MELANCOLÍA

I: PRÓLOGO

Año 10 antes del Nacimiento de Athena

Rodorio, Grecia

Ya habían pasado cinco años desde que aquel hombre había perdido a su esposa en el parto, y habían nacido sus dos hijos gemelos. Saga, el mayor, siempre había sido su hijo más querido y su favorito, siempre considerándolo más querido sobre Kanon, a quien consciente e inconscientemente culpaba de la muerte de su esposa, a veces despreciándolo abiertamente.

-Papá, ¿porqué no quieres a Kanon?- le había preguntado una vez Saga.

-Porque Kanon mató a tu mamá- dijo el hombre, su mirada ensombreciéndose a la mención del gemelo menor- es la raíz de todo el mal y de todas las tristezas que hemos tenido en esta familia. Si Kanon no hubiera nacido…-

-Kanon es mi hermano gemelo, papá- dijo Saga firmemente- no me puedo imaginar que no exista-

El padre sonrió levemente, y le revolvió los cabellos. Evidentemente el pequeño no entendería la tristeza que llevaba varios años sintiendo. Kanon, quien había sido enviado a traer unas manzanas de la tienda, había regresado con su pesada carga en la espalda. El pequeño tropezó, y las manzanas cayeron al suelo, rodando por toda la casa.

-Eres un estúpido, Kanon- dijo su padre, tirándolo de un brazo para hacerlo levantarse, provocando que el niño dejara escapar un grito de dolor- ahora, levanta todo lo te tiraste. ¿Porqué no puedes ser como tu hermano?-

Kanon miró al aludido por un segundo con una expresión herida, y se volvió a recoger las manzanas del suelo. El hombre bufó, molesto, pero escuchó a alguien llamar a la puerta y fue a responder, dejando a los dos niños solos.

Una vez que se quedaron solos, Saga se inclinó y también se puso a recoger las manzanas. Captó la mirada de su hermano menor, y le sonrió.

-No te preocupes- le dijo Saga en un susurro- me ha pasado también…-

El gemelo menor miró tristemente el suelo cuando terminaron de recoger las frutas, así que Saga dejó la canasta en la mensa y se volvió a su hermano, abrazándolo. Kanon suspiró, parpadeando para no llorar, pero finalmente tomó consuelo en su hermano.

-Gracias, Saga- dijo Kanon, cabizbajo- yo… nuestro padre me odia, y…-

-Diga lo que diga papá, tú eres mi hermano- dijo el gemelo mayor, aún sin soltarlo- y te quiero-

Cuando se separaron, Kanon iba a decir algo, pero fueron interrumpidos por su padre, quien los llamaba desde la puerta de la casa. Tras mirarse entre ellos y suspirar, se apresuraron a acudir a donde se encontraba su padre.

En la puerta estaba un hombre alto, de cabellos muy largos, que usaba una túnica azul con líneas rojas, traía puestos varios ornamentos y un casco dorado en su mano, que venía seguido de un grupo de hombres armados. Cuando los dos chicos llegaron al recibidor, el hombre les dirigió una expresión sorprendida, como si no supiera que encontraría gemelos. La sorpresa le duró solo un par de segundos, porque después hizo una expresión de comprensión, y sonrió.

-Bueno, mucho gusto en conocerlos, niños… eh…- dijo el recién llegado- ¿me dicen sus nombres?-

-Oh, él es mi primogénito, Saga- dijo el hombre, señalando orgulloso al gemelo mayor- y este es Kanon- añadió sin muchas ganas.

-Y yo soy Shion de Aries, Patriarca del Santuario de Athena- dijo el recién llegado.

Los chicos se miraron entre sí. Habían escuchado hablar repetidamente del Santuario de Athena, pero nunca habían conocido a alguien que viniera de ahí. Y por supuesto, no se esperaban encontrarse al Patriarca en la puerta de su casa.

-Como le decía, señor- continuó Shion, alzando la mirada hacia el padre de los gemelos- un cosmo enorme me ha traído aquí. Y las estrellas me han dicho que sus dos hijos están destinados a ser grandes y poderosos guerreros en la orden de Athena-

El padre de los chicos lo invitó a pasar, y una vez que los cuatro se sentaron a la mesa, Shion comenzó a explicarles de qué se trataba el Santuario, sobre Athena, y sobre lo que se esperaba de sus hijos, si ellos decidían ir con él a entrenar al Santuario. Conforme escuchaban, Kanon sonreía y se emocionaba más, pero Saga comenzó a hacer puchero. Una de las condiciones era que siempre tendrían que vivir en el Santuario, y que no podrían volver a casa nunca. El gemelo mayor bajó la mirada. ¿No volver a ver a su padre? Eso no podía siquiera concebirlo. Claro, Kanon no lo extrañaría mucho que digamos, al contrario, pero él…

Una vez que ambos adultos se pusieron de acuerdo, el hombre dejó que sus dos hijos se fueran con Shion y su grupo de guardias hacia el Santuario de Athena, su nuevo hogar. Kanon ni siquiera se despidió de su padre: se fue alegremente tras el Patriarca. Saga, por su parte, no paró de llorar amargamente todo el camino hacia el Santuario, mientras que los guardias lo señalaban y se burlaban de él.

-Mira, ¿éste va a ser un nuevo santo de Athena? ¡Pobre de la tierra, si solo los niños llorones logran ser santos!- dijo uno.

-Es débil- dijo el otro, tronándose los nudillos- ya verá como le quitamos eso por las malas-

Saga llegó cabizbajo al Santuario, siguiendo a su hermano, quien parecía más que entusiasmado de salir por fin de su casa. Junto con ellos había otro niño, que parecía desconcertado de estar ahí. Era de su edad, más o menos, con cabellos castaños y ojos verdes, que venía de la ciudad de Atenas, y el Patriarca lo había llamado Aioros.

El menor de los dos gemelos se acercó a su hermano, y le dio un leve codazo amistoso.

-Pase lo que pase, somos hermanos, Saga- le dijo Kanon a su hermano en un tono suave y confiable. Saga, quien estaba lejos de su padre y en un lugar extraño para él, lleno de guardias hostiles, y con un duro entrenamiento por delante, se sentía mucho mejor de tener a su gemelo a su lado. Aunque eso no duraría por mucho tiempo.

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Año 8 antes del Nacimiento de Athena

Shion mandó llamar a los gemelos al ponerse el sol aquella tarde de verano. Los había observado atentamente mientras entrenaban esos dos años. Era una decisión casi imposible de hacer, pero sabía que ambos no podían seguir el entrenamiento: tenía que elegir a uno de ellos. Uno se quedaría, uno regresaría con su familia, o se quedaría como un simple guardia en el Santuario, pero no podría seguir su entrenamiento como santo de Athena. La rivalidad sería demasiada.

Ambos chicos se arrodillaron frente al Patriarca. Shion los observó. Con el tiempo, había aprendido a distinguir a los hermanos, a pesar de que eran casi idénticos. Saga tenía el cabello color azul oscuro, y vestía ropas de entrenamiento más o menos del mismo tono, con un protector para su hombro derecho. Kanon, por su parte, tenía los cabellos color azul claro, con ropas del mismo color, y no usaba protectores, solo vendas en sus muñecas y manos hasta cubrir sus nudillos. Al verlos, Shion sintió un poco de tristeza al saber lo que tenía que hacer.

-Gracias por venir, Saga, Kanon- dijo el Patriarca- como les dije previamente, tengo que elegir a uno de ustedes para seguir con el entrenamiento para ser santo de Géminis, y uno de ustedes tendrá que abandonar el entrenamiento. Yo sé que son hermanos- añadió, al ver las idénticas expresiones sorprendidas de los gemelos- pero tenemos que pensar en lo que es mejor para Athena y para la orden de los santos-

-Lo entendemos- dijo Saga, mientras Kanon asentía levemente.

Shion respiró hondo antes de hablar.

-Lo siento mucho, Kanon- dijo el Patriarca- es Saga quien seguirá el entrenamiento de santo de Géminis. Eres bienvenido a quedarte en el Santuario- añadió al ver la expresión del gemelo menor- puedes unirte a los regimientos de guardias, o entrenar por una armadura de plata-

Saga respiró aliviado, y después miró de reojo a su gemelo. Kanon había palidecido, tenía los ojos abiertos desmesuradamente, su boca ligeramente abierta, su mandíbula temblando. Sintió pena por su hermano. Primero su padre lo había rechazado, solo por haber nacido después que él, porque erróneamente creía que la muerte de su madre había sido culpa de Kanon, y ahora esto. El Santuario lo rechazaba también. Saga tragó saliva.

-Pueden retirarse- dijo Shion, sacando a ambos de sus pensamientos.

Ambos se levantaron y caminaron lentamente hacia la salida de la sala del trono. Una vez que estuvieron fuera y que las puertas se cerraron de golpe detrás de ellos, Saga se volvió a su hermano.

-Kanon, yo…-

-No digas nada, Saga- dijo Kanon- ahora lo entiendo. Nadie me quiere. Soy solo un desperdicio. El sobrante. El que no debió existir…-

-Eso no es cierto- dijo el mayor- eres mi hermano, y yo…-

-Ahórratelo, Saga- dijo Kanon- yo… tengo mucho en que pensar. Adiós-

Y sin darle tiempo a que Saga le respondiera, el gemelo menor se dirigió a la salida de los Doce Templos. Saga suspiró, derrotado, y bajó tristemente a los terrenos del Santuario, a continuar con su entrenamiento. Kanon, por su parte, se había escondido en un rincón de un templo en los terrenos. Cuando se aseguró de estar solo, se dejó caer de rodillas al suelo, y dio rienda suelta a su llanto en la oscuridad.

En algún momento, algo en su corazón se rompió. Y desde entonces, su relación con Saga se dañó permanentemente.

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Año 1 después del Nacimiento de Athena

Saga se dejó caer sobre su trono. La culpa de lo que había hecho bajo la posesión de Ares aún caía sobre su conciencia. No podía creer que había asesinado al Patriarca Shion y había tomado su lugar en secreto. Que había intentado asesinar a la recién nacida Athena, siendo salvada apenas por Aioros. Que había ordenado a Shura asesinar a Aioros, y que Athena casi había muerto también. Después de ello, al darse cuenta de que Aioros había logrado salvar a la diosa, había mandado asesinar a la familia de Aioros: a sus padres y a su hermana de meses de vida, junto a toda una gran sección de la ciudad de Atenas.

El santo dorado se llevó las manos a la cabeza.

-Por todos los dioses- dijo Saga en voz baja- ¿qué he hecho?-

La ola de culpa y remordimiento lo envolvió. Saga sabía que, técnicamente, él no había hecho nada malo por su propia voluntad, ¿o sí? Había sido controlado por Ares hasta ese momento. ¿O acaso Kanon había tenido razón hacía todo ese tiempo, sobre el hecho de que el mal estaba dentro de él?

-No fue nada de eso, Saga- dijo la voz en su interior.

-¿De qué hablas?- preguntó el santo de Géminis.

-Por supuesto que no fue tu voluntad hacer todo lo que te he obligado a hacer- dijo la voz de Ares en su interior- aunque vi que tomaste cierto placer en la muerte de Aioros-

-No es verdad- dijo Saga- Aioros era mi amigo… mi único amigo…—

-Y tu único rival- dijo la voz- yo veo todo lo que hay en tu interior, deja de mentirte a ti mismo-

-No, no deseaba la muerte de Aioros- dijo el chico- es cierto que le tenía envidia por haber sido elegido por el Patriarca Shion, pero no deseaba…-

La voz en su interior se echó a reír.

-No, no fue más fácil por esa razón- dijo la voz de Ares- fue mucho más fácil por una simple razón: tu mente es débil. Es extremadamente fácil de entrar y torcer a mi voluntad-

Saga frunció el entrecejo.

-Quizá no estoy dispuesto a seguir con esto- dijo Saga- quizá la próxima vez que me encuentre con alguno de los otros santos dorados voy a confesar lo que hice-

-No lo harás- dijo la voz- no te dejaré-

-No vas a detenerme- dijo Saga.

-Puedo volver a tomar control- dijo la voz- tu sabrás si quieres que alguien más resulte lastimado…-

Saga se mordió el labio. Ares le había demostrado una vez que era perfectamente capaz de tomar el control y de doblarlo a su propia voluntad. No quería ponerlo a prueba, sabía que no era lo suficientemente fuerte para detenerlo. Quizá el dios tenía razón. Era débil, y no podía mantenerlo a raya.

-Por fin lo admites- dijo Ares- y no lo olvides. En cualquier momento puedo tomar el control en contra de tu voluntad-

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Año 11 del Nacimiento de Athena

Barrio de La Condesa, Ciudad de México

Cecilia caminaba un par de pasos atrás de su hermano y la esposa de éste. Sonrió levemente al verlos caminar a unos pasos de ella. Hacía un par de años, su hermano Diego había viajado a México en un intercambio universitario, y había conocido a Beatriz. Lo que a Cecilia al principio le pareció algo sin mucha importancia, en el último par de semanas se había vuelto una realidad. Ella y su familia habían viajado desde Santiago hasta México para la boda, hace apenas una semana. Ella ni siquiera había conocido a la prometida de su hermano hasta el día de la boda.

En un principio, Cecilia no sabía exactamente que pensaba de su nueva cuñada, quien coincidentemente acababa de ser nombrada embajadora mexicana en Chile, y pronto viajaría con ellos de regreso a su país. Claro, Diego se veía muy enamorado, así que no podía hacer nada al respecto. Y los dioses sabían que Beatriz se esforzaba por ser amistosa y llevarse bien con ella. Cecilia no charlaba mucho con ella. Realmente se le hacía difícil conocer gente nueva.

La chica se abrazó y se frotó los brazos. Era viernes en la tarde, y el barrio estaba cada vez más concurrido. ¡Ya estaba fastidiada por la gran cantidad de gente!

Cecilia se llevó las manos al cuello, como si tuviera algo que le estuviera impidiendo respirar, su corazón latiendo con fuerza. Miró a su alrededor. Después de eso, sintió como si alguien estuviera colgado de sus hombros, y la presión en su cuello fue aumentando. La gente a su alrededor no ayudaba. De pronto, y sin previo aviso, la chica dejó a su hermano y a su cuñada, quienes se distrajeron mirando a un artista callejero, y corrió a refugiarse a un callejón.

Pronto, los otros dos se dieron cuenta de su ausencia.

-Diego, ¿dónde está tu hermana?- dijo Beatriz. El chico miró a su alrededor, preocupado.

-Oh, no- dijo el chico, tomándola de la mano- vamos a buscarla…-

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Cecilia se había refugiado en un callejón cercano a donde había perdido a su hermano y a su cuñada. Se había puesto en cuclillas, abrazándose y apretando los ojos, intentando tranquilizarse. Los latidos de su corazón no se calmaban, y no la dejaban en paz. De hecho, incluso respirar le parecía difícil.

-Tranquila, tranquila, no pasa nada…- se repetía a sí misma- ¡cálmate! Cálmate, maldita sea, no pasa nada…-

La chica se odiaba a sí misma. ¿Porqué tenía que pasarle eso? ¿es que era débil? ¿Porqué le molestaba tanto estar con la demás gente? Pero así eran como eran las cosas. Parecía que su desbocado corazón comenzaba a tranquilizarse.

-Ya, ya, tranquila- se repitió varias veces, conforme sentía que la presión en su espalda, y la fea sensación de ahogamiento que tenía iban desapareciendo.

Una vez que se tranquilizó, por fin pudo levantar la vista y miró a su alrededor. Estaba en un callejón, mas o menos iluminado, pero dio un respingo de sorpresa al ver que no estaba sola. Había dos sujetos en el callejón, mirándola con interés, y con no muy buenas intenciones. Cecilia se levantó de golpe.

-Vaya, vaya, ¿qué haces aquí, preciosa?- dijo uno de los hombres.

Cecilia comenzó a caminar hacia atrás, alejándose de ellos. Y ahí estaba de nuevo. Las palpitaciones, su corazón latiendo como si estuviera a punto de salirse de su pecho. Las manos comenzaron a sudarle. Y de nuevo, ese peso sobre sus hombros y esa opresión en su cuello.

"No, no otra vez, por favor…", pensaba ella

-¿A dónde crees que vas, mujercita?- dijo el segundo hombre, alcanzándola de dos zancadas y tomándola del brazo para evitar que se fuera- ¿porqué no te quedas con nosotros a…?-

Cecilia estaba congelada de miedo. No pudo responder, no pudo moverse o defenderse. Solo miraba a los dos extraños con verdadero terror. Gracias a los dioses no sucedió nada malo, pues Diego llegó en ese momento y de un puñetazo alejó al sujeto.

-¡Quita tus sucias manos de mi hermana!- gritó Diego, mientras golpeaba al individuo.

Cecilia se dejó caer al suelo de rodillas, llevándose las manos al pecho. Le dolía, y su corazón latía tan fuerte y causándole tanto dolor que creyó que iba a morir. Era como si una mano invisible apretara su cuello y no la dejara respirar. Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, temblando de pies a cabeza.

Sintió un par de brazos a su alrededor, que no ayudaron ni un poco a disminuir sus síntomas.

-Soy yo, Cecy- escuchó la voz de Beatriz, sus manos frotando suavemente sus brazos- tranquila, todo va a estar bien…-

-Yo… yo…- comenzó Cecilia. No podía moverse. No decir lo que pensaba. ¡No podía respirar!

-Todo va a estar bien, aquí estoy contigo- escuchó de nuevo la voz de Beatriz con claridad, sobresaliendo entre las voces de Diego y de los sujetos, que cada vez parecían más alejadas. Poco a poco comenzó a sentirse un poco mejor. Las voces a la distancia se volvían cada vez más claras, pero Cecilia solo escuchaba a Beatriz repitiéndole una y otra vez que todo iba a estar bien.

BAM!

Un fuerte ruido resonó a su alrededor, haciendo a Cecilia dar un respingo de sorpresa. Sintió que Beatriz, quien la estaba abrazando, también dio un extraño respingo, como si una corriente eléctrica hubiera recorrido su cuerpo, pero su cuñada solo la abrazó con un poco más de fuerza.

-Todo va a estar bien…- escuchó decir a Beatriz entre dientes, en un tono débil. Todo se volvió muy borroso para Cecilia, y poco a poco perdió la conciencia.

Cuando Cecilia despertó, los dos hombres que la habían abordado habían sido encarcelados, pues se supo que eran delincuentes. Diego los había mantenido alejados de ellas, pero no había considerado que estaban armados. Uno de ellos disparó, y una bala perdida había golpeado a Beatriz en una rodilla.

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Embajada mexicana en Santiago, Chile

Año 14 del Nacimiento de Athena

Cecilia caminó nerviosamente por el pasillo principal de la embajada, acompañada de su hermano. Usualmente un guardia de seguridad acompañaba a los invitados, pero Beatriz había pedido especialmente que fuera así, cosa que la chica agradeció de corazón.

-No me gusta el suspenso, Diego- dijo Cecilia, una vez que doblaron una esquina y los guardias de la embajada quedaron fuera de la vista- ¿de qué se trata esto?-

-Ya te dije, le prometí a Beatriz que no te iba a decir nada- dijo Diego, sonriendo ampliamente- espera a escucharla. Te puedo decir que solo es una propuesta. No es nada malo, lo prometo- agregó.

Cecilia miró sospechosamente a su hermano, pero lo acompañó sin entender muy bien porqué su cuñada, la embajadora, la había llamado a su despacho. Se mordió el labio. Pronto llegaron a la puerta del despacho y Diego, tras guiñarle un ojo, abrió la puerta.

Clac clac clac

Cecilia vio a Beatriz acercarse a ella, y sintió una punzada de culpa, como siempre pasaba cuando la veía. A diferencia de hacía un par de años, ahora se llevaba muy bien con ella. Venía caminando, apoyada en un bastón de color morado para ayudarse a caminar. Desde aquella vez con la bala perdida había necesitado una ayuda para caminar. Cecilia se había mostrado terriblemente culpable por lo que había pasado, aunque siempre Beatriz había insistido en que no era nada.

La embajadora abrazó a Cecilia tan pronto como entró, y la invitó a sentarse.

-Disculpa todo el misterio, Cecy- le dijo Beatriz, tomándola de las manos por un segundo, pero soltándola enseguida- lo siento, se me olvida que no te gusta…-

-Está bien- dijo Cecilia- ¿qué sucede?-

-Te quiero… queremos hacer una pregunta- dijo Beatriz, mirando de reojo a su esposo- ¿odiarías la idea de ir con nosotros a Grecia?-

-¿Grecia?- dijo Cecilia sin entender.

-Sé que eres historiadora- dijo Beatriz- y sé lo mucho que te gusta-

-¿De qué hablas?- dijo Cecilia, mirando a Beatriz y luego a Diego, y después de regreso a su cuñada- ¿hay algo que no me hayan dicho? ¿qué tiene Grecia que ver con todo esto?-

-Asignaron a Beatriz a Atenas, a partir del próximo mes- le dijo Diego- ella, Santi y yo nos mudaremos allá en unas dos semanas. Pero queremos que vengas con nosotros-

Cecilia alzó las cejas.

-¿Porqué quieren que vaya?- dijo la chica.

-Sabemos que te gusta- dijo Beatriz, quien evidentemente estaba muy emocionada- y quizá te hará bien. El viejo embajador dijo que en el museo de Atenas hay una vacante para un historiador, y ¡no podía creerlo! Me dijeron que, si aceptas, la posición es tuya-

-Además, necesitamos una niñera para Santi- dijo Diego en tono bromista, dándole un codazo en las costillas.

-¿Qué piensas, Cecy?¿No te gustaría? ¿Qué dices?- dijo Beatriz, lanzando a su esposo una mirada de advertencia.

Cecilia vio a su hermano y a su cuñada. ¡Claro que le emocionaba la idea de ir a Grecia! Y trabajar en el museo de Atenas era como un sueño. Pero, ¿acaso podría dejar a sus padres y viajar con la familia de su hermano a Grecia?

La chica estuvo a punto de responder, cuando un pequeño cruzó la sala, tambaleándose y caminando rápidamente hacia Cecilia, con sus bracitos en alto.

-Tita Cecy- dijo el pequeño, antes de lanzarse a su regazo. El pequeño de dos añitos levantó su mirada hacia su tía. Tenía una expresión alegre en su rostro, sus ojos brillantes. Cecilia le revolvió los cabellos castaños, y se volvió a su hermano y cuñada.

-De acuerdo, iré con ustedes- dijo Cecilia.

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Esparta, Grecia

Año 14 del Nacimiento de Athena

La chica rubia se encontraba ovillada en una esquina, abrazando sus piernas, y ocultando su rostro entre sus brazos, intentando ignorar los terribles gritos que provenían de la habitación contigua. Un escalofrío recorría su cuerpo, estaba temblando de miedo. ¡Era horrible!

-Por favor, por favor, hagan que se detenga…- pedía la chica repetidamente a los dioses- por favor, no dejen que sigan haciéndole daño-

No pasó mucho tiempo cuando los gritos se detuvieron, pero el rechinido de la puerta la hizo dar un respingo, y levantar la mirada horrorizada. Un par de figuras entraron, haciendo que ella temblara más violentamente.

-Tu amigo no volverá a intentar escapar, Satu- dijo una horrenda mujer, empujando al chico rubio y tumbándolo frente a ella. Satu no hizo sino ponerse de pie y acercarse a Christoffer, para ver si se encontraba bien.

-No… no tenías que lastimarlo, Greta- dijo Satu, volviéndose hacia la mujer- Chris no estaba intentando escapar, él solo buscaba algo de comer para…-

Antes de que la chica terminara de hablar, la mujer le dio una fuerte bofetada en la cara con tanta fuerza que la hizo caer al suelo, ya que ella era pequeña y la mujer era muy alta y de complexión gruesa. Satu tembló de miedo, y se llevó la mano a la mejilla dolida.

-No te atrevas a volver a hablarme así, mocosa insolente- le dijo Greta, acercándose a ella y tomándola bruscamente de la barbilla- tú me perteneces. Eres un objeto, Satu. Y si vuelves a levantarte contra mí, me aseguraré de que sufras terriblemente por tu estupidez-

-Por favor…- pidió la chica.

-Nunca te vas a librar de mí, Satu, ¿entendiste?- dijo Greta, apretando con sus dedos aún mas la barbilla de la chica- nunca-

Greta la soltó con un gesto de desprecio, y la dejó caer al suelo. Satu volvió a ovillarse inmediatamente en una esquina, junto con Christoffer, mientras que Greta se echaba a reír. La risa de la mujer hacía que ambos más y más se sumieran en el miedo sus dos víctimas. Al sentirse satisfecha, la mujer salió y cerró la puerta tras de sí.

Una vez que quedaron solos, Satu y Christoffer se miraron entre sí.

-¿Estás bien?- dijeron al mismo tiempo.

-Estaré bien- dijo Satu en voz baja, pero con la voz quebrada. No le dolía tanto el golpe como le aterraba la situación en la que se encontraba, y le daban ganas de echarse a llorar sin parar. Christoffer también estaba asustado, era un adolescente de doce o trece años apenas, pero decidió abrazar a la chica.

-Estaremos bien- dijo Christoffer- pronto los dioses nos ayudarán. Nos librarán de esta horrible situación-

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Año 16 del Nacimiento de Athena

Hospital de Atenas

Poco después del ataque en el centro comercial

Cecilia respiró hondo mientras se acostaba en la camilla, y veía que una de los enfermeras comenzaba a puncionarla. Suspiró. Su cuñada estaba en esos momentos siendo operada por su problema en la rodilla, y ella había ido al hospital a donar sangre.

-Tranquila, linda, solo tardaremos quince minutos- dijo la enfermera, sonriéndole amistosamente- no te dolerá mucho-

-Lo sé- dijo Cecilia en un tono algo seco- ya he donado sangre antes-

-No me digas- dijo la enfermera, mientras su sangre fluía hacia la pequeña bolsa transparente, mientras que Cecilia apretaba en su mano una pelotilla antiestrés- ¿para quién donas sangre esta vez?-

-Mi cuñada- dijo Cecilia de manera un poco cortante. La enfermera era amable y simpática, pero ella no estaba de humor. Estaba preocupada por su cuñada, y no era muy adepta a charlar con desconocidos, por más amables que fueran.

-Oh, lo siento mucho- dijo la enfermera, haciendo que Cecilia tuviera respirar muy hondo- ¿qué fue lo que le pasó a tu cuñada?¿está enferma?¿tuvo un accidente?-

-Una cirugía- dijo Cecilia, intentando no sonar grosera, pero tampoco muy dispuesta a charlar- un reemplazo de rodilla-

-Bien, cariño, relájate, lo peor ya pasó…-

-Vos esse molestissimos- murmuró la chica en voz baja.

La enfermera sacudió la cabeza, y se sentó frente a una pantalla. Comenzó a teclear algunos datos, mientras que el procedimiento seguía. Cecilia agradeció a los dioses que la enfermera se puso a ocuparse de sus propios asuntos y no de ella. Realmente se sentía culpable por lo que había pasado, que su cuñada tuviera que ser sometida nuevamente a cirugía por su culpa. Respiró hondo de nuevo. No quería pensar en eso, no en ese momento.

De pronto, la enfermera interrumpió sus pensamientos, mientras le retiraba la aguja de su vena y sellaba el paquete de sangre.

-Discúlpame, querida- dijo la enfermera, haciendo que Cecilia se volviera a ella, mientras la chica mantenía su brazo puncionado en alto- ¿cómo dijiste que se llama tu cuñada?-

-No lo dije- dijo Cecilia- se llama Beatriz Hernández-

La enfermera tecleó el nombre.

-No aparece su nombre- dijo la enfermera. Cecilia alzó las cejas.

-Quizá es porque es su nombre de casada- dijo la chica- creo que su apellido de soltera es…-

-Ya la encontré- dijo la enfermera antes de que pudiera responder- lo siento, lo había tecleado mal. Mmm…-

-¿Qué sucede?- dijo Cecilia.

-Tu cuñada ya salió de cirugía, y no necesitaba la donación de sangre- dijo la enfermera.

-Oh…- dijo Cecilia. Se encogió de hombros, y no supo que decir. La verdad no importaba mucho- ¿no hay alguien más que necesite la sangre?-

-Seguramente debe haber alguien- dijo la enfermera- hay un chico que está muy grave después del ataque en el centro comercial de Atenas, ¿lo escuchaste?- Cecilia asintió levemente, y la enfermera volvió a teclear- todo ese asunto fue muy triste. Su esposa murió, y él aún no está fuera de peligro. Su tipo de sangre es AB positivo, puede recibir tu sangre. ¿Te gustaría donársela a él?-

Cecilia asintió, y la enfermera le pasó un pequeño documento en el que aceptaba donar su sangre para ese chico. ¡Pobre! Haber perdido a su mujer, suponía que era una terrible tragedia. La chica firmó la forma y leyó el nombre del paciente que recibiría su sangre.

"Buena suerte, Saga", pensó Cecilia, sonriendo levemente y apresuró a salir del banco de sangre y subir a buscar a su hermano, y preguntarle como seguía su cuñada.

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CONTINUARÁ…

¡Hola a todos! Espero que les esté gustando esta nueva historia. Quiero agradecer a Misao-CG por aguantarme y responder los cincuenta millones de preguntas que le hice para poder crear el personaje de Cecilia. Muchas gracias a todos por seguir leyendo. Les mando un enorme abrazo a todos. Nos leemos pronto.

Abby L.