I: Amargura Carroñera.

Todos los días era lo mismo. Levantarse, hacer el desayuno, y luego arreglarme.

Sus fríos ojos me recorrían de una manera vagamente afectuosa, fría. Levantaba su vista sobre el periódico que yacía entre sus manos y al notar que le devolvía la mirada fruncía el ceño y sus ojos seguían siendo tan ruines y asquerosamente glaciales que podían congelar la habitación completa. Me puse de pie para dejar mi plato en el lavatrastos y sin decir palabra me encaminé a la sala. Saqué un plumero para empezar a sacudir. No teníamos sirvienta, cocinera o ama de llaves. Solo una mujer algo mayor que venía los domingos con su joven sobrina para limpiar a fondo la pequeña casa de dos plantas que teníamos. Nuestros muebles eran costosos, y un solo cuadro valía, fácilmente, más que aquella pocilga remilgada que olía a amargura carroñera. Detuve mi vista en aquel plumero azul con amarillo que mis manos tenían. Sonreí con disgusto para mis adentros.

¿Quién iba a pensar que yo, Hermione Granger, iba a terminar de ama de casa, casada a los veintisiete años, viviendo en aquella mansión y siendo esposa de quien era?

Tenía mis estudios muggles en Derecho pero jamás había ejercido. Sentí lastima por mí, pero ya no era hora de lamentarse, había elegido aquel destino que nunca cambiaría. El frío caló hondo en mis huesos. Conocía esa sensación. Giré sobre mis pies y me encontré con sus ojos. Estaba recargado en la pared color blanca de la sala mirándome con una media sonrisa que como siempre, no expresaba nada.

A veces me preguntaba si realmente quería expresar algo.

Se acercó a mí y solo quedamos a escasos centímetros de tocarnos. Jamás me había tocado, ni yo a él, ¿Por qué habría de hacerlo ahora? Me miraba de una manera ruin, y su rostro comenzó a articularse como si estuviera viendo al ser mas despreciable y asqueroso de la Tierra, ¿Acaso no debería ser al revés? Le dí la espalda y seguí con mis tareas. Todavía tenía que limpiar la cocina, él no se dignaba a levantar ni su plato de la mesa, tenía que arreglar mi pequeño jardín que en estos siete años me había esmerado en cuidar, en darle vida aunque todo lo contrario estuviera pasándome. Adoraba mis rosas rojas, mis margaritas color de sol, los pequeños lirios y los frágiles girasoles que adornaban las demás flores. Si. Aquello era mi orgullo, ni siquiera, la casa, donde pasábamos tanto tiempo cuidaba y arreglaba con tal esmero.

-Me voy.- dijo con su fría sacándome del único pensamiento agradable que tenía. Claro, Draco si trabajaba, era un As en cuanto a inversiones se refería, estaba posicionándose como uno de los jóvenes empresarios más exitosos de la época y ahí me tenía a mí. Enjaulada, en una casa modesta, bien arreglada pero que no estaba a la altura de su trabajo. Seguí sin darle la cara. No dije nada y solo esperé a no oler más su turbosa colonia que había costado cientos de dólares. Esperé a no oler su indescriptible pero incomparable olor natural que conocía a la perfección, aquel olor que lo reconocería en cualquier parte del mundo, aunque millones de hombres se esparcieran litros y litros de aquella loción, debajo de ella Draco tenía su olor personal que al olerlo me haría estremecer cada parte de mi cuerpo junto con mi alma.

Se dieron las dos de la tarde. Él siempre llegaba a las dos treinta a deleitarse con algún plato exquisito que yo había preparado. Y es que, después de terminar mis estudios, pasaba tanto tiempo en casa que en algo tenía que entretenerme. Aprendí alta repostería, maravillosos platillos que se preparaban con cosas que nunca había conocido pero aun así tenían un sabor excitante. Preparé Arroz con carne de cangrejo y leche de coco y de postre un Fondue de chocolate. Al terminar me arreglé. Un lindo vestido color verde un poco mas arriba de las rodillas y de manga larga, pero un poco entallado cubría mi cuerpo. Alacié mi cabello y maquillé un poco mi rostro, me veía muy bien, pero ¿Por qué esforzarse tanto en hacer una comida digna de reyes y vestirme como si aquel hombre valiera la pena? Fácil. No éramos reyes y ni él ni yo valíamos la pena. Jugábamos a ser humanos, a ser perfectos alejados de todo aquel mundo en Hogwarts, viviendo en una modesta calle de Londres que pocos sabían su nombre. No conservábamos ninguna amistad con nadie de aquel colegio. Salvo yo. Me encontraba poniendo los cubiertos y encendiendo una vela cuando sonó el teléfono.

-Hermione, ¿Cómo has estado?- Mi corazón pareció revivir desde la ultima vez que oí su voz. Habían pasado tres meses en los que me sumí mas en aquel abismo negro que día a día crecía en mi vida y que solo parecía reducirse con la voz de Harry.

-¡Oh Harry! Me alegra escucharte. ¿Por qué no habías llamado?, hace tres meses que no sabía nada de ti, pensaba en llamarte pero tenía miedo de que Ginny contestara.-

Miedo. Hacía mucho tiempo que empecé a temerle a mi mejor amiga. Harry guardó silencio y continúo.

–Como sabes, Ginny tiene cuatro meses de embarazo, ¡vamos por nuestro segundo hijo…!- el jubilo se plasmaba en cada palabra.- hace tres meses el medico nos recomendó irnos a un lugar cerca de la playa para que no corriese riesgo de abortar, Ginny se vio delicada de salud, así que tomamos unas vacaciones y acabamos de llegar hace unas horas, salí con el pretexto de buscar algo para comer y aproveché llamarte.- Me preocupé al oír aquello y deseé que aquel niño naciera sin ningún percance. Harry volvió a hablar.-Dime… ¿todavía tienes aquellas pesadillas?- preguntó en voz muy baja y sudé frío.

-No eran pesadillas Harry, solo recuerdos.-

-¿Le has dicho algo a Draco?-

¿Cómo iba a decirle? ¿En que pensaba Harry?

-¡Claro que no! ¿Como crees que voy a decirle? Solo quiere algún pretexto para arruinarme más la vida. ¿Crees que voy a decirle que aun sueño con la muerte de Ron? ¿Qué aun logro sentir su sangre en mis manos y que siento sus inertes ojos azules seguirme a todos lado? ¿Qué me despierto en las noches sudando y temblando incontrolablemente y ahogo miles de gritos mientras todos los realmente importantes en mi vida se alejaron de mi llamándome asesina, a excepción de tú?-

Ahora un par de lágrimas bañaban mi rostro.

-¿Qué todavía me sueño matando al amor de mi vida?- al otro lado del teléfono escuché un leve sollozo, Harry había recordado la muerte de Ron y parecía ahora entender el miedo que Ginny me causaba, parecía entender aquel odio que brotó en un instante hacia mí por parte de ella. El frío volvió a calarme los huesos y supe que estaba ahí.

-Luego hablamos- y corté la llamada.

Me puse de pie nerviosa y temblando un poco sobre aquellos tacones que estilizaban mas figura. Draco me miró de abajo hacia arriba y notó mis lagrimas. No era nuevo que sollozara delante de él, pero lo que si era nuevo, por lo menos para mí, el hecho de que se enterará de mis pesadillas.

-¿Creíste que no lo sabía?- inquirió con aquel semblante inexpresivo. Maldita la hora en que escuchó aquello. No contesté. Habíamos acordado antes de casarnos que no llevaríamos una vida de pareja normal. Si quería sexo se buscaría a una mujerzuela y pagaría por ello, si quería hablar un amigo o compañero de trabajo era lo ideal. Yo solo estaba ahí como sirvienta, y escasa compañía, auto flageándome el alma y ayudándolo a cumplir su condena, y a su vez, él la mía.

-A veces, mientras duermes, gritas el nombre de Weasley, y le suplicas a su hermana que te perdone por lo que has hecho.-

Quería adoptar su semblante rígido, indiferente pero no pude. Lágrimas siguieron cayendo, presa de la vergüenza que me causaba el hecho que Draco, aquel misero ser, hubiera escuchado tales gritos. Él dormía en una habitación al final del pasillo, que aunque no estaba muy alejada de la mía era difícil escuchar algo.

¿Realmente mis gritos eran tan estrepitosos o la noche exageradamente silenciosa que hacía escuchar claramente el caer de una aguja?

No dijo nada mas y se dirigió al comedor, tomó asiento como si nada hubiese pasado. Le seguí. Le serví el Arroz con carne de cangrejo y en una copa un poco de vino tinto. Entré a la cocina para mirarme un poco en el platinado refrigerador y observar mi reflejo. A pesar de las lágrimas el poco maquillaje que tenía no se corrió y salí de nuevo al comedor. Draco bebió un poco de vino mientras miraba como servía ahora mi ración. Nadie dijo nada. El bebía y comía aquel platillo que tanto me esmeré en preparar, ni siquiera me brindó un misero cumplido y siguió ahí, sentado comiendo, y a veces, solo a veces levantaba su vista y recorría mi rostro, luego mis senos para que al final me dedicará odio y asco con la mirada. Me aborrecía, le parecía patética, ruin… pero a la vez me temía, estaba segura, había algo en mí que le daba escalofríos.

-Necesito algunos rosales para poner alrededor de la fuente- corté el largo silencio con mis palabras. Él me miró y soltó el tenedor, bebió mas vino como ignorándome.

-Cuando regrese a la oficina ordenaré que te traigan los mejores que encuentren-

¡No! Yo no quería eso. Quería ser yo quien los comprara, yo quería ir a escogerlos y determinar si eran de buena calidad. Draco no me impedía salir, era libre de ir y venir pero mientras menos lo hiciera era mejor.

-No es necesario, iré yo mas tarde. Además necesito comprar unas cosas personales.-

Su mirada se encajó en mí como una daga al escuchar la palabra personales.

-¿Verás a Potter?, Él era quien llamó ¿verdad?-

Solo guardé silencio.

-Mi querida y bochornosa esposa, no me importa si te ves con tu amante, pero solo asegúrate que ningún conocido te vea. No necesito ser el hazme reír de la compañía, bastante tengo que serlo para ti.- Sentí ira correr por mis venas, ¿Cómo se atrevía a decir aquello? ¿A manchar el nombre de Harry y hacerme quedar a mí como una cualquiera? Se levantó de la mesa dispuesto a subir a al baño a refrescarse. Me puse de pie al mismo tiempo y lo detuve con mi voz.

-No soy como tú mi amado esposo, y no vuelvas a decir estupideces. Harry es mucho mejor que tú.-

-Y que tú.-

Susurró aun subiendo hacia el baño.

Me quedé de pie mirándolo caminar como si nada le inmutara.

-¿Sabes? Esta farsa debe acabar, necesito recuperar esos siete años de mi vida desperdiciados contigo.- agregó girando hacia mí mientras permanecía a mitad de la escalera. La luz de la tarde entraba por una gran ventana que adornaba la subida y bajada por las escaleras. Su pantalón oscuro combinado con una camisola vagamente desabrochada y también oscura le daba un aspecto funesto combinado con sus vidriosos ojos que reflejaban la luz del sol y los hacía parecer cada vez mas transparentes.

- ¿Farsa? ¡La farsa es solo para nosotros, los que realmente nos conocen saben la razón de que estemos juntos… ahora si te refieres a lo que piensan tus compañeros de trabajo o los vecinos eso no es problema!- ahora mi voz se extinguía en cada palabra y los sollozos no se hicieron esperar estaba a punto de caer al suelo, abatida por lo que pasaba cuando un fuerte golpe me hizo reaccionar. Draco había golpeado la pared con sus fuertes puños, haciendo que un cuadro se cayera.

-¡Maldita seas! Si te digo que ya no quiero estar contigo espero que lo entiendas, no soporto tu asquerosa presencia ni tus estupidas lagrimas ni las maniacas pesadillas que te siguen siempre-

-¡Eres un ser despreciable!-

-Mas lo eres tu Hermione Granger.- bajo hacia mí y me tomó por los brazos. Sentí que aquel contacto me consumiría. Su poco áspera piel tocaba las mangas de mi vestido verde, tal vez aquello evitó que me quemara en el fuego que sus poros desprendían. Me tiró contra la mesa haciendo que los platos, copas, y algunos cubiertos se cayeran e hicieran ruido al romperse. Mis pies falsearon y caí al suelo. Sentí un dolor agudo traspasar mi mano izquierda y otro mas en mis desnudas piernas… miré con horror el por que de aquello y algunos vidrios incrustados en ellas me hicieron soltar un grito de terror. Mi mano era la mas afectada, mis piernas sangraban pero mi mano no la sentía, aquel vidrio encajoso podía haberla traspasado fácilmente. Draco seguía ahí, de pie mirándome. Su semblante tranquilo me dio mas rabia.

-¡Jamás habías osado a tocarme y ahora lo haces para matarme!- chillé entre lagrimas poniéndome torpemente de pie. Él caminó hacia mí y trató de tomar mi mano para verla. Solo la alejé de él y me dirigí a sentarme para poder quitar los vidrios de mis piernas pero me tomó por la cintura y cargándome entre sus brazos me llevó al sofá.

-¡Suéltame, te odio, me mataras!- grité tratando de golpearlo pero mi mano sangraba tanto que al levantarla un poco bañé su cara con mi sangre. Me vi presa del miedo. ¿De que sería capaz? Me había tirado y visto llena de sangre, sabiendo que era su culpa y aun así parecía que no procesaba lo que sus ojos veían. Su rostro no mostraba culpa.

Me sentó en el sofá y al ver que no dejaba de moverme desplomó una bofetada en mi rostro húmedo. -¡Cállate! ¡Hago lo mejor que puedo!.- Fue lo último que escuché. Ya no veía su pálido rostro ni sentía la sangre bañar mis piernas.

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Espero les guste, saludos.