No quería hacerle continuación a Quetzalcóatl pero después de varias cositas termine accediendo, este fic es y no es una continuación. De hecho se podría considerar como dos historias en una.

Sin más que decir y agradeciendo a todos los lectores de ante mano, si les gusta dejen comentario que no hace daño, gracias. Esto también se pude tomar como regalo de 5 de mayo.

Tezcatlipoca

Capitulo 1: Estrella fugaz

Les había visto salir muy temprano en la mañana, la noche anterior en el palacio del venerado orador finalmente había muerto el huey tlatoani Ahuízotl. Itzcóatl había permanecido a su lado hasta que finalmente este había muerto, aunque de cierta forma el tlatoani hubiese muerto tiempo atrás, el Ahuízotl que había estado paseándose por los pasillos del palacio no era más que la sombra de un poderoso guerrero.

Cerró los ojos apretando con fuerza los puños y golpeando la piedra de la ventana, estaba molesto con su ex-gobernate, si tan solo hubiese escuchado a Quetzalli y hubiese dejado de lado ese maldito orgullo que comenzaba a precipitarlo en un pozo de desesperación. Ni su alteza ni su pueblo merecían morir. Si abría los ojos lentamente aun podía sentir como el agua helada apresaba cada uno de sus músculos y luchaba por respirar mientras el acueducto seguía inundando Tenochtitlan.

La noche anterior a la gran inundación habían venido a visitarle unos extraños espíritus que presagiaban la muerte, guerreros de épocas pasadas, de forma semejante a la de aquellos días que ya no quería recordar y por los que se había propuesto borrar cualquier indicio de sus comienzos humildes. Uno de aquéllos esqueletos enviados por Tláloc, ya que llevaban las vestiduras que honran aquel dios y la cara pintada con diseños intrincados de espirales, señalaron a su pequeño.

La serpiente de obsidiana negó con venencia, cualquier cosa menos él, no dejaría que tocaran al heredero de la triple alianza. Se interpuso cuando aquellas criaturas avanzaron en su dirección obligándolas a que lo miraran, la que iba a la cabeza le sonrió socarronamente mostrando los dientes amarillentos y llenos de paño. Aquel ser levanto la mano acariciándole el rostro a la nación mexica, su sonrisa se volvió más pronunciada cuando le sintió temblar por su toque helado, se inclinó sobre él y le beso en los labios. El beso sabía a agua dulce y de la boca de aquella aparición broto, efectivamente, agua que le obligo a tragar; pese a sus intentos Itzcóatl no podía liberarse y era capaz de sentir como su estómago se llenaba cada vez más y más.

A sus oídos llegaron los lamentos del futuro pero decidió ignorarlos, todo fuese por el bien de su pequeño que dormía confiadamente sobre esa cama de plumas que Quetzalli había traído desde Texcoco especialmente para él. Una especie de aullido aparto a la criatura, el habiente había cambiado y ya no se encontraba en la comodidad del palacio sino a las afueras de Tenochtitlan.

Sus ojos oscuros se enfocaron en el mostro acuático de piel gomosa, era del tamaño de un coyote mediano pero en vez de patas tenia manos de mono y orejas puntiagudas recubiertas de un pelaje gris oscuro. El animal le miraba desde el filo del agua de forma amenazante. Cuando salió, del agua, el poco pelo que le cubría la piel se apretujaba formando algo así como espinas grandes, su larga cola choco contra el agua levantando una estela a su al derredor, esta misma cola estaba rematada por una mano. Itzcóatl sabía que no tenía que temerle pero si enfurecía a los espíritus terminarían con él. Tláloc le había mandado ese doble mensaje cuando se negó a darle a su pequeño, pues su gobernante llevaba el nombre de aquella criatura, Ahuízotl. Un moustro que con la mano que se balanceaba perezosamente en la punta de su cola atrapaba a su presa y le ahogaba

Sabía que la tragedia esta próxima y que los dioses así lo deseaban pero no podía quitarse esa rara sensación del pecho ni aun cuando al día siguiente después de la inundación se enteró de que el venerado orado había sufrido un accidente serio, un golpe en la cabeza lo dejo idiota, el que había sido uno de sus mejores regentes ahora tenía que estar al cuidado de un sirviente para que le cambiase el taparrabo o el manto que ensuciaba continuamente.

Motecuzoma Xocóyotzin había actuado como regente mientras la vida del idiota se extinguía lentamente, lo cual no duro demasiado y finalmente con la muerte de su tío el joven Motecuzoma, como se le solía conocer por su abuelo Motecuzoma el gran estratega y conquistador. Itzcóatl en cuanto supo de la elección del nuevo tlatoani sintió como la mano del Ahuízotl le atrapaba y le hundía en las profundidades del lago.

La joven nación no sabía si la antipatía que sentía para con su regente era debido a que aquel había adquirido los sucios vicios de la peor clase de sacerdotes. Tenía algo que le hacía desconfiar de aquel hombre, quizás también se debía a que provocaba el distanciamiento entre Texcoco y Tenochtitlan. Más de una vez atrapo la mirada de su nuevo soberano siguiendo los pasos de su chapulín, como cariñosamente le llamaba a Mixcóatl, aquello siempre le molesto.

Por los siervos y esclavos de palacio que pese a todas las amenazas del venerado orador, Motecuzoma, seguían guardándole más de un secreto que esos mismos hombres compartían con su amada nación. Incluso ayudaban al pequeño chapulín cubriéndole la espalda, especialmente cuando se metía en algún problema, que cada día luchaba más y más por convertirse en un guerrero como su padre e incluso había llegado a arruinar el manto de plumas de águila que la nación mexica usaba en las ceremonias especiales como caballero águila.

Cuando Itzcóatl finalmente se enteró que es lo que había sucedido solo río divertido y agachándose hasta quedar a la altura del menor le revolvió los cabellos antes de mirarlo de forma seria con el entrecejo fruncido como todo guerrero. Mitzcoatl tembló pero le sostuvo la mirada, era orgulloso y no dejaría que su padre notase su debilidad.

—Mitzcoatl, no estas hecho para ser un campeón águila—el pequeño inflo las mejillas al sentir que su padre le subestimaba, cuando noto que los labios del mayor temblaban como si quisiera reírse compuso el gesto. Muchas veces había asistido a los calmecas y aprendió de los viejos guerreros, que desconocían su origen por obvias razones, como se supone que se debía de comportar un guerrero; frunció el ceño y puso una mirada retadora mostrando ligeramente los dientes. En un rostro infantil aquella mueca, supuestamente viril, se convertía en una pantomima—No me refiero a eso chapulín. Sino que lo tuyo es más delicado, como el ataque de un jaguar. Tú destino es ser un caballero jaguar protegido por Yoali

Salió de sus pensamientos al escuchar como su pequeño se removía entre las sabanas, pasó una mano por sus cabellos peinándolos suavemente y elevo la mirada hacia la ventana. El cielo se veía despejado y el aire traía un fuerte aroma a incienso. De acuerdo a la tradición todos los nobles de cada reino junto con sus naciones deberían venir al funeral, no tenía muchas ganas de ver a Azcapotzalco o Tlaxcala pero la idea de ver a Quetzalli le puso de buen humor casi de inmediato. Dejo de mirar por la ventana a los mensajeros veloces que llevaban el taparrabo blanco, en señal de luto, y el manto verde de las buenas noticias para concentrarse en su chapulín.

—Mixcóatl, báñate rápido y arréglate tenemos que ir a ver a los sacerdotes y no te puedo dejar aquí, todos están— se calló intentando buscar una palabra adecuada para el estado de ánimo general pero no encontró nada que lo definiese completamente— inquietos y desorientados con los cambios.

—Tata no quiero ir con los sacerdotes prefiero quedarme con Cuauhtémoc y entrenar o jugar un rato—Los ojos caoba del pequeño centellaron avergonzados por lo que estaba a punto de decirle a su padre— pero es que los sacerdotes me dan miedo con sus vestiduras negras y la cara sucia, además despiden un aroma horrible como si llevaran algo muerto en cima— contesto el menor arrugando la nariz visiblemente con tan solo recordar el desagradable aroma, como a cañería tapada que despedían los sacerdotes. Mixcóatl jamás entendió como es posible que esos hombres disfrutaran viviendo en la putrefacción de sus cuerpos.

—Lo siento chapulín pero tienes que venir— el menor se retiró con el ceño fruncido y después de un rato volvió con el cuerpo perfumado y un taparrabo blanco con el manto a juego y un par de sandalias atadas hasta la pantorrilla con hilos de oro.

Itzcóatl le sonrió de buena gana y prometiendo comprarle un helado, cuando salieran de ver al sacerdote, en el mercado de Tlatelolco consiguió que el menor quitara esa cara de fastidio y hasta se mostrase contento. Media hora más tarde ya se encontraban frente al templo de Huichilopoztli y uno de los sacerdotes les condujo entre los pasillos del templo pintados de rojo hacia el salón principal donde los esperaba el sacerdote principal. La mañana acababa de despuntar tiñendo el cielo con un misterioso tono rojizo y rosado más propio de un atardecer.

—Bienvenido mi señor— el sacerdote se puso de pie haciendo el gesto de besar la tierra ante los dos hombres que tenía frente así—Como sabe han estado sucediendo demasiadas tragedias desde hace un par de años. —El azteca le miro con aires de fastidio para darle a entender que no tenía ni tiempo ni ganas de escucharle. El sacerdote lo entendió y se apresuró a continuar para no hacerle enfadar— Hace poco hable con el poderoso Huichilopoztli y me dijo, por medio de una visión, que enviaría a un emisario que sería una prueba tanto para usted como para su hijo. Antes de que las luces dancen en el cielo llegara la hora.

El sacerdote trazo un pequeño círculo en el piso con la ceniza. Los días muertos que marcaban el fin del año estaba próximo y eso preocupo aun más al Imperio Azteca que no pudo evitar desviar la mirada hacia su pequeño que se mantenía atento, o al menos en apariencia, a las palabras del sacerdote.

—No entiendo a lo que se refiere— sujeto con mayor fuerza la mano del pequeño que se volvió a verlo ligeramente preocupado.

—Lo sabrá cuando lo vea llegar. El emisario resaltará inmediatamente por el parecido con su creador, el dios de la guerra— el sacerdote torció la boca en un gesto extraño y entre buscó en sus ropas un ópalo que entrego al menor— Tienes que ser fuerte Mixcóatl no hay más que un ciclo—Sin decir nada más les despidió

Mixcóatl jugó con el ópalo de fuego iridiscente entre sus dedos mientras recorrían, los dos, en silencio el camino de vuelta a la bulliciosa ciudad. Al salir del templo el primer rayo de sol que alcanzo a la gema le ilumino el rostro con colores naranjas y escarlatas, como si estuviera bañado en sangre fresca.

—Chapulín quiero que seas muy cuidadoso a partir de este momento—El menor se limito a asentir. Aquel espectro de colores que danzaban sobre su rostro se esfumo cuando el mayor tiro de su mano.

Los días siguientes trascurrieron en calma hasta la llegada de los diferentes reinos y sus representantes. El desfile de esclavos que cargaban suntuosos estandartes hechos de plumas finamente acomodadas que daban la impresión de otorgarle vida a las figuras de cada uno de los nombres que figuraban en ellos eran seguidos por los camas de mano donde viajaban los nobles.

La entrada podría ser fastuosa y los regalos para el nuevo tlatoani tanto o más que esta pero el recibimiento tenía que ser parco y sobrio. Al llegar al palacio los nobles ya se habían cambiado de ropa luciendo unas en tonos grises y con un poco de hollín sobre estas para indicar su luto y respeto.

Y sin embargo ninguno de ellos se acercó si quiera al luto que presentara el sobrino de Ahuízotl, siendo sacerdote sabía perfectamente cuales rituales causarían mayor impacto. Se perforo las orejas y la lengua con espinas de maguey recolectando su sangre, ensucio sus ropas y su cuerpo con una espesa mezcla negruzca hecha con chapopote.

La bulliciosa ciudad de México-Tenochtitlan guardo silencio dentro de los funerales, eran pocas las llamas que ardían para iluminar pobremente el islote y todo transito en las aguas que lo rodeaban había quedado expresamente prohibido.

Al llegar a la ultima morada del anterior tlatoani Mixcóatl ya estaba más que fastidiado, no era la primera vez que asistía a un evento así pero su padre tenia que esta con los demás caballeros y nobles. Se sentía solo agarrado de la mano de aquel anciano que no hacia más que darle un pellizco discreto cada vez que se encorvaba o soltaba un suspiro cansado. Extrañaba a su padre y a Quetzalli.

—Quiero estar con ellos ¿no lo entiendes?— le reclamo en un susurro que más parecía el ronroneo molesto de un gato que la voz de un niño. El anciano ni se inmuto, conocía lo caprichoso que podía llegar a ser el pequeño como para seguirle el juego. —Mi padre no siempre esta al pendiente de que le pasa a los sirvientes del palacio.

El desfile de las tres ordenes de caballeros le interrumpió, los primeros en entrar a escena fueron los cuauhpipiltin, caballeros águilas, con sus yelmos emplumados con la forma de una cabeza de águila, sus sandalias largas y la armadura acolchonada, parecían verdaderas aves de rapiña dispuestas a atacar en cualquier momento con sus macuahuitl o bien huitzauhqui, con cada giro que daban los trozos de obsidiana brillan. Tras ellos les seguían los ocelopipiltin, caballeros jaguar, y detrás de ellos los caballeros flecha.

Mixcóatl se quedo mirando fascinado a los ocelopipiltin, la piel moteada del jaguar que les cubría parecía bañada por el rocío a diferencia de las otras ordenes los caballero jaguar eran misteriosos y apenas y hacían ruido al caminar. Lo único que compartían todas las ordenes era el nombre grabado, de diversas formas según la orden a la que perteneciera el caballero, en su chimalli.

Al pasar junto a ellos golpean el chimalli, escudo, con su arma generando un sonido seco que hacia resonar su poderoso eco en los corazones de los presentes. Tras las ordenes de guerreros venían la profesión de nobles con sus naciones acompañándolos, el ultimo en aparecer fue Itzcóatl despojado de cualquier adorno que no fuese la piedra de jade que colgaba de su pecho, los pies descalzos de la nación estaban ya sucios por el barro.

Cuitláhuac llevo atado con una cadenita un hermoso ejemplar de xoloitzcuintle pardo que agregarían en la ofrenda de Ahuízotl, el color era de suma importancia puesto que el animalito ayudaba a cruzar el alma del difunto por el inframundo y si el perro se perdía el amo también lo hacia por lo que su alma no descansaría en paz.

La ceremonia trascurrió sin mayores percances. Motecuzoma tenía que seguir la tradición pero era en realidad ya el señor de Tenochtitlan y el tlatoani más fuerte de la triple alianza.

La noche tras el entierro del anterior tlatoani y mientras se llevaban a cabo las festividades en su honor una estrella fugaz, que no fue vista más que por algunos de los astrónomos reales y de algunos de los asistentes en palacio cruzo rápidamente el cielo y pareció estrellarse en la tierra, no muy lejos de la capital mexica.

—Como me gustaría ser ya un guerrero e ir a las guerras floridas—murmuró quedamente el pequeño de ojos caoba mientras veía aquel extraño fenómeno. Durante la tarde su padre le había regañado seriamente por no saber comportarse siendo que lo único que quería el pequeño era demostrarles al resto de las naciones que alguien digno de considerarse a su altura.

o***o

Rusia estaba feliz, no más que eso, jubiloso seria la mejor palabra para describir su estado de animo, en los últimos días había estado trabajando en un nuevo invento. Una especie de maquina del tiempo que si bien en primera instancia y debido a los innumerables dilemas sobre las verdades tiempo-espacio no tenia contemplado el poder cambiar la historia pero si le serviría para obtener información útil.

En un mundo globalizado como lo era este la información era una arma mucho más valiosa que cualquier otra que tuviese en sus almacenes militares. Con la información podrías chantajear, recordar y convencer. En otras palabras la información te volvía diplomático.

Además había otra razón por la que no pensaba cambiar el pasado, al menos de momento, y esa razón era un jovial país latinoamericano que aun no lograba terminar de desenredar su personalidad. México era complejo, demasiado en ocasiones, bastaba con llevarse la mano al pecho, a la altura del corazón para recordarlo. Una cajita de sorpresas.

—Mi pequeña matrioska, da— ¿Cuántas capas tendría? Eso es algo que le gustaría averiguar pero entre más lo conocía más complejo se volvía. Sonrió ampliamente mostrando esa calidez que solo le nacía cuando pensaba en su amante. En cuanto estuviera terminado y hubiese constado que funcionaba adecuadamente, no quería exponerlo a ningún accidente, Luis seria el primero en conocer su invento.

Los innumerables botones del área de control centellaba iluminándole la cara mientras que, detrás del vidrio de protección, observaba la maquina. Su diseño era simple, una enorme plataforma con cuatro mástiles de dos metros de alto por los que corría un caudal de energía, una base de controles y algo semejante a la cabina de un remolque pequeño. Junto a esta había otra mesa sobre la que se encontraba el dispositivo que proporcionaba un campo de protección al viajero para evitar que cambiara el flujo del tiempo.

Bajó y se puso alrededor de la muñeca y en la cintura aquel extraño aparato con acabados platinados, la pila estaba a tope y sus ingenieros se las habían ingeniado para que el aparato se recargara mitad con una fuente nuclear y mitad con energía solar. Pulso los botones distraídamente.

Una sirena de alarma se escucho por toda la base, estaban siendo atacados, eso fue lo ultimo que escucho Iván antes de ser absorbido por la maquina del tiempo. Los atacantes destruyeron más de la mitad de la base militar rusa. No era una guerra declarada solo "hostilidad amistosa" se había colado el rumor sobre el nuevo juguete ruso y nadie quería que se volviera realidad.

—El juego comienza ahora— la voz del piloto guia se escucho en todos los demás intercomunicadores. Cada uno de los pilotos que conformaban su equipo se reportaron disponiéndose en posición de ataque y soltando las primeras cargas. Habían logrado atrapar a los rusos con las defensas a bajo. Arrojaron piedras al avispero y venia el contrataque.— Que sea divertido.

Las unidades en tierra se desplegaron en formación de abanico. Los tanques rusos junto con los aviones caza, que despegaron de la tierra soltado tras de si una estela de humo, les anunciaban lo que vendría.

o***o

Iván despertó cuando los primeros rayos del sol le acariciaban el rostro, le dolía la cabeza y se sentía sumamente desorientado. Cuando finalmente pudo enfocar la vista fue consiente de que ya no se encontraba en Rusia y que no tenia ni la menor idea de donde estaba. Aquel lugar lleno de vegetación no poseía ningún punto de referencia del que pudiera fiarse.

De golpe recordó las alarmas sonando por toda la base, genial ahora tenia dos preocupaciones, la primera es saber donde estaba y la segunda regresar para darle una buena paliza al infeliz que hozo atacarlo de aquella forma. No es que él no hiciera lo mismo cuando le convenía pero la idea de estar perdido sin poder hacerle frente al enemigo era algo que le dolía. No fue consiente, debido a su molestia y a su sed de venganza, de que pudo haber viajado en el tiempo sino hasta que al dar un par de pasos y escucho el pitar de la maquina.

El reloj de pulsera, donde debía de marcar la fecha en la que se encontraba, estaba roto la pantalla apenas y era legible. Lo único que se alcanzaba a distinguir es que el viaje había consumido suficiente energía como para agotar en gran medida la batería.

—Iván esta molesto, da— No tenia ni idea de cuanto tiempo tendría que esperar para que la pila se recargara y lo más importante ¿Ese tiempo lo tenia la base? Si su enemigo se aprovechaba a sabiendas o por cualquier razón la otra parte de la maquina quedaba destruida Rusia no volvería a esa época. Tenia que buscar una solución cuanto antes.

A lo lejos un grupo de aldeanos lo venían siguiendo, observándolo con respeto, jamás habían visto a alguien así y le temían pues había caído de las estrellas. Uno de los mensajeros ya había salido rumbo a la capital para informar de la llegada de aquel extraño y gigantesco ser de piel blanca.