Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling, Bloomsbury Publishing, Scholastic Inc. y AOL/Time Warner Inc. Nadie gana ningún beneficio económico con esta historia.

Capítulo 1

Se dirigió hacia la estantería del fondo sin pensarlo, había descubierto en las librerías anteriores que los mejores libros siempre se guardaban allí, probablemente porque con el paso de los años nadie los reclamaba y esos lugares no se caracterizaban por tener un orden fijo, así que los libros que nadie parecía querer iban al fondo poco a poco. Ojeó los títulos que resaltaban en los lomos acariciándolos con mimo con la yema de los dedos y sonrió al encontrar uno que llamó especialmente su atención.

—Altais —llamó a su novio con emoción en la voz por lo que había encontrado y lo buscó entre las pocas estanterías que había en el lugar—. Mira lo que encontré —le dijo mostrándole el libro, era la primera edición de Venenos y sus respectivos antídotos. Ella tenía una edición nueva, pero en esas más antiguas siempre encontrabas datos que se habían eliminado o incluso venenos que habían sido retirados de la lista.

—Se nota que lo tuyo es ser buscadora —bromeó Altais tomando el libro y ojeándolo con cuidado—. Aquí hay algunas metodologías que precisan magia prohibida —comentó observándola analíticamente mientras le devolvía el libro.

—Lo sé —contestó abrazando el libro con cuidado contra su pecho—. Pero también salen otras cosas interesantes que no están en la nueva edición y que no están prohibidas. Además no es como si fuera a practicarlo —contestó encogiéndose de hombros y mirando los tomos a su alrededor—. ¿Creación de hechizos?

—Estoy de vacaciones —contestó como si eso lo explicara todo, era su mayor pasatiempo, y se giró para seguir inspeccionando una estantería—. Una pena tener que mirar muchas de sus páginas sin darle utilidad, es un gasto de papel y tiempo, más teniendo la edición legal.

—No tiene por qué ser una pérdida de tiempo, puedes aprender cosas también de ahí, en Defensa por ejemplo estudiamos un atisbo de lo que son las maldiciones prohibidas para saber combatirlas —repuso ella también mirando los libros.

—Es lógico conocer un poco aquello contra lo que se pretende luchar. Sin embargo, conocer esos métodos de elaboración no te sirven para tratar de recrearlos con procedimientos legales, ya que para ello deberías conocer intrínsecamente lo que implica emplear los otros métodos. No tenemos ninguna base en ese tipo de magia —objetó Altais.

Leyna frunció un poco el ceño mirando el libro, meditando si debería dejarlo de nuevo en su sitio o no, pero finalmente lo abrazó de nuevo y negó con la cabeza.

—Aun así puedo aprender otras cosas —dijo decidiendo dar por concluida la conversación y volviendo a buscar en esa zona más apartada.

Altais sonrió, tal vez no estaba bien que jugara así con ella, pero el futuro se acercaba y si no hacía nada… no quería ni considerar tener que dejarla ir por lograr sus fines. Esperaba poder plantar un poco de esa semilla y que la curiosidad por el saber en ese libro hiciera otro poco. Un rato más tarde Leyna regresó con tres libros más en sus brazos y una sonrisa satisfecha.

—Yo ya elegí.

—Entonces vámonos, yo también acabé —contestó Altais, tenía un libro en sus manos, le echó una mirada más, otra de soslayo a un pasillo más oculto que tendría que visitar solo en otro momento del verano, asintió y se dirigió al mostrador para pagar.

—¿Ya hemos acabado? ¿Todas todas? —preguntó ella cuando salieron de la tienda, guardando los libros en su mochila.

—Sí, ¿cuántas más quieres teniendo en cuenta la población mágica que habita aquí? —preguntó con una sonrisa por su ansia, poniendo rumbo hacia las afueras de La Rochelle.

—Ya… —murmuró, la verdad era que había comprado suficientes libros como para pasar dos meses leyendo—. ¿Y ahora a dónde vamos? —preguntó con renovada ilusión.

Habían pasado toda la mañana y gran parte de la tarde en el pueblo de la abuela de Altais, visitando todas las librerías que había, pero su novio le había dicho que no iban a quedarse allí, que los podrían encontrar demasiado pronto ya que al final habían tenido que escaparse de verdad, pero no le había dicho a dónde iba a llevarla, la tenía intrigada, mucho.

—A ese bosque de ahí —señaló fuera de la civilización, sonriendo misteriosamente.

Ella lo miró alzando una ceja. —¿Qué pretendes hacer en el bosque?

—No voy a llevarte a una cabaña —bromeó en referencia a las navidades.

—¡Ey! Mi cabaña era muy cómoda, y lo pasamos muy bien, no lo niegues —protestó caminando con él hacia el bosque.

—No lo hago —dijo Altais sin detener su paso por la ciudad muggle.

—Pero te burlaste de mi cabaña —repuso haciendo un mohín.

—Tú preguntaste qué pretendía y te dije algo que podías estar segura que no —objetó, claramente divirtiéndose a su costa.

Ella abrió de nuevo la boca para protestar, la cerró y lo miró mal. —Eres malvado.

Altais sonrió y la atrajo rodeándola con un brazo por la cintura para recorrer el resto de la distancia hasta el lugar adecuado. Se detuvo dentro del bosque, Leyna pudo notar que pasaban una barrera antimuggles que rodeaba una pequeña zona donde se encontraban. Él sacó una pluma de su mochila y sacó su varita del bolsillo.

—Coge el extremo —indicó.

La chica lo miró con sorpresa. —Un traslador… ¿lo has hecho tú?

—Suerte que aún no eres auror —contestó desvergonzadamente.

—Eres un rebelde, que lo sepas —lo acusó cogiendo el extremo que le indicaba.

—Si solicitáramos uno dejaríamos demasiadas pistas —se excusó Altais antes de activar el traslador—. Portus.

Leyna sintió ese característico tirón en el estómago, cerró los ojos con fuerza y no los abrió hasta que sintió sus pies tocar tierra. Lo primero que captó fue el olor salado del mar, el sonido de las olas romper contra las rocas, y el calor que los rodeaba. Se giró y observó con fascinación el paisaje. Estaban dentro de una cueva en la que se metía el mar, la arena se veía completamente blanca, muy fina y las aguas cristalinas que permitían ver el fondo.

—Es precioso.

—Bienvenida a Malta —dijo Altais tras guardar el traslador. Cogió su mano y la instó a seguirle para salir de allí en fila india para no meter los pies en el agua—. Vamos primero al hotel.

—Malta… nunca había venido a Malta —dijo sonriendo—. Pero no traje ropa para este calor.

—Nos ocuparemos de eso. Me niego a una sesión como le encantaría a tu amiga Zaniah, pero soy razonable —contestó mirando dónde pisaba y comprobando que Leyna hacía lo mismo—. Yo tampoco he estado, hasta hace unos días que estuve probando el traslador y reservando el alojamiento.

—Tranquilo, yo no suelo entretenerme buscando ropa, aunque siempre vaya perfecta —contestó con una sonrisa orgullosa, llegando a suelo más seguro y dejando que Altais soltara su mano—. Es un sitio impresionante.

Altais la dejó observar la playa, recrearse con el paisaje aunque el Sol incidía sobre su piel pálida indiscriminadamente. La guio por el paseo de la costa hasta llegar al Radisson Blue Resort en donde iban a hospedarse. Dejó nuevamente que se quedara observando su magnitud antes de decidir que así no iban a llegar a ninguna parte y la instó a entrar tomándola de la cintura. Avanzaron por los pasillos de mármol del hotel hasta la recepción. Altais saludó a la recepcionista quien le sonrió más de lo que ya lo hacía al recordar la reserva que él mismo realizó unos días atrás. Le entregó la llave y nuevamente condujo a Leyna a los ascensores por la impresionante recepción.

—Altais… me encanta este sitio pero… ¿no es muy caro? —preguntó la chica saliendo un poco de su estado de asombro.

—Depende la habitación, pero no demasiado. Además capté dos clientes nuevos para mi padre hace dos semanas, no le importará… cuando se entere —contestó Altais quitándole importancia.

Ella rio negando con la cabeza. —Cuando el mío se entere pondrá el grito en el cielo y se pondrá rojo porque mi tío volverá a reírse de él, le encanta molestarlo —le contó divertida por la propia imagen mental que se le formó.

—Habría sido más sencillo si no se hubieran negado haciendo que recurriéramos a la fuga. Harían bien en razonar que cuanto más lejos de Gran Bretaña en estos momentos, más seguro —dijo el chico saliendo del ascensor cuando se detuvo en la planta en que tenían la habitación.

—Deberían, pero los padres son así, yo me conformo con que no aparezcan de repente a buscarnos —contestó esperando ansiosa a que abriera la puerta de la habitación para poder ver cómo era.

En cuanto lo hizo no se resistió a entrar delante y sin pensarlo se lanzó a la gran cama con edredón blanco para observar todo desde ahí. Justo enfrente de la cama, unas puertas acristaladas daban a una terraza con una mesa y dos sillas, a la derecha otra terraza más pequeña. En diagonal un mueble con una televisión muggle de plasma sobre un mueble de madera oscura, un tocador pequeño, y a la izquierda el sofá negro, a juego con el resto de la habitación, separaba el cuarto de la puerta que llevaba al baño y al vestidor.

Altais dejó su mochila, cogió unas prendas y pasó al baño dejándola seguir disfrutando de la cama. Cuando salió lo hizo con unas sandalias, unos pantalones piratas grises y una camiseta verde sin mangas.

—¿Prefieres la cama o hacer las compras? —preguntó mientras sacaba su ropa y la metía en el armario.

—Si nos quedamos ahora en la cama no nos dará tiempo a ir de compras, ¿verdad? —contestó incorporándose.

—No, creo que hay muchas tiendas que cierran tarde, pero depende de dónde y qué quieras comprar —respondió terminando de instalarse y se sentó al lado de ella en el borde de la cama.

—Un traje de baño, pantalones cortos y unas sandalias —enumeró—. Camisetas tengo suficientes —meditó y asintió—. Podemos comprarlas y luego ir a la playa —sugirió abrazándolo por el cuello y uniendo sus labios unos segundos.

—Entonces coge lo que necesites y vámonos —la apremió.

—¡Voy! —se levantó casi de un salto, vació su mochila teniendo solo cuidado con los libros que había comprado y dejó el dinero a buen recaudo en uno de los bolsillos de ésta. Guardó todas sus cosas en el armario con un movimiento de varita y las cosas mágicas las metió en la caja fuerte antes de recogerse el pelo en una coleta y colgarse la mochila—. Lista.

—Casi. Traje de esto de sobra —dijo poniéndole una poción para protegerse del Sol en la mano de Leyna.

—Oh… bien pensado —dijo mirando la crema y decidiendo que era mejor extenderla antes de salir, no quería tener manchas en la piel tan joven ni parecer un cangrejo. Con un toque de varita en el bote ésta se extendió por todo su cuerpo y la guardó para echarse de nuevo más tarde—. Ahora sí.

Altais hizo un asentimiento y salieron de allí, de vuelta a las calles de esa zona de Malta. Acompañó a Leyna de una tienda a otra con paciencia y cuando estuvo todo hicieron un fugaz viaje a la habitación para dejar lo que no necesitaban y regresar al punto inicial para ir a la playa. Se hicieron con una sombrilla y unas tumbonas y por su parte Altais se sentó en una de estas últimas una vez se quedó con el bañador negro.

Leyna se anudó bien la parte superior del bikini verde y plata que había encontrado en una tienda.

—¿No quieres venir a darte un baño? —preguntó a su novio mirándolo por encima de su hombro.

Él la recorrió con la mirada una vez más y accedió, después de todo era su culpa por elegir ese lugar en vez de cualquier otra ciudad. Se levantó y caminó hacia la orilla, siendo él quien la mirara por encima del hombro al llegar a donde las olas bañaban sus pies. La chica sonrió y corrió hacia él siguiendo el impulso de saltar a su espalda y rodearlo con las piernas por la cintura, dándole un beso para paliar el posible enfado por esa acción.

—El Sol comienza a afectarte —le recriminó cuando lo soltó, volvió a alejarse de ella adentrándose en el mar hasta casi la cintura y se metió de cabeza, avanzando unos metros bajo el agua antes de girarse y mirar hacia Leyna expectante—. ¿A qué esperas?

—Contemplaba el paisaje —respondió volviendo a correr hasta lanzarse al agua metiéndose por completo y salir justo al lado de él—. Eres muy impresionante —aseguró sonriendo de lado, lamió los labios de él y nadó hacia atrás alejándose sonriendo.

Altais esbozó una sonrisa depredadora y la siguió, lo que acabó por convertirse en una persecución en toda regla, con Leyna riendo y esquivándole hasta que logró coger un pie, tiró de ella y la atrapó en sus brazos. La besó antes de que pudiera decir nada más. Ella lo rodeó con los brazos tras el cuello y con las piernas abrazó su cintura quedando completamente pegada a él.

—Creo que estás un poco salado —bromeó lamiéndose sus propios labios.

—Un hecho sumamente extraño —replicó sarcástico.

—Eso mismo pensé yo, debería ponerle solución —contestó ella antes de lamer esa vez los labios de él a conciencia hasta que no quedó ni rastro de sal en ellos—. Mucho mejor.

Altais besó su cuello, mojándose los labios de la sal en la piel de ella, mordiendo sacándole un jadeo. —¿Estás segura de que lo solucionaste? —preguntó sobre sus labios.

—Lo hice, pero eres un rebelde y vuelves a tenerlos salados —repuso ella, esa vez quitando esa sal con un beso, intenso y anhelante, antes de que el beso terminara se soltó y cuando el beso terminó ella volvió a huir riendo y nadando a la orilla.

Él la siguió y la atrapó, premeditadamente, cuando pasaba junto a las tumbonas que habían alquilado, tumbándola allí bajo su cuerpo, unió sus manos con las suyas sujetándolas a los lados de la cabeza y se apoderó de su boca.

—¿Pretendías huir de mí?

—Para nada, pretendía que me atraparas —contestó ella alzando la cabeza para volver a besarlo—. Aunque creo que hay gente que nos mira mal —agregó mirando a los lados, había algunas personas que los miraban reprobatoriamente por el espectáculo.

—No me he fijado —contestó mirándola intensamente, sólo a ella y volviendo a atrapar sus labios esa vez más lento, largamente hasta sentirla derretirse.

—Bueno… a mí ni me importa —aseguró con los ojos cerrando y correspondiendo a ese beso de un modo dulce, soltando una mano y llevándola a su pelo para acariciarlo suavemente.

Altais sonrió y siguió besándola, era el primer día de lo que esperaban que fuera una semana juntos y le gustaba cómo esta comenzaba.

-o-o-o-

Bajó una mano por su espalda en una caricia y esa vez pasó hasta acariciar una nalga, acercó sus labios a los de ella y dejó lentos besos en ellos. Era la cuarta mañana que despertaba en ese hotel, Altais había despertado hacía casi media hora y en ese momento consideró que ya había esperado suficiente tiempo a que su novia se despertara por su cuenta y dejara de estrujarlo para pedir el desayuno. La chica abrió los labios aceptando más que gustosa ese beso, sonriendo aún sin despertar del todo, pero reconociendo perfectamente esos besos y esas caricias. Sus brazos aflojaron un poco el agarre y una de sus manos acarició el costado de él.

—Buenos días —saludó Altais, la mano que acariciaba las nalgas de ella pasó a rodear un muslo rozando la cara interna y casi su sexo.

—Muy buenos —contestó ella entreabriendo los ojos y separando las piernas para él—. ¿Dormiste bien? —preguntó mientras sus manos recorrían relajadamente, tomándose su tiempo, el pecho de Altais.

—Muy bien —respondió del mismo modo, volvió a besarla y aceptó la invitación de sus piernas acariciando su centro de placer, sacándole un jadeo ahogado en el beso, pudo sentirla prácticamente lista para acogerlo en su interior, caliente y húmeda—. ¿Qué soñabas? Podría hacerse realidad —la animó a hablar.

—Tendríamos que bajar a la playa —repuso ella pasando a dejar besos en el cuello de él—. Quizá esta noche —sugirió sonriendo de lado—. Me sujetabas muy fuerte por el culo, ¿sabes? —informó dando una larga lamida a su nuez de Adán.

Altais llevó un momento las manos a ese lugar mencionado y lo apretó. —Cuéntame más, podemos hacer un ensayo —propuso, dejo una mano en una nalga y la otra la subió a un pecho, en tanto echaba la cabeza hacia atrás para dejarla hacer.

Ella jadeó en respuesta a ese apretón momentáneo. —Yo besaba tu cuello, te rodeaba con las piernas y mis pies apretaban tus nalgas también —explicó haciendo lo que le contaba como podía en esa posición—. Y entrabas y salías de mí con demasiado intervalo, profundamente, me querías volver loca, lo dijiste.

Él giró para ponerse sobre ella, entre sus piernas, pegó su cuerpo al de Leyna y besó su boca largamente, bajó por su cuello, sus hombros, saboreó sus pezones y acarició esos mismos lugares además de sus piernas, excitándose. Cogió una almohada y la puso debajo de sus caderas para poder obtener un ángulo más profundo. Cogió su varita de la mesilla, realizó los hechizos pertinentes, agarró su culo y entró en ella de una vez. Salió una vez despacio y volvió a entrar del mismo modo, aunque más rápido y fuerte los últimos centímetros, sacándole un gemido con cada vez.

—¿Qué más pasaba, Leyna?

—Ah… mis pechos… besabas mis pechos, jugabas con ellos… mmm… se sentía tan caliente en contraste con el mar —explicó arqueándose de sólo pensarlo e impulsada por una penetración más. En la siguiente sus pies apretaron más también el culo de él y fue mucho más profunda si era posible, haciendo que ambos gimieran esa vez.

Altais soltó una de sus nalgas necesitando un punto de apoyo más para bajar la cabeza a donde ella decía cuando salía, ahora comprendiendo con ese dato del mar exactamente cómo lo había soñado. Las manos de ella, más libre que en el sueño, bajaron y apoyaron a sus pies un segundo en su tarea de apretar el culo de Altais antes de recorrer su espalda con descaro, bajando a ese lugar de vez en cuando.

—Más… ¡Ah, Altais!... por favor… rápido —suplicó sintiendo que necesitaba más velocidad.

—Creo que tu locura no está todavía a la… mmm… ah... altura —contestó, tratando de contener un gemido en uno de esos apretones, pero que acabó escapando, y reprimió a sí mismo para seguir con ese ritmo demasiado lento.

Leyna acabó retorciéndose de placer y desesperación, creyendo que realmente iba a volverse loca antes de que él aumentara el ritmo y la llevara a la culminación. Reclamó sus labios para besarlo con esos sentimientos de anhelo y deseo en él y lo miró con los ojos oscurecidos de placer.

—Necesti… ¡ah!... te necesito… Merlín… te necesito más…

Él se detuvo del todo, la besó furiosamente y seguidamente cumplió su deseo, enterrándose en ella una y otra vez rápido y fuerte. No tardó en sentirla estrecharse en torno a su erección y arrastrarlo con ella al orgasmo. La escuchó gritar su nombre sin inhibiciones y apretar el abrazo de sus piernas y sus brazos.

Altais dejó un dulce beso en sus labios cuando sus respiraciones se calmaron un poco. —¿Fue un buen ensayo, soñadora?

—Creo que perfecto para la puesta en escena —rio ella acariciando su mejilla con una mano y devolviendo ese dulce beso.

Él se movió a un lado, quitando todo su peso de ella. —¿Qué te apetece desayunar hoy?

—Chocolate —contestó relamiéndose—. Con bizcocho.

—Después podríamos ir a buscar otra cala, una tranquila —propuso Altais girándose para coger el teléfono para pedir el desayuno, viendo que Leyna no estaba con ánimo de salir para ir a buscarlo.

—¿Para la puesta en escena? —bromeó ella y fue a reír, pero esa risa quedó congelada en su garganta cuando vio aparecer a sus padres en la terraza de la habitación con cara de pocos amigos. Su mente aún funcionó lo suficiente rápido como para taparse con las sábanas antes de que aparecieran los padres de su novio—. Altais… no hay cala.

Altais se giró y maldijo interiormente ante el panorama. —Vaya tapadera te dio Zaniah —dijo molesto viendo a su madre abrir la puerta de la terraza y cómo la de Leyna entraba en primer lugar.

—¡¿Cómo se te ocurre, señorita, mentirnos de esta forma tan descarada?! —inquirió Pansy a su hija, había restos de preocupación entre tanto enfado, Leyna los pudo captar, pero dudaba que pudiera apelar a esa preocupación esa vez.

—Todo tiene una explicación —aseguró cubriéndose más, menuda forma de conocer a los suegros en persona.

—Podría haberos pasado algo y no lo sabríamos. ¿Cómo pudiste mentirnos así, hijo? ¡Aprendiendo idiomas! —gritó Hestia, la madre de Altais, indignada, una mujer de metro setenta con el pelo negro, los ojos azules y las mejillas sonrosadas.

—Por supuesto, maltés —replicó Altais sin parecer afectado, casi en un tono condescendiente.

—Altais, no te comportes como un niño —lo reprendió Orion, el padre del chico, en tono serio, era el menos alterado de los cuatro progenitores, al fin y al cabo cuando hizo la propuesta a principios del verano de ir a algún sitio unos días con Leyna él no se había opuesto, pero esa discusión la ganó su madre auror.

—Si ella dejara de tratarm… —la respuesta quedó opacada por la nueva intervención de Pansy.

—¡Una explicación, una explicación! Claro, te parecerá bonito marcharte diciéndonos que te vas a casa de Zaniah, ¿pero si nunca vas a su casa? —protestó la mujer más joven, de pelo negro.

—Pero papá no me iba a dejar venir con Alta…

—¡Claro que no te iba a dejar venir! —intervino el hombre rubio—. Eres una niña, no tienes edad para irte sola por ahí con tu novio y tampoco para estar haciendo estas cosas.

—Teníais mi edad cuando me concebisteis —bufó Leyna.

—En eso tiene razón la niña, cariño —dijo Pansy más conciliadora en esos temas.

—¿Cómo nos encontrasteis? —preguntó Altais viendo unos segundos de calma, las reprimendas por lo que no deberían haber hecho no servían de nada y tenía curiosidad, había sido cuidadoso, había dado otro nombre para registrarse y él mismo había hecho el traslador. Se sorprendió cuando su madre miró a los Samuels.

—Era evidente que Leyna no se iba a quedar con Zaniah y no nos costó mucho confirmarlo —respondió Pansy con una sonrisa orgullosa al más puro estilo Slytherin, Altais no se mostró nada impresionado por esa deducción—. Sólo tuve que mover mis hilos para que alguien me confirmara dónde os habían visto. Los contactos siempre son importantes por todo el mundo —agregó ella encogiéndose de hombros.

—La pregunta es, ¿cómo llegasteis aquí? Revisé los trasladores cuando la señora Samuels nos avisó —interrogó Hestia. Altais se lo pensó, pero no daba con una salida—. Altais Orion Black, responde.

—Fabriqué uno —contestó finalmente como si fuera tan sencillo como atrapar una rana de chocolate, la cara de su madre fue un poema.

—¡Fabricó uno! ¿Has escuchado eso? ¡Nuestra niña viajo en un traslador casero! —se alteró el padre de Leyna.

—Trasladores caseros… aún recuerdo cuando tu tío Theo hizo uno para que pudiéramos ir a un concierto en Hola… —se detuvo a media frase la de pelo moreno y le sonrió a su esposo inocentemente—. Eso estuvo muy mal, niños —los regañó tratando de poner rostro serio.

—Entrégamelo ahora mismo, ya… ya discutiremos esto más tarde —exigió Hestia, debería arrestarlo, pero era su propio hijo, se dijo que estaban fuera de la jurisdicción.

Altais soltó un pesado suspiro, finalmente cogió su varita de entre las sábanas y los vistió a ambos antes de levantarse, convocó el traslador y se lo entregó a su madre.

—Comprobé que no tenía turbulencias antes de venir con su hija —informó al señor Samuels, ayudara o no.

El hombre lo miró serio largos segundos antes de asentir ante sus palabras. —Nos vamos a casa, señorita, se acabaron las vacaciones —informó caminando hacia la puerta—. Recoge todo, iremos al traslador en cuanto estés —agregó cogiendo la mano de su esposa para tirar de ella.

—No tardes, Altais, tuve que posponer una reunión por esto —dijo Orion también llevándose a su esposa que seguía consternada.

—Sí, padre.

—La próxima haremos multijugos o unos buenos hechizos glamour —le dijo Altais a Leyna cuando sus padres los dejaron.

Ella lo miró con una sonrisa resignada y apagada, se levantó y se acurrucó en su pecho escondiendo el rostro en su cuello.

—Igual nos dejan vernos algún día más antes de septiembre —dijo con esperanza de poder verlo.

—Si es así mándame una lechuza e iré —contestó Altais, abrazándola contra sí.

Ella asintió tomándose largos segundos en ese abrazo, no quería separarse él, no cuando aún quedaban tres días de los siete que habían planeado. —Te voy a echar de menos.

—Te escribiré. Siento perderme nuestra gran obra —trató de animarla.

Leyna rio y levantó la mirada. —Bueno, podemos recrearla en el baño de prefectos cuando lleguemos al colegio —sugirió.

—Me gusta ese plan —dijo antes de besarla con cariño—. Vamos, o mi madre terminará con su veredicto y echará la puerta abajo —la soltó y negó con la cabeza antes de mover la varita para recoger sus pertenencias.

La chica lo imitó y con la mochila a la espalda caminó a la puerta para regresar con sus padres que esperaban en la recepción del hotel. Firmaron la salida del mismo y las dos familias se dirigieron al punto de aparición para ir a la terminal de trasladores, donde se separaron para ir cada uno a sus respectivas casas.

Continuará…

Notas finales: Sabemos que todos estabais deseando saber qué pasaba con la escapada vacacional de nuestros pequeños bichos rebeldes; los pobres no contaron con todos los contactos de sus progenitores, pero el tiempo que pudieron lo disfrutaron muy bien y ya están listos para que dé comienzo su séptimo año en el colegio. ¿Lo estáis vosotros?