#Fastidiar.

Había sabido que sería inevitable que Izaya intentase hacer de cada uno de los días de su vida un infierno, desde el momento en el que firmaron el contrato. De hecho, lo había sabido desde mucho antes, pero no había tenido elección. Por fin había encontrado el piso perfecto, con el alquiler bajo, cercano a la universidad para Shinra y Kadota y con ese algo que te dice que puedes hacer de él tu casa. Además no exigía una fianza muy elevada, y eso era fundamental porque Shizuo sabía que sería un fondo perdido tras sufrir el piso sus ataques de ira durante el año en el que viviría en él.

Al principio estaba entusiasmado con la idea de poder sentirse un poco independiente de sus padres, sin realmente llegar a serlo del todo. Además, compartir piso con Kadota sería perfecto. Shinra enseguida quiso formar parte de la pequeña familia feliz, y Shizuo peleó todo lo posible sin herir a nadie en el proceso, hasta que Kadota le hizo entrar en razón y ver que "(alquiler + facturas) compartidos = vida más barata".

De veras que intentó, por todos los medios, que aquello saliese bien. Sólo tendría que aguantar a Shinra de vez en cuando. Ni siquiera todo el tiempo, porque entre la diferencia de horarios y al tener su propia habitación, podría aislarse del resto del mundo cuando a éste le diese por tocarle las narices en forma de cualquiera de sus habitantes, por ejemplo, Shinra.

El cómo llegó Orihara Izaya a compartir piso con ellos tres, todavía aparece un poco confuso en su mente. Recuerda la sugerencia salir de los temblorosos labios de Shinra cuando supieron que necesitaban un cuarto habitante para el perfecto piso de cuatro habitaciones. Y recuerda a cámara lenta cómo Kadota entornaba los ojos y suspiraba, considerándolo por unos segundos, y sintió que la cabeza le daba vueltas cuando le oyó decir "podríamos preguntarle".

Shizuo recuerda haber empezado a gritar, pero no haber acabado. Porque en algún momento Shinra sacó su teléfono móvil para en serio llamar a Izaya, ignorando a Shizuo por completo y dejándolo en manos de Kadota. El rubio se limitó a irse a casa de sus padres, a su habitación, meterse en su cama y dormirse jurando y maldiciendo su propia mala suerte.

Porque por supuesto que Izaya, sin esconder su sorpresa, deseaba salir de casa de sus padres y con su nuevo trabajo para los yakuza, podría permitirse compartir piso con ellos. No, puede permitirse joderme la existencia. Ése es su verdadero trabajo, a mí no me engaña.

Así que, no sabe muy bien por qué si mira el grueso de las cosas, ahí estaban el grupo de amigos más raro que uno se podía encontrar en Ikebukuro, convertido en los compañeros de piso más raros que uno se podía encontrar en Ikebukuro.

Los primeros días Shizuo pensaba a todas horas en cómo asesinar a Izaya sin dejar rastro, y dónde esconder el cadáver. Cada paso que daba, cada cosa que hacía, cada vez que se cruzaban los dos en la casa, temía que el moreno le iba a hacer o decir algo.

Cuando pasaron las dos primeras semanas sin que Izaya intentase molestarlo ni siquiera un poco, Shizuo se dio cuenta de la táctica. Está esperando que me relaje. Así, su hostilidad hacia la rata no sólo no disminuyó, sino que aumentó.

- Shizu-chan es muy malo conmigo. – Dijo Izaya una noche en la que los cuatro estaban en torno a la mesa de la cocina, cenando pizza recién traída a domicilio.

- Como si no te lo merecieras, pulga.

- ¿Es el título cariñoso que me has otorgado para referirte a mí? – Dijo, batiendo sus pestañas rápidamente, y haciendo reír a todos en la mesa.

- No, me limito a los hechos, eres un tapón.

- ¿Ves, Shizu-chan? Eres malo. Después de que estoy haciendo todo lo posible porque convivamos bien.

- No, Izaya, sé perfectamente lo que estás haciendo. No voy a caer. No somos una familia feliz. Nos odiamos, y nadie puede cambiar eso.

- Eres muy cruel, Shizu-chan.

Cogiendo un trozo más de pizza, se levantó sin decir nada más y se fue a su habitación.

- Está de coña, ¿no? – Musitó Shinra.

- ¿Qué acaba de pasar? ¿De verdad está dolido? Shizuo, no seas así, llevamos un mes viviendo aquí y salvo los comentarios que hace a todo el mundo, no te ha intentado fastidiar. Que yo sepa. – Kadota lo miró fijamente.

- Parece mentira que después de todo este tiempo siga engañándoos. Se hace el ofendido porque es la reina del drama, para luego volver con los cañones cargados. No está herido porque no tiene corazón. ¿Y no había partido esta noche?

Los tres se mudaron al salón, e Izaya no volvió a salir de su cuarto hasta el día siguiente.

A partir de ese día, Shizuo descubrió los millones de formas diferentes que hay de molestar a una persona que vive contigo. Izaya cada día le mostraba una o dos nuevas.

El día en el que el cepillo de dientes de Shizuo apareció en el fondo del váter, fue la gota que colmó el vaso.

- Izaya.

Orihara se dio la vuelta, levantando la vista de su libro. El rubio estaba en la puerta de su habitación. Ésta estaba bañada únicamente por la luz de un flexo, lo cual resaltaba su silueta en las sombras.

- Shizu-chan. Es muy tarde, deberías lavarte los dientes e irte a dormir.

- ¿Por qué me haces esto? –Shizuo sonaba cansado, confundido, y casi indiferente.

Izaya se hizo el sorprendido.

- Pero Shizu-chan… creía que lo sabías. Tú mismo lo dijiste. "Iza-kun no tiene corazón". Por lo tanto, no me importa que tú sufras. Incluso me alegra.

- Ohhhh, Izaya. ¿No me digas que todo esto es porque he herido tu corazoncito con lo que dije? Creo que voy a llorar… ah, no, espera… me importa una mierda. –Shizuo abandonó en ese momento su tono burlesco, reemplazándolo por otro más sombrío y amenazador-. Deja de joderme. No me voy a controlar más.

Y Shizuo vio lo que en mucho tiempo no había visto. Izaya ya no utilizaba su tono burlón, y parecía en guardia, mirándolo fijamente desde la silla de su escritorio.

- No te atrevas a amenazarme, Shizu-chan. No te tengo miedo.

Shizuo contestó con una risotada ensordecedora.

- Dios, Izaya. Claro que me tienes miedo. Sólo me provocas porque eres un masoquista de libro. Estás enfermo.

Sin darle tiempo a replicar, y sabiendo que eso le fastidiaría más que nada, cerró la puerta y se dirigió al baño.

Había encontrado su baza perfecta. Izaya podría hacer muchas cosas para molestarle, pero lo único que tenía que hacer él para devolvérsela era atacarlo con palabras.

Cogió el cepillo de dientes de Izaya, lo sumergió en la taza del váter, y volvió a dejarlo donde estaba. Acto seguido se fue a acostar con una sonrisa en los labios.

1 – 1, Izaya. Empezamos a contar desde ya.