Disclaimer: Nada de lo que podáis reconocer me pertenece, es propiedad de Stephenie Meyer. La canción es Nobody's Home de Avril Lavigne. Escribo fics sin ánimos de lucro.

Aviso: Este fic contiene palabrotas y sexo, además de tratar sobre la adicción a las drogas. Si eres sensible a alguno de estos temas, te ruego encarecidamente que no sigas leyendo. No me hago responsable de los perjuicios que este fic pueda ocasionar.

N/A: ¡Aquí vuelvo con este fandom! Hacía milenios que no me animaba con Crepúsculo. Sé que tengo otros proyectos, pero me apetecía comenzar algo nuevo y despejarme un poco. Este será un fic de tan sólo 10 capítulos, cuyo primer borrador ya está escrito. Sin embargo, hay muchas cosas por pulir y la universidad me quita mucho tiempo así que no esperéis que los suba de un tirón. Intentaré actualizar como mínimo una vez cada diez días.

Dicho esto, espero que os guste. ¡A leer!


Prólogo

Desconocida

She wants to go home, but nobody's home.
It's where she lies, broken inside.
With no place to go, no place to go to dry her eyes.
Broken inside.

Abrí los ojos lentamente, me pesaban una tonelada. Gemí cuando la luz de una farola incidió sobre ellos. Los notaba como si fueran del doble de su tamaño y estuvieran intentando escapar de unas cuencas demasiado pequeñas. El dolor era penetrante, pero estaba casi acostumbrada. La brisa fresca se deslizaba sobre mi cuerpo semidesnudo y pegajoso por el sudor, pero no era suficiente para desterrar el terrible calor que sentía. Notaba el brazo de Amanda —¿o era Amelia? — alrededor de mi cintura y todo el cuerpo de Bran pegado a mi espalda, una persistente erección nocturna contra mi trasero y su mano en mi pecho izquierdo. La cara de "mi nombre empieza por A" estaba a escasos centímetros y su aliento rancio acariciaba mis labios. No pensé demasiado en ello, consciente de que el mío debía tener un olor similar. Más de una vez había pensado que ese era el olor del caos. Bran se limitó a reírse cuando se lo dije, afirmando que leía demasiado. Quizás era verdad. Al fin y al cabo, a nadie le hace bien leer las novelas de cinco pavos que venden en las gasolineras.

La noche se extendía de una esquina a otra del infinito horizonte. Las luces de los rascacielos, los vehículos y los anuncios publicitarios se entremezclaban para dar lugar al típico brillo urbano. Las estrellas estaban demasiado lejos para verse en el cielo de Nueva York, la ciudad era un sol en sí misma.

En el entretejido de calles un edificio antiguo y destartalado se alzaba cansado sobre sus cimientos. La habitación 216 estaba destrozada. Las mantas y sábanas cubrían el suelo, al igual que las cientos de plumas blancas y relleno de las almohadas y cojines mutilados. Había brillantina pegada en el cabecero de la cama como diminutas estrellas. En cada superficie había, por lo menos, una botella de licor o cerveza. Una raya de una sustancia blanquecina yacía olvidada sobre una cómoda, junto con una bolsa de pastillas y un fajo de billetes. Todas las ventanas estaban cerradas, pero la puerta que daba a una minúscula terraza había sido destrozada y trozos de cristal brillante se esparcían por el suelo como diamantes. El aire hacía ondular las baratas cortinas blancas y acariciaba nuestras figuras.

Me deshice de los brazos de mis acompañantes y me levanté como pude. Me temblaban las piernas y sentía el cuerpo como si me hubieran atropellado. Me di cuenta mientras gateaba fuera del colchón de la herida que tenía en la mano. Era un tajo alargado y desigual en el dorso de la mano. Sangre seca se dibujaba en líneas finas por mi antebrazo. Aparté la vista, asqueada, pero el dolor era bienvenido. Me ayudaba a mantener la cabeza clara. Así pues, me arrastré como pude hasta el baño, lo único que había sobrevivido medianamente bien a nuestro huracán, y metí la cabeza bajo el chorro de agua fría del lavabo. No habíamos pagado por el agua caliente, así que no me quedaban más opciones que esa. De nuevo, el dolor helado fue bienvenido. Levanté la cabeza segundos después, encontrándome con mi reflejo.

El espejo estaba roto y manchado de sangre. Observé una vez más mi herida. No me costó mucho llegar a la conclusión de que yo era la culpable. Maldije por lo bajo, buscando algo para desinfectarla, pero no había nada que se pareciera a un botiquín de primeros auxilios. Ni siquiera había tiritas o vendas en todo el maldito baño. Frustrada, volví mi mirada al espejo e intenté darle algo de forma a mi pelo húmedo.

En un momento de descuido, miré mis ojos. Me detuve lentamente, observando mi reflejo. Una memoria lejana de mí haciendo lo mismo en el pequeño baño de la casa de Charlie en Forks vino a mi mente. Poco quedaba de la Bella que había sido en ese entonces. Lo básico permanecía: mi pelo y ojos marrones, mi piel pálida, mi nariz pequeña y mi boca con el labio superior un poco más grande que el inferior. Sin embargo, era como mirar a una desconocida. Mi melena había desaparecido, sustituida por un corte desigual que se erizaba a la altura de mi barbilla, y mi piel no sólo era pálida, sino que tenía un aspecto enfermizo y frágil, y se pegaba a mis huesos como si no hubiera nada más debajo, producto de la mala alimentación y los excesos. Mis ojos, un día brillantes y perspicaces, habían perdido todo lo que les caracterizaba. Opacos y sin vida, me hacían parecer vacía.

La imagen me hacía querer romper a llorar.

Me alejé del lavabo a trompicones, huyendo de mí misma. De vuelta en la habitación, sacudí la cabeza para despejarme un poco, aunque sólo conseguí marearme. Gemí, apoyándome en la pared inestablemente. La fea moqueta de un color rojo desvaído estaba manchada y apolillada, pero parecía un lugar cómodo y seguro. Sin embargo, me resistí a la tentación de acostarme de nuevo. Debíamos salir cuanto antes de allí, ya habíamos tenido bastante suerte de que nadie llamara a la policía. Me vestí con lo que encontré por la habitación aunque dudaba de que la mitad de lo que llevaba fuera mío. El aire que entraba por la puerta destrozada me invitaba al exterior irremediablemente así que, caminando con cuidado y apartando cristales como pude, me abrí paso hasta la terraza.

Las luces de la ciudad se iban apagando lentamente mientras el horizonte se aclaraba, pero el movimiento era continuo. Los fiesteros y trasnochadores se arrastraban de vuelta a sus hogares mientras los trabajadores del primer turno comenzaban a moverse. Aspiré el aire contaminado de la ciudad mientras observaba el amanecer. Durante un segundo, el mundo entero pareció contener la respiración y todo se detuvo. Entonces, el primer rayo de sol iluminó la ciudad y ardió en mis ojos. Todo volvió a la normalidad. Recuperada de la ceguera pasajera, observé los coches que circulaban varios metros más abajo. Durante un segundo, pensé en lo fácil que sería subirme a la barandilla y saltar, probablemente se sentiría como volar…

Asustada de mí misma, me escabullí dentro de la habitación como si la terraza hubiera estallado repentinamente en llamas. Me senté en el suelo durante varios segundos, con la cabeza enterrada en las rodillas, meciéndome suavemente. Me ardían los ojos por las lágrimas contenidas y un dolor sordo en el pecho parecía extenderse por cada pequeña célula de mi cuerpo. La imagen en el espejo volvió a mí una vez más y los recuerdos que había luchado por enterrar empujaron contra mis barreras mentales. Los tenía bien atados al fondo de mi mente, prisioneros tras muros y muros de piedra, pero todo se deshacía como castillos de arena en un día de lluvia.

Edward. Edward. Edward.

Su nombre se repetía en mi cabeza como una oración. Me lo imaginé derrapando en su Volvo plateado, saltando del asiento mientras corría hacia el destartalado y mugriento motel, buscándome, siguiendo mi delicioso aroma hasta encontrarme en mitad de este desastre. Durante un segundo, pude deleitarme con la sensación de sus manos frías tocando mi piel, llevándose el sudor y las lágrimas. Sus labios me besarían la frente, los párpados, las mejillas, los labios… Sin embargo, la alucinación duró muy poco y lo único que me quedó fue el aliento frío del aire meciendo mi pelo.

Me levanté lentamente y observé en lo que se había convertido mi vida. El caos en la habitación era un reflejo de mí misma. Me recordaba lo poco que había luchado contra esto, lo fácilmente que había renunciado a todo y todos. ¿Cuándo había hablado por última vez con mis padres? Recordaba una llamada desde el teléfono de un bar de carretera, pero estaba casi segura de que me había quedado en silencio mientras mi madre me llamaba con voz temblorosa "¿Bella? ¿Bella, eres tú?" —. La echaba tanto de menos… Entonces, una tímida idea intentó abrirse paso en mi mente. La chica desconocida y Bran seguían durmiendo, ni siquiera se habían movido en todo ese tiempo; había un pequeño fajo de billetes sobre la cómoda, lo suficiente para un desayuno y un billete de autobús.

El corazón me martilleaba contra el pecho mientras avanzaba tímidamente hasta el dinero, de pronto consciente de todo el ruido que hacía al caminar. Lo tomé en mis manos al mismo tiempo en que mis ojos reparaban en la raya de coca y las pastillas. Mis dedos rozaron la bolsita de plástico, pero me detuve ahí. Dudé, pero me aparté rápidamente cuando Bran roncó sonora e inesperadamente. Se dio la vuelta y siguió durmiendo. Mientras me calzaba sus zapatillas —Por suerte, usaba sólo dos números más que yo—, un pequeño amago de culpa me atenazó el pecho. Llevábamos juntos desde hacía dos años, dando tumbos por la vida y abrazándonos por las noches. Nunca me había dicho su edad, pero sospechaba que rondaría los diecisiete cuando nos encontramos. Pero sabía que él no me seguiría en mi objetivo porque ni siquiera yo estaba segura de cuál era así que despertarle no era una opción.

Conté el dinero cuando estaba casi en la puerta. Mi mente trabajaba despacio, pero saqué en claro que había alrededor de ciento cincuenta dólares. Un billete de autobús a cualquier estado vecino me costaría alrededor de setenta, pero primero tenía que desayunar, comprar provisiones y algo de ropa nueva. Calculé que me gastaría alrededor de ciento veinte. Volví a contar y me guardé la cantidad que necesitaría en el bolsillo de los shorts. Hice una nota mental de intentar conseguir un bolso o algo similar. Apreté los treinta dólares que me quedaban y me acerqué al colchón en el que Bran y la otra seguían durmiendo. Me incliné y se los guardé al chico en los calzoncillos. No quería arriesgarme a que la desconocida se los quedara y dejara a Bran sin nada. No era mucho, pero le llegaría para comprar algo de comida.

Con lágrimas en los ojos y la culpa pesándome sobre los hombros, observé sus rasgos aniñados y pacíficos durante un segundo antes de abandonar la habitación sin hacer ruido.


Sé que es corto, pero se trata sólo del prólogo. Me gustaría saber qué os ha parecido y si merece la pena continuar así que espero vuestros comentarios. Como siempre, estoy abierta a críticas y sugerencias :)

¡Hasta la próxima!