Minor

Su llegada a Hogwarts no fue tan espectacular como imaginaba.

Muchos se quedaron mirando a otros lugares mientras una muchachita baja, de unos trece años, avanzaba entre la multitud de alumnos, para sentarse en la mesa de Slytherin.

Habia llegado el dia anterior, dos de septiembre, y todavía no conocia a nadie, pues sus compañeros de clase se habían mostrado con ella muy fríos.

Por la mañana siguiente, se vistió tan bien como pudo para ir a la primera clase del día. Su larga y sedosa melena de color arena le caía por encima de la camiseta de blanca del uniforme, donde unos bien dotados pechos presionaban la tela, pues la muchacha llevaba bien cerrada la camiseta. Unas torneadas piernas aparecían por debajo de la faldita plisada enfundadas en los grises calcetines del uniforme.

Salió tapada con la túnica de su casa, y se dirigió al comedor.

Se sentía pequeña y estraña en ese lugar cuando, de pronto, notó una mirada clavada en su espalda. Se volteó y quedó cara a cara con un muchacho mucho más alto que ella, atractivo y musculoso, con el pelo rubio y largo.

-¿Quién eres?- le preguntó extrañado.

Ella iba a responder que se llamaba Kathleen, que tenía trece años y que acababa de llegar, pero no pudo decir nada. El muchacho le tendió la mano y se la llevó pasillo a lo lejos, hacia una pequeña habitación minuscula, donde cerró la puerta y empezó a besarla con ternura.

-Eres muy linda- le susurraba al oído, repetidamente-. Me encanta tu cabello, brilla como el sol- le repetía cariñoso, mientras le desabrochaba la camiseta y le besaba en el cuello-...mmm- gimió-, me encantan...-susurró, presionandole con fuerza esos pechos tan generosos para su temprana edad.

Poco a poco, le fue quitando la ropa. Ella no podia decir nada, se dejaba hacer. Notaba que era un hombre poderoso y mayor, seguramente de séptimo curso, a quien nada podia negar. No entendía esa sensación, pero sabia que debía guiarse por sus instintos.

Él continuó con sus asuntos sin percatarse de que la pequeña había empezado a llorar en silencio. El rubio continuaba manoseándola y besándola, cada vez con menos cariño y más lujuria, hasta que consiguió despojarla de toda la ropa y la dejó hecha una bolita en el suelo frío.

Ella estaba asustada observando como el muchacho se quitaba ese cinturón negro y le susurraba, casi como una serpiente.

-Haz lo que te mando, o ya sabes lo que toca- agitó el cinturón en el aire, provocando que hiciera un chasquito, mientras se acercaba a la chica para continuar con su trabajo.

La obligó a hacer muchas cosas, ella no quería, pero estaba demasiado asustada para gritar.

Cuando, por fin, consiguió hacerlo, el muchacho, furioso, la pegó con el látigo.

Sus gritos no cesaban, quería que parara, quería volver a casa, quería morir.

De pronto, se abrió la puerta, cuatro muchachos entraron apuntando el rubio con sus varitas y lo amenazaron. La pequeña perdía el conocimiento por momentos, todo se le volvía negro, no distinguía ningún rostro.

Solo oyó la palabra Merodeadores.