Su cabello parecía de oro bajo el sol, pero él siempre prefirió los tonos plateados que la decoraban bajo la luz de la luna; sus ojos tenían un brillo juguetón que lo dejaron sin aliento desde la primera vez que los vislumbro y que lo afectaron a tal grado de hacerlo comprar manzanas verdes sí y sólo sí eran del verde exacto de sus ojos. ¿Cómo dejar a un lado su sonrisa? En el mundo en el que Gabriel Agreste estaba acostumbrado a vivir no era usual ver una sonrisa tan sincera como la de ella; convirtiéndola rápidamente en su droga favorita.

Podía recordarla, descalza en el jardín mientras tarareaba una canción y daba giros en el vestido azul que había confeccionado pensando en ella. Lo atenta que se mostraba cuando le leía el capítulo de la novela que habían elegido juntos, lo radiante que se veía tejiendo su primer chambrita para el pequeño ser que descansaba en su vientre y que era fruto de su amor; lo joven que se veía jugando con el pequeño Adrien de cuatro años en el comedor.

La recordaba incluso antes de eso, como el día que su portafolios había caído dejando al descubierto los retratos que había hecho pensando en ella y como lo abrazo tras decirle que lo tenía enamorado. Pensó en su primera cita y lo nervioso que se sentía mientras que ella lo llevaba de la mano. Y aquella primera Navidad que resulto ser la primera en tener significado en su vida después de mucho tiempo.

Podía recordar sus días tan grises antes de ella y el torbellino de alegría que lo invadió con su presencia. Pero la alegría es fugaz y se marchó de su vida en el mismo momento en el que ella se fue.

Ahora Gabriel Agreste se encontraba en la biblioteca personal de su habitación, sentado en un sobrio sillón de madera con acolchado color lavanda y bordado dorado que había diseñado tiempo atrás y que a ella tanto le gustaba, sentado ahí mientras bebía whisky, perdiéndose en sus recuerdos. Intentando dejar a un lado su conciencia, esperando olvidar situación actual.

Estaba luchando por recuperarla, esperando volver a sentirla, pidiéndole al cielo que ella decidiera volver y poder verla de nuevo sonreír ante su presencia... pero parecía que la mala suerte lo invadía.

La necesita como el aire que respira.

Si tan solo no la hubiera dejado de lado por su trabajo, si tan solo le hubiera recordado lo mucho que la amaba y no lo hubiera escondido en su desprotegido corazón. Pero el hubiera no existe.

Y con ese amargo pensamiento se toma un vaso lleno de Whisky de un trago, permitiendo que se le escape de sus dedos mientras la cabeza le da vueltas, sin importarle la cantidad de vidrios que ahora hay en la mullida alfombra y el rostro de la mujer que juro amar toda su vida lo acompaña en sueños.


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