PROLOGO: LUNA DE INVIERNO.
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Rurouni Kenshin y todos sus personajes son propiedad de Nobuhiro Watsuki, ni tengo interés alguno en quitarle el mérito a este buen hombre. Hikaru, para aquellos interesados, tampoco es mía, sino que pertenece a Sony (es uno de los dos personajes del RPG de Rurouni Kenshin, para aquellos que no la conozcan). Como os podeis figurar, estoy basando esta historia en el anime y el videojuego, así que aquí la saga de Enishi no ha ocurrido, y es probable que no ocurra. No os hagais ilusiones, no vais a ver a vuestro sociópata favorito.
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Los dos hombres observaron la aldea destruida. Habían tardado varios días en llegar, pero no se habían esperado encontrar aquel espectáculo. Hacía tiempo debía de haber habido un incendio, y las maderas que no estaban ennegrecidas por el fuego estaban completamente podridas. La vegetación había crecido salvaje en aquellos lugares en los que el incendio no había alcanzado a las plantas, pero en el centro había una enorme área de suelo carbonizado en el que los restos de los hogares de los que habían habitado allí sobresalían como huesos calcinados.
-Llegamos tarde- dijo uno de los dos hombres, vestido con ropas europeas.
-Tanto trabajo y ahora tenemos que darlo por perdido- dijo el otro, un joven japonés-. Lo único bueno que ganamos con eso es que ellos tampoco obtendrán lo que buscan.
-Me pregunto que demonios pasó aquí. Esta aldea estaba completamente escondida, pero alguien debió de encontrarla para causar este destrozo.
El japonés miró a su alrededor, hasta que algo llamó su atención repentinamente.
-Mite!- exclamó-. ¡Allí! ¡Tumbas!
Los dos hombres se acercaron al lugar que había señalado el japonés. Efectivamente, había tumbas, muchas de ellas, marcadas con piedras. Junto a una de ellas aleteaba una cinta de color rojo raída y ligeramente requemada.
-¿Es posible...?- musitó el europeo.
-No hay duda, alguno de los habitantes salió vivo del ataque- aseguró el japonés-. Aún hay una posibilidad de encontrar lo que buscamos.
-Pero, ¿cómo encontraremos al que cavó las tumbas? ¡Ni siquiera sabemos su aspecto!
-Requerirá tiempo, pero lo encontraremos. Tarde o temprano lo haremos.
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-¿Cómo te encuentras, Fuyuzuki-san?- interrogó el hombre que conducía el carro.
La muchacha de cabellos rojizos, arrebujada en su chaqueta blanca de manga corta y acomodada entre los bultos de la carreta, sonrió ligeramente al hombre antes de contestar.
-Algo cansada, Himadera-san.
-No te preocupes. Dentro de poco estaremos en Tokyo, y en cuanto montemos las carpas podrás descansar. Duerme un poco, te vendrá bien.
La chica asintió, aunque sabía que no iba a poder dormir aunque quisiera. Tokyo. Ella no había pensado nunca en volver allí, aunque debería haberse figurado que una feria ambulante, tarde o temprano, acabaría pasando por la capital, que probablemente fuera la que más dinero les proporcionara. Ella se había unido cuando el poco dinero que llevaba se le había acabado. Aunque había viajado un poco más sin un solo yen en el bolsillo, acabó echando de menos la comodidad de una comida caliente y una cama blanda. No era que las tuviera muy a menudo con los artistas ambulantes, pero de vez en cuando, cuando habían tenido un buen recibimiento, se podían permitir el lujo de comer algo de carne en algún restaurante.
La muchacha suspiró y se acomodó mejor entre los bultos. Era una chica bajita, de cabellos rojizos, cortos exceptuando dos largos mechones que caían hasta el pecho, enmarcando su cara acorazonada. Sus ojos azul-verdosos miraban hacia el cielo despejado. Iba vestida con un dogi rojo, debajo del cual llevaba una camisa de cuello alto y estrecho, de un rojo más oscuro. Los pantalones estaban sujetos por protecciones para las piernas y las ataduras de las sandalias. La chaqueta en la que se arrebujaba, de manga corta, era blanca con un motivo de triángulos negros en el borde de las mangas, y le llegaba hasta las rodillas. Dos guantes de color marrón y unas vendas alrededor de sus muñecas completaban la vestimenta de la muchacha.
Cerró los ojos. Estaba agotada, y sabía que necesitaba el sueño, pero este se negaba a llegar. Su mente visualizó un pequeño dojo situado cerca de las afueras de Tokyo, y a las personas que vivían en aquel lugar o que lo visitaban con frecuencia, y no pudo evitar suspirar de nuevo.
-En serio, Fuyuzuki- dijo Himadera-. Estás suspirando demasiado. ¿No será que tienes un novio en Tokyo con el que no te quieres encontrar?
-¿¿¿EEEHHH? ¡¡¡Himadera-san! ¡No me tomes el pelo!
-Vamos, vamos. En el tiempo que llevas con nosotros, tres chicos distintos te han tirado los tejos y a los tres los has rechazado. ¿No será que tienes un amorcito al que has abandonado? ¡Confiesa, Fuyuzuki!
Y a aquello siguió una risa que la muchacha hubiera clasificado de psicopática.
-No hay tal amorcito, Himadera-san- dijo ella, seria-. Solo recuerdos oscuros y tristes.
Hubo una pausa, en la que Fuyuzuki miraba el cielo sobre ellos y Himadera miraba a la chica.
-Siéntate aquí- dijo el hombre de pronto, dando una palmadita al sitio libre.
Fuyuzuki le miró, se estiró y se puso en pie, escalando los bultos hasta llegar al asiento del copiloto. Allí, se sentó al lado de Himadera, que tenía su vista clavada en el camino.
-Mira, sé que no quieres hablar de tu pasado y todo eso- dijo el hombre-. Es perfectamente razonable, y teniendo en cuenta que eres una buena chica, no he querido hacerte preguntas. Pero creo que ya va siendo hora de que sueltes lo que estás ocultando.
La muchacha miró al hombre a su lado. Odiaba ocultarle cosas a un hombre al que había acabado considerando como un padre, pero tenía miedo de que, al decirles lo que era y lo que había vivido, la echaran de la feria y la obligaran de nuevo a viajar por si sola. En aquellos meses había aprendido a apreciar la amistad de aquellos hombres y mujeres tan particulares y a la vez tan hospitalarios.
-No puedo, Himadera-san. Ojalá pudiera, pero no es posible.
-¿Tan horrible es tu pasado?- interrogó el hombre-. ¿Qué demonios hacías, trafico de armas o algo por el estilo?
Fuyuzuki le miró horrorizada.
-¡Jamás! ¡Antes la muerte!
Himadera lanzó una risita.
-Maa, maa, Fuyuzuki-san. Calma. No pretendo acusarte, solo te preguntaba.
La muchacha dejó la cabeza gacha.
-Si fuera algo como eso, créeme, te lo habría dicho. Pero me temo que es algo mucho más complicado que eso. He visto suficiente dolor como para llenar varias vidas.
-Por como hablas, cualquiera diría que habías estado en el Bakumatsu no Douran, pero eres demasiado joven para ello. ¿Estás segura de que no quieres decirme nada?
La muchacha sacudió la cabeza.
-Gomen nasai- dijo.
-Iie, Hikaru-san- la chica de cabellos rojizos levantó la vista hacia el hombre, sorprendida de que le hubiera llamado por su nombre, y no por su apellido, como era usual-. Es comprensible. Mucha gente en estos últimos diez años ha querido dejar atrás los horrores y las perdidas de la guerra, y muchos no han visto otra manera de hacerlo que olvidar el pasado y empezar desde cero. No es muy normal en chicos de tu edad, pero no soy yo quien para decirte nada, ¿no crees?
Himadera le guiñó un ojo a Hikaru, y esta acertó a dibujar una sonrisa. No se hacían preguntas, esa era la política del grupo, siempre que la persona fuera buena. Y para ellos, Hikaru era parte de la familia. Y la muchacha había reencontrado lo que había perdido tiempo atrás.
Sus ganas de vivir.
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Ok, gente, aquí va el prólogo. Originalmente la idea era para una continuación de mi primer fic de RK, pero al ver que es muy difícil que lo acabe, decidí cambiar ligeramente la idea. En vez de Yuko, a la que voy a dejar de lado, estoy usando a Hikaru, del videojuego RPG de RK. El apellido de Hikaru, que aquí me he inventado descaradamente, está formado por los kanjis de "invierno" y "luna".
Por otro lado, la idea original de la que surgió este fic era algo así como: "Battousai contra Timofónica" (larga historia, os lo aseguro U). La Hermandad del Hacha Sangrante de la que tomé el nombre es un chiste personal de un grupo de jugadores de rol, y algo difícil de explicar. Si Lone Wolf está leyendo esto, seguro que lo entenderá.
Nada, nada, que me vayáis enviando comentarios para continuar con la historia, que ya tengo ganas.
