STAY WITH ME
Disclaimer: Harry Potter NO me pertenece. Lo que sí me pertenece es mi desprecio por la vida lo suficientemente grande para apuntarme en el NaNoWriMo de este año. Rezen por mí.
Summary: Tom no necesita ayuda. Tom no quiere ayuda, lo que es más importante que mentirse a sí mismo diciendo que no la necesita. Y Harry... a Harry, sinceramente, le da igual lo que Tom quiera o no. Está dispuesto a ayudarlo, sea cual sea el costo, con razones que solamente él es capaz de entender en un gélido invierno donde no es capaz de dejar a la deriva a un misterioso adolescente de mal carácter.
Advertencias: Slash (relación hombre/hombre). Lemon. Chan (relación mayor/menor). DaddyKink y SugarDaddyKink. Si no te gustan estos temas, por favor, lárgate.
Lex, mi amor... Las 4000 del sprint no fueron exactamente del capítulo de Neck. Ya sabes, me dijiste que si escribía otro podía publicarlo... y más importante, podría publicártelo. Tengo este regalito para ti, y aunque no es mucho... Sé que te gustó, y espero que te guste más. UwU Te amo amor. *besa y huye*
U N O
—¿Qué te crees que estás haciendo?
Tom volteó el rostro con la mano a la mitad del bolsillo de la sudadera. La mano sobre su hombro estaba notablemente más caliente que su propia piel. El calor, el calor de una persona que no acababa de pasar tres días vagando por las calles bajas de Londres, era definitivamente lo suficiente fuerte para traspasar las finas telas de su ropa y clavársele en los huesos.
—Nada —murmuró descaradamente mientras trataba de fingir que, verdaderamente, no pasaba nada. Mientras trataba de fingir que no acababa de echarse al bolsillo la caja con los audífonos de la tienda de electrónica, esa misma caja que el sujeto había dejado caer mientras reponía el estante con la utilería a la venta. Porque claro, estar al borde de robarse unos audífonos de treinta libras no significaba que no "pasaba nada".
La presión de la mano del hombre en su hombro aumentó. Tom trató de zafarse. Lo observó de arriba abajo con expresión meditabunda, simplemente buscando si parecía tener algún punto débil, algún sitio donde golpear o zafarse. Pero, envuelto en aquella camisa a cuadros y la chaqueta gruesa, no sólo no parecía sólido y musculoso, sino un maldito infeliz que tenía la suerte y el dinero de pagarse un personal trainer que consiguiera que no se echara en el sofá a comer papas todos los días en vez de hacer ejercicio.
Maldito afortunado. Los odiaba. Odiaba a esos niños mimados y ricachones. A esos que jamás habían tenido que mover un maldito dedo por conseguir nada en la vida, justo a aquellos como él que le miraban con un reproche burlón, como si no fuera más que un niño en busca de llamar la atención.
—Ese nada —el extraño alzó las cejas componiendo una expresión mucho más burlona. Tom apretó los dientes necesitando, anhelando en lo más hondo, que no fuera a decirle nada a los guardias de la tienda, simplemente tratara de chantajearlo y pudiera destrozarlo verbalmente en medio de gritos y amenazas de secuestro. No sería la primera vez. Todo el mundo siempre le creía al adolescente guapo. Mucho más si sabía poner las caras de inocencia que él— parece valer treinta libras y tener conexión inalámbrica.
Tom tragó saliva. Por primera vez desde que tenía memoria no deseó que su saliva fuera veneno.
—Oh, bueno, es una "nada" algo costosa, quizá —se encogió de hombros tratando de llevarle la corriente, el mismo tipo de burla, la misma mirada de oscura diversión. No parecía ser mal tipo si todavía no lo había arrastrado de los cabellos por media tienda y presentado ante los guardias—. Quizá para los niños de papi como tú no lo sean, pero ya vemos, vale su dinero sí.
El extraño soltó una carcajada.
—Niños de papi, ¿eh? —su sonrisa se curvó marcando un hoyuelo a un lado de su mejilla. Tom trató de mantener el rostro en blanco, sereno, impasible, y por sobre todo sus mejillas frías—. Bueno, quizá es porque soy un mimado que me gusta mimar a otros. ¿Qué más quieres?
Tom alzó una ceja. Bueno, acababa de perderse totalmente en el ritmo de la conversación. Si es que acaso le interrumpieran a mitad de un robo era una conversación propiamente dicha.
—¿Qué?
—¿Qué más? —el hombre alzó las ceja nuevamente con una expresión tan franca, amplia y juguetona que Tom sintió esa desagradable sensación de que los tipos del otro lado de la calle le habían estado dando duro a las drogas alucinógenas otra vez, lo suficientemente fuerte para que el humo le llegara a su destartalada casucha abandonada que conseguía habitar hasta su demolición. No podía estar viendo algo real. Un hombre, un adulto, no podía estarlo viendo como un igual. Si jamás había pasado, ¿por qué pasaría ahora? No tenía la menor lógica—. Tienes un mundo para escoger. ¿Qué más quieres? Audífonos, son bonitos, aunque supongo que esa marca es algo... mala. ¿No crees? Un cable muy fino. Si no le das su respectivo buen trato son de ruptura fácil. Y teniendo en cuenta el estado de tus jeans, dudo que sepas lo que es darle un buen trato a algo.
Tom no lo evitó en ese momento. Bajó la mirada comprobando los parches ajustados en la ropa, todo tintado con el mismo hollín y tinta hasta dejar el mismo tono de negro desgastado que no lo hacía ver mal. Jamás se tenía que ver mal. Pero cuando alzó la vista la expresión cada vez más divertida del hombre se le antojaba cada vez más insultante, y su rostro ardía de rabia cada vez más.
—¿A qué juegas? —siseó tratando de zafarse de su agarre. El sujeto lo soltó y alzó las manos como demostrándole que no volvería a tratar de atraparlo—. ¿Por qué...? —inhaló profundamente en busca de algo capaz de aclarar su cabeza. No iba a armar un escándalo. Había quedado vetado de la última tienda en la que había armado un escándalo, y casi habían llamado a las autoridades policiales. Y si podía evitarlo haría hasta lo imposible por hacerlo—. ¿Qué tienes en la cabeza? Un sujeto normal como tú no va por ahí regalando cosas.
La sonrisa se borró de la expresión del hombre un momento. Tom tragó saliva pensando, bien, que acababa de joderla. No había de otra. Ahora el tipo llamaría a la policía, a los guardias, lo arrastrarían lejos, lo sacarían de a patadas y eso era si no tenía la suerte que trataran de ponerlo en alguna casa de acogida hasta comprobar por qué razón sus padres no se hacían cargo de él, hasta comprobar que no tenía padres, que se había escapado del maldito orfanato hacía tantos años que ya dudaba que alguien recordara su rostro o si acaso alguna vez hubo existido en esas mugrosas paredes.
No quería volver a esa mierda.
—Bueno —el hombre suspiró. Se frotó un lado de la mejilla, su codo alzado un poco más por sobre su cabeza de lo necesario mientras se inclinaba sobre él. Tom casi chilló cuando la mano se entrometió en el bolsillo de la sudadera, quitando los audífonos de su bolsillo con un tirón y dejándolos caer al suelo mientras el codo seguía alzando. A Tom le costó entender y jadeó cuando lo hizo. Estaba tapando las malditas cámaras de seguridad—, quizá un sujeto normal no lo haga. Yo, personalmente, no me considero normal. Así que, ¿qué quieres?
Tom tragó saliva y se agachó a buscar los audífonos. El hombre sonrió.
—¿Algo más?
—¿Cigarrillos electrónicos? ¿Venden aquí? —dudó. Su nuevo mejor amigo se encogió de hombros.
—¿Quizá? Podemos preguntarle al dueño —revisó en el bolsillo de su chaqueta y Tom sintió su mundo derrumbarse hasta el instante en que no sacó nada más que su mano en forma de teléfono, infantilmente—. Uh, hola. Se reclama la atención del señor Potter al pasillo número tres. Parece que hay un chiquillo preguntando por cigarrillos electrónicos —le examinó duramente con la vista y una expresión de gozo—. Oh, perfecto, muchas gracias.
Tom no supo si reír o llorar.
—Dice que hay —señaló— hasta al fondo junto con las baterías. Pero necesitas prescripción o algo así. Es un poco mierdoso todo el trámite. En la época de mis abuelos, los infelices fumaban a pipa y lo gozaban. Ahora no se puede ni tener un cigarrillo electrónico sin que te lo ordene una farmacéutica para nivelar el estrés.
Tom trató de controlar sus pasos y no correr. No fumaba. Lo odiaba con todas sus fuerzas. Pero si quería pagar sus deudas de verdad necesitaba algo de dinero, y esas mierdas se vendían muy rápido y muy fácil entre los infelices de las calles. Su adicción al dinero no era mucha; en realidad era más adicción a la supervivencia, a tener lo suficiente y necesario para vivir un día más. No iba a dejarse rendir como todos siempre le echaron en cara: débil, tonto, imbécil, estúpido. Todos eran huérfanos en aquella prisión de los horrores donde los domingos todos sonreían y los lunes todos lloraban. ¿Por qué razón a él lo trataban peor?
—¿Algo más? —preguntó el hombre por detrás de sí. Tom le alcanzó los paquetes con dos cigarrillos electrónicos cada; cuatro paquetes. Ahí se iban unas buenas ochenta libras y si se sumaban los audífonos sería la mayor cantidad de dinero que Tom pudiera tener en manos en mucho, mucho tiempo. Quizá hasta podría comer de verdad y no sólo sobras. Esa idea le hizo sonreír ampliamente.
—Nada —suspiró—. ¿Qué...? —dudó al preguntarlo. De verdad dudó porque sabía que no había acción sin reacción, y ningún sujeto iba a simplemente comprarle cosas sin esperar nada a cambio. La saliva le dolió al tragar por la cantidad de ideas más que turbias que se le cruzaron por la cabeza, la mitad de ellas el doble de repugnantes de lo que podrían parecer en todo tipo de sitios—. ¿Qué quieres a cambio?
La expresión en el rostro de aquel tan extraño y simpático hombre se tornó casi cálida. Sonrió ampliamente, los hoyuelos marcándose en ambas mejillas, los ojos entrecerrándose con las pestañas casi dándole una doble tonalidad de verde a sus ojos.
—Dime tu nombre —pidió, extendiendo la mano para hacerlo avanzar por los pasillos con las cajas entre las manos—, y prométeme que no volverás a robar. Al menos en mis tiendas. De verdad es molesto.
Tom apartó la vista y sonrió para no soltar un insulto. No era la primera vez que robaba ahí. El sólo saber que alguien, específicamente el dueño, específicamente ese dueño, lo sabía no hacía más que ponerlo el doble de desquiciado ante la idea de que ningún tipo de paranoia era suficiente.
—Tom —dijo mientras llegaban a la caja. La mujer observó al dueño del negocio con una casi sonrisa burlona en los labios pintados de coral—. Me llamo Tom.
—Bonito nombre —lo empujó más adelante casi haciéndole tropezar. Tom volteó la vista, esperando de pronto encontrarse con un montón de guardias, policías y gente gritando. Lo único que lo rodeaban eran cortinas plásticas con logos de bandas, anuncios de otras tiendas, promociones normales y típicas en el sector electrónico—. Prométeme que no volverás aquí para hacer algo tan horrible, ¿de verdad no consideras la cantidad de niños en países subdesarrollados que debemos explotar para hacer estas cosas que luego tú robas y no aportas tu granito de arena para que sean un día más esclavos y coman otro granito de arroz?
Tom se sorprendió al soltar una carcajada. El maldito hasta le caía bien.
—Lo prometo —aceptó todavía con la sombra de la carcajada en su garganta. Una palmada se dejó suave en la parte de atrás de su cabeza, un golpe apenas cariñoso y más como un roce, una caricia que le puso la piel del cuello de gallina y le recorrió un estremecimiento por la columna.
—Genial —le sonrió a la cajera principal que le guiñó un ojo. Tom sintió que había algo que se perdía en aquel intercambio, mucho más teniendo en cuenta que aquella mujer no parecía la típica cajera con cara de amargada y de estar sufriendo cada segundo de vista al público cuando podría estar haciendo cosas más interesantes con su vida—. Entonces, Cho. ¿Quieres darle algo tú? Así nos aseguramos que no regrese... a robar. Es adorable.
Tom sintió sus dedos arder como si quisiera aferrarse a algo. El intercambio parecía tan mafioso que le ponía todo el sistema en alerta.
—¿Unas cuantas libras? —preguntó inclinándose amistosamente sobre la silla en una pose mucho más familiar y menos rígida—. ¿Cómo cien? ¿Ciento cincuenta?
—Agrégale cincuenta de mi parte —el sujeto pasó rápidamente los productos por la caja para que pudieran marcar los códigos de barras y quitarle los seguros. Tom lo observó con expresión perpleja. ¿En qué clase de universo paralelo estaba? La gente normal no hacía eso—. Perfecto. Entonces, ¿esto es suficiente para ti Tom?
—¿Qué mierda pasa con ustedes? —Tom tragó saliva. El dueño y la cajera intercambiaron una mirada divertida—. Están locos.
—Quizá —el hombre sonrió—. Pero hacemos algo bueno. No es la primera y sospecho que no será la última vez que estés robando. Si tenemos dinero suficiente para darte algo, ¿por qué no hacerlo? No es que seamos de esos que andan regalando por ahí pero tú eres un caso especial. Es decir, ¿qué persona compra cigarrillos electrónicos para no usarlos, sino comerciar con ellos? —su expresión pasó de irónica a juguetona— Y no, no te he estado siguiendo. Sólo que cometes el error de comerciar en pleno centro. Tengo ojos.
Tom mordió el interior de su mejilla tratando de no hacer su expresión tan enfurruñada infantilmente, y sí más como un enojo serio bastante homicida. Por la risita escapando de entre los dientes del hombre, bueno, no había funcionado.
—Entonces es sólo... —sacudió la cabeza, los ojos fijos en el hombre y luego la mujer, tan diferentes entre sí como diferentes de él. Adultos y maduros comportándose como niños juguetones. Tom no había salido de la adolescencia y ya se sentía como un anciano sufriendo su miserable y asquerosa vida— ¿sólo no robar aquí? ¿Sólo una advertencia? ¿Nada más?
—Nada más —el hombre extendió su mano y aquella cajera le tendió una bolsa de papel con el logo del comercio—. No robes aquí, no revendas en el centro a ojos de todos, y ten cuidado cuando vayas por la calle a solas con todo el dinero. De verdad lo digo. Tú no eres el único ladroncillo de por aquí.
Tom trató de no poner los ojos en blanco. Ni que no conociera sus propias calles.
—Supongo que... genial —tironeó de la bolsa comprobando que realmente estaba en sus manos. Realmente podría pagar, realmente podría comer, realmente podría comprar otro abrigo entre los donados para la recaudación para el ejército de salvación, realmente podría salir adelante otro día, otra semana. Podría vivir—. Gracias.
La cajera sonrió casi maternalmente mientras el dueño lo escoltaba fuera. Tom esperó hasta último segundo que sonaran las alarmas y casi sintió sus rodillas aflojarse cuando estuvo fuera y no lo hicieron. El único sonido era el ronroneo de los motores, las voces al unísono en conversaciones ajenas. No había alarmas. No había gritos. No había policía.
No había orfanato. No más. Nunca más.
—Por cierto Tom —el hombre rebuscó en su bolsillo, ahora el del pantalón. La tela se ajustaba a su cuerpo y, bajo aquella luz, era sombras y luces de neón en extraños patrones sobre la sombra de barba en su mandíbula y la profundidad del hoyuelo en la barbilla— puedes llamarme si necesitas dinero. No te digo que, wow, te de millones por mes. Pero anda, puedo ofrecerte un pequeño trabajo. Siempre nos andan faltando acomodadores. Pagamos bien.
Tom puso los ojos en blanco como si no estuviera siquiera considerándolo mientras sostenía la tarjeta de presentación que el hombre le ofrecía entre sus dedos. Papel blanco de bordes dorados un poco ostentoso, difícil de pasar por alto con las letras enormes en negro. Tom leyó "Harry J. Potter" con una mueca que parecía querer convertirse en sonrisa. Su loco mejor amigo salvador (o lo que fuera) tenía nombre. Y era un nombre al cual estaba dispuesto a recurrir si alguna vez estaba con la soga al cuello, lo cual quería decir como en ese maldito momento que si no acababa de pagar antes de la nevada ni siquiera sobreviviría la maldita golpiza que estaba por venirse sólo por jamás traer el dinero que le correspondía. Ahora no habría golpiza, tampoco. Y quizá algo más que miradas burlonas si se tenía en cuenta que con ese dinero podía hacer el doble, el triple soñando en grande.
Sobrevivir nunca había costado tanto dinero.
Tom se marchó con la cabeza en bajo, pensativo, tratando que los cabellos le cubrieran la expresión soñadora mientras analizaba la cantidad de cosas que podía comprar o comer. Cuando se volteó antes de doblar la esquina Harry seguía allí, mirándolo.
*gritos ahogados*
Yo DE VERDAD necesitaba esto... Necesitaba sacarlo de una vez por todas de mi sistema. Necesitaba hacer esto tan bonito que tengo por aquí... para una persona muy hermosa que tengo por allí *guiño guiño*
De verdad adoro la temática Sugar Daddy/Daddy Kink por muchas razones que no tengo permitido decir... Pero de verdad lo amo, lo adoro y lo adoraré sieeeempre, y como corresponde a cuando me gusta algo, tengo que escribir sobre eso con mi OTP *risa malvada*
Entonces... Tenemos a un joven Tom robando de una tienda de aparatos tecnológicos coffcoffHPcoffcoff y un bastante mayor Harry dándole "de a gratis" unos cuantos objetos y dinero para pagar sus deudas... Yo creo que aquí haría falta solamente el logo de Brazzers xDDD
¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué creen que pasará ahora? ¿Harry y Tom volverán a encontrarse? ¿En qué situación será? 1313
¿Dudas? ¿Opiniones? Deje aquí su bonito comentario y reciba a cambio una galletita o unas papitas UwU
Nos leemos en el próximo!
xxx G.
