.
Porque Hermione Granger, que durante cinco años había luchado en las batallas más sangrientas en la guerra contra Lord voldemort, ya no podía pelear más. No al menos en el sentido literal de la palabra.
No podía continuar acudiendo al campo de batalla y ver de nuevo tanta muerte.
Y perder a tantos conocidos y seres queridos.
Simplemente su mente había dicho basta.
Ocurrió durante una batalla en una pequeña aldea al sur de país. Llevaban horas de misión y todos estaban exhaustos. Habían perdido varios compañeros y ya no les quedaban fuerzas para continuar resistiendo al ataque de los mortífagos. Hermione estaba agotada, tenía un fuerte corte en la frente, el brazo fracturado y numerosos rasguños y contusiones por todo el cuerpo; a duras penas lograba mantenerse en pie. Había perdido mucha sangre y estaba sola. Sabía que quedaba algún compañero vivo, podía escuchar los gritos en la cruzada de hechizos, pero no podía distinguir si estaban cerca o lejos.
Abatida, se dejó caer contra un muro y, durante unos instantes, cerró los ojos, exhalando aire profundamente. Tratando de reunir fuerzas para continuar. Pero no pudo. Algo en su cerebro hizo click y, como si una gran fuerza invisible le estuviera aprisionando el cuerpo y embotando sus sentidos, Hermione simplemente lo dejó estar.
No pudo volver a ponerse en pie.
No pudo contemplar una vez más el horror que se desataba a su alrededor.
No quiso verlo.
Se rindió.
Ya estaba harta.
Y así fue como la encontraron el resto de miembros de la Orden. Herida y consmida.
Incapaz de seguir luchando.
Eso había ocurrido hacía cuatro meses y ahora estaba allí. No había vuelto a pisar el campo de batalla y ahora sus esfuerzos en la guerra se centraban en el plano más estratégico. Había quedado relegada de sus funciones como aurora en activo y destinado a una de las nuevas bases de la Orden, para echar una mano con la organización. Para alejarse de la acción
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Hermione llegó al comedor y directamente se sirvió una gran taza de café. Se sentó, como de costumbre, en la mesa de dirección y mientras comentaba con su segundo al mando las tareas pendientes de ese día, dejó que las preocupaciones reales de la guerra la apartaran de sus recuerdos, trasladando a un segundo plano el fantasma de la noche en la Torre de Astronomía.
Iba a ser un día duro, una nueva oleada de refugiados había llegado la noche anterior y había mucho trabajo por hacer.
Lo que Hermione no sabía es que ese día encontraría algo que había perdido hace mucho tiempo.
Algo que nunca estuvo segura de tener en sus manos.
Algo que llevaba buscando siete años.
Y que cambiaría el curso de la guerra.
Y de su vida.
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Agotada, se dejó caer sobre la cama en su cabaña. Estaba molida.
Había sido un día duro, como todos desde su llegada a la Base Fawkes.
Tal y como le habían informado durante el desayuno, esa noche habían llegado varios refugiados y debían evaluarlos. Un grupo de treinta personas en total.
Junto con la medimaga jefa, Esther McTreenton, había examinado a los recién llegados para determinar su estado y valía dentro de la orden. Hermione ya no podía pelear, pero no se había quedado de brazos cruzados. Había comenzado su formación en el campo de la sanación y, desde su llegada a la base, la evaluación de los recién llegados era parte de sus responsabilidades.
Del total del grupo, tan sólo dos personas presentaban lesiones y debían guardar reposo, lo cual era una suerte. Diez de ellas fueron trasladadas al pabellón de entrenamiento, pues reunían las condiciones para comenzar su adiestramiento de inmediato y unirse a las filas de la Orden como luchadores activos. Cinco de ellos eran menores, por lo que fueron trasladados al pabellón infantil. Dos al pabellón de pociones; era imprescindible mantener los almacenes bien provistos de pociones curativas y vigorizantes que mantuvieran al equipo sano y en buena forma. Ocho personas fueron trasladadas a comedor y mantenimiento. Las otras tres eran personas de avanzada edad, por lo que serían trasladadas a otra base donde pudieran ser de más ayuda que en Fawkes.
Una vez valorados los recién llegados, Hermione se acercó hasta los almacenes y, con la ayuda de Katie Bell, inventariaron todas las provisiones de comida y pociones, con el fin de asegurarse que no les faltaba de nada y reponer lo que fuera necesario.
Más tarde, hacia el medio día, se pasó por el Pabellón de Entrenamiento, para hacer un seguimiento de los programas de lucha y discutir con el primero al mando, Neville Longbottom, algunas cuestiones tácticas. Esa era la visita que menos agradaba a Hermione. Si bien los combates eran clave en la guerra, ver las simulaciones y ejercicios que allí se realizaban le traía un recuerdo amargo de sus días en activo que quería olvidar. Que no quería recordar.
Tras la visita, tomó un almuerzo rápido en el comedor y se dirigió a la enfermería de nuevo. Pasó toda la tarde atendiendo a los heridos y enfermos; aplicando ungüentos en heridas abiertas, administrando pociones para el dolor, pociones para dormir y conjurando hechizos sanadores.
Por desgracia, uno de los pacientes falleció esa misma tarde, a causa de un hechizo recibido en campo de batalla que le había dejado profundas secuelas físicas; el mago no pudo soportar el dolor y con un último suspiro les dejó.
Tratando de ocultar las lágrimas de sus ojos, Hermione había abandonado la enfermería en busca de aire fresco, incapaz de ver cómo el fallecido era trasladado antes de darle sepultura. Todos los viernes, se celebraba a las afueras de la base, una comitiva por todos los caídos durante la semana, por lo que la muerte era un hecho que siempre estaba presente para todos.
Hermione deseó que todo terminara ya de una vez, pues la realidad en la que llevaban viviendo desde hace siete años, cada vez se le hacía más insoportable y la carga en sus hombros demasiado pesada.
Y, en ocasiones como las de ese día, se veía superada por la situación y necesitaba de unos momentos a solas para respirar hondo antes de continuar. Se limpiaba las lágrimas y volvía a la carga.
Ya que no podía permitir que la vieran así.
Era la imagen de la Base.
La cara de la guerra.
De una ex heroína de guerra.
Amiga del elegido.
Cientos de personas confiaban en ella, en su cabeza fría y mente analítica para sacar adelante esa Bas, sanar a los heridos, reclutar y preparar nuevos aliados; en definitiva, ganar esa jodida guerra.
Con un último esfuerzo se deshizo de su ropa y se metió en la cama. Se quedó unos instantes con los ojos abiertos, mirando el techo, tratando de poner la mente en blanco antes de dormir. Pero ya sabía que eso no funcionaría, no cuando las pesadillas podrían volver a perseguirla durante la noche. No. Ese día no estaba dispuesta a dejar que el pasado la atormentara. Tomaría una de las pociones sin sueños que guardaba para situaciones de emergencia.. Necesitaba descansar sobre todas las cosas. Era una cuestión de salud.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se levantó y se acercó hasta su baúl. Estuvo rebuscando en el interior un buen rato hasta que dio con el frasquito que estaba buscando. Cuando lo tuvo en sus manos algo, en el fondo del baúl llamó su atención.
Un objeto que definitivamente no veía desde hacía tiempo y que pensaba ya no tenía,
Era su viejo giratiempo.
O al menos una parte de lo que había sido antes.
Tan sólo quedaba la cadena.
¿Cómo habría llegado hasta allí?
Hacía años que se había olvidado de ese objeto. Al finalizar su tercer año, lo guardó entre sus cosas, muy al fondo de su baúl y nunca más lo volvió a utilizar. No es que hubiera pensado mil veces en volver atrás en el tiempo y cambiar algunas cosas.
Pero eso era imposible.
Era inmoral.
Estaba mal.
Hermione tomó la cadena y la observó detenidamente.
De pronto, una certeza cayó sobre ella como un jarro de agua fría y las palabras del viejo profesor resonaron en su cabeza.
Joven, la otra parte ya sabe dónde está. En el fondo lo sabe. Buena suerte.
El corazón se le paró en seco, para comenzar a bombear a toda prisa.
La otra parte del Nexus.
Había estado con ella todo ese tiempo y no había sido capaz de identificarlo.
O la pieza mágica no había querido ser encontrada antes.
Podía ser.
Hermione tomó el Nexus entre sus manos y lo observó durante unos minutos. Estaba tal y como recordaba, a excepción del giratiempos claro.
No lo pensó aquella noche, a pesar de las insinuaciones de Dumbledore; a pesar de haber llevado consigo misma un objeto idéntico durante toda una tarde antes de habérselo entregado a Malfoy.
De pronto, como si el Nexus hubiera reconocido su tacto, empezó a emitir un calor que abrasó las manos de la bruja. En un acto reflejo, Hermione abrió su mano y lo dejó caer al suelo. Acto seguido, la cadena comenzó a emitir una fuerte luz blanca.
Como si algo, en su interior, estuviera abriéndose paso, adquiriendo fuerza, naciendo.
Ocultando el resplandor con su mano, Hermione se agachó para observar el objeto más de cerca, sin comprender qué demonios podía estar pasando.
Justo, en ese preciso instante, la puerta de su habitación se abrió de golpe.
Neville apareció en ella. Estaba muy agitado.
-¡Hermione tienes que venir corriendo!
La bruja se puso en pie. El Nexus había dejado de brillar. Se acercó hasta la puerta y miró a su amigo sin comprender.
-¡Deprisa!-insistió el mago.- Debes venir a la enfermería. Está aquí. Pregunta por ti.
Neville tiró rápidamente de su manga y la arrastró fuera de la cabaña, sin darle ninguna explicación y corriendo como un demente por todo el campamento. Hermione lo siguió, tratando de igualar el ritmo del mago, que ya le sacaba algunos metros de distancia.
Al cabo de unos segundos, Hermione se detuvo, apoyando su cuerpo en un árbol, intentando recobrar el aliento.
-Espera un segundo Neville.-exhaló al ver que su amigo se giraba para alentarla a continuar.- Me vas a matar, deja que descanse un momento- Hermione se sostenía el pecho y trataba de respirar.- Por favor, dime qué demonios está pasando, ¿a qué viene tanta prisa? ¿Qué no puede esperar a mañana?
Neville, nervioso deshizo los metros que les separaban caminando y se situó frente a ella. Hermione enarcó una ceja, esperando su respuesta.
-Malfoy. Está aquí-soltó mientras la miraba fijamente, mortalmente serio.
Hermione abrió los ojos y una sensación que en ese momento no supo describir inundó su pecho
Malfoy.
Estaba vivo.
