Mente frágil

Capítulo 1

Advertencia: este fic es AU(universo alterno). Además, yo no soy psiquiatra ni tampoco tengo planeado estudiar psiquiatría. Sé más o menos de algunas enfermedades mentales pero eso no me califica para conocerlas a fondo. Así que a pesar de que ya he investigado un poco acerca del tema, puede haber inconsistencias.


Mientras caminaba por el pasillo intentaba ignorar los gemidos y gritos que se escuchaban, tan incesantes y escalofriantes al mismo tiempo; como si aquello se tratase de un campo de batalla. Más bien, procuraba concentrarse en el olor típico a hospital que inundaba todo el ambiente.

Era curioso realmente, que un hospital psiquiátrico oliera igual que uno normal. Uno de esos hospitales pacíficos. Esos lugares donde no había personas locas rondando por todas partes. O mejor dicho, y utilizando el término médico, personas 'mentalmente perturbadas'. En su profesión, la palabra 'loco' no se utilizaba.

A su parecer, sin embargo, la palabra era más que apropiada.

La presente situación no era una agradable. Siempre había mantenido el pensamiento de que la psiquiatría no era un campo profesional que pudiera adaptarse a su persona. Su carácter no era el que debía tener un psiquiatra. La paciencia no formaba parte de su personalidad. Le gustaban las respuestas rápidas, las soluciones que se dan de la noche a la mañana.

Pero cuando se trataba a una persona insana, ninguna solución era pronta.

Había visto muchos casos ya. Demasiados en realidad. Aunque él no había atendido ninguno, pero estaba más que enterado. Después de todo, su padre era el dueño de ese loquero, que en el idioma médico se llamaría hospital psiquiátrico.

Según su punto de vista, la palabra 'hospital' no era la adecuada para describir ese lugar. 'Cárcel', en cambio, describía mejor la estadía de los pacientes.

Todos los locos eran monitoreados las veinticuatro horas. Aún aquellos que nunca causaban disturbios.

El lugar se dividía en tres secciones. Los médicos las nombraron el ala norte, el ala este y la oeste. Pero él prefería llamarlas con tres originales nombres. El primer nivel del infierno, el segundo nivel del infierno, y el tercer nivel del infierno.

En el primer nivel, se encontraban los pacientes que tenían un comportamiento bueno, llegando casi a lo que podía considerarse como normal en términos psiquiátricos. Estas personas tenían más libertad. Podían relacionarse entre ellas y salir a los jardines del hospital. También podían comer en el comedor.

En el segundo nivel, estaban los pacientes con trastornos más profundos, pero que no causaban disturbios. Eran los individuos que de vez en cuando presentaban ataques ligeros y controlables. Por esa razón, al ser sus ataques esporádicos, se les daba libertad, limitada claro. Podían salir a los jardines siempre y cuando estuvieran acompañados por un médico y podían comer en el comedor, pero siendo siempre vigilados.

Y por último, estaba el nivel de los psicóticos, lunáticos completamente desquiciados, que eran un peligro para ellos mismos y para los demás. Estos 'pacientes' eran los más problemáticos y difíciles de tratar. Y a diferencia de las demás, cada una de estas personas tenía una habitación individual, pues poner a dos de esos locos juntos daría como resultado una masacre.

Para su gran desgracia, en ese momento se dirigía hacia ese nivel, que los médicos llamarían el ala norte. Algunos también lo llamaban el ala 'de los casos especiales'.

Recién había obtenido su título de especialista en Psiquiatría, después de haber dejado boquiabiertos a los profesionales con su tesis. Algo que era de esperarse, pues siempre había demostrado ser más inteligente y perspicaz que los demás.

Aunque lamentablemente, no le gustaba en lo absoluto su profesión. No la había ejercido aún, pero desde un principio no le había gustado.

Sin embargo, su padre lo había obligado a estudiar psiquiatría.

Y ahora, ese mismo hombre le había asignado su primer caso.

El caso de un joven de veintidós años, llamado Yami Motou. El mismo joven que era considerado como uno de los casos más difíciles de todo el hospital.

-Estuvo un tiempo en el ala este, pero tuvimos que trasladarlo aquí después de que atacó a un guardia e hirió a su psiquiatra- Su atención se concentró en el hombre que caminaba a su lado. Era el director del lugar, la mano derecha de su padre. Un hombre de edad avanzada, de cabello negro ligeramente canoso y ojos negros. Vestía una gabacha blanca. Algo normal, pues todos los psiquiatras allí vestían así. Excepto él, claro. Desde un principio se había negado a usar la gabacha. A su parecer, eso tan solo haría que el paciente levantara la guardia tan pronto lo viera. Creía que los pacientes veían la gabacha blanca como un símbolo de intimidación. Y los mentalmente perturbados, tendían a responder con violencia ante la intimidación.

Había sido una sorpresa realmente, cuando su padre pareció meditar su punto de vista, y aceptó permitirle usar ropa común para atender su primer caso.

Por esa razón, vestía un simple pantalón negro y una camisa de botones azul, que combinaba con sus ojos también azules.

-¿Con qué lo hirió?- preguntó, su voz resonando por el desierto pasillo.

El director se detuvo, logrando que el ojiazul hiciera lo mismo. Sus ojos se juntaron con los del más joven.

-Con sus dientes- fue la respuesta. Después de esto, el hombre comenzó a caminar de nuevo. –Estuvo cerca de cortarle por completo la oreja- afirmó luego.

El ojiazul tan solo suspiró con frustración. ¿Qué clase de monstruo le había asignado su padre?

Comenzó a caminar de nuevo, siguiendo al director.

-Imagino que ya está enterado de los detalles más importantes sobre este paciente- comentó de pronto el hombre.

-Es el primer paciente menor de edad que ha tenido el hospital. Llegó aquí a los dieciséis años, después de supuestamente haber matado a sangre fría a cuatro personas, siendo una de ellas su hermano menor- contestó. Por supuesto que había leído partes del historial del joven. Solo algunas partes, puesto que el archivo de ese paciente era enorme.

Pero había hecho bastante, considerando que su padre le había anunciado apenas el día anterior que le asignaría su primer caso.

-Creo que 'a sangre fría' se queda corto, joven Kaiba. Ahora tiene acceso al expediente del paciente. De seguro se encontrará con las fotografías de los asesinatos. Son… muy perturbadoras- afirmó el director, arrugando ligeramente su semblante en una mueca de lo que parecía ser asco. –El joven ha estado aquí por seis años, y aún no estamos seguros qué trastorno padece. Tiene síntomas de varias enfermedades, desde paranoia hasta personalidad múltiple y esquizofrenia- agregó.

-¿Esquizofrenia?- preguntó el ojiazul. Según lo que había leído en el expediente del joven, no había signos de esquizofrenia.

-Insiste en que un demonio lo visita todas las noches. Pero imagino que por el momento solo ha leído la primera parte del historial del joven. Esto lleva tiempo. Tómese todo el que desee. Con este joven ya no hay apuro – comentó, acercándose a una puerta de metal, que tenía una sola ventana pequeña cubierta de barrotes. –Es aquí- anunció.

El ojiazul tan solo asintió. Se estaba preparando para ver a un joven completamente demacrado y de semblante enloquecido. Al menos, solo así podía imaginárselo.

-Solo tenga presente que debe ser cuidadoso. Este paciente es extremadamente manipulador y puede reaccionar de manera violenta en cualquier momento- advirtió el hombre, antes de abrir la puerta.

-Se preocupa demasiado- le dijo. Esta vez el director sonrió ligeramente.

-Usted es el hijo del fundador de este lugar. Por supuesto que me preocupo- afirmó.

-Supongo que es de esperarse- murmuró el ojiazul, caminando dentro de aquella habitación de paredes blancas y acolchonadas. De inmediato, su mirada se centró en la figura que se encontraba en una de las esquinas. La persona estaba sentada, abrazando sus piernas. No podía verle el rostro pues varios mechones rubios lo ocultaban. Pero podía notar el… peculiar cabello que poseía el joven. Nunca antes había visto un cabello tricolor que fuera natural.

-Voy a cerrar la puerta ahora. Un guardia estará vigilante por si necesita… salir- anunció el director, pronunciando la última palabra con un claro doble sentido.

Sin dejar de mirar a su nuevo y primer paciente, el castaño asintió, escuchando poco después cómo la puerta se cerraba. La luz no se extinguió, pues la habitación tenía iluminación propia. Un bombillo que estaba resguardado por vidrio blindado.

Hubo silencio. El ojiazul se concentró en mirar bien al joven. Era mejor analizar la situación antes de abrir la boca. Después de todo, estaba tratando con un loco.

Como todos los pacientes de esa zona, el menor vestía una bata celesta. Solo los del ala norte utilizaban una bata. Los demás usaban camisa y pantalones. Pero ahí, un simple pantalón representaba un peligro inminente. Además, normalmente a los pacientes se les colocaba un brazalete con su nombre y número de habitación. Pero éste sistema no se utilizaba ahí. Era sorprendente lo que una persona demente podía hacer con un simple brazalete.

-¿Cuál es tu nombre?- Salió de sus pensamientos tan pronto oyó esto. Para su sorpresa, la voz que se escuchó fue suave, casi juvenil.

-Seto Kaiba. Soy tu…-

-Nuevo psiquiatra. Lo sé- la voz del joven se endureció notablemente.

Aún desde su posición, el ojiazul pudo notar la sonrisa socarrona que se formó en los labios del paciente.

El de cabellos tricolores se movió, poniendo sus manos frente a él. Y así, empezó a contar con sus dedos.

-No fue uno. Fueron más. No fueron dos. Fueron más. No fueron tres. Fueron más- continuó contando de esa forma, que por unos segundos confundió al castaño. Pero después de todo, las acciones de un enfermo mental no tenían que poseer coherencia alguna. –No fueron diez. Fueron más. Y ya no tengo más dedos en las manos para contar- afirmó, la seriedad inundando su voz, a pesar de las palabras sin sentido que pronunciaba. –He tenido más de diez psiquiatras. Ustedes nunca se rinden- susurró.

Lentamente, el joven levantó la mirada, dirigiendo sus ojos hacia su nuevo médico.

El ojiazul no pudo más que sentir profunda sorpresa al mirar los ojos del menor. Un fiero color carmesí los inundaba, como vino tinto en una copa de cristal. Nunca había visto ojos así. Era un color autoritario, casi intimidante.

Pero claro, él no se intimidó en lo más mínimo. Podía estar al lado de un loco en ese momento, pero nada podría intimidarlo.

Al menos el rostro del menor no estaba demacrado como lo había imaginado. De hecho, su piel parecía casi porcelana. Sin marca alguna.

-Eres muy joven, psiquiatra. ¿Ya se cansaron los viejos de atenderme?- preguntó con evidente burla el ojirubí. -¿O es acaso que cambiaron de táctica?- agregó. –No tienes más de veinticinco años. ¿Eres psiquiatra tan siquiera?-

-Preguntas demasiado- afirmó el ojiazul, recostando su costado contra la pared.

-Eres diferente… te ves relajado. Los otros siempre estaban alertas…-

-¿Debería estar alerta?- interrumpió el castaño. El ojirubí se alzó de hombros.

-No sé. ¿Deberías estar alerta?- imitó la pregunta.

-Te gustan las preguntas- profirió el ojiazul, como una afirmación y no como pregunta. –Una manera de obviar una situación, ¿quizás?- interrogó luego.

-Me estás analizando ahora. Todos hacen eso… como si fuera una maldita rata de laboratorio. Analizan, observan, analizan, observan, analizan, observan pero nunca escuchan. Las paredes escuchan mejor- afirmó con rapidez en la voz. Sus brazos volvieron a abrazar sus piernas, y su mirada disgustada volvió a centrarse en la pared a pocos metros. La habitación en la que se encontraba no era realmente espaciosa. Parecía un simple cubo blanco. –Todo es blanco… odio el blanco- susurró.

-¿Por qué?- fue la simple pregunta… que provocó una gran reacción.

-¡Cállate! ¡No preguntes! ¡No preguntes por qué!- las exclamaciones escaparon una y otra vez del joven, quien se cubría ambas orejas con las manos, y mantenía los ojos fuertemente cerrados. La posición parecía la que tomaría una persona cuando escuchaba un ruido ensordecedor.

Pero el ojiazul ni siquiera se inmutó. Al contrario, había esperado encontrar algún 'factor detonante' que provocara una reacción como la que el joven tenía en ese momento.

-¿Y por qué no puedo?- preguntó, presionando más el tema. Sabía que tampoco podía permitir que el ojirubí se saliera de control. Pero necesitaba encontrar los trastornos y problemas en el joven para poder darles solución.

Por lo que podía ver, al menor le aterraba tener que dar razones. Es decir, contestar una pregunta que tuviera como eje principal el 'por qué'.

-¡No lo digas! ¡No preguntes! ¡Ellos siempre lo hacían! ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué había sangre en tu ropa! ¡Por qué mientes! ¡Por qué los mataste! ¡Por qué los mataste!- las exclamaciones escaparon. Fue tanto el escándalo que el guardia que se mantenía del otro lado de la puerta se asomó por la ventanilla de ésta.

-¿Está todo bien?- preguntó a través de los barrotes.

El ojiazul lo miró por unos segundos, antes de asentir.

Al principio, el hombre mostró un semblante que mostraba cierta desconfianza, pero pronto asintió también. Él no era el psiquiatra después de todo. Era un simple guardia.

-Cálmate. No volveré a utilizar esa pregunta- afirmó entonces el castaño, con suma tranquilidad. El director se lo había dicho, y además lo había leído en el expediente, su nuevo paciente era manipulador. No podía mostrar ninguna emoción, sino el joven se aprovecharía de eso. Lo bueno, es que él tenía práctica en el tema de esconder emociones.

De hecho, estaba seguro que todo el escándalo que hacía el ojirubí tenía un objetivo, tal vez inconsciente, pero lo tenía.

Por fin, los gritos cesaron. Los ojos del menor se juntaron con los del castaño. Y el ojiazul no pudo más que sonreír mentalmente al notar la confusión que mostraban aquellos rubíes. Al parecer, no había estado equivocado. El joven ya había empezado con sus planes para manipularlo.

Pero para desgracia del ojirubí, él no era una persona que pudiera ser manipulada.

-Odio tu tranquilidad. Y ese maldito semblante neutral- murmuró el menor, de manera casi venenosa.

-Apenas han pasado pocos minutos y ya hablas de odiar- afirmó el castaño.

-Sé odiar fácilmente. Odio tu tranquilidad… no encaja con el ambiente. La odio… la aborrezco. Muestra algo más- susurró.

Ante las palabras del joven, el ojiazul se alejó de la posición en la que se encontraba. Caminó lentamente hacia donde estaba Yami. Cuando estuvo cerca, se arrodilló, quedando de frente al menor, quien de inmediato apartó la mirada.

-De mí no obtendrás una sola emoción. Tal vez a tus anteriores psiquiatras los hayas manejado a tu antojo, pero conmigo, eso se acabó- afirmó en apenas un susurro. Un tono de voz que pareció molestar al ojirubí. O eso podría pensarse basándose en lo que el joven hizo luego.

El ojiazul tuvo los reflejos necesarios para alejarse rápidamente, cuando el menor le escupió. Con la poca fuerza de voluntad que tenía, se contuvo de tomar al joven por el cuello. Debía recordar su profesión. Debía tener paciencia.

-Tienes suerte de que mis reflejos sean precisos- murmuró sin embargo, sin poder contenerse. Definitivamente, no había nacido para ser psiquiatra.

-¿O sino qué? ¿Me habrías… golpeado? No, no creo que mi psiquiatra haga algo como eso… o mejor dicho, no creo que tenga permitido hacer algo como eso- se mofó el joven, riendo ligeramente de manera burlesca.

-Puedo hacer lo que quiera. Eres mi paciente ahora. Si yo digo que tu tratamiento se basará en golpes… se basará en golpes- afirmó el castaño. Por supuesto que estaba mintiendo. Golpear a un paciente estaba completamente fuera de discusión. Tan solo quería… probar un poco al joven.

-Sigue mintiendo y te cortaré la lengua- murmuró el menor, casi en forma de siseo.

-Eso no sucederá. Porque desde hoy empezarás a cooperar- afirmó el ojiazul, acercando su rostro al del menor, de forma casi intimidante. Sabía bien que intentar intimidar a un loco no era buena idea, pero ciertamente no le importó ese detalle por el momento.

El semblante del ojirubí cambió de inmediato a uno serio, casi de piedra.

-¿Y si no quiero cooperar? ¿Qué harás?- preguntó, sintiéndose ligeramente inseguro. Su nuevo psiquiatra no era como los demás. Lo hacía sentir casi incómodo e impotente. No le gustaba eso en lo absoluto. Quería tener el control. Era su vida, tenía derecho de controlarla. No quería que nadie tomara el mando de su mente.

-¿De verdad quieres que trabajemos con amenazas?- interrogó el ojiazul.

Yami tan solo suspiró de manera frustrada. Ya le había cansado esa situación.

-Quiero ir al baño- anunció, cambiando el tema de manera brusca.

El castaño se alejó del joven, poniéndose luego en pie. Aquel último comentario le había dejado en claro que por el momento era mejor dejar a su paciente en paz. Debía de tener paciencia. Un caso tan complicado como el de Yami no se resolvía de la noche a la mañana. Además, no era factible presionar demasiado al menor. Según lo que sabía, los ataques de histeria eran comunes en el ojirubí.

Tocó la puerta. Segundos después, ésta se abrió.

El castaño miró al guardia.

-Quiere ir al baño- le avisó. Estaba claro que si el joven salía de su habitación, tendría que hacerlo acompañado. Después de todo, el ojirubí representaba un peligro para los demás. Si mató a su propio hermano, podría fácilmente dañar a cualquiera.

Su atención se centró ahora en Yami, quien ya se había puesto en pie y caminaba hacia la salida.

-Maldito psiquiatra. No sé qué juego sucio tramas. Pero Yami no va a participar en él- afirmó.

-También fue un placer conocerte- respondió el ojiazul, con cierto sarcasmo que apenas fue notorio. –Utilizaste tercera persona para referirte a ti mismo. Sé bien que lo hiciste a propósito. Eso solo puede significar… que ya formas parte del juego- agregó.

-Te equivocas… Yami nunca usa esa palabra… 'yo'. Aquí ya no hay un 'yo', solo Yami- afirmó el joven. -Cuando llegué aquí no estaba loco… pero este lugar está haciendo que pierda la razón… y la identidad… ahora solo está Yami. A veces me gusta pensar que no soy él- habló con extraña sinceridad. De hecho, su mirada se mantenía centrada en el piso. Parecía que el ojirubí se estaba hablando a sí mismo en voz alta, como si hubiera olvidado que había alguien más allí.

El ojiazul guardó silencio. Sinceramente, no había esperado eso. El joven mezclaba la primera y tercera persona al hablar. Como si una parte de él quisiera ser Yami, y la otra no.

Definitivamente, el caso de este joven era difícil. Pero no pensaba rendirse tan pronto.

-Quiero ir al baño- Miró al menor, quien miraba fijamente al guardia.

-Vamos- ordenó entonces el hombre, procurando que el joven caminara adelante suyo, para poder vigilarlo mejor.

El castaño los miró alejarse.

Por unos momentos, se entretuvo analizando las palabras del menor.

Era un caso considerablemente complicado.

Comenzó a caminar, alejándose cada vez más de aquella zona.

Volvería al día siguiente.

Pero por el momento, tenía una cita con el enorme expediente de Yami.


Magi: ehm, qué puedo decir? Nuevo fic, trata un tema diferente, y fue una tremenda inspiración de momento. Siempre quise ver a Yami en el loquero n.n Y Seto es sexy cuando es psiquiatra xDD

Por favor ignoren eso último, yo estoy más trastornada que Yami O.o

Espero que les haya gustado el nuevo fic. Lo leí como cien veces antes de decidirme a publicarlo. Y como dice la nota al principio, no soy psiquiatra así que no estoy familiarizada con las distintas enfermedades mentales. Pero espero no poner muchas incoherencias. Al menos, gracias a lo que he leído tengo un conocimiento básico de estas enfermedades. Algo es algo supongo

Como dije en una nota al final de un capítulo de Flor de loto, este fic lo actualizaré de forma pausada, hasta que Flor de loto esté terminado. Cuando termine con ese fic, intentaré actualizar este de manera semanal.

Creo que por el momento eso es todo.

Díganme que piensan del fic, sí? Siempre me da inseguridad cuando publico un nuevo fic.

Nos vemos

Ja ne!