Disclaimer: Ya me gustaría que el universo de Harry Potter hubiera salido de mi cabeza, pero no fue así.
El Potterverso y sus maravillosos personajes pertenecen a J.K. Rowling y lo único que busco con este fanfic es pasar un rato divertido.
Capítulo I.
La Selección de Violet.
Violet Potter avanzaba lentamente a lo largo de los estrechos pasillos del tren, mirando al interior de los compartimentos en busca de su hermano mayor. Intentaba que su expresión, para aquellos que la viesen desde dentro, fuese lo más indiferente posible. Lo último que la niña quería es que alguien notara que estaba nerviosa. En el andén, mientras se despedía de su padre, había fingido que todo aquello no la alteraba en absoluto. A fin y al cabo, se había dicho, no es que fuese a dejar de ver a su familia en algún momento. Jack iba a empezar tercero, y su madre era la profesora de Pociones desde hacía un par de años. James era el único que quedaba fuera del Colegio, pero se iba a trasladar a Hogsmeade para estar más cerca. ¡Pero si hasta su padrino estaría en Hogwarts!
Y, sin embargo, Violet tenía el estómago revuelto y hecho un nudo, como si se hubiera comido alguna de las Pastillas Vomitivas de Fred y George. Cruzó hasta el siguiente vagón, que ya empezaba a abarrotarse de estudiantes charlatanes y emocionados.
El primer compartimiento estaba ocupado por algunos alumnos de sexto, todos de Gryffindor. Violet los reconoció en el acto. La única chica, una adolescente de melena aleonada, se llamaba Hermione Granger y, aunque Violet apenas había hablado con ella, tenía la impresión de que era esa clase de estudiantes que siempre tenía una respuesta para todo. A su lado estaba Ron Weasley, todo pecas y cabello naranja. Sus ojos azules recorrían el surtido de dulces que había desplegado sobre la mesita extensible. Violet intentó no sonrojarse, pero no tuvo mucho éxito. El otro chico, el que ocupaba el asiento de enfrente, era Neville Longbottom. Estaba sumido en la lectura de El Profeta. Tenía el ceño fruncido, como si no le gustase lo que estaba leyendo. Neville tenía el rostro redondo y el cabello claro, y unas facciones suaves y amigables. A Violet siempre le había caído bien Neville. Lo conocía desde que tenía uso de razón, y siempre le había parecido un chico afable y algo despistado. Le costaba pensar en él como El Elegido, por mucho que a la gente le gustase recalcarlo.
De pronto, el tren dio un ruidoso y prolongado pitido, y la voz del maquinista llamó para que las puertas cerrasen. Violet abrió la puerta del compartimiento y, saludando brevemente a los ocupantes, se encaramó a la ventana. Afuera, el andén estaba abarrotado, pero examinó a la multitud de todos modos. Encontró primero a los Weasleys; imposible no distinguir las cabezas pelirrojas de los padres y los hermanos de Ron y Ginny. Fred la vio primero, y le dio un codazo a George para que mirase. Ambos agitaron sus manos exageradamente hacia ella, y Violet les devolvió el saludo. Junto a ellos estaba su padre, quien parecía buscar con la mirada algún rostro conocido. Cuando se fijó en ella su cara se iluminó. Violet tampoco pudo evitar dibujar una sonrisa enorme. Luego su padre dejó de mirarla para fijarse en otro punto más alejado en el tren, y la niña supuso que había visto a su madre o a su hermano.
Entonces el tren comenzó a moverse, y su padre quedó atrás hasta convertirse en un puntito en la distancia.
—Si doblas tanto el cuello, te lo partirás —se burló la voz de Jack a su espalda.
Violet fue consciente en ese momento de seguía asomada a la ventana. Con las mejillas tan roja como el pelo de Ron, metió todo el cuerpo en el compartimiento y ocupó un sitio vacío junto a Neville. Jack entró acompañado de Ginny, la hermana pequeña de los Weasley, y se sentó frente a Violet.
—Sin los gemelos, supongo que este año se te ha acabado tu fuente de inspiración para bromas, ¿no, Jack? —había cierto tono rencoroso en la pregunta de Hermione, Violet lo notó. Pero no pudo culparla. Su hermano tenía la discutible fama de ser un verdadero bromista, un digno pupilo de los gemelos Weasley. A Jack le encantaba oír que había heredado la mente traviesa de su padre, aunque no siempre se lo dijesen como un halago.
—Oh, ya creo que no —repuso el recién estrenado adolescente con una sonrisa pícara. —Nos hemos pasado el verano planeando… cosas.
Hermione puso los ojos en blanco, pero Ginny soltó una carcajada.
—Ya podríais haberme dejado participar —le reprochó Ron con la boca llena de varitas de regaliz. —La última vez que lo comprobé, yo era su hermano pequeño.
Jack se encogió de hombros.
—¿Y tú qué, Violet, estás nerviosa? —Ginny desvió el rumbo de la conversación, y entonces todos los ojos se fijaron en ella.
—Bueno… —Violet tragó saliva e intento no entrar en pánico.
—¿Y por qué iba a estarlo? —interrumpió Jack. —Ni que no fuese obvio que el Sombrero la va a poner en Gryffindor.
—Bueno, es lo suficientemente inteligente como para ser una Ravenclaw —repuso Neville, hablando por primera vez desde que Violet había entrado.
—Yo también lo creo —asintió Hermione, se dirigió a ella: —tienes muchos conocimientos en Pociones, y también en Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Te recuerdo que nuestra madre y su padrino imparten esas materias —dijo Jack. —De todos modos, mírate a ti, eres una sabelotodo y estás en Gryffindor. Y nuestra madre era también la alumna más brillante de su curso, y también en Gryffindor. Violet es una Potter, y los Potter son leones. Y no se hable más.
Violet sintió un ramalazo de cariño hacia su hermano. Jack le guiñó un ojo y luego se puso a hablar de quidditch con Ron, Ginny y Neville. Hermione se sumergió en la lectura de uno de sus nuevos libros de texto, y a Violet no le quedó otra que apoyar la cabeza contra el cristal y mirar como el paisaje se desvanecía con la velocidad de la locomotora.
Para cuando llegaron a la estación, había oscurecido por completo, y habían comido tantos dulces que Violet dudaba que fuese capaz de probar bocado del banquete de bienvenida.
—¡Los de primer año! ¡Primer año por aquí!
Al salir al andén, la enorme e imponente figura de Hagrid llamaba a los nuevos alumnos con un faro en lo alto. Violet sintió de nuevo como una mano invisible le retorcía el estómago hasta provocarle náuseas.
—Nos vemos luego, hermanita —se despidió Jack, y antes de pudiese responderle, ya había desaparecido entre los estudiantes que se apeaban. Tampoco vio a los otros. Sin darse cuenta, se había quedado sola. Entonces distinguió a lo lejos a su madre, y a su lado, a tío Remus. Estuvo tentada de llamarlos, pero su hermano ya le había advertido de los peligros que conllevaba mostrarse excesivamente cariñosa con ellos cuando había otros alumnos cerca, así que se contuvo.
Al final optó por acercarse a Hagrid, que ya empezaba a verse rodeado por un grupito de niños nerviosos y temblorosos.
—¡Pequeña Potter! ¿Qué tal todo? —la saludó el guardabosque.
—Genial, Hagrid.
—¡Estupendo! ¡Venga todo el mundo, por aquí! ¡Vamos, primer año! ¡No os quedéis atrás!
Los condujo por un camino estrecho y rocoso hasta un embarcadero oculto en la piedra, donde varios botes flotaban a la espera de ser ocupados. Violet tomó la iniciativa y se subió al primero, algo más tranquila. Había hecho aquel recorrido apenas un mes antes, con su madre. Ella le había enseñado que camino tomaría la primera vez que entrase en Hogwarts. Violet sabía que los botes navegarían mágicamente hasta las entrañas del Castillo, y allí la profesora McGonagall los estaría esperando para conducirlos hasta el Gran Comedor, donde tendría lugar la Selección.
Botes. McGonagall. Selección.
Violet conocía al dedillo los pasos.
Aun así, disfrutó el viaje como cualquier otro de sus compañeros, porque ni en las mejores descripciones de su madre podría haberse imaginado aquello. Jack ya le había asegurado que el primer camino a Hogwarts era el mejor de todos, y no le faltaba razón. La pequeña flotaba se deslizó por el lago, cuyas aguas negras apenas sí se inmutaron. Reinaba un silencio expectante, que se transformó un largo murmullo de impresión cuando el gran castillo apareció ante ellos, elevándose sobre sus cabezas mientras se acercaban al risco donde se erigía.
Entonces los botes cruzaron una cortina de hiedra, y llegaron a un túnel oscuro donde tuvieron que bajarse y trepar por entre la roca y los guijarros, hasta llegar, por fin, a un césped suave y húmedo a la sombra del Castillo.
Al final de unas escaleras de piedra, las grandes puertas de roble se abrieron y la profesora McGonagall apareció para recibirlos. Violet la había visto en un montón de ocasiones, porque era miembro de la Orden, al igual que sus padres y sus tíos, y los padres de Ron. Tenía un rostro severo, y, sin embargo, la niña sabía que normalmente era una persona justa y comprensiva.
Dio la bienvenida a los nuevos estudiantes, y luego les explicó el sistema de Casa que regía en Hogwarts; Violet ya se lo sabía así que apenas prestó atención. Para cuando quiso darse cuenta, caminaba entre los otros hasta el Gran Comedor. Las puertas se abrieron, y la luz los envolvió. Tal y como Jack le había contado infinidad de veces, el techo estaba encantado para parecer el cielo nocturno, y centenares de velas flotaban en él.
El grupito de alumnos de primero avanzó hasta detenerse frente a la mesa de los profesores. A su alrededor, los otros niños murmuraban maravillados todo cuanto veían. Violet intentaba que no se le notase el nerviosismo, porque sabía que Jack y sus amigos la estaban observando desde la mesa de Gryffindor. No quería mirar en aquella dirección, pero podría haber jurado que su hermano la observaba con una sonrisa ladeada.
Y también estaba su madre.
Allí sentada con los adultos. Destacaba su cabello rojo, intenso, recogido en una cola baja que descansaba sobre un hombro. El rostro afable, maternal. Era la única profesora con hijos en edad escolar, y eso daba cierta calma a los alumnos más pequeños que todavía no estaban acostumbrados a pasar tanto tiempo fuera de casa. Violet se permitió mirarla a los ojos momentáneamente, y la descubrió sonriéndole con disimulo. Cualquiera que en ese momento hubiese visto a Lily Potter, habría pensado que simplemente disfrutaba del ambiente de excitación y nervios que reinaba en el Gran Comedor, pero Violet sabía que aquella leve inclinación en la comisura de su boca era para ella.
Al lado de su madre estaba su padrino, con su aspecto desaliñado de siempre. Él sí que no se molestó en disimular una sonrisa, amplia y contagiosa. Le guiñó un ojo, y Violet le respondió con el mismo gesto.
Entonces Dumbledore se puso de pie y se hizo el silencio.
Violet lo conocía desde que podía recordar. Era normal verlo por el número 12 de Grimmauld Place, y en alguna que otra ocasión había comido pastelitos de limón en el salón de su propia casa. Dumbledore era, a su parecer, un anciano sobrehumano. Una suerte de súper mago capaz de todo. Quizás fuese por la larga barba plateada, o por aquellos inteligentes ojos azules tras unas gafas de media luna. Sus túnicas de seda y terciopelo con bordados estelares también contribuían a reforzar su concepción. Dumbledore tenía conocimientos de cualquier materia, y la paciencia suficiente para explicárselos a una niña como ella.
—A los nuevos os digo bienvenidos, y a los que no lo sois, bienvenidos de nuevo —hubo risas y algún murmullo incómodo, pero Dumbledore no se inmutó. —Otro curso escolar más nos encontramos aquí, entre estas cuatro paredes que se han convertido no solo en un lugar de aprendizaje, sino en un refugio para todas vuestras jóvenes mentes. Muchos ya sabéis que vivimos una época oscura para la magia, otros lo iréis descubriendo a lo largo del año —Violet giró el cuello para buscar sus amigos. Jack y Ron estaban encorvados sobre lo que parecían cromos de ranas de chocolate, y Hermione les lanzaba miradas de reproche a la par que intentaba escuchar atentamente al anciano director. Ginny y Neville también se habían sentado juntos, y aunque miraban a la mesa de los profesores, no parecían excesivamente interesados.
El discurso fue solemne, pero con varios toques de humor que suavizaron un poco el mensaje. Jack ya le había prevenido que Dumbledore tenía por costumbre comenzar el curso recordándoles lo importante que era mantener la esperanza y estar unidos. Y así lo hizo.
Y por fin llegó el deseado momento de la Selección. Cuando la profesora McGonagall colocó al Sombrero sobre el banco a la vista de todos, los de primer año se movieron inquietos. Entonces, de una hendidura en la tela, se dibujó lo parecía una boca que comenzó a cantar:
Oh, Hogwarts, oh Hogwarts
Viejo castillo de piedra.
Oh, Hogwarts, oh, Hogwarts
Viejo refugio de piedra.
Hace más de mil años que el valiente Gryffindor
me levantó de su cabeza y me encomendó la misión
de leer jóvenes mentes cuando más inocentes son.
Y así la inteligente Ravenclaw me dio de su sabiduría
para que pudiera averiguar lo que en sus cabezas se cocía.
Y la perseverante Hufflepuff me dio de su tenacidad
para que pudiera saber lo que estaban dispuestos a demostrar.
Y el ambicioso Slytherin me dio de su astucia
para que leyese lo que en su interior querían.
Ha pasado mucho tiempo desde mi concepción,
y durante todos estos años he visto que el corazón
es capaz de albergar misterios y secretos más allá
de lo que un polvoriento sombrero remendado,
desgastado,
viejo y muy usado,
es capaz de predecir, es capaz de adivinar.
Por eso os digo, escuchad atentos, que la Selección
no es el verdadero momento
en el que tendrías que demostrar
vuestro auténtico talento.
El nerviosismo de Violet se convirtió entonces en terror. ¿Y si resultaba que no era tan buena cómo todo el mundo esperaba? A fin de cuentas, sus padres eran Lily y James, el famoso matrimonio Potter que a pesar de las adversidades había seguido combatiendo a mortífagos y manteniendo a raya la Magia Oscura. ¡Pero si cualquier hijo de mago sabía que James Potter era el Jefe del Departamento de Aurores! Siempre salía en los periódicos. Y su madre no se quedaba atrás. Había dejado el trabajo de auror con el nacimiento de Jack, pero su fama no la abandonaba. Y también estaba la Orden del Fénix, que a pesar de ser una organización secreta, había conseguido más en la lucha contra Voldemort que el Ministerio.
Además, Jack había cumplido con todas las expectativas. Oh, sí, el chico Potter que había nacido dos años después de la tragedia. Jack, con sus bromas y su buen humor, y esa forma tan sorprendente que tenía al final de sacar siempre buenas notas. La mezcla perfecta de sus padres.
Por eso Violet estaba asustada. ¿Y si el Sombrero no la consideraba lo suficientemente buena como para ser de Gryffindor? Ravenclaw no parecía tan mala opción, al menos sus padres podrían decir que era una chica inteligente. Tonks era de Hufflepuff, así que lo único que tendrían que hacer para que ni Jack ni tío Sirius le tomasen demasiado el pelo, sería pasar más tiempo con ella. Pero, ¿y qué pasaría con Slytherin? ¿Qué pensaría el mundo si la hija de James y Lily acababa en Slytherin?
—¡McBrien, Albert! —ni siquiera se había percatado de que la profesora había comenzado a llamarlos por orden de lista, y la iba por la "m", lo que significa que…
—¡Potter, Violet!
Se sobresaltó, clavó la mirada en la profesora McGonagall, como si la acabase de ver por primera vez. La mujer frunció levemente el ceño, como si no le gustara que la hicieran esperar. Recordó, de forma absurda, que durante una época la llamaba tía Minnie. Pero entonces era muy pequeña, y aquella mujer pasaba tanto tiempo en el cuartel de la Orden como tío Sirius y tío Remus.
Violet avanzó hasta sentarse en el taburete, y el Sombrero le tapó los ojos justo cuando alcanzó a ver a Jack haciéndole un gesto con el pulgar desde la mesa de Gryffindor.
—Mmm… ya veo —dijo una voz en su cabeza, grave y rasposa. —La primera Potter en muchas generaciones; interesante.
Violet se mantuvo rígida, deseando que aquello terminase de una vez.
—Veo muchas cosas, pequeña, grandes cosas. Interesante —continuó la voz. –Pero sí, no hay duda… —Violet tragó saliva y le dolió la garganta. —¡GRYFFINDOR!
Gryffindor.
La sensación de pesadez del estómago se evaporó, y de pronto fue consciente de todo cuanto la rodeaba. La profesora McGonagall le quitó el Sombrero, y antes de correr a su mesa, miró a la de los profesores para ver a su madre y a tío Remus aplaudiendo efusivamente.
—Bien hecho, enana —la felicitó Jack en cuanto se hubo sentado a su lado.
—¿Tenías alguna duda? —bromeó Violet.
Tras el último chico, Dumbledore dio paso al banquete. Si Violet había pensado en algún momento de la noche que los dulces del tren la habían saciado, se le olvidó nada más tener por delante todos aquellos manjares.
Cuando llegó la hora de marchar a las Salas Comunes, los alumnos de primero de Gryffindor se reunieron en torno a Seamus Finnegan y Lavender Brown, los prefectos, pero Violet se hizo la loca para poder ir con Jack.
—Los de primero tienen que ir con los de primero, ¿tan pronto y ya desobedeciendo normas, Pequeña Potter? —le regañó cariñosamente tío Remus, acercándose al grupito cuando el Gran Comedor ya estuvo un poco más vacío.
—Oh, venga, Lunát… profesor Lupin —repuso Jack. —Si yo tuviese un hermano como yo, querría estar conmigo todo el tiempo.
—Idiota —masculló Violet entre dientes. —¿Dónde ha ido mi madre?
— Ha ido a deshacer la maleta, mañana por la mañana os verá —explicó Remus escuetamente. —Y ahora idos vosotros a hacer lo mismo, no quiero ser yo quien os tenga que quitar puntos por estar fuera de la cama a estas horas.
Violet, Jack, Ron, Ginny, Hermione y Neville se despidieron del profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras y pusieron rumbo hacía la Sala Común. Violet intentó memorizar el recorrido, pero le pareció tan caótico que decidió que intentaría ir siempre acompañada, al menos los primeros días.
En su dormitorio, sus compañeras ya se habían acostado, así que Violet se desvistió intentando no hacer mucho ruido y se metió en la cama. Estaba quedándose dormida cuando de pronto recordó que no le había escrito a su padre para contarle su Selección. Bueno, seguro que su madre se lo diría primero.
